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Justas y torneos

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

Cuando se habla de justas y torneos, para aquellos no demasiado conocedores del tema, se puede caer en el error de creer que unas y otros constituían la misma cosa. No es así: entre ambos existían diferencias muy apreciables que resulta interesante destacar. Lo que sí es cierto es que tanto justas como torneos parece ser que en su origen fueron una especie de juegos bélicos derivados de otros de mayor antigüedad, por ejemplo, los combates de gladiadores en la Roma imperial. Y es cierto también que, con anterioridad a la Edad Media, los pueblos escandinavos y germánicos practicaban también cierta clase de juegos bélicos que, en resumidas cuentas, no eran otra cosa que torneos; y muestras de ello pueden encontrarse no sólo en la Mitología escandinaba sino en las Sagas germánicas.

Retrocediendo aún más en el tiempo, y dejando aparte las competiciones deportivas de Olimpia, los griegos ya conocían los desafíos de hombre a hombre. Basta con recordar la guerra de Troya y el duelo mantenido entre Aquiles y Héctor.

La influencia que, en este tipo de juegos, justas y torneos, sobre ellos ejercieron ciertas costumbres similares en los tiempos más antiguos se ve con toda claridad en ciertas normas. Cuando en Grecia se decidía la celebración de unos juegos teniendo como escenario la ciudad de Olimpia, a partir del momento en que estos quedaban convocados, se producía un paréntesis entre cuantas guerras pudieran, en aquel momento, desarrollarse.

Y algo similar ocurría en la Edad Media con las denominadas "Treguas de Dios". Si el torneo se celebraba entre caballeros de distintos bandos enzarzados en un conflicto bélico de inmediato se producía la tregua, es decir, descansaban las armas hasta que el torneo no finalizara. En justas y torneos existían ciertas reglas y variantes. La justa se basaba en un combate de hombre contra hombre, mientras que en el torneo se enfrentaban hasta varias cuadrillas de caballeros. Este último juego solía consitir en tres tiempos: en el primero, se enfrentaban los dos grupos adversarios de jinetes; en el segundo, aquellos que no habían sido descabalgados luchaban a pie y finalmente, todos sostenían un último enfrentamiento formado por cuadrillas. En el combate a caballo, los caballeros iban recibiendo una puntuación correspondiente al número de adversarios que derribaban y, al finalizar el torneo recibían el premio de manos de su dama. Así, todos los ideales caballerescos de la Edad Media tenían cabida en los torneos y de ahí la inmensa popularidad de que gozaron.

Pero como juego en el que entran las armas, muchas veces lo que se había organizado tan sólo como una diversión y un entretenimiento, producía efectos lamentables. Carlos V organizó en Valladolid en el año 1.518 un torneo entre nobles flamencos y castellanos y la fiesta finalizó arrojando un gran número de muertos y heridos. Pero esto no desanimaba a los organizadores de este tipo de juegos; era un riesgo que había que correr y que era aceptado por todos. Eran muchos los caballeros que iban de corte en corte en busca de ocasiones en las que lucirse en el manejo de las armas. Cuando se enteraban de un determinado lugar en donde se iban a celebrar este tipo de fiestas, allí acudían, cruzándose desafíos entre ellos. Los naturales del país o la ciudad, donde se iba a llevar a cabo el torneo, ponían todo su empeño en derrotar a aquellos otros llegados de otras tierras, era como una honra nacional derrotar a los caballeros extranjeros.

Reyes y príncipes participaban también en estas fiestas, rompiendo lanzas en ellas. El torneo se anunciaba con mucha antelación, preparando un espacio cerrado donde se colocaba una tribuna en la cual se acomodaban los nobles y las damas que iban a presenciarlo.

En las justas, dos caballeros cubiertos con sus armaduras y dotados de todas sus armas, montados en briosos caballos, se embestían, lanza en ristre como en un combate particular, aunque las lanzas que utilizaban eran de las llamadas "de cortesía"; es decir, en realidad, eran lanzas sin hoja de acero en la punta. En cuanto a las espadas, sus filos habían sido previamente embotados. Por lo general, en las justas, la costumbre era romper tres lanzas, intentando hacer caer al adversario, en cuyo caso, éste se declaraba vencido y la cosa no pasaba a más. En ocasiones, las justas duraban varios días y eran acompañadas de cenas y bailes nocturnos en los castillos o palacios.

En lo que se refiere a los torneos, ya lo hemos indicado: eran combates de un grupo de jinetes contra otro grupo asimismo montado. Pero, al igual que en las justas, todos los caballeros utilizaban armas "corteses". A pesar de estas precauciones, no eran raros los casos en que, al menos uno o varios caballeros, quedaban heridos o muertos, por lo que la Iglesia acabó por condenar estos ejercicios militares. El mayor auge de justas y torneos se alcanzó durante la Edad Media, después se fueron espaciando, tendiendo a evitar accidentes, pero el entusiasmo y la pasión por este tipo de fiestas fue muy grande en todas las capas sociales. Se llegaban a apostar sumas cuantiosas en favor de uno u otro contendiente y habrá que decir que las damas no eran ajenas a la organización de las justas, al contrario, sin combatir ponían en ellas tanto entusiasmo como los hombres, llevando, a grandísimo orgullo, el que "su caballero" resultara el triunfador. Los torneos se hicieron sumamente populares en todos los reinos de la Edad Media. Se establecieron incluso Fueros a ellos destinados, como el de Soria o las Partidas. Se escribieron, además, numerosos tratados sobre estos hechos de armas, a los que se consideraba como fiel espejo de la Caballería.

Un papel destacado en justas y torneos lo tenían los "heraldos", a los que habría que considerar como "maestros de ceremonia". Ellos eran los encargados de anunciar oficialmente los torneos, indicando la fecha de celebración de los mismos y publicando los nombres de los caballeros que iban a tomar parte en los juegos. Eran los depositarios de las reglas de torneos y justas, a los que había que consultar en los casos difíciles y cuyas decisiones eran inapelables. Muy pronto, se comenzó a escribir las normas de los torneos y justas en pergamino, con lo que se produjo su entrada en la Historia al dejar constancia de cuanto había sucedido en determinado torneo, anotando cuidadosamente todas las incidencias del mismo.

El nombre de Heráldico viene precisamente de estos personajes, los Heraldos. Los mismo reyes los encargaban para que les fueran informando de cuantos asuntos se referían a la nobleza y así, con el nombre de Heraldos, o Reyes de Armas se convirtieron en los reguladores, por decisión real, de todo cuanto concernía a las armerías. En España, los Reyes de Armas actuaron oficialmente durante la Monarquía y tuvieron autorización real para expedir certificados genealógicos de entre las diversas familias nobles, así como Reales Despachos de nobleza.

Una variente de la justa, fue la constituída por el combate entre dos caballeros sometidos al denominado "Juicio de Dios". En este caso, ya no se trataba de una fiesta, sino de un combate a muerte.

El hecho sucedía cuando entre dos caballeros se sostenía un litigio de tanta importancia que, en ocasiones, se trataba de demostrar la inocencia o culpabilidad en un hecho vergonzoso del que se acusaba a uno de ellos. Entonces, el rey los conminaba a someterse al "Juicio de Dios" que consistía en enfrentarse con todas sus armas y sostener una lucha, utilizándolas todas si era necesario, hasta que uno de los dos combatientes moría o quedaba herido. El vencedor poseía el privilegio de rematarlo, a no ser que el derrotado se confesara culpable, en cuyo caso el que había triunfado se daba por satisfecho considerando su honor a salvo.

Pero justas y torneos, con el transcurso del tiempo, fueron cayendo en desuso hasta desaparecer por completo. Quedó, eso sí, un lejano parentesco en la celebración de los "duelos" entre dos hombres, a espada o pistola, por la ofensa recibida por uno de ellos por parte del otro. Estos duelos, al contrario que justas y torneos, se llevaban a cabo sin espectadores y tratando de rodearlos de la mayor discreción, y hasta esto desapareció en el siglo XIX, bien porque fue prohibido por Ley, bien porque su utilización acabó por considerarse una reliquia del pasado.

Títulos y Señoríos

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

En la Nobleza existe una división: la de sangre y la de privilegio.

Pero hay otra distinción, no menos importante, que es aquella que separa a la simple nobleza, traducida en el apellido, de aquella otra titulada, es decir, Señor, Barón, Vizconde, Conde, Marqués o Duque.

Ésta es la que se denomina nobleza titulada. Hoy en día se trata de titulación honorífica a la que no acompaña la concesión de privilegios ni donación de tierras. Poseer un título de nobleza no exime del pago de tributos al Estado como ocurría en otros tiempos.

No es como en la antigüedad en la que sí se tenía muy en cuenta la calidad del título, su origen, la importancia feudal, etc. etc.

Dando esto por aclarado, pasemos a examinar los distintos grados de la nobleza titulada.

Aunque brevemente, hablaremos primero del título de Príncipe que en España no se concede nada más que a aquellas personas de sangre real, al igual que en la totalidad de los países de Europa, excepto en determinada época de la historia donde, como por ejemplo en la antigua Rusia de los Zares, este título era uno más de la nobleza, siendo los hijos del Zar o Emperador, denominados como Grandes Duques.

Los que primero utilizaron esta denominación fueron los emperadores romanos ("princeps", "primun caput"). Pero, como ha quedado antes indicado, la designación genérica de los hijos de Reyes y Emperadores es la de príncipes. Pero así también se consideran los titulares de principados, como en Alemania lo fue. En la Edad Media también los Duques, soberanos de determinado país, sobre todo en la Italia del Renacimiento, como los Duques de Milán, etc., se consideraban príncipes, pero el título de Príncipes de la Sangre queda reservado únicamente para los hijos de los Reyes. Hay, o mejor dicho, hubo excepciones: Por ejemplo, Napoleón I concedió varios títulos de Príncipes del Imperio.

Explicado lo anterior vamos a comenzar la relación de títulos de nobleza por el de Señor.

En el pasado, el título de Señor poseía autoridad jurisdiccional, esto es: estaban autorizados por el rey para ejercer no sólo su dominio, sino también todo tipo de autoridad, entre la que se contaba la de impartir justicia, conceder premios o castigos, imponer tributos. etc. etc.

Estos privilegios eran también potestad de los Barones, grado inmediato superior al de Señor.

La necesidad de conquistas, al decir de los autores especializados en el tema, fueron la causa de estas concesiones reales que principalmente fueron entregadas a tres brazos: La nobleza, el clero y el pueblo, además, naturalmente del Rey, que las ejercía según entendiera era conveniente para el Reino.

Por tanto, en realidad, son cuatro las clases de Señoríos: de solariego, de abadengo, de behetría y de realengo. ¿Qué quiere ésto decir?

Que en primer caso, el Señorío estaba otorgado por la Corona a algún noble o personaje importante del Reino. ¿Y qué sucedía con la clase sujeta a este tipo de Señorío? Pues simplemente que esta clase que era la que gozaba de menos, por no decir ninguno, de los privilegios de la conquista, era la que ponía los terrenos pertenecientes al Señorío de solariego, hasta el punto, que se ha creído originado en la de ciertos modos de esclavitud.

Luego estaban los Señoríos de segunda clase o de abadengo, el poder de dominio era también concedido originalmente por el Rey al prelado, iglesia o monasterio que la ejercía. Este tipo de Señorío, aunque en no muchas ocasiones fue abusivo, para los vasallos era bastante más tolerable que el anterior.

Abadías y Monasterios procuraban no hacerse excesivamente gravosos a sus vasallos e incluso, con su acción, atendían a los más menesterosos procurándoles alimentos.

Los terceros, o denominados de behetría, eran, enjuiciándolos desde un punto de vista actual, absolutamente democráticos, ya que se basaban en el derecho que tenían algunos de los pueblos de nombrar su propio Señorío de Behetría; palabra que proviene del latín "Bienfectoría". Para la época indudablemente era un considerable adelanto progresista este derecho.

Una población era libre y sus vecinos estaban autorizados por mandamiento real a ser considerados dueños absolutos de la población, a nombrar y recibir por Señor a aquél que les acomodase. Y no era eso sólo: disponían, asimismo, del derecho, si no estaban satisfechos de su gestión, de deponerle mediante la oportuna petición que elevaban al poder real, exponiendo los motivos de su queja y disgusto.

De orden del rey don Alfonso XI y de su hijo el rey don Pedro se establecieron las "Behetrías de las Merindades de Castilla" y los derechos que pertenecían a ellas, a la Corona, a los asentados y a los naturales, en un gran libro al que se llamó "Becerro" porque sus tapas estaban confeccionadas con la piel de este animal. De ahí que, en numerosas ocasiones, al referirnos a cuestiones de Heráldica y Genealogía, hayamos citado al mencionado libro, dando el título que queda reseñado.

Por último, se denominaban Señoríos de realengo, a todas aquellas comarcas, villas y ciudades que no estaban comprendidas en las tres clases anteriormente citadas y, por tanto, dependían directamente de la autoridad real.

Sobre los señores feudales existe abundante bibliografía y se ha escrito mucho de ellos, bien en tratados heráldicos, o refiriéndose a su poder, en novelas, obras de teatro, cinematográficas, óperas, etc. etc., en las que unas veces se refleja la realidad y en otras o se exagera en demasía o no se ajustaba la descripción de éstos personajes a su verdadera naturaleza.

Que a los señores feudales se les llamara "de horca y cuchillo", no es falsear la realidad. Ciertamente era así, al disponer de la autoridad de imponer penas graves, que llegaban hasta la horca, a los delincuentes, previa la formación de la causa, por las facultades, delegadas del rey, que conservaban dichos Señores por el privilegio especial que les había otorgado la Corona. Ciertamente, para ordenar una ejecución estaban obligados a establecer la causa, dejando constancia por escrito del motivo de la condena. Pero esto, que era la Ley, se cumplía pocas veces. El señor feudal ordenaba que determinado individuo fuera ahorcado y bastaba su palabra para que tal cosa se llevara a efecto, sin necesidad de papeles escritos ni escribano que los redactara. Podía, asimismo, imponer otro tipo de castigos, tales como recluir, a quien fuera, en una mazmorra por el tiempo que le plugiera o hacer que fuera azotado, unas veces menos, y otras, hasta causarle la muerte. Nadie le pedía cuentas y el rey estaba muy lejos y ni siquiera se enteraba del hecho. Y aunque se hubiera enterado daba lo mismo porque nada podía la palabra de un villano contra la de su Señor feudal.

El Señor feudal podía imponer castigos, lo mismo que conceder premios en la exención de tributos. Para darse cuenta de su poder, basta con citar uno de sus derechos: el denominado "de pernada". Este derecho de acuerdo a ley, consistía en la ceremonia que se llevaba a cabo, en algunos feudos, por la cual el Señor ponía una pierna en el lecho de sus vasallos el día que se casaban. Dicho así, la cosa no parecer tener gran importancia. Lo malo era que la citada ceremonia se alteraba a gusto del Señor y había quien, si la recién casada era de su gusto, ésta quedaba obligada a ser poseída por el feudal antes de que lo hiciera su propio marido.

Con el paso del tiempo, y porque a los Reyes les convenía ir disminuyendo el poder de los Señores, a éstos se les comenzó a denominar "Señores Jurisdiccionales" y su autoridad empezó a ser mucho menor, de modo que la obligación que tenían de efectuar causa antes de proceder a ejercer justicia, se hizo más rígida. De todos modos, los Señores que poseían la facultad de imponer penas de muerte gozaban además de la facultad de poder dispensar la gracia del indulto que, por lo general, consistía en el pago de un rescate.

Mediante este procedimiento también se podían atemperar los castigos de azotes o cautiverio que imponían los Señores con jurisdicción civil y criminal.

Pero el tiempo no pasa en balde. Tales privilegios fueron abolidos en España el dos de febrero de 1.837, con carácter definitivo, si bien ya desde muchos años antes, habían ido cayendo en desuso.

Mucho antes, concretamente el 29 de agosto de 1.789, la Revolución Francesa, mediante la Declaración de los Derechos del Hombre, había procedido a abolir los privilegios de los Señores. Esta Declaración tuvo un precedente en la Declaración de Virginia (Independencia de los Estados Unidos de América), inspirada por Benjamín Franklin y aún con mucha anterioridad por la Carta Magna inglesa promulgada por el rey Juan "Sin Tierra", en la que se declaraba que ningún hombre podía ser acusado, arrestado o detenido más que en los casos determinados por la Ley.

Las Baronías

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

Este título nobiliario ha sufrido las varias etimologías que se han propuesto sobre la voz "Barón". Unas, la hacen descender del latín, "Baro" es decir, hombre valiente, caballero que acompañaba al rey en los combates, ciertamente que se utilizó para designar a las personas del género masculino, no sólo de esta condición, sino como hombres de guerra. Pero otra etimología hace derivar "Barón" de una palabra teutónica, "Ber" o "Bahr", que se traducía como "Señor". Digamos que en Francia existieron los denominados títulos de "Alto-Barón" que dependían directamente de la Corona y hay el antecedente de que la palabra "Ber" fue durante muchos siglos utilizada como "Berón" en documentos franceses.

En épocas remotas, "Barón" significaba Duque, Capitán o Caudillo; Marqués que defendía una frontera; compañero de armas del rey; vizconde o substituto de Conde o Señor de un castillo y territorio.

Así se entendía en Francia y el apelativo de "Barones" se utilizaba para designar a los grandes señores del Reino, fuesen Duques, Condes o Marqueses. En la Asamblea de Bouneuil, en tiempos de Carlos "el Calvo", sobre el año 856, todos los títulos nobiliarios constituían los denominados "Altos Barones" o la "Corte de los Pares".

Las dignidades de Conde, Marqués y Duque, siempre quedaban reservadas para los grandes Señores del Reino y la de Vizconde se consideraba como Lugarteniente de Conde, de modo que el apelativo de Señor y después el de Barón eran los únicos que quedaban para uso de los Señores feudales o de jurisdicción. En un principio no fue un título: era solamente una dignidad que otorgaba ciertos derechos, pero nada más.

En el Reino de Aragón para poder titularse "Barón" era preciso ser dueño y Señor de tierras, castillos y vasallos. En Cataluña, por el contrario, se prefería la dignidad de Señor, lo mismo que en el Señorío de Vizcaya, que preferían este título de Señor al de Barón, Conde o Marqués.

Los primeros Barones que hacen su aparición en la historia de España, se conocen en los años 754 a 764 y se trata, sin la menor duda, de los caballeros que, en Cataluña, emprendieron la Reconquista, partiendo de la zona pirenaica. Se trató de nueve caballeros a los que se les conoció como los "nueve varones de la fama" y cuyas divisas llevaban el lema de "Dios lo quiere", la misma que, con posterioridad, adoptaron los Cruzados que fueron a Tierra Santa.

En las crónicas de aquellos tiempos se cita el hecho de que Carlomagno confirmó en sus dignidades de Barón a aquellos caballeros. Pero lo más verosímil es que esta dignidad de Barón no fuera creada hasta la llegada, al poder catalán, de los Condes de Barcelona.

En apoyo de esta última versión hay que decir que los Señores territoriales y jurisdiccionales tuvieron su origen en el siglo X con aquellos Señores, nobles y poderosos, que se distinguieron por su valor y eran propietarios de castillos, villas y vasallos, que acudieron con armas, caballos y hombres en ayuda de Borrell I, Conde de Barcelona, enfrentado a las incursiones del caudillo musulmán Almanzor, al tiempo que se aunaban todos los esfuerzos cristianos para arrojar a los musulmanes de la capital del condado, todavía en poder de los moros.

Las Baronías comprendían en Cataluña extensos territorios en los que se alzaban castillos, torres y poblaciones, algunas bastante importantes.

En Francia, a partir del siglo XV, se exigía para ostentar una Baronía ser propietario de cinco castellanías.

Siguiendo con la institución de la Baronía en Cataluña, a los caballeros a quienes les era otorgada tal dignidad, o a sus descendientes, propietarios de tierras que adquirieron por derecho de conquista, se les exigía la obligación de poblar, cultivar y defender dichas tierras, según las costumbres de aquellos tiempos en los que la guerra ocupaba períodos mucho más largos que la paz. Fueron aquellos a los que en un comienzo se los llamó "Hommes de paratge", así denominados por su honradez, antigüedad y riqueza territorial, que constituyeron la base de la Nobleza catalana, de origen militar y hereditario, y fueron también los que en número de novecientos, bajo Borrell I, realizaron la hazaña de reconquistar Barcelona del poder musulmán.

En un principio, los Señores en el régimen feudal estaban autorizados para crear caballeros, ya que bastaba que por sus posesiones, un hombre poseyera un caballo para la guerra y al ayudar a su Señor con su esfuerzo, se le denomina "caballero", dignidad que más tarde le era conferida oficialmente por su Señor feudal en agradecimiento a los servicios que le prestaba. Más tarde, como la Caballería significaba el ingreso en la categoría nobiliaria, se comenzó a precisar la licencia del rey para el nombramiento de los caballeros.

Los Barones conducían a sus vasallos a la guerra bajo sus banderas blasonadas. En Francia el Barón era el "ban", denominación en la se incluía a sus vasallos. Los hombres de estos vasallos eran conocidos como el "arriére ban". Antes ha quedado expuesto que muchos nobles preferían el título de Barón al de Conde o Marqués. Quizás fue esta circunstancia la que le hizo tomar a Godofredo de Bouillón, el conquistador de Jerusalén en la Primera Cruzada, el título de Barón Defensor del Santo Sepulcro. Pero aparte de los Barones feudales a que nos hemos venido refiriendo, esta dignidad comenzó a otorgarse por los Reyes como título de nobleza, pero hay que hacer constar que, en contraste con lo que ocurría en Francia, y sobre todo en Inglaterra (fueron los Barones quienes obligaron al rey Juan "sin Tierra" a firmar la célebre Carta Magna), en España los Monarcas concedían la dignidad de Barón con muchísima parquedad.

Los motivos de esta tacañería real en conceder el título de Barón quizás haya que buscarlos en el deseo de los Monarcas en preservar dicho título para los poseedores de Señoríos Jurisdiccionales que así lo solicitaban.

Con el paso del tiempo, los privilegios de los Señores Juridisccionales fueron menguando hasta que en el año 1.811 (6 de agosto), un decreto de las Cortes de Cádiz declaró a los Señoríos Jurisdiccionales incorporados al Estado. Señoríos que quedaron definitivamente abolidos por la Ley del 2 de febrero de 1.837. Las Cortes de Cádiz establecieron una indemnización para los afectados por el decreto, pero muchos de aquellos que se consideraron con derecho a ella, renunciaron a la misma, solicitando como compensación un título del Reino con la categoría y dignidad de Barón, lo que se vino a otorgar como real merced.

En resumen: Este título o dignidad de Barón se utilizó en Europa a partir del siglo X, pero con el tiempo su sentido varió según los países. En Francia, por ejemplo, hubo dos clases de Baronías: Los denominados Altos Barones, de los que ya hemos hablado, y los Barones ordinarios. Los primeros, como también ha quedado expuesto, debían poseer al menos cinco castillos. A los segundos, les bastaba con ser propietarios de uno o dos. Transcurriendo el tiempo, el título de Barón ha ido quedando reservado a una dignidad noble, inmediatamente después a la ocupada por los Vizcondes.

Los Gentilhombres

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

Que la nobleza se divide en determinados estratos sociales es cosa sabida. Tiene distintas categorías y hay que procurar colocar a cada uno en su lugar correspondiente al formular una explicación sobre la nobleza. Tratar el tema en su aspecto exacto, a la luz de la historia.

Naturalmente que estas instituciones han ido evolucionando a través de los siglos, pero sí puede hablarse de sus determinadas características, sin lastimar la exactitud de los datos. Comencemos por lo que es definición básica de la nobleza: Veamos su primer peldaño, al tiempo que vamos ascendiendo en su escala de valores.

La palabra "geltilhombre" tiene su origen en Francia, país donde se desarrollaron primitivamente las instituciones que formaron la Heráldica. El gentilhombre ya pertenecía a la nobleza. Se trata de una voz que procede de la latina "gentil homo". Por cierto, citando a Cicerón, habrá que decir que éste ya hacía una definición de los gentiles, advirtiendo que debían reunir las cuatro condiciones siguientes: La primera, tener un nombre común con las personas de su familia, lo que puede traducirse por el apellido; la segunda, ser un hombre libre, e hijo de personas libres; la tercera, que esta condición de libertad, sea de nacimiento, es decir que ninguno de sus antepasados perteneciera a la condición esclavos y la cuarta, que no hubieran sufrido penas de privación de libertad o destierro del país.

De acuerdo a estas ideas, el gentil para los romanos pertenecía a una agrupación de familias que tenían un nombre común a todos sus miembros, y esto hace muy difícil que existieran los gentilhombres antes de la Edad Media. Si se tiene en cuenta que hasta los siglos XI y XII no comenzaron a fijarse los nombres o designaciones personales convirtiéndose en apellidos. No obstante todo lo anterior, debemos tener en cuenta a otros pueblos que, aparte de los romanos, también tenían ya en la antigüedad una cierta nobleza. No debe olvidarse que para los denominados "Bárbaros" que invadieron el Imperio Romano, la profesión de las armas era la más noble que podía ejercer un hombre. Por cierto, hoy está totalmente admitido como un "bárbaro" aquel individuo que comete una fechoría, una crueldad, etc. etc. Originariamente ésto no fue así. Convendría dejar perfectamente aclarado que los romanos no denominaron a los pueblos invasores de Roma "bárbaros" porque éstos fueran una especie de fieras humanas. Sencillamente, en latín "barbarus" viene del griego, "bárbaro" y su significado es "extranjero". Por lo tanto, al citar a los bárbaros debe aplicarse la interpretación que los mismos romanos le dieron a la palabra, al definirla como al individuo perteneciente a cualquiera de los pueblos situados al margen de las civilizaciones griega o romana que consiguieron abatir al Imperio de Roma. Sencillamente, eso, unos extranjeros.

Pero no sólo fue entre los bárbaros donde los hombres libres al entrar en la profesión de guerreros se convertían en nobles, otro tanto sucedió con los francos. Fue el desarrollo de la institución feudal, originaria de Germania, la que, al invadir el occidente europeo, dió origen a la nobleza tal como hoy la concebimos, se trata del ejercicio de las armas. Pero ¿qué era un gentilhombre? ¿Qué características sociales debía tener para merecer tal dignidad? Eran hombres libres, que pertenecían a una familia legítima y, sobre todo, eran hombres de espada. No eran personajes de una categoría muy elevada, ni poseían grandes riquezas, ni extensos dominios. Simplemente disfrutaban de una situación económica suficiente para mantener su independencia. En España, la invasión musulmana dispersó a los elementos godo-romanos o autóctonos del país, obligados a refugiarse en las montañas del Norte de la península como su último baluarte frente a la marea sarracena que avanzaba sin cesar. Refugiados en los montes, se fueron reagrupando para emprender la contraofensiva que en la historia se conoce con el nombre de Reconquista. Conforme estos elementos iban recuperando tierras, les eran devueltas a sus antiguos propietarios, o dadas en propiedad a los hombres de guerra que ayudaban al rey en sus batallas contra los moros invasores. A propósito de esta calificación "invasores", entendemos que no debería cargarse excesivamente la mano al referirse a los musulmanes, pues convendría no olvidar que antes que ellos, los instalados en la península también fueron en su día invasores (visigodos y ostrogodos, ramas godas germánicas) y antes que ellos, los romanos también fueron invasores, al igual que los cartagineses. Si los musulmanes permanecieron más que los otros pueblos invasores en la península (800 años), naciendo como nacían en España, eran tan españoles o más que los visigodos del rey Rodrigo. Si los moros se hubieran convertido al cristianismo, no es arriesgado asegurar que posiblemente aún vivirían sus descendientes en España. La clase social de los hombres que estudiamos, fue recibiendo tierras otorgadas por los reyes y pequeños feudos con una sola condición: que estuvieran siempre dispuestos a prestarles la ayuda militar cuando les fuera solicitada.

Así fue como comenzó la nobleza natural, social o de sangre y esta pequeña nobleza fue la que constituyó la clase de los Gentilhombres o, si se quiere, la de los Ricoshombres. Hay que hacer una distinción entre los caballeros y los Gentilhombres o Hijosdalgo. El rey podía hacer al primero, pero no al segundo. Don Diego de Veira ya lo manifestaba al afirmar que "Puede el Rey facer caballero mas no fijodalgo". Porque el segundo tenía la nobleza de nacimiento y ya lo recogió el Conde de Lemos, cuando Felipe V equiparó los Pares de Francia a los Grandes de España: "Vuestra Majestad es muy dueño de mandar cubrirse en su presencia a quien le plazca. Pero contele que a los Condes de Lemos les hizo Grandes Dios y el tiempo". Esta distinción entre hidalguía y nobleza de nacimiento ha continuado hasta los días presentes y una cosa es lo primero y otra muy distinta la nobleza alcanzada mediante privilegios. Tanto es así que para el ingreso en las distintas Órdenes Militares se especificaba bien claro que el pretendiente debería ser "Hijodalgo de sangre" y no "Hijodalgo de privilegio". La hidalguía les viene a los hombres por linaje, según consta en las Partidas. Pero a diferencia de las costumbres francesas, bastantes de las cuales trató de imponer el rey Felipe V en España, en Castilla sólo se transmitía la condición de Hijodalgo por línea de varón, no como en Francia en la cual la madre también ennoblecía.

Existe también un dato que no está de más esclarecer: Cuando hablamos de solares, es decir de la casa principal donde se originó o se mantuvo un referido linaje, conviene tener en cuenta que los citados solares se dividían en "primarios", que fueron los que se fundaron en las montañas del Norte de la Península, lugares de donde partió la Reconquista, y "secundarios", que son aquellos heredados de sus mayores.

En la categoría de Ricoshombres hay que incluir a los denominados "infanzones", clase que se originó en Aragón, equivalente a la de los "hidalgos" castellanos.

Existía una distinción: los denominados "mesnaderos", que eran los hijos de Ricoshombres y que no heredaban la Ricahombría, por disponer, el padre, testamentariamente de ella en favor de determinado hijo.

Los restantes tenían que contentarse con el título de "mesnaderos", si bien es cierto que la voz "Infanzones" se utilizó en Castilla, pero fue quedando en desuso, excepto en Aragón donde se mantuvo.

Armerías

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

En Heráldica, las Armerías se dividen en trece clases:

- De Soberanía

- De Pretensión

- De Comunidad

- De Alianza

- De Concesión

- De Patronato

- De Sucesión

- De Familia

- De Enquerir

- Parlantes

- Cargadas

- Difamadas

- Brisadas

Primero: de Soberanía.

Se trata de aquellas que ostentan los Soberanos por los Reinos y Señoríos que poseen, lo que no impide que puedan unirlas a las peculiares de la familia de la que descienden.

Segundo: de Pretensión

Como norma casi general, los soberanos mezclan las de Soberanía o Dominio con las de Pretensión, ya que además de los países que rigen, acostumbran a utilizar también las Armas de los países o tierras a las que creen tener derecho. Como ejemplos, valgan los de las Casas Reales de Inglaterra y Francia: Los Reyes de Inglaterra durante siglos usaron también el título de Reyes de Francia y cuartelaban las armas de esta nación con las de sus dominios. ¿Y por qué los soberanos ingleses se creían con el derecho de serlo también de Francia? La contestación está en la Historia. En el año 1.154, Enrique Plantagenet, duque de Anjou y Normandía llegó a ser rey de Inglaterra y, de este modo, la mitad de Francia pasó a depender de la Corona de Inglaterra. Legalmente, Enrique como Duque soberano de Anjou tenía pleno derecho sobre aquella parte de Francia, por lo que al ser coronado rey de Inglaterra (por herencia, ya que era hijo de Godofredo V de Anjou que casó con la princesa Matilde, hija del rey de Inglaterra Enrique I) no tenía por qué renunciar a sus posesiones y Ducado de Anjou. Naturalmente, los reyes franceses no estaban dispuestos a que aquella parte de Francia, aunque no era suya, sino, lo repetimos del Condado de Anjou, quedara unida a Inglaterra lo que provocó la célebre guerra de los Cien Años en la que intervino cierto personaje asaz conocido: Juana de Arco, la famosa Doncella de Orleans. De ahí el motivo por el que los reyes ingleses, aún después de ser expulsados de Francia, continuaran llevando en sus blasones las armas de este país, considerándose en justicia soberanos del mismo.

Otro ejemplo puede encontrarse en las pretensiones que siempre tuvo la Corona francesa a la de Navarra. Los reyes de Francia usaban un escudo de azur con tres flores de lis de oro (que corresponde a Francia) y una cadena puesta en orla, en cruz y en sotuer de oro, teniendo una esmeralda en el centro por Navarra.

Tercero: de Comunidad.

Se trata de las Armerías que utilizan los Reinos, Estados, Repúblicas, Provincias, Ciudades, Obispados, Universidades, Corporaciones, Congregaciones y otras colectividades. Estas comunidades pueden ser seglares o religiosas. Los Estados, Ciudades y Provincias son comunidades seculares. En lo que respecta a las comunidades eclesiásticas, comprenden los Arzobispados, Obispados, Parroquias, órdenes religiosas, Monasterios, Seminarios, Cofradías y otras entidades.

Cuarto: de Alianza.

Corresponde a las armas que se añaden a las principales de una casa, cuartelándolas con ellas, con el fin de designar a las familias con las que se ha emparentado mediante enlaces matrimoniales.

Quinto: de Concesión.

Está perfectamente claro que se trata de las Armerías de nueva creación al alcanzar la nobleza determinado personaje por privilegio real.

Sexto: de Patronato.

Son aquellas que determinadas personas añaden a su familia por razón de sus cargos; se trata de una señal de jurisdicción o de derechos. Quienes solían recurrir a esta clase de Armerías eran por regla general los Gobernadores de provincias del Reino, los Virreyes, o los Alcaides encargados de la custodia o defensa de alguna fortaleza.

Séptimo: de Sucesión.

La misma designación ya lo está revelando. Se trata de las Armerías que se toman por virtud de herencia, legados o donaciones.

Octavo: de Familia.

Lo mismo que en el caso anterior, su clasificación está perfectamente definida: Son las que pertenecen a una casa y se utilizan para diferenciarla de las demás.

Noveno: Armas de Enquerir o de Enquerre.

Son alocuciones que provienen del idioma francés y significan inquirir, investigar, averiguar. Se denominan así aquellas Armerías que contradicen la regla heráldica de que jamás se debe poner color sobre color, ni metal sobre metal. Es una de las Leyes Heráldicas que nunca debe quebrantarse.

El motivo de que a este tipo de Armerías (que las hay) se le dé este nombre es por que la violación de la Ley induce a investigar, a averiguar, a inquirir, la causa excepcional que así lo ha permitido.

Décimo: Armas Parlantes.

Se trata de aquellas que utilizan figuras en el lenguaje gráfico que poseen el mismo significado, que en el hablado, tiene el apellido que se trata de representar heráldicamente. Por lo general, se usan en apellidos significativos, sacados de nombres de animales, de árboles, de accidentes geográficos, etc. (Por ejemplo, "De León", "Del Monte", "De la Higuera", etc. etc.)

A veces estas figuras representan asociaciones de ideas para expresar gráficamente el apellido. Pero conviene advertir que existen armas parlantes de mucho abolengo y arraigo, tomadas antes de la reglamentación, por así decirlo, del uso de los escudos. Por ejemplo, Ricardo Plantagenet, rey de Inglaterra, conocido como Ricardo "Corazón de León", llevaba en su escudo tres leones pasantes.

Undécimo: Cargadas.

Se trata de aquellas Armas a las que se carga o añade alguna pieza o figura en recompensa de un servicio eminente prestado por su poseedor.

Duodécimo: Difamadas o Descargadas.

Se trata precisamente de lo opuesto a lo anterior: cuando a determinadas armas se las descarga, se recorta, o se pone alguna señal especial en determinado pieza, como castigo por algún delito deshonroso cometido por su poseedor. Por ejemplo: en los tiempos de la Caballería en los que la generosidad hacia el enemigo vencido era una regla de honor, a todo aquel que hubiera matado a un prisionero de guerra, estando éste desarmado, se le castigaba cortando la punta de su escudo.

Al Caballero que era convicto de embriaguez, se le pintaban en el blasón dos figuras como "Y" de sable. Este castigo se hacía extensivo asimismo a todo caballero culpable de falso testimonio, perjurio, adulterio o blasfemia.

Decimotercero: Brisadas.

Se llaman así a las Armerías que no son llanas ni planas, sino que llevan añadida alguna brisura. ¿Qué significa esta palabra? Brisura es una adaptación del francés, corresponde en dicha lengua a "rotura" porque, en cierta medida, altera o rompe el escudo en que recae. Las brisuras consisten en piezas que se añaden a las Armerías para distinguir en un linaje las líneas secundonas y las bastardas de la línea primogénita y de las legítimas.

El jefe de la línea masculina primogénita, el Mayorazgo, usa de las armas puras y llanas que corresponden a la casa. Su hijo mayor usará el mismo escudo como sucesor del padre.

El hijo segundo, tercero y sucesivos, si los hubiere, están obligados a "brisar" sus armas para distinguirlas de las que corresponden a la línea principal. Estas "brisuras" se acostumbran a poner en el cantón diestro del escudo o en el centro del jefe.

Se reserva el cantón y flanco siniestro para los bastardos que todavía están más obligados a "brisar" sus armas que los hijos legítimos.

Un detalle muy importante: Jamás se pueden utilizar como "brisuras" las piezas que entran en el blasón real o nacional, como en Francia las flores de lis, en Alemania, las águilas, los leopardos en Inglaterra o los leones y castillos en España.

Vizcondes y Condes

Historia de la heráldica y de la Genealogía

El título de Vizconde tiene su origen en la época de los Emperadores romanos. Por entonces, cuando los Condes-Gobernadores se ausentaban de los Gobiernos encomendados a su autoridad, dejaban unos Tenientes con el título de Vicarios del Imperio para que los substituyeran durante dichas ausencias. Según sus méritos, dichos Vicarios podían ascender a la dignidad de Condes.

De acuerdo al latín de Edad Media, se llamaba "Vicecomites", a unos comisarios nombrados por los Condes para gobernar en su lugar. Algunas veces, los territorios que estos dominaban y sobre los que tenían jurisdicción eran tan extensos que se hacía preciso el establecimiento de dichos comisarios, para ejercer la autoridad condal en aquellos lugares excesivamente alejados de aquel donde el Conde solía tener su habitual residencia. Con el tiempo, el cargo de "Vicecomite" se convirtió en hereditario como el de los Condes. Este nombre, "Vicecomite", se convirtió en Vizconde y así lo denomina la Ley X de la Partida 2ª; "Vizconde tanto quiere decir como oficial que tiene lugar de Conde".

Una vez establecida la dignidad, el título de Vizconde se dio en ciertas ocasiones por el Rey y puestos en las ciudades que el monarca les asignaba. En otras, era el Conde o Duque que mandaba en determinada región, quien los nombraba.

Lo mismo que los Condes, los Vizcondes, como lugartenientes de aquellos, ejercían el Gobierno, el mando militar y estaban autorizados para administrar justicia.

Hay que tener en cuenta la época: Condes y Duques eran casi soberanos y extendían sus dominios en territorios muy grandes lo que hacía inevitable que delegaran sus atribuciones en unos, digamos, ayudantes que, con el paso del tiempo, acabaron en título de nobleza. Naturalmente habrá que advertir que los primeros Vizcondes eran elegidos entre los miembros del Estado Noble, es decir entre caballeros e hidalgos.

Y el tiempo también se encargó de que los Vizcondes, siguiendo el ejemplo de Condes y Duques, adquieran para sí territorios y castillos, convirtiéndose en señores y despojándose de la obligación que habían tenido de obedecer al Conde.

Cuando Carlomagno entró en Cataluña en el año 778 creó nueve Vizcondados, que fueron: Castellnou, Querforadat, Vilamur, Rocaberti, Bas, Cabrera, Cardona, Ager y Escornalbou.

Por tanto, en lo que se refiere a Cataluña, la dignidad de Vizconde, se encuentra en el privilegio concedido a los barceloneses por Carlos "el Calvo" fechado en el Monasterio de San Senín, a 12 de junio del año 844, y continuó durante los siglos IX y X y parte del XI.

Francia, y en concreto, los Condes de París, fueron de los primeros que subfeudaron parte de sus condados a otros señores que utilizaron ya el nombre de Vizcondes, encargándose de la administración de Justicia, que antes dependía de un Preboste. Otra de sus atribuciones fue la de mandar a los hombres de armas en sus Vizcondados.

Ascendidos a la nobleza, los Vizcondes catalanes, adquirieron una soberbia que les hacía llevar malamente la autoridad de su Conde y aun el homenaje y la sumisión que debían a sus soberanos, los Reyes de Francia primero y a los Condes de Barcelona después, hasta que a mediados del siglo XI, en la época de Ramón Bererguer I "el Viejo", comenzó a decaer la independencia de los Vizcondes, al tiempo que se reafirmaba la de los Condes.

Y es que, refiriéndonos a Cataluña, como Lugarteniente del Conde, existía siempre a su lado un Vizconde y a medida que aumentaba la influencia de éste, disminuía la del otro, pero conforme los condados del territorio catalán se fueron agregando a la Casa de Barcelona, quedaba en cada uno de estos un Vizconde que ya no tenía por que dar cuenta de sus actos a ningún Conde y la única soberanía a la que estaba sujeto era a la de su Soberano.

Crecía, pues, el poder de los Vizcondes que no llegaron a ser dominados por completo hasta 1.288, fecha en que Ramón Folch, Vizconde de Cardona, junto con sus familiares y allegados, se sometieron completamente al rey de Aragón y Cataluña, Pedro llamado "el Grande", poniendo a disposición de la Corona sus castillos, ciudades, villas, territorios y hasta sus personas.

Con esto, la dignidad de Vizconde sufrió un rudo golpe y los orgullosos caballeros de este título tornaron a ser lo que en un principio fueron: simples dignatarios con un título de nobleza, pero perdiendo la autoridad e independencia que, poco a poco, se habían ido adjudicando ellos mismos.

Con posterioridad se fueron titulando Vizcondes, los hijos mayores de los Condes. Fue una costumbre que estableció mediante sucesivas disposiciones legales para que, el referido título, honrara a los primogénitos de las casas que poseían otros mayores en jerarquía acorde a lo anterior, no se podía alcanzar el título de Conde o Marqués sin antes haber obtenido la calidad de Vizconde.

Pero el paso del tiempo y los intereses privados, aspecto este fundamental en cualquier estamento, redujeron, a mera fórmula, esta disposición; lo que quiere decir, que para obtener un título superior, se pasaba por el de Vizconde como un puro trámite.

Pese a todo lo anterior, con los sucesivos cambios, hubo y hay Vizcondes que permanecen con esta dignidad sin pasar a la inmediata superior de Conde. Y hubo Vizcondes que tomaron carta de naturaleza como títulos independientes.

Como en el caso anterior, el título de Conde también proviene de la antigua Roma. Si los emperadores denominaban como "Vicecomites", lo que más tarde fueron los Vizcondes, a aquellos servidores de la más alta nobleza, los llamaron "Comites", nombre derivado del latín "comes", es decir, compañero, hombre de confianza de la Casa Real con obligación de desempeñar para ella determinados servicios o funciones.

Estas dignidades les fueron otorgadas a los Generales del Ejército y a los Gobernadores de las provincias del Imperio. Así se establecía el gobierno de una provincia; los "Comites Minores", que regían una ciudad y los "Comites Majores", cargo intermedio entre los anteriores y los propios "Comites".

En la Administración pública de Roma, podían encontrarse cargos muy elevados, tales como los llamados "Condes Sagrados" por desempeñar ciertas misiones en el Palacio de los Césares, "Condes del Sacro Palacio" por ser Mayordomos y, "Conde los Criados" por ser aquel que se ocupaba de que todo fuera bien y controlaba la servidumbre.

En tiempos de Marco Aurelio, a los gobernadores que se ocupaban de la gobernación de España, se les denominaba Condes, ("Comes").

Sin salir de Italia, en el Vaticano ha existido el título de Conde Palatino, aunque ha sufrido algunas variaciones.

Los reyes franceses, imitando a los césares romanos también tuvieron sus Condes de Palacio a los que denominaron "Comite a palatii nostri" y "Comites sacri palatii". A otros altos vasallos de la Corona francesa, en la primera y segunda dinastía, se los tituló Condes Palatinos.

Los godos en España mantuvieron también sus Condes. De ellos se habla en el Fuero Juzgo y en los Concilios toledanos. Aquellos caballeros principales que poseían suficientes merecimientos para serlo, eran nombrados Condes.

De acuerdo a lo dicho por Ambrosio de Morales, "Siete oficios tuvieron los godos para el gobierno de las tierras en tiempos de paz: Ardingos, Condes, Rectores de las cosas públicas, Tiufados, Alcarios, Jueces y Saxones". Todo esto se confirma en los Concilios celebrados en sus tiempos, especialmente en los de Toledo y el "Fuero Juzgo", anteriormente citado. Basta con recordar al Conde don Julián, en el reinado del rey Rodrigo, en los primeros años del siglo VIII, y con más anterioridad, al conde Paulo, que se sublevó en tiempos del rey Wamba.

Los Condes pertenecían a la más alta nobleza que hubo entre los godos y, de entre ellos, se elegían a los reyes y fue título mucho más estimado que el de Duque. En los Concilios, los Duques se colocaban siempre detrás de los Condes. Durante la Reconquista, Castilla, Aragón y el Principado de Cataluña empezaron como condados. Esto evidencia la importancia de este título en aquella época. El primer Conde independiente de Castilla fue Fernán González, que, en realidad, era el rey castellano. Luego el título de Conde quedó reservado para la alta nobleza.

En tiempos de Fernando "el Santo" se daba de por vida, pero los descendientes no tenían derecho a heredarlo. Posteriormente se otorgó tal dignidad con carácter de perpetuidad para los sucesores. Los condados por concesión real o de privilegio empezaron con el título de Conde de Trastamara, otorgado en el año 1.328 por Alfonso XI. En lo que se refiere a Cataluña, el Condado de Barcelona tuvo su origen en un Estado que llevó el nombre de "Marca Hispánica", que dependía, en un principio, de los reyes carovingios, constituido por el territorio español comprendido entre los Pirineos y el río Ebro, unido a algunas provincias del sur de Francia. Actualmente, y desde la abolición de los Mayorazgos en España, el título de Conde ha quedado como signo de aristocracia y nobleza, pero sin las prerrogativas y privilegios de otros tiempos.

Marqueses y Duques

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

Marqués procede de la palabra alemana "Marken" y con ella eran designados aquellos nobles o jefes militares a los que se les encargaba el gobierno de las "marcas" o fronteras. A este respecto, hay que hacer constar que en tiempos de Ludovico Pío, durante el siglo VIII, fue denominada como Marca Hispánica lo que después sería el Principado de Cataluña.

En Francia, la región de Anjou era también una "Marca", porque estaba en la frontera de Bretaña y sus Condes usaban la denominación de Marqueses. Los Condes de Forcaldier eran también Marqueses porque gobernaban la Provenza. Los Condes de Flandes eran también llamados indistintamente Marqueses.

Existieron también los denominados Marqueses Palatinos, cargos muy semejantes a los de los Condes Palatinos. Estos títulos honoríficos se otorgaban a aquellos personajes que mantenían cargos de confianza en Palacio. Hay autores que están de acuerdo en que Marqués viene de una voz tudesca, pero cambian el "Marken", por "Marchgraph", que se traduce como "Capitán de Frontera", compuesta de "March", cuyo significado es límite o término, y de "Graph", que expresa Juez, Gobernador o Capitán, aunque también se le da el significado de "Señor de Grandes Territorios".

Se dice que en España el título de Marqués más antiguo que se conoce fue el del Marquesado de Villena en el año 1.366. Pero no son pocos los autores que rechazan esta versión, es decir que el título de Marqués no se utilizó en España hasta mucho tiempo después de la unificación de los Reinos de Castilla y León, cuando fue instituido el Marquesado de Villena anteriormente citado, ya que alegan que esta dignidad existía algunos centenares de años antes y que el Conde Bernardo de Barcelona en el siglo IX y algunos de los de Urgel ya se titularon Marqueses, como queda demostrado por escrituras y otros documentos que se encuentran en el Archivo de la Corona de Aragón, especialmente en la época de Wifredo "el Velloso".

En Francia hasta el año 1.505 no se concedió el título de Marqués y se hizo al convertir la Baronía de Trans, en la Provenza, en Marquesado de Trans. De acuerdo a la opinión de Covarrubias, los Marqueses eran, en realidad, Capitanes de Fronteras, por lo que fueron llamados "Limitáneos". Y esto es algo que confirma Bañuls al indicar que los Marqueses fueron en su origen oficiales encargados de la defensa de una frontera por lo que todavía se ve que los Marquesados se encontraban siempre en los límites de los Reinos.

Lo que sucedió es que con el paso del tiempo se fue concediendo el título de Marqués a determinados nobles por méritos ante la Corona o servicios prestados a la misma sin tener en cuenta para nada el origen de la dignidad. Al otorgar el título de Marqués los Reyes solían acompañarlo de privilegios y propiedades con vasallaje, una situación que permaneció hasta mediado el siglo XIX, en que los Marquesados quedaron como meros títulos honoríficos.

Se tiene por cierto que la dignidad de Marqués está sobre la de Conde. Tal cosa no se apoya en ninguna disposicin legal y aún es contraria a la antigüedad, donde se estimaba más, la concesión de Conde, que la de Marqués. Fue a principios del siglo XVI cuando se comenzó a dar más prioridad del título de Marqués sobre el de Conde. En el Nuevo Mundo la dignidad más antigua de Marqués es el de Valle de Oaxaca concedido a don Hernán Cortés, Conquistador y Capitán General. Esta dignidad le fue concedida por Carlos V con fecha 6 de julio de 1529. Le sigue en antigüedad el de Marqués de Salinas del Río Pisuerga, otorgado al Virrey de Nueva España, don Luis de Velasco, en 16 de julio de 1699.

Queda por decir que, al principio, los Reyes fueron más bien parcos en otorgar esta dignidad en España. Fue Felipe II el que aumentó el número de los Marquesados, y así lo fueron haciendo sus sucesores. En el Imperio Romano ya se conocía la dignidad de Duque. Viene del latín "ducere", "ducendo" o "dux", lo que significa conducir, mandar. Los Duques eran, por tanto, los jefes de los ejércitos. Los emperadores romanos ya tuvieron Duques con jurisdicción civil y militar para guarda y defensa de sus territorios. De acuerdo a lo indicado por Bastús, la dignidad de los Duques en España es muy anterior a los godos, señalando que ya los había en tiempos de los romanos. Pero añade algo que, sinceramente, no podemos avalar: según él, mucho antes de la llegada de los romanos y los cartagineses a España, ya existían los Duques en nuestro país, lo que equivale a decir que los había en tiempos de los iberos, lo que nos parece algo exagerado, pues es posible que existiese la función pero no la dignidad. Que en la época visigoda existieron los Duques no cabe duda alguna; basta recordar que, ya en tiempos del rey Wamba, existía el Duque Ranosindo. Por tanto, esta dignidad proveniente de la época romana se conservó después de la invasión de occidente por parte de los pueblos denominados "bárbaros".

El marqués de Santa Cruz, don Alvaro de Bazán, representado con armadura toledana y gola, así como con el collar de la Orden de Santiago, entre sus dos esposas, la primera, doña Juana de Zúñiga y la segunda, doña María Manuel.

Parece que, en época goda, los Duques gozaban de grandes privilegios como eran tener porteros de maza, heraldos propios, y aún la de emitir moneda en sus dominios. En la historia de España, recurriendo a antiguos documentos, encontramos que los primeros Duques fueron Severiano, Duque de Cartagena; Favila, Duque de Cantabria, padre del rey don Pelayo; Teodomiro, Duque de Auriola; Eudo, Duque de Guiena, que fue padre de la reina Muna, esposa del rey don Fruela y Bera, Duque de Septimania. En los primeros tiempos de la época visigoda, los caudillos, generales y gobernadores se denominaban Duques, esta denominación se convirtió más tarde, en el último tercio del siglo XVI, en título nobiliario de gran honor y dignidad. En su origen, la clasificación entre Duques, Marqueses y Condes, se establecía así: el Duque gobernaba una provincia, el Marqués una frontera y el Conde podía regir una provincia, un territorio o una sola ciudad. En Francia los reyes mantuvieron cierto recelo ante el poder de la nobleza y sobre todo de los grandes señores llamados Duques. Al comenzar a conceder título de dicha dignidad determinaron que las tierras erigidas en Ducado, si el titular fallecía sin hijos, revertirían a la Corona.

En lo que respecta a Castilla y León, los reyes concedían rarísimamente este título. Primero fueron de por vida, pero después se convirtieron en hereditarios. Los primeros Duques nombrados fueron los de Benavente, al infante don Fadrique, hermano del rey don Juan I de Molina, al célebre Bertrand Duguesclin de Valencia, a don Juan, Infante de Portugal; de Medina Sidonia, al Infante don Enrique, tío del rey don Enrique II; de Peñafiel, al Infante don Fernando, hijo del rey don Juan I. Con posterioridad, el de Villena, al Infante de Aragón, don Enrique, casado con su prima doña Catalina, hermana de don Juan I, Señor de Villena y el de Arjona, a don Fadrique de Castilla y de Castro. Al título de Duque es inherente el de Grandeza de España, denominándose "primos del Rey" y tienen el privilegio de poder cubrirse ante su soberano, de ahí su denominación de "Caballero que se cubre ante el Rey", lo que no debe interpretarse como que tuvieran, permanentemente, el sombrero puesto ante el monarca, sino que podían ponérselo no sólo cuando recibían el título de Grandes, sino cuando asistían a los actos en que lo recibían otros.

Signos heráldicos

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

Por regla general, se suele atribuir la difusión de la heráldica a unas fechas que se fijan en el siglo XII y comienzos del XIII con ocasión de las Cruzadas. ¿Quiere esto decir que con anterioridad la heráldica era materia poco menos que desconocida y, por supuesto, no utilizada? No es esa nuestra opinión, ni tampoco la de numerosos y acreditados heraldistas.

A este respecto consideramos muy interesante reproducir parte de la introducción que el prestigioso autor don Prancisco Piferrer efectúa en su "Diccionario de la Ciencia Heráldica" y que dice: "No sin motivo se lee que "Dios creó el mundo a las contínuas y perpetuas discusiones de los hombres"; de otro modo no sería fácil comprender como han podido surgir tantas cuestiones, tantas y tan diversas opiniones sobre las insignias, armerías y blasones, fijando unos su origen en Adán, otros en Noé, otros en el pueblo de Israel, otros en los Faraones de Egipto, otros en la Guerra de Troya: y así, estrechando las distancias de tiempo y disputándoles, siglo por siglo, su antigüedad, han atribuído algunos su invención a los griegos, otros a los romanos, otros a los alemanes, con motivo de sus justas y torneos, que comenzaron a principios del siglo VIII, otros a los franceses con motivo de los suyos, que empezaron a comienzos del siglo IX, y algunos sostienen que las insignias y armerías nacieron a fines del siglo X con ocasión de las primeras Cruzadas. Tanta diversidad de dictámenes y opiniones en una cuestión que tan clara nos parece ha de tener forzosamente por causa como sucede en la mayor parte de las cuestiones, alguna confusión introducida en las ideas o en las palabras con que se manifiestan. En efecto, basta examinar de paso las razones que cada uno aduce en apoyo de su tesis, para convencerse de que todos toman por origen de las insignias y blasones algunos de los grados por los cuales han pasado en su marcha regular y progresiva de desarrollo y perfección. Procurando pues, evitar toda confusión y ambigüedad en los términos, decimos que, consideradas las armerías, en su sentido general, extenso y genuíno de signo y emblemas para denotar ciertas diferencias o distinciones sociales o individuales empezaron como queda ya expresado, tan luego como hubo hombres en sociedad. Y aún consideradas en el estilo particular de nuestros escudos de armas o blasones, existieron ya con diferencias puramente accidentales entre los griegos, los romanos y otros muchos pueblos".

Expresa Piferrer además su absoluto convencimiento, que afirma puede demostrarse con sólidos y copiosos datos que los blasones o símbolos heráldicos son tan antiguos como el género humano. Expresa después su extrañeza de que muchos autores pasen por alto las pruebas que alega, concediendo, al origen del blasón, un tiempo casi moderno, dado que nadie ignora que tuvieron símbolos heráldicos muchos de los primeros pueblos y más antiguas ciudades del orbe y opina que de ahí la causa de muchas de las discusiones, que proceden de la confusión de ideas que dan pie a muchos criterios erróneos, que se admiten como verdaderos cuando, en realidad, son falsos lo que produce inexactas consecuencias. Tiene razón el acreditado autor: los signos heráldicos vienen de tiempos muy remotos y ahí están los distintivos de las doce tribus de Israel, cada una de las cuales poseía su propia distinción heráldica. O sea, que, nos vamos a una antigüedad de más de cuatro mil años. Y ¿qué se puede decir de la estrella de diez puntas representativa de los diez primeros discípulos de Cristo? Existen una serie muy grande de símbolos de aquel tiempo, algunos de los cuales han sido reproducidos en esta obra.

¿Alguien sería capaz de negar la autenticidad al sello del emperador romano Constantino I? Y aún avanzando más en el tiempo, en el siglo VIII ya existía el signo monástico representativo de "en el nombre de Dios" o los de la Virgen María del mismo siglo.

Siguiendo con Piferrer, es sumamente interesante su opinión respecto a aquellos que colocan el origen del blasón en las primeras Cruzadas, considerándolos poco menos que organizados y regularizados casi como en nuestros días. Se dice que las armerías nacieron con motivo de las repetidas hazañas y proezas de los cruzados, que recibieron los blasones como premio a las mismas, y así fue como la ciencia heráldica llegó a su estado de perfección.

Pero esto no quiere decir que no existiera con anterioridad. Volviendo al pueblo de Israel es harto conocido que tuvieron como símbolo el "Arca de la Alianza" y por divisa el sagrado nombre de "Javeh" (o Jehová, según su transcripción cristiana).

¿Olvidaremos que los antiguos egipcios tuvieron ya sus propios signos heráldicos? ¿O que para designar al Estado lo hacían por medio del dibujo de un cocodrilo? ¿O que su religiosidad poseía el signo de un buey "Apis"? Y que para referirse a su dios Horus pintaban la cabeza de un halcón.

La simbología, que es la base de la heráldica, aparece en tiempos remotísimos y ello es patente en este bajo relieve de un sarcófago del Museo de Valencia, en donde figura el símbolo o marca de Constantino, así como la cruz, palomas y corderos, todo ello perteneciente a la simbología cristiana de los primeros tiempos.

Para Piferrer afirmar que los egipcios adoraban al cocodrilo, al buey o al halcón, resulta equivocado. Los tenían como blasones y en prueba de aprecio y respeto los dedicaban a su dioses tutelares. Lo contrario, añade el citado autor, sería tanto como decir que los ingleses adoran al leopardo, los franceses al águila, los españoles al león y los madrileños al oso y el madroño, etc. etc.

Incluye una serie de pueblos que tuvieron sus símbolos heráldicos en diversos animales o plantas.

La palmera fue el emblema de los fenicios. La paloma esplayada en campo de oro, el de los asirios. Por su parte, los atenienses ostentaban la esfinge de Minerva, acompañada de un búho y un olivo. Los cartagineses tenían como símbolo la cabeza de un caballo. El dragón fue el emblema de los dacios. En cuanto a los romanos, la loba que amamantó a Rómulo y Remo. Los godos, al oso. Los antiguos galos, a la alondra. Y los chinos, a los que en justicia se considera como uno de los pueblos más antiguos de la tierra, tuvieron como blasón, y aún lo tienen, el dragón de oro en campo de gules y sinople.

En lo que respecta a las ciudades, Rodas un delfín, Antioquía, una matrona torreada de pie con un caballo a su lado. Argos, la ciudad griega del Peloponeso, un toro. Tiro, una nave. Corinto, un caballo con alas, el célebre "Pegaso". Siracusa, un carro tirado por cuatro caballos, y la victoria coronando al conductor. Sicilia, dos hachas.

Si tuviéramos que bucear en la historia de todas las ciudades encontraríamos que cada una tenía su propio signo que la identificaba.

Casi siempre este signo se elegía por su semejanza al nombre de la población, pero lo que no cabe duda es que esta heráldica municipal existe desde hace muchísimo tiempo.

Podríamos llenar mucho, muchísimo espacio, refiriéndonos a este tema, pero creemos que basta con los ejemplos citados.

Los blasones nacieron con el género humano y desde siempre tanto individuos como poblaciones han deseado tener su propio signo que las diferencie de las demás.

Ya Caín, el fratricida, llevó la marca heráldica en la frente, impuesta por Dios para que todos pudieran reconocerlo.

Gonzalo Fernández de Córdoba

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

En la Genealogía y la Heráldica de los los grandes linajes o famosos personajes encontramos a uno apasionante: Gonzalo Fernández de Córdoba.

En lo que se refiere a su linaje, consta que en el año 1.445, el rey, don Enrique IV, dió el título de conde Cabra a don Diego Fernández de Córdoba, el cual casó con Doña María Carrillo, y fue padre de don Diego, segundo Conde Cabra y Señor de Baena. Don Diego casó con doña María de Mendoza, hija de don Diego de Mendoza, Duque del Infantado y fue padre de don Diego, tercer Conde de Cabra.

En fin, por estos diversos enlaces se llegó hasta el personaje que nos interesa: Don Gonzalo Fernández de Córdoba.

Al ser esta serie un estudio sobre diversos temas de Genealogía y Heráldica, antes de entrar de lleno en la biografía del Gran Capitán, entendemos no está de más, llevar a efecto una información sobre el esclarecido linaje de los Fernández de Córdoba.

Se trata de una familia castellana muy noble, acaso la más importante de España. Con decir que llegó a poseer más de cien mayorazgos y otros tantos títulos y grandezas del Reino, creemos que está todo justificado en nuestra anterior apreciación. El tronco de este linaje fue don Alfonso Fernández de Córdoba, primer Señor del Castillo de Cañete de las Torres y del de Dos Hermanas, Adelantado de la Frontera de Andalucía, Alcalde y Alguacil de Córdoba.

Cuatro son las principales líneas de esta familia divida en líneas menores, ramas y subramas: Primera: Línea de Aguilar o Priego, formada en el siglo XIV por Gonzalo Fernández de Córdoba, Señor de Aguilar de la Frontera de Priego, de Cañete de las Torres y de Guadalcazar. Segunda: Línea de Cabra, fundada a fines del siglo XIV por Diego Fernández de Córdoba, Señor de Baena, Mariscal de Castilla y embajador en Portugal. Tercera: Línea de Comares o de los Donceles, iniciada por Diego Fernández de Córdoba, Alcaide de los Donceles y Señor de Chillón. Cuarta: Línea de Montemayor y Alcaudete, comenzada por Martín Alonso de Córdoba, Señor de Dos Hermanas y Montemayor.

De estas cuatro líneas, la de Comares se extinguió en 1.697 y sus títulos pasaron a la línea de Aguilar. La línea de Montemayor y Alcaudete se extinguió en 1.633 y de ella se derivaron las líneas y ramas de los Señores de Zuheros, la de los Señores de Albendin y Montalban y la de los Marqueses de Guadalcazar.

Hablemos de nuestro personaje no sin antes efectuar una observación. Cuando se habla de conquistadores, por lo general, la mente se orienta hacia aquellos que tuvieron como escenario de sus hazañas en América, es decir, a los Cortés, los Pizarro, los Balboa, Valdivia, etc. No obstante, como conquistadores también hay que calificar a aquellos que, sin salir de Europa, realizaron este tipo de gestas y basta recordar, como un solo ejemplo, al rey don Jaime I, llamado "el Conquistador", por tanto y aunque de inmediato vamos a pasar en sucesivos trabajos a ocuparnos de los conquistadores del Nuevo Mundo, nos ha parecido correcto comenzar esta relación de sus armas y sus hazañas por una de las figuras militares más grandes de nuestra historia, sino la que más; que por algo mereció el nombre de El Gran Capitán.

Nació don Gonzalo Fernández de Córdoba en Montilla en el año 1.453 y falleció en Granada en 1.515. Vivió, pues, sesenta y dos años. En un principio sirvió al infante don Alfonso, para pasar en seguida a la casa de doña Isabel "la Católica" que le llamó a Segovia en 1.474, es decir, cuando contaba veintiún años. Intervino en la guerra civil motivada por las pretensiones de doña Juana llamada "la Beltraneja" en favor de Isabel y peleó también valerosamente en la guerra de Granada. Actuó cerca del último rey de Granada para las negociaciones que conducirían a la entrega de esta ciudad a los Reyes Católicos. Siempre mereció la confianza de la reina Isabel quien, al plantearse la crisis italiana, cuando Carlos VIII de Francia decidió invadir Nápoles, decidió que el hombre indicado para reconquistar Nápoles y destrozar los ejércitos del monarca francés era Gonzalo Fernández de Córdoba. Tras un primer revés en Seminara, Fernández de Córdoba practicó una eficaz táctica de guerrillas en el suelo calabrés, mientras que, sostenido por la flota española, Fernando II, en quien había abdicado su padre, Alfonso II, entraba en Nápoles.

Al morir el soberano napolitano, su sucesor, su tío Fadrique, concedió a Fernández de Córdoba el Ducado de Santángelo y otros territorios de la Apulia.

El Gran Capitán, después de expulsar a los franceses de Ostia y entrar en Roma, regresó a España en 1.498. En ese mismo año murió repentinamente Carlos VIII, con quien Fernando el Católico había establecido la Tregua de Lyón y el rey español se apresuró a ratificar el Tratado con el nuevo rey francés, Luis XI. Pero había una diplomacia secreta entre ambos monarcas, aquella que decidía el reparto del reino de Nápoles entre ambos, correspondiendo a España, Calabria y Apulia (Tratado de Granada en el año 1.500). Cumpliendo las órdenes de Fernando "el Católico", el Gran Capitán con apoyo naval, pero con un exiguo aunque bien disciplinado ejército, se adueñó rápidamente de los territorios asignados a España.

Una vez vencidos los napolitanos, pronto se desencadenaron las discordias entre Francia y España. La segunda guerra de Italia, que abarcó desde 1.502 a 1.504, trajo consigo la reconquista de Nápoles para la Corona Española.

Las hostilidades fueron abiertas por Francia, con tal violencia y fuerza que Gonzalo Fernández de Córdoba tuvo que refugiarse en Berletta, y sitiado en la citada plaza, resistió hasta la llegada de los refuerzos que solicitaba.

Mientras la maledicencia motivada por la envidia que algunos sentían en España hacia él comenzó a minar su prestigio militar y la propia reina doña Isabel tenía que convertirse en su defensora, rechazando los cargos de ineptitud que se le hacían por su forzada inactividad en Berletta. Lo que ocurría era que el Gran Capitán sabía perfectamente que con las escasas fuerzas de que disponía no le era posible llevar a efecto una salida para atacar a los franceses, pues de hacerlo iba a una derrota segura. Pero una vez que le llegaron los refuerzos solicitados comenzó las operaciones militares, atacando a los franceses y obteniendo de inmediato las famosas victorias de Ceriñola y Garellano con lo que se silenciaron las lenguas envidiosas y recobró todo su alto prestigio militar. Ante el cariz que tomaban los acontecimientos, el rey francés propuso a Fernando "el Católico", la firma de la paz, lo que se llevó a cabo por el Tratado de Lyón.

Como premio a sus servicios el Gran Capitán fue nombrado Virrey de Nápoles. Administró bien los Estados bajo su gobernación, pero entonces las acusaciones contra su persona tomaron un rumbo distinto. Se dijo que recompensaba con excesiva liberalidad a sus oficiales, lo que parece que sí fue cierto. Quizás fue esto lo que suscitó las suspicacias del rey Fernando hacia él. Cuando el Monarca viajó a Nápoles para tomar posesión de aquel reino, chocó con el virrey a quien depuso, obligándole a regresar a España.

Conocida es la anécdota de "las cuentas del Gran Capitán" cuando Fernando "el Católico" le exigió que presentara la debida nota de gastos que a él le parecían, no sólo excesivos, sino exagerados. Ya se sabe aquello de "...en palas, picos y azadones, cien millones..."

De su fortuna, motivo que despertó la sospecha del Rey Católico, habla el embajador de Venecia en la corte de España, micer Andrés Navajero que cuando se refiere al Gran Capitán escribe: "Heredó pocos bienes; con su virtud y trabajo dejó al morir más de cuarenta mil ducados de renta".

Las armas de este esclarecido linaje son: Escudo cortado: 1º, de oro y tres fajas de gules ondeadas. 2º; de plata y un rey moro de Granada atado con una cadena. En bordura sesenta y cuatro banderas de diferentes colores.

Alvar Núñez Cabeza de Vaca

Historia de la heráldica y de la Genealogía

Estudiando los linajes y blasones de figuras destacadas de la historia nos dedicamos en este caso a Alvar Nuñez Cabeza de Vaca.

Nació este conquistador en la localidad de Jerez de la Frontera en el año de 1.500 para morir en la ciudad de Sevilla en 1.560.

Nacido en el seno de una familia noble, su carácter inquieto, lo llevó a unirse a la expedición que el día 17 de noviembre de 1.527 zarpó de Sanlúcar al mando de Pánfilo de Narváez, en calidad de tesorero y alguacil mayor, con el propósito de colonizar la costa del golfo de Méjico y Florida.

Después de recalar en la isla de Cuba continuaron navegando hasta desembarcar en Tampa (Florida), donde Narváez despidió las naves con el propósito de seguir avanzando por tierra firme. A esta decisión se opuso Cabeza de Vaca, pero no fue tomada en cuenta su opinión.

Lo que fue la travesía de la selva, en condiciones penosísimas, no es para describirlo. Enfermedades y hambre se unieron para ir reduciendo el número de expedicionarios que, después de innumerables sufrimientos, consiguieron llegar hasta Apalache. Allí, unos hombres debilitados, tuvieron que enfrentarse a la belicosa tribu de los indios timalcuanos. Los hechos daban la razón a Cabeza de Vaca partidario de haber costeado con las naves la tierra, en lugar de internarse por parajes desconocidos y, como se evidenció, repletos de peligros.

Pánfilo de Narváez, ante las dificultades que ofrecía el terreno, hizo construir cinco canoas en las que se embarcaron los expedicionarios, costeando a Misisipí, alcanzando una isla a la que denominaron de Malhado por las penalidades que en ella se vieron obligados a soportar. Junto a ella, naufragaron las canoas, pereciendo el jefe de la expedición, Narváez.

De los 240 hombres que habían emprendido la aventura, tan sólo quedaban 80. Y aún ese número se fue reduciendo, hasta que sólo, quedaron cuatro: El propio Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, Alonso del Castillo, Andrés Dorantes y el muchacho marroquí Estebanillo.

Lo que sigue daría base para escribir no una, sino bastantes novelas de aventuras. Ocho años vivieron los cuatro hombres envueltos en tales peripecias, que un autor nada hubiera tenido que inventar para dotar a su obra del interés novelesco: recorrieron gran parte del actual Estado de Texas, haciéndose pasar por curanderos ante los indios. Siempre en dirección a Occidente, remontaron el Río Grande cruzaron lo que hoy es el Estado mejicano de Chihuahua y la Sierra Madre para penetrar en los valles de Sonora.

Vencieron innumerables peligros y pareció cosa milagrosa que siguiendo el curso del Petatla, alcanzaran Sinaloa, donde hallaron un destacamento de españoles que los condujo a Culiacán y Compostela en la Nueva Galicia.

De allí se trasladaron a la ciudad de Méjico y en 1.540, Cabeza de Vaca, después de una larga negociación obtuvo una capitulación en la que se le concedía la gobernación de Río de la Plata, con los mismos límites que a Pedro de Mendoza y el título de Adelantado, Capitán General y Alguacil Mayor.

Pero se establecía que, en caso de vivir Juan de Ayolas, lugarteniente de Mendoza, Cabeza de Vaca se le subordinaría, limitándose a la gobernación de la isla de Santa Catalina.

Lo más curioso de estas capitulaciones fueron algunos artículos que contenían, como por ejemplo la prohibición absoluta de que se establecieran en aquellas regiones letrados y procuradores, por las disidencias que su presencia creaba y que daba lugar a no pocos pleitos y era deseo de la Corona que tal cosa no se produjera.

Se obligaba asimismo, Cabeza de Vaca, a permitir que los alcaldes fueran elegidos por los vecinos sin mediar él en dicha elección, ni presionar para que fuera elegido aquel que él prefiriera para dicho cargo.

Todas aquellas condiciones limitaban de tal forma el poder de Alvar Nuñez Cabeza de Vaca que era lógico pensar que su desempeño, en el cargo de gobernador, no le iba a resultar nada fácil.

A finales del año 1.540, emprendió la ruta del Nuevo Mundo con dos naves. El 29 de marzo, llegó a la isla de Santa Catalina donde recibió noticias de Buenos Aires y de Asunción a donde decidió encaminarse.

Acompañado por casi toda su hueste, excepto algunos soldados que dejó en la isla de Santa Catalina, pasó al continente internándose por el territorio habitado por los indios guaranís. Descendió por el valle de Iguazú y llegó a Asunción en marzo de 1.542, tras recorrer más de 400 leguas, unos dos mil doscientos kilómetros.

En Asunción, al tener noticias de la muerte de Juan de Ayolas, Alvar Núñez Cabeza de Vaca asumió el cargo de Gobernador que venía desempeñando hasta su llegada Domingo Martínez de Irala. Desde el primer momento, Cabeza de Vaca quiso poner orden en el territorio bajo su mando, cortando los abusos de algunos oficiales, lo que le atrajo no pocas enemistades.

Decidió llevar a cabo una exploración hacia la Sierra de la Plata, en la región del Potosí, que confió al mando de Irala. Era tan sólo una tentativa, porque la gran expedición se la reservaba para él.

Pero una conjura de los descontentos contra su política, la retrasó hasta septiembre de 1.543. En esta fecha salieron de Asunción diez navíos, llevando cuatrocientos soldados españoles y numerosos indígenas.

En Puerto de los Teyes quedó la flotilla en tanto que el grueso de la expedición se internaba por el territorio del Chaco, hasta alcanzar los dominios de los indios chiquitos.

Y comenzó el drama tantas veces repetido en la conquista del Nuevo Mundo: Faltaron los víveres, los indios se mostraron hostiles, aparecieron fiebres y enfermedades, todo lo cual obligó al regreso sin alcanzar los fines para los que se había programado la expedición.

Tan sólo unas avanzadas, compuestas por pocos hombres, mandadas por Hernando y Francisco de Rivera consiguieron obtener datos concretos acerca de la Sierra de la Plata.

Pero estos datos estaban entremezclados con las leyendas de las Amazonas y del Dorado, las primeras, una tribu de mujeres guerreras y el segundo, un rey indígena que todas las mañanas bañaba su cuerpo en polvo de oro.

Hoy, cosas así no sólo nos producen escepticismo sino incluso risa. Pero entonces, acaso guiados por la sed del oro, lo cierto es que no fueron pocos los que dieron crédito a tales fantasías, entre ellos el célebre conquistador vasco Lope de Aguirre del que se dice que nunca tuvo el juicio sano.

El 8 de abril de 1.544 Cabeza de Vaca llegaba a Asunción para enfrentarse a un motín que había tramado el contador Felipe de Cáceres, el veedor Alonso de Cabrera y otros oficiales reales.

Alvar Núñez Cabeza de Vaca fue hecho prisionero e Irala, que era quien en la sombra había manejado los hilos de la conspiración, se hizo nombrar gobernador general.

Tras casi un año de prisión, Cabeza de Vaca fue enviado a España junto con una relación de los cargos que se le imputaban. El proceso abierto por el fiscal del Consejo de Indias duró ocho años, siéndole impuesta a Alvar Núñez Cabeza de Vaca la pérdida de su cargo y el destierro a Orán, pero esto no lo cumplió.

Ya fue un golpe bastante duro para él encontrarse desposeido de su autoridad en el Nuevo Mundo.

Ya no volvió jamás al continente americano, falleciendo en Sevilla a la edad de sesenta años, acaso con el cuerpo quebrantado por tanta fatiga y sufrimiento habido en su vida.

Alvar Núñez Cabeza de Vaca, personaje real, es el prototipo del héroe de una novela de aventuras. Su existencia y cuantos peligros corrió la narró él mismo en su obra "Naufragios", impresa en el año 1.542 con el título de "La relación que dio Alvar Núñez Cabeza de Vaca de lo acaecido en las Indias en la armada donde iba por Gobernador Pánfilo de Narváez, desde el año de veinte y siete hasta el año de treinta y seis que volvió a Sevilla con tres de su compañía".

El escudo de Alvar Núñez Cabeza de Vaca porta el águila bicéfala, con el lema "Ave María". Pero no deja de extrañar que en un hombre como él, que pasó gran parte de su vida embarcado y naufragando, no se incluya una nave en sus armas.

Linaje de los Chimalpopoca

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

Como un dato muy curioso en lo que se refiere a la materia heráldica, creemos interesante reproducir el único linaje, auténticamente nativo:

El linaje mejicano de los Chimalpopoca, que ostenta escudo de armas propio de la familia.

Hay que advertir que estas armas, no fueron otorgadas por los reyes españoles quienes, a pesar de otorgar mercedes a la familia que vamos a estudiar, ninguno les confirió escudo de armas. No obstante, en el siglo XVIII el linaje de los Chimalpopoca comenzó a utilizar un simbólico blasón que siempre ponían en sus escritos y documentos.

Hay que aclarar también que los de este linaje estaban equiparados a los Hijosdalgo de Castilla y gozaron de innumerables privilegios y exenciones por parte de los monarcas españoles.

Todo parte de la persona del último Emperador azteca, Cuauhtémoc, el monarca que por su valor contrasta con la medrosidad de su tío, el también Emperador, Moctezuma.

La vida de este hombre, al que el pueblo mejicano tiene por su héroe nacional, se cortó, se dice, por orden de Hernán Cortés, un acto inexplicable porque ya el monarca azteca se había rendido al no poder prolongar más su resistencia y era prisionero de los españoles.

No es nuestro deseo ahondar en este suceso, pero tampoco deseamos hacer cargar al conquistador español con una culpa que, a lo mejor, no tuvo, ya que bien pudo suceder que la ejecución del caudillo azteca fuera cosa de alguno de sus propios capitanes, sin conocimiento de Cortés, para ganarse el favor de los "dioses" conquistadores.

Lo que sí resulta imposible negar de una forma categórica es que fue por orden suya, al parecer, el tormento a que fue sometido Cuauhtémoc, es decir la llamada "prueba del fuego".

En las biografías sobre Cortés se aclara que este hecho fue lamentado por el propio conquistador: se debió a que el Emperador azteca había hecho arrojar al agua todos los tesoros, antes de permitir que cayeran en poder de los españoles, los soldados, ávidos de oro, exigieron a Cortés que le diera tormento para obligarle a que revelara el lugar donde había arrojado el tesoro.

Cortés se negó y entonces los soldados le acusaron de haberse puesto de acuerdo con el vencido Emperador para apoderarse de todo.

Hernán Cortés, así obligado, tuvo que ceder. De todos modos este es un suceso lamentable que empaña un tanto la conducta del gran conquistador de Méjico.

Pero como la historia que nos interesa es otra, dejemos este desdichado episodio a un lado. Según la tradición que se conserva en la familia Chimalpopoca, Cuauhtémoc tuvo un hijo natural de la princesa de Ixtapalapa y de ahí provienen todas las ramas que con diferentes variantes se fueron extendiendo por todo Méjico.

De acuerdo a esta versión, Cuauhtémoc en los días de la conquista española se enamoró de Citlali, hija del cacique de Ixtapalapa, teniendo amores con ella de cuyo fruto dió a luz la citada princesa el día 13 de agosto de 1.521, fecha de la toma de Tenochtitlán.

El niño, gracias al desconcierto y confusionismo de aquellos momentos, pudo ser puesto fuera de todo peligro por su abuelo Xolotl, que lo llevó al poblado de Ichcateopán, donde se cuidó de su educación. El niño creció con el nombre de Juan Cuauhtémoc Chimalpopoca.

Cuando el país estuvo pacificado regresó el muchacho a Méjico quedando bajo la protección de fray Pedro de Gante quien procedió a bautizarlo instruyéndolo en la doctrina cristiana y así creció. Tiempo después Juan Cuauhtémoc Chimalpopoca retorna a Ichcateopán donde contrajo matrimonio con doña Eleonora de Guzmán y Mendoza, teniendo un hijo al que se le dió el nombre de José Omatzizitlain Chimalpopoca, que a su vez casó con Antonia Tetzilaixtac naciendo de ambos José Antonio Amoxtli Chimal Popoca, que fue el tronco de la familia que fue ramificándose por todo Méjico.

En toda esta historia existen, naturalmente, lagunas producidas en su mayor parte por la destrucción de archivos de la zona donde estuvo asentada, pero aún quedan documentos que atestiguan la veracidad de lo expuesto.

Que esto es así lo demuestra el hecho de que a través de los siglos se ha venido reconociendo la nobleza de este linaje, dándoles siempre el tratamiento de "caciques" de acuerdo a gran número de documentos.

Acorde a todo lo anterior, un miembro de esta familia, a fin de evitar conflictos en el seno de ella, puso a su primer hijo el apellido "Chimal" y al segundo el de "Popoca", a fin de que en adelante no hubiera problemas de reclamaciones.

Este linaje desempeñó no sólo cacicazgos sino también cargos de importancia en la Administración colonial española.

De acuerdo a las disposiciones dadas por la Corona Española, desde los primeros años de la colonización, a los pueblos indígenas no se les debía molestar en la práctica de sus usos y costumbres, siempre y cuando con su actitud no contrariaran al cristianismo, ni a las leyes hispanas.

Todos estos pueblos tuvieron sus gobiernos con sus propios caciques. Estos, por regla general, aunque se dejaba a los nativos escogerlos, muchas veces eran seleccionados por el Virrey, que colocaba al frente de dichos gobiernos a indios de nobleza reconocida.

En puestos de esta importancia fueron colocados muchos hombres del linaje que venimos estudiando. En ocasiones los cargos de cacique y gobernador recaían en la misma persona o el segundo cargo se le otorgaba a un familiar del primero.

Solamente los indios nobles podían ser caciques o gobernadores y como los Chimalpopoca lo fueron, tal cosa es señal de que su nobleza era reconocida por las Autoridades españolas.

En el año del Señor 1.430 en Tlacolpan, hoy Tacuba, ya aparece asentada una familia Chimalpopoca, que era propietaria de cuantiosos bienes, gozando durante varias generaciones del cargo de caciques principales, denominándose Cortés Chimalpopoca.

Esta ilustre familia recurrió directamente a la corona española reclamando ser reconocida como auténticos y reales descendientes directos del Emperador Moctezuma.

El rey Felipe II, por Real Cédula de fecha 3 de marzo de 1.564, otorgó armas a esta familia o rama de los Chimalpopoca.

Hay un testamento otorgado por don Diego Cortés Chimalpopoca, natural y vecino del pueblo de Tacuba, de fecha 28 de marzo de 1.750 que cita diversos enterramientos para sus descendientes.

Señala el expresado ser descendiente de don Antonio Cortés Totoquiuastli, quien precisamente fue el fundador de la iglesia de San Gabriel Arcángel, parroquia de Tacuba, que se termino de construir en mayo del año 1.573.

Los descendientes de este linaje no sólo ocuparon cargos de responsabilidad en la administración civil española, sino que algunos de ellos se incorporaron a los Reales Ejércitos, llegando a alcanzar altos grados militares.

La lista de los componentes de este linaje que dejaron probada su nobleza es demasiada extensa para consignarla en su totalidad.

Pero existen documentos que prueban cómo fueron poseedores de grandes haciendas, ostentando los cargos de alcaldes en diversas poblaciones. Otros fueron gobernadores, propietarios de minas, etc.

Hay constancia de Reales Cédulas por las que se les exime del pago de impuestos.

A través de sucesivos entronques matrimoniales, los de esta familia fueron oreando nuevas líneas del linaje.

El origen de esta estirpe parece remontarse hasta Acamapichtii, manteniéndose su nobleza en línea hasta Cuauhtémoc.

Y ésta es la historia de un apellido mejicano que, aunque no otorgado por los Reyes españoles, ostenta un blasón.

Sus armas son: En campo de azur un águila imperial de su color coronada de oro, posada sobre un nopal en sinople, devorando una serpiente del mismo color. En la parte superior, dos estrellas de oro, una macana al lado diestro y un escudo de oro humeante al lado siniestro y en la punta de dicho escudo, esta leyenda: "Ni el oro, ni el favor".

Naturalmente que el águila y la serpiente, así como el nopal se encuentran en el escudo de Méjico. Pero, como ya ha quedado expuesto, los del linaje Chimalpopoca se consideran de origen real.

El Virrey Antonio de Mendoza

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

Todo comenzó en el Perú. Gonzalo, el hermano menor del conquistador Francisco Pizarro, enemistado con el gobernador Vasco Núñez Vela, de quien se dice era hombre durísimo, se enfrentaron abiertamente en lucha. Gonzalo entendía que el país, conquistado gracias al esfuerzo de los Pizarro, era suyo y el gobernador tan sólo un intruso que gobernaba en nombre de un usurpador, en este caso, nada menos que el Emperador Carlos I.

En la batalla, el gobernador Núñez Vela fue muerto, se le cortó la cabeza y quedó expuesta en Quito hasta que Gonzalo mandó quitarla. Gonzalo Pizarro y sus huestes decidieron hacer frente al poder real; después de lo ocurrido al vencido Núñez Vela sabían que no podían esperar perdón. Hubo un plazo de varios meses en los que gobernó Gonzalo Pizarro. Pero las nuevas de lo que estaba sucediendo en el Nuevo Mundo llegaron hasta Carlos I, que guerreaba a la sazón en Alemania, por lo cual decidió enviar al Perú a una persona capaz de volver las cosas a su debido cauce.

El hombre elegido fue Pedro de La Gasca. Éste, apenas llegado, ofreció el perdón para los "encomenderos" que seguían a Gonzalo Pizarro.

Con ello consiguió que muchos partidarios de éste se pasaran a su bando, pero no logró la obediencia de Pizarro porque éste, aconsejado por Francisco de Carvajal, a quien llamaban, el demonio de los Andes, juzgó que el perdón era imposible y que las promesas de La Gasca no se cumplirían.

La batalla definitiva entre el ejército organizado por La Gasca y las huestes de Gonzalo Pizarro resultó una derrota para éste que, hecho prisionero, fue ejecutado en compañía de Francisco de Carvajal.

Pedro de La Gasca, una vez cumplida su misión, decidió su regresó a España llevándole al emperador la no despreciable suma de más de un millón y medio de pesos oro. Así finalizó el primer intento de independencia de una porción de América.

Pero la continuación de los anteriores episodios se produjo en Nicaragua. En 1.534 ostentaba la gobernación de este territorio Rodrigo de Contreras, casado con doña María de Peñalosa, hija de Pedrarias Dávila, el anterior gobernador. Contreras heredó los cuantiosos bienes de su suegro, lo que le convertía en el más poderoso personaje de la América Central. Pero también heredó los odios que había contraído el viejo gobernador lo que se tradujo en una continua lucha contra sus vecinos.

En su exploraciones fue a enfrentarse con fray Bartolomé de las Casas y obligado por este tuvo que emprender viaje a España para aclarar las acusaciones que contra él se hacían. En este tiempo se publicaron las nuevas leyes que le privaban de la gobernación.

De vuelta de España coincidió en Panamá con el virrey Blasco Núñez Vela al cual pronosticó una catástrofe si se atrevía a aplicar las nuevas leyes en aquel reino -el Perú-, "porque los que viven allí no son de baja suerte, ni gente soez, sino todos los más hijosdalgo y vienen de padres magníficos".

A pesar de su discurso "comunero", Contreras sirvió fielmente al Emperador y a él se debió que los pizarristas no invadieran Nicaragua. Pero el gobernador Contreras encontró un temible enemigo en la persona del Obispo Antonio de Valdivielso, que acabó por deponerlo.

Contreras para justificarse de los cargos que contra él efectuaba el obispo, se embarcó para España, dejando en Granada de Nicaragua a su esposa doña Marila y a sus hijos Hernando y Pedro, mozos de bien probado valor. En casa de los Contreras vinieron a refugiarse compañeros del ajusticiado Gonzalo Pizarro, entre ellos Juan Bermejo, hombre de pésimos antecedentes y experto en las cosas de la guerra. Estos desterrados convencieron a Hernando de Contreras para que se hiciese Príncipe del Perú, restaurando el Imperio de los Incas. Y así, el 26 de febrero de 1.550, Hernando de Contreras y sus secuaces asesinaron al obispo Valdivielso y Hernando tomó el título de Príncipe de Cuzco y Capitán General de la Libertad.

El 21 de abril de 1.550, el Ejército de la Libertad tomó Panamá haciéndose dueño de las inmensas riquezas acumuladas en la ciudad. Todo este complejo entramado desencadenó el levantamiento de los vecinos de Panamá contra Contreras y los suyos y su victoria sobre el ejército de Juan Bermejo. Hernando de Contreras huyó a través de la selva y murió, se dijo, devorado por un caimán. De su hermano Pedro, que también huyó, jamás volvió a saberse, suponiéndose que murió también.

Y aquí, en este momento, es donde entra nuestro personaje, el virrey Antonio de Mendoza, prudente y experto. Por todos los medios trató de apaciguar los rescoldos que habían quedado en Cuzco de la rebelión, primero de Gonzalo Pizarro y después de los dos hermanos Contreras.

Antonio de Mendoza siempre fue un leal servidor del Emperador Carlos V. En la guerra de los Comuneros no vaciló en alistarse bajo las banderas de Carlos y lo hizo con tanto valor y eficacia, que le valió la recompensa de ser nombrado Caballero de la Orden de Santiago.

Cuando en el año 1.535 se tomó por la Corona la decisión de crear el virreinato del enorme territorio que hoy conocemos como Méjico, aunque todavía era Hernán Cortés Capital General de dicha zonas, el Emperador nombró a don Antonio de Mendoza para dicho cargo.

Las atribuciones que llevaba Mendoza eran tan amplias que el choque con Hernán Cortés era poco menos que inevitable, pero en esta ocasión el Conquistador de Méjico nada podía hacer para oponerse a la voluntad real. Acató la autoridad de Mendoza que, por otra parte, poseía un carácter conciliador. Quizás para contentar a Hernán Cortés, el emperador Carlos I le había nombrado con anterioridad a la llegada del nuevo virrey, Caballero de la Orden de Santiago y Marqués del valle de Oaxaca.

De todos modos, Hernán Cortés no debió sentirse plenamente satisfecho y emprendió viaje a España para defender, lo que él entendía, con obsesiva fijación su justa causa, ante el Consejo de Castilla. Ya no volvería a América, muriendo en España.

Conocida es la anécdota de Cortés, harto de pedir audiencia a Carlos I sin que este se la concediera, se encontró con el Monarca en el exterior de Palacio y cuando este le preguntó quien era el conquistador replicó:

"Soy el hombre, Señor, que ha ganado para Vos más tierras que países os legaron vuestros antepasados". Pero esto ya es otra historia.

El virrey Mendoza procuró gobernar Méjico con prudencia y tacto, activando la economía y fundando la primera Casa de la Moneda en aquel vasto país.

Hizo más: compasivo como era, se apiadó de la condición de los indios a los que benefició, eximiéndoles del pago de ciertos tributos.

Pero estas medidas no le hacían olvidar los intereses de España y a tal fin procuró su expansión con una serie de expediciones hacia las tierras del Norte, entre ellas, la de Vázquez de Coronado a Nuevo Méjico, Alarcón, al río Colorado. Pero de su tranquilo virreinato de Nuevo Méjico le sacó otra orden imperial: ocupar el mismo cargo, pero en el Perú con el encargo de acabar con las revueltas de los antiguos seguidores de Gonzalo Pizarro. Sólo un año duró su gobierno y murió en 1.552.

Pero para sucederle llegó a Lima otro miembro de su ilustre familia.

El nuevo virrey fue Andrés Hurtado de Mendoza, Marqués de Canete. El rigor con que el padre La Gasca, que a su regreso a España fue elegido Obispo, dado su carácter eclesiástico, trató a los partidarios del ejecutado Gonzalo Pizarro, había creado en Cuzco un ambiente de descontento del que se aprovechó cierto caballero, muy osado, llamado Francisco Hernández Girón.

Y la rebelión fue a estallar en el sitio donde menos podía esperarse: con ocasión de la boda en Cuzco de Alonso de Loaysa, sobrino del arzobispo de los reyes, con doña María de Castilla, sobrina de don Baltasar de Castilla, en la cena nupcial, a la cual asistía el corregidor, irrumpió en la sala Hernández Girón seguido de sus secuaces. El corregidor fue preso, los rebeldes quedaron dueños de la ciudad e hicieron morir a don Baltasar de Castilla. Francisco Hernández Girón se hizo nombrar Capitán General. Tenía por apoyo a todos los descontentos de las pasadas contiendas.

El Virrey Hurtado de Mendoza se encargó de eliminar los sueños del rebelde que había pensado hacerse coronar como Inca del Perú. Derrotado, fue preso cuando intentaba huir y fue ejecutado en Lima el 6 de diciembre de 1.554. A partir de entonces, la autoridad real representada por el virrey ya no fue discutida por nadie.

Pedro de la Gasca

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

Nacido en Navarregadilla en el año 1.494 y muerto en 1.567, Pedro de La Gasca, este hombre que participó tan activamente en la Conquista del Nuevo Mundo, tiene un carácter muy especial: su condición de eclesiástico, lo que haría presumir que tal dato le hace lo más alejado de las armas que cabe imaginar.

Y, sin embargo, no fue así. No sólo participó en hechos bélicos, sino que convertido en juez y ejecutor, firmó e hizo llevar a cabo no pocas sentencias de muerte.

¿Quién le iba a decir a un joven estudiante en las Universidades de Salamanca y Alcalá que, con el tiempo, los mejores años de su vida se iban a desarrollar en un lugar tan alejado de la tierra que lo vio nacer como es el continente americano? Ni él mismo lo habría imaginado jamás; pero así es el destino o, de acuerdo a sus creencias, los misteriosos designios del Altísimo.

Terminados sus estudios, fue nombrado Rector del Colegio de San Bartolomé, en Salamanca, donde impartió clases de Teología. Más tarde fue visitador de las Audiencias de Alcalá y Toledo y finalmente Consejero de la Inquisición.

Como tal intervino en numerosos casos en la lucha de la defensa de la auténtica fe católica contra herejes y protestantes. Pero no fue por eso por lo que, por primera vez, trabó contacto con las armas ni entendió lo que era la lucha entre hombres de diferentes creencias.

Ocurrió que el Alto Tribunal de la Inquisición le nombró visitador en Valencia y durante su estancia en la ciudad levantina se produjo el ataque a la misma por las huestes del almirante turco Barbarroja. Pedro de La Gasca no descuidaría seguramente sus rezos y plegarias, pero debió entender que tampoco estaba de más colaborar en la defensa de la Ciudad, lo que hizo con gran ardor, animando a los soldados y hasta puede que manejando un arcabuz.

Fue su bautismo de fuego: porque en los años que siguieron no iban a ser escasas las ocasiones en las que se vería mezclado en sucesos bélicos.

Su etapa americana comienza cuando es designado Presidente de la Audiencia y con plenos poderes, emprende el viaje hacia el Perú en el año 1.545, ante las graves alteraciones que allí se estaban produciendo; alzamiento de los encomenderos, encabezados por Gonzalo Pizarro y muerte del primer virrey, Blasco Núñez Vela.

¿Qué motivó el levantamiento?

Gonzalo Pizarro era el más joven de los hermanos del conquistador Francisco Pizarro. Tomó parte entre las luchas entre su hermano y los partidarios de Diego de Almagro.

Después de apresado éste y ejecutado, con la marcha de su hermano Hernán a España, se le consideró heredero legal de los Pizarro.

Impulsado por la idea de descubrir el país de la canela, emprendió una expedición con un ejército de 350 españoles y 4.000 indios, adentrándose en la desconocida e intrincada selva amazónica. Las penalidades sin cuenta, el hambre y las enfermedades, le decidieron a emprender el regreso, a lo que se negó Orellana que, con un pequeño grupo de hombres continuó adelante y descubrió el río más caudaloso del mundo: el Amazonas.

Durante su ausencia, había muerto asesinado su hermano Francisco, y llegado el nuevo gobernador, Vaca de Castro, Gonzalo se entrevistó con él y se retiró a su hacienda de Chaqui, pero la llegada del primer virrey, Blasco Nuñez de Vela y la publicación de las nuevas leyes, alborotaron a los hacendados quienes veían en peligro sus encomiendas por lo que recibieron el nombre de "encomenderos" sublevándose contra el virrey.

Estas eran las circunstancias con las que se encontró Pedro de La Gasca a su llegada al Perú. Con un país convulsionado que llevaba camino de desencadenar una guerra civil entre los propios españoles, partidarios unos del virrey muerto y otros, los más pudientes, de Gonzalo Pizarro.

La Gasca a pesar de su carácter de hombre de la Iglesia no lo dudó lo más mínimo.

Aquel pleito únicamente podría solucionarse por la fuerza de las arrnas y todas las negociaciones que hubiera intentado sabía que estaban condenadas de antemano al fracaso.

Los encomenderos no cederían de buen grado ni un ápice de sus antiguos privilegios.

Lo primero que hizo La Gasca fue mediante un audaz golpe de mano apoderarse de toda la flota de Gonzalo Pizarro en Panamá con lo que le dejó privado de su fuerza naval.

Después, hizo publicar un bando prometiendo el perdón a todos los sublevados, con lo cual muchos que hasta aquel momento habían apoyado a Gonzalo Pizarro, no se atrevieron a enfrentarse a la autoridad real personificada por La Gasca y desertaron de las filas del conquistador insubordinado.

Pedro de La Gasca organizó lo más rápidamente que pudo un ejército y poniéndose al frente del mismo se enfrentó a Gonzalo Pizarro y sus huestes en la batalla de Jaquiguana en la que derrotó a los sublevados e hizo prisionero al propio Gonzalo Pizarro.

La Gasca no era hombre de medias tintas: no en vano había sido Consejero de la Santa Inquisición. Sin pérdida de tiempo hizo someter a un proceso a Gonzalo Pizarro y sus principales capitanes, entre ellos, Francisco de Carvajal, y condenados a muerte los hizo ejecutar.

Hábil político, desposeyó a los vencidos de sus propiedades para repartirlas entre los vencedores, a los que otorgó asimismo pensiones y encomiendas. Pero como eran muchos, no pudo satisfacer las ambiciones de todos y el que se quedó sin nada, culpó a La Gasca de haberlo olvidado, de modo que se granjeó no pocos enemigos.

Los mismos que tiempo antes lo cubrían de alabanzas, comenzaron a maldecirlo y hasta hubo bastantes que se arrepintieron de haberle prestado su ayuda en lugar de haberlo hecho con Gonzalo Pizarro que, sin duda, habría sido más generoso con ellos.

La Gasca, restablecida la paz, dedicó sus esfuerzos al establecimiento de la Audiencia de Lima, lo que hizo en un breve espacio de tiempo. Era de los que pensaban que sin ley y sin justicia nada bueno puede suceder, por lo que dotó de fuertes poderes a la Audiencia por él creada. Se acabaron resolver los litigios por la fuerza de las armas. Los pleitos debían resolverse ante el Tribunal nombrado al efecto y aquel que intentara solucionarlos en forma distinta, se atendría a las consecuencias. Pero tampoco descuidó la ocupación de nuevos territorios para la Corona Española. El fue quien envió expediciones a Tucumán, Río de la Plata y, sobre todo, a Chile, encomendado esta última expedición a un Capitán de reconocido prestigio, Pedro de Valdivia.

En otra parte del inmenso territorio, en la parte más alta del altiplano, Alonso de Mendoza, en nombre de Pedro de La Gasca llevó a cabo la fundación de la ciudad de La Paz, la capital de la actual república de Bolivia, tan rica en yacimientos minerales.

Quedaba algo muy importante por hacer: la explotación de las riquezas naturales. La Corona Española precisaba de fuertes sumas de dinero para sostener las guerras en Europa y esos recursos los debía proporcionar el continente americano.

La Gasca dio órden de comenzar, inmediatamente, la explotación de las ricas minas del Potosí. Ya se sabe que los encargados de llevar adelante los trabajos más rudos fueron los indios dominados, pero Pedro de La Gasca, ateniéndose a las Leyes de Indias, parece ser que impartió órdenes terminantes para que, sin discriminación alguna, los trabajadores nativos, los indígenas, fueran tratados con benignidad y justicia, prohibiendo radicalmente los malos tratos y los crueles abusos, tan frecuentes, por otra parte, entre algunos de los colonizadores rapaces y déspotas.

En el año 1.550, Pedro de La Gasca regresó, por fin, a España, plenamente satisfecho de la labor realizada.

Y no lo hizo con las manos vacías, porque fue portador de un tesoro de más de millón y medio de pesos oro para el Emperador Carlos II, que así vio repletas sus arcas y los recursos necesarios para pagar a las tropas imperiales que mantenía en sus continuas guerras con el rey de Francia, Francisco I. Alejado ya de la política, pasados los años en los que su destino le llevó a participar en hechos sangrientos, Pedro de La Gasca fue nombrado Obispo de Palencia y en 1.561 de Salamanca. He aquí como este hombre que combatió a un conquistador, Gonzalo Pizarro, al que venció e hizo ejecutar,y fue el impulsor de bastantes expediciones en el Nuevo Mundo, acabó sus días, tal y como los había comenzado. Al servicio de la Iglesia, dejando atrás las turbulencias de las que no sólo fue testigo, sino parte activa en el Nuevo Mundo.

Vasco Núñez de Balboa

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

Balboa es un antiguo y muy calificado linaje de Galicia que reconoce por sus primeros ascendientes a los señores del castillo de Balboa, cerca de Villafranca. Ha sido plantel de ricoshombres y varones eminentes como fueron don Cristóbal de Balboa, caballero del hábito de Santiago; Vasco Sánchez de Balboa, señor de Tretegeira; Diego Arias de Balboa, señor de Cafiedo; Blas de Balboa y Cueva, señor de Arganza; don Diego de Lemos y Balboa, señor de Amayante y de Ferreira; don Fernando Ruiz de Balboa, prior de la Orden de San Juan, y otros muchos; pero descuella entre todos por sus guerras, nuevos descubrimientos y conquistas en las Indias, el célebre y desgraciado marino Vasco Núñez de Balboa, cuya fama llegó a competir con la de Hernán Cortés y Américo Vespucio. Nacido en Jerez de los Caballeros allá por el año 1.475, puesto que la fecha no se sabe con exactitud. De su infancia y juventud es poco lo que se sabe. Parece ser que su familia de ascendencia gallega era noble, pero venida a menos. Sus padres se cree, porque tampoco puede afirmarse con rotundidad, fueron el hidalgo don Nuño Arias de Balboa (esto sí está comprobado) y su madre cierta dama de la que se desconoce el nombre.

Al alcanzar la edad necesaria fue paje de don Pedro de Portocarrero, Señor de Moguer, lo que hizo que en su ánimo se despertara el deseo de pasar al Nuevo Mundo, enterado como estaba de los descubrimientos que allí se iban efectuando a través de su señor.

Pasó a las Indias en la expedición de don Diego de Bastidas (hay quien afirma que lo hizo como polizón, oculto en el interior de un tonel, hasta que fue descubierto). Terminada la citada expedición, se quedó en Santo Domingo donde la suerte se le mostró esquiva, aunque estuvo presente en la fundación de Salvatierra de la Sabana, lo que le valió que le fueran otorgadas algunas tierras.

En el año 1.508, Alonso de Ojeda y Diego de Nicuesa llegaron a un acuerdo con el beneplácito de la Corona para la colonización situada en el Cabo de la Vela (Venezuela) y en el de Gracias a Dios (Honduras). En ellas se establecieron dos gobernaciones, la de Nueva Andalucía y Castilla del Oro al frente de las cuales quedaron Ojeda y Nicuesa respectivamente.

En Santo Domingo, Alonso de Ojeda se asoció con el bachiller Martín Fernández de Enciso para realizar la empresa: Ojeda marchó adelante en un barco, quedando encargado Enciso de reunírsele más tarde con otro navío, pertrechos y gentes. En la nave de Enciso embarcó Balboa, otra vez de polizón y, probablemente huyendo de los acreedores de Santo Domingo, donde había contraído numerosas deudas de juego. Fue descubierto en alta mar, lo que provocó la cólera de Enciso que amenazó con arrojarlo al agua para que fuera pasto de los tiburones y sólo se calmó cuando Balboa le aseguró que tenía conocimiento de aquellas tierras que ya había recorrido con Bastidas.

Entretanto, Alonso de Ojeda no había sido muy afortunado en la Nueva Andalucía y determinó regresar a Santo Domingo en busca de más ayuda dejando el poblado que fundó, San Sebastián, custodiado por varios hombres al frente de los cuales estaba, el que más tarde habría de ser conquistador del Perú, Francisco Pizarro.

Cuando llegó Enciso, los hombres que allí habían quedado se encontraban a punto de abandonar el lugar, faltos de provisiones y obligados a soportar los ataques de los indios. Mejoró la situación gracias a Balboa que tomó una serie de disposiciones que acrecentaron su popularidad. Por eso, no encontró obstáculos cuando propuso el traslado desde San Sebastián a la margen derecha del golfo de Urabá, donde los indios, aunque belicosos también, no utilizaban las flechas envenenadas que tanto terror causaban a los españoles. Y aunque la nueva tierra pertenecía a la fundación de Nicuesa, Balboa no se detuvo por eso; nada tiene esto de extraño porque, por lo general, los conquistadores hacían muy poco caso de los derechos de los demás y cada uno obraba según sus deseos y conveniencias. Basta recordar el caso de Hernán Cortés desobedeciendo a su jefe el Gobernador Velázquez y obrando tal y como le parecía, al igual que el proceder de Francisco Pizarro con su socio y compañero Diego de Almagro.

Eran hombres a los que les molestaba cualquier sujeción: Cortés envió a Cristóbal de Olid a explorar y éste, cuando consiguió tierras, desconoció la autoridad de su jefe. Eran hombres de guerra y a eso se atenían. Las guerras--dice el loco Lope de Aguirre en su carta de desafío al Rey Felipe II--para los hombres se hicieron. En las nuevas tierras fundó Balboa, Santa María de Darién, en el año 1.510, siendo elegido alcalde de la población.

A Nicuesa, a quien tampoco le iban muy bien las cosas en su gobernación de Nombre de Dios, le enviaron mensajeros invitándole a trasladarse a Santa María en calidad de gobernador. Nicuesa, no sólo no accedió, sino que montó en cólera acusando a Balboa de meterse en unas tierras que no eran suyas, disponiéndose a castigar aquello que juzgaba como una intromisión. Balboa le plantó cara y fue Nicuesa quien, derrotado por Vasco Núñez de Balboa, fue obligado a embarcarse en un viejo buque tan averiado que se hundió en el mar con lo que pereció ahogado Nicuesa.

Quizás Balboa en este caso se portó algo duramente. Pero habrá que tener en cuenta la época y las circunstancias. No ignoraba que de dejar libre a Nicuesa éste no sólo no se lo iba a agradecer sino que aprovecharía la primera oportunidad que tuviera para vengarse de la derrota. Era un peligro y, por tanto, convenía alejarlo. Balboa quedó prácticamente dueño de la situación ya que Enciso, disconforme con su actuación, había regresado a España para reclamar lo que juzgaba su derecho. La posición de Vasco Núñez de Balboa quedó todavía más reforzada al lograr que el virrey don Diego Colón le nombrara Gobernador de Darién. Como Colón era la suprema autoridad de la época en el Nuevo Mundo, el nombramiento no pudo ser discutido por nadie, a pesar de que ya iban siendo muchos los descontentos contra Nuñez de Balboa, entre los que no faltaban los envidiosos por la alta posición que este había conseguido.

A partir de aquel nombramiento, se inició la época más brillante en la vida del conquistador. Desde Santa María de la Antigua fue incorporando nuevos territorios, bien por la conquista armada, bien con tratados con los caciques indígenas. Uno de estos caciques, Chima, le entregó a su propia hija para que se uniera a ella, estableciendo así una alianza que redundó en un periodo de paz y tranquilidad en los dominios de Balboa. Y fue gracias a los indios como consiguió realizar su principal hazaña, porque a través de los informes de los nativos descubrió el Océano Pacífico. Así llegó hasta el gran mar en cuyas riberas existía una tierra donde se afirmaba que el oro era abundante (Perú). Con una fuerza de ciento noventa españoles y ochocientos indios, Vasco Núñez de Balboa alcanzó la orilla del Océano Pacífico, atravesando el istmo de Panamá, el 28 de setiembre de 1.513.

Era el Mar del Sur, al menos, así lo llamó el conquistador, que cayó de hinojos en acción de gracias al Todopoderoso. "Miró --dice el historiador Gómara-- hacia el Mediodía, vio la mar y en viéndola, arrodillóse en tierra y alabó al Señor que le hacía tal merced". Cuando le rodearon sus compañeros en la eminencia desde la que se veía el océano, se lo mostró, diciéndoles, según cuenta el citado cronista: "Demos gracias a Dios que tanto bien y honra nos ha guardado y dado. Pidámosle por merced nos ayude y guie a conquistar esta tierra y nueva mar que descubrimos y que nunca jamás cristiano la vide, para predicar en ella el Santo Evangelio". Luego tomó posesión del Pacífico en nombre del rey de España, metiéndose en el agua con la espada desnuda en la diestra y en la otra mano una cruz. Con aquél acto legalizaba ante Dios y ante los hombres sus derechos sobre el océano.

Pero en España las reclamaciones de Enciso y, sobre todo, la pérdida de influencia del virrey Colón le perjudicaron. Cuando llegaron las noticias del descubrimiento del nuevo mar, ya había partido un nuevo gobernador, Pedrarias Dávila, y aunque a Balboa se le nombró Adelantado del Mar del Sur, sus relaciones con el recién llegado no fueron muy cordiales. No obstante, se hicieron preparativos para continuar las expediciones. La situación se complicó con el anunció de la llegada de un nuevo gobernador, Lope de Sosa y Balboa, que se había casado por poderes con la hija de Pedrarias que estaba en España, creyó que debía apoyar a su suegro que iba a ser sometido a juicio de residencia, pero el remedio resultó peor que la enfermedad, porque Pedrarias Dávila pensó todo lo contrario, creyendo que Balboa iba a declarar en contra suya y temeroso de lo que pudiera decir, inventó un falso complot de Balboa contra la Corona, mentiroso a todas luces, e hizo que el descubridor del Mar del Sur fuera sometido a un juicio vergonzoso, sentenciado a muerte y ejecutado.

Hernán Cortés

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

Hernán Cortés es el conquistador más célebre de la epopeya española en América, gloria que comparte con el otro gran conquistador, Francisco Pizarro.

Nacido en Medellín en el año 1.485, nada hacía presumir en su juventud que estuviera destinado a protagonizar nada menos que la conquista de un imperio. De noble linaje, cursó estudios en la Universidad de Salamanca pero no llegó a graduarse.

De esta época de su vida, se dice que fue un mozo de carácter algo inquieto, dado a los amoríos, al juego y a la diversiones propias de sus años.

De su biografía se destaca que el impulso que le llevó a embarcarse para las Indias fue su deseo de labrarse una fortuna en el continente recién descubierto. Otros afirman que no fue así, sino la necesidad de escapar al brazo de la justicia por ciertos problemas habidos a causa de determinado enredo amoroso.

El caso fue que trató de embarcar en la armada de Nicolás de Ovando con rumbo a La Española, la actual Santo Domingo, pero, y aquí sale a relucir lo que antes indicábamos, cierta aventura galante se lo impidió. Logró su propósito poco tiempo después, y una vez establecido en la isla ocupó el cargo de escribano en la villa de Zua. Naturalmente no era su carácter muy dado a permanecer inactivo por lo que participó en la expedición de Diego Velázquez a la isla de Cuba, pero todavía ocupado en menesteres burocráticos.

Establecido en la ciudad cubana de Santiago de Baracoa tuvo que ejercer diversas actividades para ganarse la vida y así fue agricultor, ganadero, comerciante y buscador de oro, e incluso llegó a ser alcalde del Cabildo.

La amistad que le unía al Gobernador Velázquez se rompió cuando fue acusado de planear una conspiración contra éste, por lo que fue encarcelado. Ahora bien, hombre de recursos como era, consiguió evadirse y una vez en libertad no tuvo empacho en solicitar el perdón del gobernador, reconociendo sus culpas y exponiendo su sincero arrepentimiento, con lo cual Velázquez, no sólo le perdonó, sino que restableció la amistad entre ambos, llegando incluso a casarse con una cuñada de Velázquez, Catalina Juárez.

En el año 1.518 se preparó en Cuba una expedición destinada a la conquista del imperio azteca, del cual ya se tenían noticias.

El Gobernador Velázquez confió el mando de la fuerzas a Hernán Cortés, pero a última hora, ciertos informes que llegaron a su poder, le hicieron desconfiar de lo acertado de su decisión, por lo que intentó retirarle del mando, pero Cortés, más hábil, adelantó su partida, dejando chasqueado a Velázquez.

Lo hizo con once barcos y setecientos hombres. De Cuba, la expedición se dirigió a Yucatán donde recogieron a Jerónimo de Aguilar, español que había convivido largos años con los indios y conocía no sólo sus costumbres, sino su lenguaje, por lo que sirvió de intérprete a los expedicionarios. En Tabasco tuvo lugar el primer choque contra los indígenas que fueron derrotados gracias al desconcierto que causó entre ellos contemplar a unos hombres cubiertos de hierro y a caballo, animal que desconocían y que tomaron como un ser mitológico, creyendo que hombre y caballo formaban un solo cuerpo.

Hernán Cortés, que a su genio militar unía el diplomático, negoció con los indios y éstos le ofrecieron veinte muchachas entre las que se encontraban la que más tarde sería conocida como Doña Marina, una vez bautizada, y que se convirtió en la concubina de Cortés y, lo más grave, su mejor auxiliar para provocar la caída del imperio azteca. No es de extrañar, pues, que en Méjico se aborrezca su nombre nativo, Malinchi, y que haya quedado como colaboracionismo con el enemigo el término "malinchismo".

Los emisarios del emperador azteca salieron al paso de las huestes de Colón en San Juan de Ulua, en plan pacífico y en la suposición de que les sería factible pactar con los recién llegados evitando el choque armado.

Aquí hay que hacer un inciso: las causas de la caída del imperio azteca, aparte de las reconocidas dotes militares de Hernán Cortés, fueron dos: su religión, ávida de sacrificios humanos que había despertado contra ellos el odio de otras tribus y naciones indígenas, la creencia de que los recién llegados eran dioses y de ahí el nombre con que los designaron "teules" y cierta tradición mantenida en ellos que afirmaba que su antiguo dios Quetzacoalt regresaría con compañeros y como, a lo que parece, ese personaje tenía la piel blanca y barbas, los aztecas, en los primeros momentos tomaron a los españoles por los dioses que les había anunciado Quetzacoalt.

Hernán Cortés, aconsejado por la india Marina, procuró ganarse la amistad de las naciones indígenas que habían estado sometidas al poderío azteca, así ocurrió con la fuerte ciudad de Tlaxcala que le proporcionó miles de guerreros para combatir al imperio de Moctezuma.

Las instrucciones que el Gobernador Velázquez había dado a Hernán Cortés, sólo le autorizaban a explorar, no a conquistar, ni establecerse en el territorio que fuera descubriendo, ni menos fundar ciudades. Pero Cortés ignoró estas instrucciones, con lo que los lazos que le unían al gobernador de Cuba quedaron rotos.

Este fue un acto de desobediencia de Cortés, se mire como se mire. Otra cosa es que la empresa, iniciada con ello, tuviera éxito. La posición jurídica de Hernán Cortés, en adelante, sólo podría ser justificada ante el rey de España.

Y aquí viene el hecho que más fama ha dado a Hernán Cortés. El hundimiento de sus naves.

Se ha dicho que lo hizo para impedir que nadie se echara atrás, quemando los navíos. Lo cierto, así lo afirman destacados historiadores, es que la razón que motivó el hecho fue el deseo de Hernán Cortés de que nadie pudiera regresar a Cuba e informar al Gobernador Velázquez de su desobediencia. E incluso reprimió con bastante crueldad y mano dura la incipiente rebelión de algunos partidarios de Velázquez que trataron de restablecer la autoridad del Gobernador, quebrantada por Cortés.

Se emprendió la marcha hacia el corazón del imperio azteca y Hernán Cortés llevó a efecto un doble juego: Sin romper con Moctezuma, se sirvió del descontento de las tribus sujetas al poderío de este emperador, avivando el odio que sentían hacia los aztecas. Parece ser que este tipo de política, que no deja de ser una doblez, tuvo mucha parte la india doña Marina, verdadera "eminencia gris" del conquistador español y así, el pequeño ejército de Cortés se vio fuertemente incrementado por los belicosos indios de Tlaxcala.

Hay un hecho que ensombrece la historia del gran conquistador. En la ciudad de Cholula, Cortés, sin duda aconsejado por la india Marina, sospechó de la fidelidad de sus habitantes e hizo que sus caciques se reunieran en la plaza, desarmados, ordenando una gran matanza. Se trató de un acto que no podemos por menos de enjuiciar como un tanto denigrante. Pero, repetimos, posiblemente el conquistador no lo hubiera llevado a efecto de no ser por la insistencia de la india Marina. Y decimos esto, porque Hernán Cortés no fue nunca un hombre de carácter cruel, ni propenso a la dureza, sino más bien, generoso y comprensivo.

El 8 de noviembre de 1.519 los españoles llegaron a la capital azteca, Tenochtitlán, donde fueron bien recibidos. Pero algunos mensajeros habían llegado a Cuba, dando cuenta al Gobernador Velázquez de cuanto estaba ocurriendo. Cortés tuvo que abandonar la capital para hacer frente a la expedición de castigo al mando de Pánfilo de Narváez, dejando al cargo de la misma a Pedro de Alvarado.

Venció a las huestes de Narváez, consiguiendo incluso que gran parte de los soldados de éste se pasaran a sus filas. Entretanto, en Tenochtitlán el proceder imprudente de Alvarado, provocó la insurrección de los aztecas. El emperador Moctezuma resultó herido al intentar calmar a sus súbditos, muriendo poco después. La llegada de Cortés no logró controlar la situación y los españoles tuvieron que retirarse en la famosa Noche Triste.

Fuera de la ciudad se rehicieron e incluso derrotaron a los aztecas en la batalla de Otumba, pero hubieron de refugiarse en la ciudad amiga de Tlaxcala. Los españoles tornaron a iniciar la ofensiva sitiando Tenochtitlán que a pesar de la desesperada resistencia que les hizo el nuevo emperador Cuatemoc, fue definitivamente ocupada por Cortés.

Otro hecho oscuro que ensombrece la memoria del conquistador fue el tormento a que sometió a Cuatemoc, quemándole los pies, para que revelara donde había escondido sus tesoros y, más tarde, haciéndolo ejecutar.

Pacificado el país, Cortés regresó a España a fin de que le fueran reconocidos sus derechos. No lo consiguió, aunque sí el título de Marqués del Valle de Oaxaca, para sí y sus sucesores.

En el año 1.540 falleció en España, en tanto que en Méjico la Corona establecía su autoridad con lo que finalizó la epopeya de Cortés.

Lope de Aguirre

Historia de la heráldica y de la Genealogía

El linaje de los Aguirre es de origen guipuzcoano.

En esta región existieron casas antiguas y muy principales que se denominaron "Parientes Mayores", entre las cuales se distingue la de Aguirre, sita en la villa de Gaviria.

De esta casa partieron diversas ramas que fueron estableciéndose en otros lugares de la provincia, entre ellos la villa de Oñate. Y en Oñate, precisamente, hacia el año 1.515 nació el conquistador Lope de Aguirre.

Al no constar las armas que pudo utilizar el personaje de referencia hacemos figurar las del linaje de los Aguirre, deseando asimismo destacar, que si bien en la historia de este hombre hubo numerosos puntos oscuros que para nada le honran, también existieron otros demostrativos de su audacia y valentía al internarse por tierras salvajes y desconocidas y llevar a cabo expediciones tan arriesgadas que no hubieran sido muchos aquellos que se atrevieran a emprenderlas, como lo hizo don Lope de Aguirre. Por otra parte, la historia es así y no está en manos de nadie intentar una alteración de la verdad sucedida. Que por su apellido tuviera algo que ver este conquistador con la familia del linaje Aguirre establecida en Oñate, es cosa que ignoramos. Pero si fuera así no hay desdoro en ello, porque, lo repetimos, sus hazañas paliaron lo que se ha citado siempre como demencia suya, o malas acciones debidas a su carácter perverso.

Ocurre que sobre la vida de este conquistador se ha fantaseado mucho, quizá demasiado. Y es por eso, por lo que intentamos poner en conocimiento del lector una biografía más ajustada a la realidad que aquella que haya podido ver en películas o leer en relatos novelados.

Lope de Aguirre no fue un monstruo de maldad, fue, sencillamente, un hombre de su época, acaso con escasos escrúpulos, eso es cierto y lo que sí parece cierto es que tenía sus facultades mentales algo alteradas. Si persiguió "El Dorado", tal cosa no demuestra que estuviera totalmente loco.

Otros conquistadores españoles corrieron en pos de fantasías como esa: Ponce de León buscó la Fuente de la Eterna Juventud y Belalcazar, las siete ciudades perdidas de Cibola, cuyas casas, se decía, tenían los techados formados por planchas de oro.

Si mató, otros también lo hicieron y basta recordar como Pedrarias Dávila hizo ejecutar a Vasco Núñez de Balboa y Francisco Pizarro a Diego de Almagro, por citar tan sólo dos ejemplos, que existieron más, muchísimos más.

Lo que pasa es que Lope de Aguirre fue un hombre rudo, que jamás se amparó en falsos juicios legales para eliminar a aquellos que entendía le estorbaban. Mató claramente, sin disimulos.

En el año 1.536 llegó a América, permaneciendo en las Antillas hasta que en 1.544, pasó al Perú en donde tomó parte activa en las luchas entre Almagro y Pizarro, al lado de éste último. En 1.553 participó en la sublevación de Sebastián de Castilla en La Plata y en el asesinato del corregidor Pedro de Hinestrosa.

Condenado a muerte,fue indultado, pero de nada sirvió, porque no era hombre que temiera a la muerte lo que le llevó a una vida de continuas luchas y rebeldías.

Compañero de Pedro de Ursúa en varias expediciones, se unió también a éste en la que iba a emprender a la busca del legendario "El Dorado".

La expedición estaba formada por hombres de escasos escrúpulos morales, atraídos tan sólo por la idea de conseguir un fabuloso botín. Por el río Buallaga llegaron al Amazonas, emprendiendo la navegación por éste hacia el territorio de Machifaro y de allí al poblado de Nocomoco.

El desaliento de los soldados motivado por no encontrar el botín que tan ansiosamente perseguían, los movió a descontento acabando por asesinar a Pedro de Ursúa, acción en la que se dice no estuvo ajeno Lope de Aguirre.

Muerto el jefe de la expedición de esta forma, se desencadenaron entre los expedicionarios las reyertas y rivalidades por el mando, lo que fue hábilmente aprovechado por Aguirre para irse deshaciendo de sus más destacados rivales.

Todos los hombres ya estaban convencidos de que jamás encontrarían "El Dorado", de modo que decidieron cambiar el rumbo de la expedición, dándole el mando a don Fernando de Guzmán, que no era otra cosa que el instrumento de que se servía Lope de Aguirre para hacer cuanto le parecía.

Construyeron más naves y se dispusieron a emprender la conquista del Perú, ya que no reconocían a las autoridades coloniales allí instaladas. Fernando de Guzmán fue proclamado Príncipe del Perú, Tierra Firme y Chile, en un acta inspirada por Aguirre y suscrita por todos los expedicionarios.

De esa fecha es la carta que Lope de Aguirre envió a Felipe II, desnaturalizándose de la obediencia debida a la Corona. "Avísote, rey español -escribe Lope de Aguirre- que estos tus reynos de Indias tienen nexesidad que aya e rectitud para tan buenos basallos como en esta tierra tienes, aunque yo, por no poder sufrir más las crueldades que usan tus oydores e visores e gobernadores, e salido de hecho con mys compañeros, cuyos nombres después te diré, de tu obedyencia, y desnaturarnos de nuestra tierra, que es España, para hazerte en estas partes la más cruel guerra que nuestras fuerzas pudieran sustentar e sufrir".

Este es el desafío que Lope de Aguirre dirige a su rey. Para añadir después: "hacer la guerra a don Felipe, rey de Castilla, no es sino de generosos de grande ánimo".

Pero no se crea que Aguirre, que trató bastante mal a los clérigos, fue por eso un incrédulo. Al contrario, en la célebre carta al rey Felipe II choca contra el monarca, pero no ataca a la Iglesia. Al contrario, asegura que está dispuesto a morir en defensa de la fe: "pretendemos -escribe- aunque pecadores en la vida, recibir martirio por los mandamientos de Dios".

Pero es que este conquistador es un caso único entre aquellos hombres de hierro: su sinceridad resulta, a veces, brutal, y quizá suene a cinismo.

Después de la muerte de Pedro de Ursúa, su jefe, instigado por él jamás firmó una carta que no fuera de este modo, "Lope de Aguirre, el traidor". "Lo que otros dirán de mí, lo diré yo primero", debió pensar en una lógica aplastante.

Iniciado el viaje, Lope de Aguirre hizo matar a Guzmán, con lo que se convirtió en el jefe de la expedición, tal y como había perseguido todo el tiempo. Consciente de la gente a la que mandaba, impuso una rígida disciplina, castigando duramente a sus soldados por la falta más mínima.

Navegando por el Amazonas fueron a salir al océano Atlántico, apoderándose de la isla Margarita. Con base en ésta, Lope de Aguirre proyectó dirigirse a Panamá, reclutar allí más hombres y cuando se sintiera lo suficientemente fuerte iniciar el ataque a Perú.

La deserción de uno de sus soldados que viajó a España y dió cuenta a la Corona de los planes del conquistador, dió al traste con éstos porque, de inmediato, todas las guarniciones fueron alertadas, de modo que allí por donde pasaba era enérgicamente rechazado.

Se pregonó su cabeza y las órdenes fueron que allí donde se le hiciera prisionero, fuera ejecutado de inmediato, sin juicio porque su traición ya era bastante culpa para perder el tiempo en inútiles papeleos.

Lope de Aguirre cada vez se veía más solo, porque sus hombres, a causa del perdón que les otorgaba la Corona, liberándolos de pasadas culpas si procedían a abandonarle, hacía su efecto y las deserciones cada vez eran más numerosas.

Su final fue bien miserable: sus propios hombres, los pocos que le quedaban, lo asesinaron.

Muerto, se le siguió un proceso póstumo, condenándole por rebelde. Pero ¿de qué servía tal condena si el hombre al que ordenaba ejecutar ya hacía tiempo que yacía bajo tierra.

El juicio que merece este conquistador creemos que ha quedado expresado al comienzo: Cruel y duro, no tuvo inconveniente en sugerir el asesinato de aquellos a quienes juzgaba rivales suyos, llegando incluso a matar con sus propias manos a los que entendió eran un obstáculo para sus planes. Lo que no se le puede negar es su valor a toda prueba, su indomable energía y el respeto, rayano en el terror, que supo infundir a sus soldados, a los que siempre trató con una disciplina de hierro.

Juan Ponce de León

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

La familia y linaje de los Ponce de León procede, según reproduce el conocido tratadista don Francisco Piferrer, otorgándole el dato a Ocariz de los Ponces, una familia patricia de Roma conocida desde el año 325 antes de J. C.

Por el contrario, Rivarola, no sólo no sostiene esta versión, sino que la contradice categóricamente, al afirmar que la genealogía de los Ponce de León comienza por Torsón, Conde Tolosa de Francia, Señor de la Galia Narbolense, que floreció a fines del siglo XIII.

Esto es lo que escribe en su conocida obra "Monarquía Española": Un descendiente de Torsón, llamado Ponce, Conde de Tribol y Señor del Castillo de Minerva, cerca de Tolosa (Tolouse, Francia), vino a España con ocasión del matrimonio de su tío Ramón, noveno Conde de Tolosa, con la infanta doña Elvira, hija del rey don Alonso Enriquez y fue bien heredado en el reino de León donde todavía existe la torre de los Ponces.

El conde Ponce, descendiente del personaje anteriormente citado, casó con doña Aldonza Alonso, hija de don Alonso rey de León, por lo cual sus hijos don Fernán Pérez Ponce y don Rui Pérez Ponce tomaron por armas un león en campo de plata y a su patronímico Ponce añadieron "de León".

Con respecto a lo anterior hay que aclarar que Pérez equivale a hijo de Pedro de modo que Pérez Ponce equivale a "hijo de Pedro Ponce".

Para todos los datos que venimos consignando estamos siguiendo la información del ya citado Francisco Piferrer.

Más tarde, otro descendiente de este linaje, llamado también Pedro, Señor de Marchena, casó con Doña Beatriz de Jérica Urrea, descendiente del rey don Jaime de Aragón y de la casa de Vidaurre, una de las doce casas nobles de Navarra, cuyas armas son: faja azur en campo de oro; por lo cual, los descendientes de don Pedro Ponce de León y doña Beatriz, añadieron a sus armas las de Aragón y en bordura, las de Vidaurre.

En fin, este linaje tiene tal nobleza que según la apreciación de Piferrer, pocas casas hay en España que no se vanaglorien de contar entre sus preclaros ascendientes a algún Ponce de León.

Uno de sus más esclarecidos miembros fue Juan Ponce de León, nacido (el dato no está debidamente contrastado históricamente, por lo que no puede avalarse su exactitud), en la villa de Santravás de Campos en el año 1.460 y fallecido en Cuba en el año 1.512.

De su juventud nada se sabe o, al menos, no ha llegado a nuestras manos documentación fidedigna que nos permita abordar esta época de su vida. Lo que conocemos es su partida hacia las Indias en la expedición de Ovando, llegando a la isla de La Española en el año 1.502.

Durante unos años, se desconoce que hizo, puesto que no hay nada sobresaliente entre su llegada y el año 1.510.

Ocurrió que partiendo de La Española realizó un viaje de exploración a la isla, hoy llamada, Puerto Rico (Boriquén, según su nombre original indígena) y a su regreso decidió la conquista de aquel territorio para lo cual solicitó y obtuvo la debida autorización.

Con pocos hombres, pero con gran ánimo, regresó a la isla de Puerto Rico y procedió no sólo a su conquista sino también a la colonización, llevando a efecto la fundación de varias ciudades.

Al principio todo fue bien, porque los indígenas le acogieron con cordialidad, en contraste con otros episodios y territorios de la colonización, donde los españoles tuvieron, desde un comienzo, que enfrentarse a la enemistad de los nativos.

Pero, según parece, Ponce de León toleró determinados abusos de los colonizadores que implantaron un régimen de gran dureza a los borincuanos pobladores de la isla lo que provocó un alzamiento general.

Ponce de León reprimió con excesiva dureza este levantamiento, contraviniendo las órdenes de la Corona de España que, incluso antes de ser redactadas las famosas Leyes de Indias, ya recomendaban a los conquistadores que trataron con mesura a los indios.

Esta dureza de Ponce de León hizo que fuera destituido de su cargo de Gobernador de Puerto Rico, lo que sucedió en el año 1.511, es decir que como la colonización y conquista la había emprendido en 1.510, ostentó la gobernación de la isla tan sólo por ese corto espacio de tiempo.

En 1.512,obtuvo otra capitulación que le autorizaba para buscar la isla de Bimini, al Norte de Cuba. Si la hallaba, podría colonizarla y obtener el puesto de gobernador de la misma.

Pero precisamente en aquella isla, cierta leyenda india situaba a la Fuente de la Eterna Juventud. Una más de las fantasías de los nativos, compartida con El Dorado, las Siete Ciudades de Cibola, el fabuloso imperio de los Omagas, etc. etc.

Se decía que todo aquél que bañara en las aguas de aquella fuente adquiriría la inmortalidad. En tanto que los restantes conquistadores buscaban afanosamente el oro y las riquezas, Ponce de León se obsesionó con la idea de localizar la milagrosa fuente. La eterna juventud le parecía un tesoro muchísimo mayor que todas las riquezas habidas y por haber.

En su búsqueda de la isla de Bimini llegó a unas tierras a las que bautizó con el nombre de Florida, por ser tiempo precisamente de Pascua Florida (marzo de 1.513).

Recorrió su costa oriental y occidental y regresó a Puerto Rico convencido de que había descubierto una isla. La idea de localizar la Fuente de la Eterna Juventud se había constituido en tal obsesión para él, que decidió emprender un segundo viaje y explorar el territorio por tierra.

Para ello, le era preciso solicitar una nueva capitulación, lo que le ocupó bastante tiempo hasta que consiguió obtenerla. Pasados años estuvo en condiciones de regresar a la Florida, lo que hizo en el año 1.521 cuando ya contaba sesenta y un años de edad.

La obcecación para dar con la famosa Fuente de la Eterna Juventud se había convertido en una apremiante necesidad para él, que se sentía viejo y anhelaba volver a sus años mozos.

No hay que extrañarse que estuviera convencido real y absolutamente de la existencia de la milagrosa fuente. Lo mismo creían los hombres que le acompañaban, lo que les llevó a emprender una aventura por una tierra desconocida y plagada de peligros.

Una vez en la península de Florida, que Ponce de León continuaba creyendo que era una isla, los expedicionarios desembarcaron en la costa occidental, adentrándose en el territorio.

Todo fue una sucesión constante y continua de penalidades: el extremado clima, al que no estaban acostumbrados, las raras y altas fiebres producidas por las picaduras de los millares de insectos, los inacabables pantanos plagados de multitud de animales desconocidos para ellos y sobre todo, de los grandes lagartos a los que los indígenas denominaban "caimanes", la hostilidad de éstos hacia los intrusos, todo, en una palabra, lo sufrió el viejo Juan Ponce de León y sus esforzados compañeros. Penalidades que no servirían para nada porque la misteriosa y milagrosa Fuente no aparecía por ninguna parte.

Ponce de León preguntaba a los indígenas y estos siempre le daban la misma respuesta: "¡Más lejos... más lejos...!"

Llegó un momento en que el viejo conquistador cayó víctima de las fiebres, sus compañeros, desanimados, optaron por el regreso llevando con ellos a un hombre ya en los umbrales de la muerte.

Durante el camino de vuelta tuvieron que sufrir un ataque de los indios y Juan Ponce de León resultó herido, lo que agravó su ya lastimoso estado. Trasladado a Cuba, muy pronto murió.

De este conquistador puede decirse que fue uno de los pocos, por no decir el único, al que no cegó la sed del oro. Corrió en busca de la milagrosa Fuente de la Eterna Juventud, o lo que es igual, tras una quimera.

Hernando de Soto

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

De Hernando de Soto, hay que comenzar por decir que fue el más generoso, el más noble y el que mejor comprendió y trató a las razas indígenas del Nuevo Mundo, un hombre capaz de sentir la piedad y la compasión hacia los vencidos. Y basta para ello un solo dato: cautivo Atahualpa, merced a una maniobra nada limpia por parte de Francisco Pizarro, que lo atrajo a una trampa cuando le había asegurado que ambos se encontrarían pacificamente, Hernando de Soto sintió tal compasión hacia el Emperador cautivo que pasó largos ratos a su lado enseñándole a jugar al ajedrez.

Naturalmente no podía escapar a la característica principal de los conquistadores: la sed del oro y el deseo de apoderarse de cuantas riquezas se pusieran al alcance de su mano. Ya hablaremos de eso en su momento. Pero contrapuso generosidad con los vencidos y compasión hacia ellos.

Fue un hombre digno y leal que jamás faltó a su palabra. Y en contraste con otros conquistadores, siempre enzarzados en rencillas entre ellos por la posesión de éstas o aquéllas tierras a las que creían tener derecho y que llegaban a la batalla abierta, cuando no al asesinato o las burdas acusaciones que terminaban en grotescos juicios en su busca por aparentar una legalidad inexistente para ajusticiar al adversario, o al hombre en que veían un posible enemigo, o la envidia, como en el caso de Pedrarias Dávila al hacer matar a quien valía mil veces más que él, Vasco Núñez de Balboa; por el contrario, repetimos, Hernando de Soto jamás combatió contra sus compatriotas, prefiriendo ceder siempre antes que manchar la hoja de su espada con la sangre de aquellos que eran sus hermanos de raza.

Tan sólo por esto, el nombre de este conquistador debe ser no sólo alabado sino enaltecido.

Nació, De Soto, en la pequeña villa de Barcarrota, del partido judicial de Jerez de los Caballeros en la provincia de Badajoz, y era hijo de un hidalgo.

Al contrario que un gran número de conquistadores, gentes de familias humildísimas, analfabetos e ignorantísimos (casos de Francisco Pizarro y Diego de Almagro, el primero porquerizo y el segundo desconociendo a sus padres ya que fue abandonado en el quicio de una iglesia de la Villa de Almagro, en Ciudad Real), Hernando de Soto podía presumir de la nobleza de sus ancestros. Hidalgos más bien pobres pero hidalgos al fin.

Hernando de Soto fue liberal con sus amigos y tenientes. Lo que no quiere decir que no persiguiese el oro como el que más. Pero sabía como tratar a los hombres y siempre pensaba con suma discreción. Escribía con total soltura, lo que no podían decir los más de sus compañeros. La mayoría no sabían ni firmar: Pizarro, entre ellos, pero todavía Almagro sabe menos, si puede ser, que Pizarro y Alvarado no sabe mucho más que Almagro.

De la juventud de Hernando de Soto poco se sabe. Las primeras noticias fidedignas llegan cuando embarca para las Indias en la nave de Pedrarias Dávila, en el año 1.514.

Se sabe que participó en el descubrimiento y conquista de Nicaragua con Hernández de Córdoba, así como en la fundación de numerosas ciudades.

Ambos obraron por orden de Pedrarias Dávila y en realidad no se trataba de una misión de exploración, sino de conquista, ya que en Nicaragua se había instalado Gil González Dávila y lo que se pretendía era contrarrestar su influencia.

De Soto estuvo presente en la fundación de la villa de Bruselas, en el golfo de Nicoyá, en la provincia de Nequecheri: en la de León, a la que se designó como capital. Cuando Fernández de Córdoba pasó a Honduras a la busca de un estrecho que les llevara al Mar del Sur, Hernando de Soto recibió la llamada de Francisco Pizarro y marchó al Perú acompañándole en la entrevista con Atahualpa que finalizó con el episodio bastante conocido.

Como Pizarro se apoderó del Inca haciéndole prisionero, Hernando de Soto, le agradase o no la forma en que se resolvió aquel asunto era hombre disciplinado y su jefe era Francisco Pizarro. Lo más que pudo hacer, y lo hizo era pasar largos ratos en compañía del Emperador cautivo, distrayéndole con su conversación, enseñándole a hablar castellano y a jugar al ajedrez. Que no era poco.

Más tarde, siempre formando parte del ejército de Pizarro tomó parte en la marcha contra Cuzco y en el saqueo de dicha población, en la que se apoderó de abundantes riquezas. Ya hemos dejado expuesto que no era ajeno, por generoso y noble que fuera, al ansia de oro, común en todos los conquistadores.

Una vez terminada la campaña del Perú, decidió regresar a España y durante su breve estancia en la patria, contrajo matrimonio con una hija de Pedrarias Dávila, Isabel de Bobadilla. Aprovechó su estancia para obtener una capitulación de la Corona para la conquista de la Florida, a la que se creía un inmenso y rico país.

Pero es que los conquistadores, guiados por su sed de oro lo creían todo: de ahí las leyendas fantásticas, de ahí la fábula de "El Dorado", de ahí el buscar en medio de las selvas ciudades que no existían, ciudades quiméricas con paredes y cúpulas de oro, de ahí que, en los Andes, se buscara con frenesí la Casa del Sol donde se decía que los suelos de las casas estaban empedrados con piedras preciosas, de ahí la historia de un fabuloso imperio, el de los Omagas, más rico todavía que el de los incas.

Pero la contemplación del cuarto lleno de oro que ofreció Atahualpa por su libertad, los ídolos de metales preciosos, las minas de oro y plata, las perlas de la isla Margarita, tantas y tantas maravillas vieron los conquistadores, que ya nada los maravillaba y llegaban a creer en las suposiciones más absurdas.

Nadie había estado en la Florida, nadie exploró a fondo su territorio y, sin embargo, ya se comentaba que era un país riquísimo.

Y todos buscaban el oro, con una excepción el viejo Ponce de León. Este no buscó allí el oro sino una quimera: la Fuente de la Eterna Juventud.

Hernando de Soto, zarpó en abril de 1.538, con el título de Adelantado de la Florida y Gobernador de Cuba, llevando una flota de diez navíos y seiscientos hombres.

Tocaron en La Habana y de allí salió la expedición en Mayo de 1.539. Desembarcaron en la bahía de Espíritu Santo, la actual Tampa, y se internaron por el territorio de la Florida en dirección Oeste y luego hacia el Sur, buscando la costa.

Pero los indios se les enfrentaron en una serie de continuos ataques que fue diezmando a los expedicionarios, hasta que llegó un momento en que durante un combate perdieron todo el bagaje y los víveres que llevaban; ello obligó a los supervivientes a tomar la dirección Noroeste y así llegaron hasta el río Mississipí, a la altura aproximada de la actual ciudad de Menphis.

Fue allí, a la orilla de aquel gran río donde murió Hernando de Soto, durante una escaramuza con los indígenas.

Sus compañeros, temerosos de que el cuerpo fuera profanado por los nativos prefirieron arrojarlo al Mississipí, atado a una gran piedra a fin de que se fuera al fondo.

Esta fue la tumba del gran conquistador y, sobre todo, el hombre leal y caballeroso que fue Hernando de Soto.

En cuanto a los escasos supervivientes que quedaban de la trágica expedición, tomó el mando de ellos Moscoso de Alvarado y tras un calamitoso intento de alcanzar la costa por tierra, acabaron por construir una embarcación pudiendo salir al mar por el río.

Este fue el hombre: Explorador de un territorio desconocido, la Florida y descubridor del gran río Mississipí. De su carácter creemos haberlo expuesto ya: de haber vivido, es muy posible que sus hazañas hubieran alcanzado alturas muy grandes. Pero el Destino le tenía preparado otro final...

Bernardo de Gálvez

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

Los Gálvez ya se conocieron como ilustre linaje entre los godos, unidos a las huestes de don Pelayo.

Un miembro de este ilustre linaje fue don José de Gálvez, nacido en 1.720 en Macharavialla. En 1.765, siendo Alcalde de Casa y Corte y miembro del Consejo de Indias, fue nombrado Visitador del Virreinato de Nueva España para que investigara la actuación del virrey, el Marqués de Cruilles, al que se acusaba de malversacion.

Una vez que finalizó su meticuloso trabajo, Gálvez, encontró plenamente culpable al Virrey y dotado, como estaba, de los poderes más amplios y plenos, otorgados por la Corona, procedió a destituirle.

Durante su estancia en el virreinato llevó a efectos muchas acertadas medidas destinadas a una mejor administración, entre ellas la implantación en la Baja y Alta California de las misiones franciscanas, que tan perdurable labor llevaron a cabo que aún en nuestros días, se mantienen, no sólo en el nombre de las ciudades como San Francisco, Los Ángeles, San Diego, etc. etc. sino muchas de las costumbres y cultura que introdujeron los frailes misioneros de la regla franciscana, y el sometimiento de los indígenas de Sonora.

Vuelto a España fue nombrado Secretario de Indias. Pero no es éste el personaje principal del que deseamos tratar, sino de su sobrino Bernardo de Gálvez, Conde de Gálvez.

Durante su juventud estuvo en Nueva España, junto a su tío José, al que ayudó en todas las empresas que hemos enumerado. De regreso a la patria y dada su carrera de armas y su natural inquieto, participó en la expedición de O´Reilly contra Argel, en al año 1.775.

O´Reilly fue un general irlandés, de fortuna, al servicio de España que alcanzó, en los ejércitos españoles, el grado de teniente general. Encargado de una expedición de castigo contra Argel, la acción resultó un estrepitoso fracaso. Claro está que de este fiasco no puede culparse a nuestro Bernardo de Gálvez, pues al fin y al cabo él era sólamente un oficial más, sin mando para tomar decisiones por su cuenta.

En el año 1.776, marchó a América, concretamente a la Luisiana, la zona de los Estados Unidos actuales, explorada por Francia y llamada así en honor al Rey Luis, y en febrero de 1.777, se hizo cargo del gobierno de aquella colonia, ya bajo el dominio de España. Su política resultó muy eficaz al abrir nuevas tierras a la colonización, emprendiendo viajes para explorar totalmente el territorio.

Pero el principal escenario donde se iban a desarrollar los actos que le harían pasar a la posterioridad no iba a ser exactamente Luisiana, sino la península de la Florida.

Conviene hacer un poco de historia, aunque sea brevemente.

La península de la Florida fue descubierta por Juan Ponce de León en 1.513, quien, en principio, la creyó una isla. Ya, en anteriores trabajos, hemos visto cómo el citado conquistador, Ponce de León, buscó en aquella península la quimérica Fuente de la Eterna Juventud y cómo murió a consecuencia de las fiebres y los ataques de los indios.

Más tarde, la exploró Cabeza de Vaca, en el año 1.528 y Tristán de Luna, en 1.559. Pero al que se puede considerar como verdadero ocupante de la península fue a Pedro Menéndez de Avilés, fundador de la ciudad de San Agustín, (1.565).

Por cierto, sobre esta ciudad he aquí lo que escribe uno de los más conocidos autores norteamericanos, Franck G. Slaughter: "Una vez me encontraba de pie, tras la sombra de mi celosía mirando bacia abajo, hacia San Agustín, una ciudad con su gran sello de antigüedad. Después de haberla visitado mucha veces, conocía perfectamente bien sus calles retorcidas: y, sin embargo, a pesar de la calurosa bienvenida que siempre me deparaba, a menudo, me sentía en ella como un extraño... En Savanah o en Charlestón era una historia diferente.

Estas ciudades eran norteaméricanas hasta el alma y la lengua que en ella se hablaba era familiar a mis oídos, era la mía.

Pero San Agustín siempre se me presentaba como un trozo de la vieja España, transportado al soleado litoral de Florida. Desde donde estaba podía seguir con la vista el trazo del foso que la limitaba al Norte, las puertas de la ciudad que construyeron los conquistadores españoles, donde desde esas antiguas defensas habían defendido la ciudad durante siglos.

Y allí estaba también su castillo, cuyos cañones jamás habían sido silenciados por una rendición. Construido con bloques de piedra porosa, un material muy utilizado en estas tierras, la fortaleza era un símbolo de un pasado apagado: aún en el brillante ocaso de la primavera parecía remoto como una tumba.

Sin embargo, sentí un escalofrío al contemplarlo. Ahora que la bandera norteaméricana ondeaba en su torreón, todavía la mayor parte de los habitantes de la ciudad lo conocía como el Castillo de San Marcos, en lugar del de Fort Martín con el que había sido rebautizado. Y pensé que las sombras de los conquistadores y, sobre todo, el espíritu del héroe de estas tierras, Bernardo de Gálvez, flotaba en el ambiente que me rodeaba".

La historia, del escenario donde Bernardo de Gálvez llevó a efecto sus hazañas, continuó con la lucha entre los colonos ingleses y los españoles hasta 1.763, fecha en que España cedió la Florida a la Gran Bretaña a cambio de la restitución de La Habana.

Pero al estallar la revolución americana, o Guerra de la Independencia, que se esforzaba en formar una nación ajena y liberada del dominio absolutista de la Corona Británica, cambió otra vez el destino de la península de Florida.

España se puso de parte de los independentistas americanos con lo que la guerra con Inglaterra se hizo inevitable. Aquel fue el momento en que habría de brillar la estrella de Bernardo de Gálvez como "reconquistador" de la Florida, como el hombre que restituiría aquellas tierras a la Corona de España. Bernardo de Gálvez no esperó a que fueran los ingleses quienes tomaran la ofensiva. Lo hizo él, al frente de las tropas españolas y, como primer paso, procedió a ocupar la ciudad de Batón Rouge, en 1.779, más tarde hizo lo propio con Nactchez y en 1.780, ocupó asimismo Movile y Pensacola.

Todas estas acciones no se hicieron sin fuertes combates, pero en todas ellas los soldados ingleses fueron batidos por las tropas españolas de Gálvez.

Nombrado Gobernador General de Florida y la Luisiana en en 1.782, se le concedió el mando supremo de las tropas españolas en Cuba, lo que posibilitó que, dotado de nuevos recursos, consumara la ocupación de toda la península de la Florida para reconquistarla de los ingleses incorporándola a la Corona de España.

Una vez finalizada la guerra de la Independencia norteaméricana, con la derrota de los ingleses que tuvieron que abandonar el territorio para dar paso al nacimiento de una nueva nación, los Estados Unidos de América, Bernardo de Gálvez, abandonó la Florida para ejercer la Capitanía General de Cuba, sucedió a su padre, Matías de Gálvez, en el Virreinato de Nueva España, el 17 de junio de 1.875. Los hechos bélicos pasaron para Gálvez. En adelante, se preocupó tan sólo en organizar la Administración del inmenso territorio que constituía su virreinato. Impulsó las obras públicas, hizo construir la calzada de Méjico a Acapulco, ordenó la reconstrucción del castillo de Chapultepec y procedió a dotar a la capital mejicana de alumbrado público.

Bernardo de Gálvez, con todas estas decisiones, se reveló como buen administrador civil, después de haber demostrado sus innegables dotes militares. De su personalidad, cabe decir que el pueblo norteaméricano honró su memoria, agradeciendo la ayuda que prestó a la causa de su independencia, dando su nombre a una ciudad: Galvestón.

Pero, en realidad, los norteaméricanos consideran como héroes suyos a cuantos españoles tuvieron algo que ver en su territorio: Basta recordar a Vázquez de Coronado, a Hernando de Soto y a fray Junípero Serra...

Gonzalo Jiménez de Quesada

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

"Yo, Gonzalo Ximénez de Quesada, Adelantado de este nuevo Reyno de Granada digo: que ya se sabe así por la notoriedad del hecho, como por las crónicas españolas que tratan de este Nuevo Mundo de Indias, como yo, como capitán de esta hazaña, descubrí, conquisté y poblé, este Nuevo Reyno de Granada, saliendo de la costa del mar del Norte a este descubrimiento, con seiscientos hombres, cuyos trabajos en descubrimiento nunca otra cosa semejante se vio en las Indias, ni aún se espera que se verá..."

Pero, para escribir esto, Gonzalo Jiménez de Quesada tuvo que pasar antes por vicisitudes y peligros que entendemos interesante destacar.

Por su esfuerzo ganó sus armas: El escudo que le concedió el Rey Felipe II, en mayo de 1.546, cuando firmando "Yo, el Rey", escribió: "...y porque de vos y de ellos quedase perpetua memoria, nos mandásemos dar por armas un escudo hecho dos partes: que en la primera parte de arriba esté un león de oro en campo colorado, con una espada desnuda en la mano, en memoria del ánimo y esfuerzo que tuvisteis en subir por el dicho río arriba con tanto trabajo a descubrir é ganar el dicho nuevo reino, y en el otro, cuando esté, una montaña de su color, sobre unas aguas de mar azules y blancas, en memoria de las minas de esmeraldas que vos descubristeis en el dicho nuevo mundo, é que al pie de dicha montaña y en lo alto de ella, estén unos árboles verdes en campo de oro, y por orla cuatro soles de oro en campo azul y cuatro lunas de plata en campo colorado, y por timbre un yelmo cerrado con su rollo retorcido de azul y oro, e por divisa un león de oro con una espada desnuda en la mano, e unas alas de águila negra que salgan del yelmo, con sus trascoles e dependencia, e follajes de oro e azul, o como la vuestra merced fuese."

¿Qué hizo Jiménez de Quesada para merecer el honor que le otorgó el rey Felipe II? Quesada nació en Córdoba o en Granada, no se sabe muy bien. Poco importa. En Granada asistiendo a un jurista que estaba a las órdenes de su padre que era Juez de moriscos. Un día, atraído por las noticias que llegaban del Nuevo Mundo solicita y obtiene el cargo de Justicia Mayor en la expedición que, bajo el mando de don Pedro Fernández de Lugo, va a zarpar hacia el continente recién descubierto. Van mil quinientos peones, doscientos jinetes, caballos, alimentos... Son dieciocho los barcos que se alejan de Sanlúcar de Barrameda.

Ya está Jiménez de Quesada en las Indias, en la población de Santa María. Las cosas no van demasiado bien. Las enfermedades se han llevado a no pocos españoles. Un fraile se sienta y escribe al rey Felipe: "No hay necesidad de abrir la puerta a que más cristiano vengan. Antes hay necesidad de sacar a muchos de los que hay, porque ellos están perdidos y mueren de hambre y así, para sustentarse roban la hacienda y comida de los indios y así, ellos como los indios, padecen hambre".

Queda un territorio por descubrir. El que está arriba, remontando el río Magdalena. Jiménez de Quesada, convence a su jefe, Lugo, para que le dé el mando de un expedición que explore toda aquella parte de tierra. Lo consigue y al mando de setecientos cincuenta hombres abandona Santa Marta, en busca de los reinos y las riquezas del interior. El río Magdalena le facilitará la ruta. Quinientos soldados marcharán con Quesada por tierra; el resto lo hará en bergantines que remontaran el cauce fluvial llevando la impedimenta. Pero una tempestad sorprendió a los barcos hundió a todos menos a dos. En el lugar convenido, Quesada que los espera, los ve llegar. Su gente está diezmada y enferma. No importa: los que quedan continúan su avance tierra adentro. Poco a poco, la columna se va reduciendo hasta que sólo quedan doscientos hombres. Se pasa hambre. Comen raíces, sapos, los cuerpos de los caballos que van muriendo...

Son atacados por los indios. De nada valen los mensajes de paz que Quesada les envía. Al fin llegan a Tonja. Y lo que sigue se basa en la requisa de tesoros que el mismo Quesada cuenta en su "Compendio", cuando escribe: "Era de ver sacar cargas de oro a los cristianos en las espaldas, llevando también la cristiandad a las espaldas..."

Jiménez de Quesada piensa regresar a España para dar cuenta, al rey, de sus hechos. Pero unas y otras cosas lo van reteniendo. Prepara una nueva expedición río Magdalena arriba; allá va y descubre, que al otro lado del cauce fluvial se alzan unas elevadas montañas nevadas. Envía una expedición al mando de su hermano Hernán Pérez. No pueden llegar, se encuentran con otra expedición de españoles al mando de Sebastián de Belalcázar. Vienen de fundar Quito. Se reune con Jiménez de Quesada y le da cuenta de la muerte de Pedro Fernández de Lugo. Llega después el alemán Federmán, con una tropa de hombres que más parecen espectros. Los tres conquistadores se reunen y Quesada, decide fundar una ciudad. Al principio sólo son doce casuchas de paja, en memoria de los Apóstoles. Luego, elevan una humilde iglesia. El 6 de marzo de 1.538, con toda solemnidad se dice la primera misa, en Santa Fe de Bogotá, del Nuevo Reino de Granada.

Regresa Quesada a España y se encuentra con que el hijo de Fernández de Lugo se le ha adelantado y ha conseguido la gobernación de Nueva Granada por dos generaciones. A pesar de ello, Quesada, no descansó hasta que Lugo le vendió sus derechos. Pero fue su ruina, porque el Comendador Mayor, Francisco de las Casas, desaprobó el negocio y Carlos I, confirmó los derechos de Lugo, de modo que Jiménez de Quesada se quedó sin gobernación y sin dinero.

Regresó a América y esta vez también él se sintió subyugado por la leyenda de "El Dorado". Esta leyenda surgió después de la conquista del Perú. Allí, a orillas de la laguna de Guatavitá, se contaba que un príncipe indio, había castigado cruelmente a su esposa por serle infiel y que esta, enloquecida, se había arrojado con su hijita a las aguas de la laguna. El jefe indio lleno de dolor y arrepentimiento, recurrió a los brujos quien le hicieron creer que su esposa seguía viva y moraba en un palacio situado en el fondo de la laguna.

Para contentarla y desagraviarla, le dijeron que, debía hacerle ofrendas de oro. Y así, todos los años, el principe, subía en una canoa conducida por cuatro caciques completamente desnudos. El príncipe se desvestía totalmente y su cuerpo era embadurnado con una tierra grasosa sobre la cual se espolvoreaba oro "de tal manera que fuese enteramente cubierto por este metal." A sus pies, yacía un montón de riquezas que arrojaría a la laguna una vez estuviera en su centro. Lo del castigo a la esposa infiel, parece ser que era cierto: todo lo demás, una fantasía pero lo suficiente, para animar a unos hombres enloquecidos por la sed del oro. Pero El Dorado se escapa, siempre. Nadie sabe donde está: en pos de esta quimera parte Gonzalo Jiménez de Quesada. No consigue encontrarlo.

Regresa a España y vagabundea por Francia e Italia. Por fin, logra del Emperador, Carlos I, el mariscalato de Nueva Granada con una renta de cinco mil ducados.

En 1.550, se encuentra de nuevo en Santa Fe de Bogotá. Ya cuenta setenta años y la leyenda de El Dorado sigue obsesionándole. Pero otros hombres dirigen las tierras americanas y para ellos, Quesada, es casi un desconocido y por eso nada tiene de extraño que el licenciado Montaño lo destierre de Santa Fe. ¿Qué ha conseguido después de tanto bregar? Descubridor, conquistador, fundador... y sin embargo, se ve postergado en el gobierno de las tierras que él descubriera. Total: nada. Arruinado y pobre, ha regresado a América a cosechar quimeras.

Se refugia en el pasado y escribe sobre sus amigos de los que dice: "unos están muertos y estos son los más". Quesada, en su casona de Santa Fe sigue soñando con El Dorado. Le llega una noticia de Venezuela: El loco Lope de Aguirre, ha sucumbido en su desesperada búsqueda del mítico rey cubierto de oro.

Quesada se decide a emprender otra vez la búsqueda. Llevará medio millar de hombres y se compromete a ir fundando ciudades a cambio de la autorización que le concede la Audiencia. Recibirá el título de Marqués para él y sus hijos. Llanuras. Indios. Fiebres... La columna es esquilmada, hombres famélicos, caballos que mueren... y un jefe terco, continúa avanzando.

Al cabo de tres años de insensata búsqueda, este es el balance de la aventura: de mil trescientos hombres blancos, tan sólo regresan sesenta y cuatro; de los mil quinientos indios porteadores, vuelven cuatro y de los mil cien caballos, quedan vivos dieciocho. Total: doscientos mil pesos oro de pérdidas.

Ni aun así se desanima el viejo mariscal. Sueña con otra expedición grandiosa. En su mente se forma la columna y en ellas van sus viejos amigos y compañeros, ya muertos. Y así, sale de Mariquita, (Tolima), para entrar en la Eternidad el mismo día: 19 de febrero de 1.579.

Gonzalo Jiménez de Quesada queda, para todos los efectos, como lo que fue: el padre de la Nación Colombiana.