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Heráldica y Genealogía

Empecemos por la Genealogía. Genea, según la mitología, es la hija mayor de los fundadores de raza humana. Vivía en Fenicia con Lenus, su hermano, con el cual tuvo tres hijos, Fos, Pir y Flox, es decir, luz, fuego y llama. Del nombre de Genea se deriva la raíz del nombre de la Ciencia que nos ocupa. La Genealogía, -del griego geneá, generación y logos, tratado-, es la ciencia que estudia la serie de ascendientes de una persona, investigando las ramas ascendentes del llamado Árbol Genealógico. 

Ricoshombres e Infanzones

Cuando se habla de Heráldica, se hace inevitable la referencia a Nobleza, Caballeros, Hidalgos, Infanzones, Hijosdalgo, etc. etc., dado que estos conceptos son inseparables de la materia a tratar. Para comprender cómo, cuándo y por qué se inician estos nombres y su significado, se hace imprescindible el estudio de determinadas épocas.

Ciencia del blasón

En las Cruzadas hizo su aparición el blasón como la representación gráfica de los hechos llevados a cabo, la insigna que muestra ante todos el honor de aquel que lo posee y que, con posterioridad, van heredando todos los de su linaje.  Es por eso que la Heráldica como Ciencia del blasón aparece con toda su fuerza en las Cruzadas.

Heraldos

Los heraldos eran jueces que ordenaban los torneos con la potestad, por mandato real, de dictaminar sobre todo aquello que se refiriera al torneo, siendo sus decisiones inapelables. Entre sus obligaciones estaba la de examinar concienzudamente los títulos de nobleza correspondientes a los caballeros, investigando sobre sus armas y el derecho que poseían a llevar en sus escudos determinados motivos heráldicos.

Caballeros

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

Desde muy antiguo, el hombre empleó el caballo como medio de locomoción y en el Ejército.

En Roma, la creación de la caballería se atribuye a Rómulo mediante la formación de las denominadas "turmae" o escuadrones. Cuando más tarde, el ejército romano se organizó en legiones, cada una de estas contaba con tres centurias de jinetes. Pero ya se trataba de una caballería patricia, siendo los "equites" de rango superior a los "centurios" de la infantería. A partir del emperador Trajano existieron otros "equites" que ya constituían una clase superior, formando la guardia imperial. Los "equites" comenzaron a tener prerrogativas: llevaban en la toga una tira de púrpura, anillo de oro y les estaban reservados sitios preferentes en el circo y el teatro. Aunque se les concedían premios, lo cierto era que todos debían ser hombres de fortuna. Para ingresar en la guardia imperial tenían que demostrar poseer, al menos, cuatrocientos mil sextercios. Finalmente, llegaron a constituirse en una clase social equiparable a la nobleza del Imperio. Pero esto no les libraba de las iras de algún que otro emperador cuando este sospechaba que conspiraban en su contra: Sila hizo ajusticiar a más de mil quinientos caballeros. Con la cesaría de Augusto, los nobles senadores dejaron de constituirse en la clase dominante que ostentaba prefecturas y procuraduras, siendo suplantados por los caballeros. Su alto rango creció cada vez más, hasta alcanzar los grados honoríficos de nobleza: Los caballeros fueron "Viri eminentisimi", "Viri perfectisimi" y "Viri egregi". Sentadas las anteriores bases sobre el alto rango de los caballeros, no es de extrañar que en la Edad Media, estos constituyeran uno de los componentes, quizás el más importante de la pequeña nobleza militar. Los caballeros, en su origen, no pertenecían a la nobleza propiamente dicha. Eran hombres que poseían medios suficientes para mantener caballos con los que ir a la guerra, y los reyes pagaban sus servicios concediéndoles prerrogativas al estilo de las de los infanzones y los hidalgos. Numerosas veces pertenecían al estado llano gente enriquecida que llegaban a constituir como una segunda nobleza. En los primeros tiempos de la Reconquista, los reyes se rodearon de vasallos cuya ayuda les podía ser muy útil, los que recibieron el nombre de "milites" colaborando con gran eficacia en las empresas militares contra los musulmanes. Junto con los infanzones y nobles de sangre, los caballeros constituían la "mesnada" o Ejército de corte señorial y gozaban, naturalmente, de un estado de privilegio.

Ya en la guerra entre Cartago y Roma, la importancia del caballo, de la caballería, como elemento del ejército, era importantísima, como lo indica este antiguo tapiz que refleja una escena de las guerras púnicas.

Al caballero no se le exigía poseer hidalguía, bastaba que le fuera concedida por quien podía hacerlo y en un comienzo lo único que se le exigía era tener caballo y armas para combatir. Y como las necesidades de tener a su servicio unos fieles auxiliares que les prestaran su apoyo no sólo contra los musulmanes sino contra los levantiscos señores feudales iban en aumento, los reyes crearon un gran número de caballeros y como resultado de su actuación, los monarcas premiaron sus servicios mediante la concesión de tierras, villas y castillos con lo cual y por dicha causa casi todos fueron ascendiendo en dignidad al serles concedido el derecho al uso de su escudos con las armas pertinentes, y de ahí a convertirse en títulos (condes, marqueses o vizcondes) mediaba un paso tan corto que no tardó en producirse. En un principio, lo único que interesaba a los reyes era que los caballeros fueran hombres de armas pero con el tiempo, este estado de cosas se fue transformando, creándose determinadas leyes para ser considerado caballero. El antiguo orden por el cual los caballeros no estaban obligados a sostener a su soberano si no era a cambio de prebendas, fue desapareciendo, así como la división que se hacía entre los mismos, al tener dos clasificaciones: los nobles (infanzones o hijosdalgo) y los villanos. A estos últimos se los denominaba "caballeros pardos" probablemente por el color del traje que vestían; en el siglo XIII la denominación se les cambió por "caballeros ciudadanos" y en el XV "caballeros burgueses". Tal clase fue suprimida durante el reinado de Carlos V. En realidad, los "caballeros pardos" formaban un estado intermedio entre la nobleza y los ciudadanos. Otra clase de estamento social fueron los denominados "caballeros cuantiosos" creados por los Reyes Católicos, suprimidos posteriormente durante el reinado de los Austria. En Cataluña, los caballeros aparecieron muchos más vinculados a la nobleza que en los reinos castellanos. Muchos de ellos, por los servicios prestados a los nobles, recibían como pago un castillo, y en este caso se les daba el nombre de "castlans" (castellanos). Es también en Cataluna donde se establecen las diferencias entre los "caballers" (milites) y los "donzells" u "homes deparatge", siendo que los primeros si habían sido armados caballeros. Lo que ocurría en Castilla era que no estaba claramente diferenciada la clase de los caballeros con aquella que correspondía a la pequeña nobleza. Fijosdalgo o fidalgos. Sobre los que Vidal explica así esta confusión: La palabra "caballero" fue empleada en Castilla como sinónimo de noble unas veces, y otras como expresiva del individuo que ha sido armado caballero o para designar, sencillamente, al que poseía caballo y armas así un hidalgo, e incluso un ricohombre podía no ser caballero si no había sido armado como tal. En estos términos se comprende la frase "el infanzón nace y el caballero se hace". Cierto renombre alcanzaron los denominados "caballeros generosos" que, en término nobiliario tiene tres acepciones: La primera se refería a nobleza muy antigua, de varias generaciones. La segunda designaba a los descendientes de los "milites" o militares, o sea de generación militar, y la tercera se concretaba a los descendientes de los feudales que no habían sido armados caballeros. Pero cuando se establecieron las normas para ser armado caballero, todo cambió. Para poder serlo, se exigieron ciertas condiciones: Ser noble por lo menos en tres generaciones por parte de padre o de madre. A los siete años tenían que prestar sus servicios en calidad de pajes en el castillo de algún señor; a los catorce años se pasaba a la categoría de escudero, teniendo a su cuidado el caballo y las armas de su señor, al que acompañaban en sus empresas militares, al tiempo que se adiestraban en los ejercicios físicos propios de la época como eran la utilización de la armadura pesada, la equitación, cubierto el jinete de todas sus armas, escalar murallas. etc. etc. Hasta cumplir los veinte años se les consideraba donceles, y quedaban autorizados a participar en las guerras, dado que ya tenían derecho a ostentar armerías como los caballeros y demás clases nobiliarias. Llegaba el día elegido para que el aspirante fuera investido como caballero: Tenía que ayunar, confesar y comulgar el día antes de la ceremonia, eligiendo a los padrinos que debían armarle, con los que comía antes, aunque el neófito lo hacía en mesa separada y expresa prohibición de hablar o reir. El aspirante tenía que pasar la noche en vela, completamente armado, en lo que se denominaba "la vela de las armas". Al día siguiente, se bañaba y entraba en la iglesia llevando la espada colgada al cuello presentándose al sacerdote para que la bendijese. Después, con las manos juntas iba a arrodillarse delante del caballero que lo iba a armar y ante los Santos Evangelios juraba defender la religión, la patria, al rey y los débiles, obedecer a los superiores, ser cortés con todos, no servir a príncipe extranjero, no faltar jamás a la palabra empeñada y no mentir, injuriar o calumniar, defendiendo siempre, aún con riesgo de su vida, toda causa justa. Seguidamente, los padrinos le ceñían la cota de malla, le calzaban las espuelas doradas y le colocaban la espada al cinto. El paso del tiempo, fue reduciendo la importancia de esta clase social y a partir del siglo XV se inició su decadencia a causa de la revolución en el arte militar. En Andalucía, existió otro tipo de caballeros que nada tenían que ver con las armas. Los denominados "venticuatro" que eran Regidores de los Ayuntamientos cuyo número era ese. Era condición indispensable ser noble de sangre.

Conceptos de Heráldica

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

La comprensión de bastantes conceptos que no sólo aparecen en la historia, sino en la literatura y, con especial incidencia en la Genealogía y la Heráldica, aconsejan hacer constar una serie de palabras, indicando su significado a los lectores, dado su poco uso. Como sea que muchas de esas voces han caído en desuso no está de más aclarar su significado.

Por ejemplo: Todo el mundo sabe que un Abad es el superior jerárquico de una abadía de monjes o canónigos regulares. Pero ocurre que también con esta palabra se designaba al noble que poseía legítimamente y por herencia alguna abadía con frutos secularizados tal como sucedía en algunos puntos de España, principalmente en Vizcaya.

Comenzaremos, pues, por orden alfabético la descripción de algunos de estos conceptos, imprescindibles para la mejor compresión de los temas históricos, genealógicos y heráldicos: "Acostamiento" era el sueldo o estipendio que el rey o los señores feudales daban a sus respectivos vasallos para que acudiesen con sus armas cuando las necesidades de la guerra así lo imponían.

"Adelantado" era el funcionario que el rey colocaba al frente de una provincia o comarca para que le representase y ejerciera en dicho territorio la suprema autoridad en nombre del soberano.

"Alarde" era la revista que pasaba el rey o la persona por él delegada a la nobleza titulada, caballeros, escuderos o vasallos que disfrutaban de tierras para saber si tenían los caballos y armas necesarios y si estaban dispuestos a entrar en batalla.

"Alcalde Alamín" era la persona diputada para reconocer y arreglar en un pueblo las pesas y medidas, especialmente de productos comestibles y para determinar la calidad y precio de ellos.

"Alcaldes del Crimen" funcionarios encargados de juzgar cuantos delitos se producían con muerte de individuos en forma violenta o alevosa.

"Alcaldes de la Hermandad" eran los que se nombraban cada año en los pueblos para que entendieran de los delitos cometidos en el campo.

"Amparo de Hidalguía" consistía en la antigua práctica de acudir a los Alcaldes de Corte solicitando un mandamiento en virtud del cual se reconociese la nobleza e hidalguía del recurrente. Este Amparo fue abolido en el año 1.777.

"Auto de Fe" era el acto público del Tribunal de la Inquisición donde los reos se exponían públicamente para leerles las causas después de ser estas juzgadas.

Entregados después dichos reos al brazo secular, generalmente su muerte era en la hoguera.

"Baile" antiguamente con este nombre se designaba en Aragón a un juez ordinario en ciertas poblaciones de señorío.

"Blanca de la Carne" se entendía el tributo que grababa la carne consistente en dos maravedíes. Por cierto, a los nobles se les eximía de dicho tributo en reconocimiento a su calidad.

"Camarero" se trataba, en la Casa Real de Castilla, del jefe de la Cámara del Rey. También se denominó así al criado que cuidaba de la cámara de los Grandes.

"Capitán Preboste" era el encargado de, con su compañía, perseguir a los malhechores y llevar a cabo a su ejecución si así procedía. Se trataba de lo que hoy se denomina Policía Militar.

"Ciudadano Honrado" en Cataluña, quedaba reservada a aquellos que vivían de sus rentas sin necesidad de ocuparse en trabajos manuales.

"Consejero de Capa y Espada" en la práctica, no pintaba nada, ya que en los Tribunales Reales carecía de voto y entendía solamente en materia consultiva.

"Chancillería" esta era un Tribunal Superior de Justicia donde además de los pleitos que a él llegaban, se entendía por apelación de todas las causas de los jueces de las provincias que estaban dentro de su territorio, y privadamente de las de hidalguía, propiedades y mayorazgos. De sus ejecutorias no había apelación y sólo se admitía el recurso por agravio o injusticia notoria, o la apelación al rey.

"Ejecutoria de Nobleza" consistía en el despacho que se emitía por algún tribunal del reino donde se ponía de manifiesto la calidad de nobleza de alguna persona que así lo solicitaba.

"Estanco" era el embargo o prohibición de algunas cosas de ser vendidas libremente sin que antes no se le hubiera puesto precio a las mismas.

"Freyle" caballero miembro de alguna Orden Militar.

"Grandes de España" estaban autorizados a cubrirse delante de su rey en el acto de su investidura, si era caballero, o de tomar asiento delante de la reina, si era señora, gozando además del derecho a llamarse "primos" del Soberano y recibir el tratamiento de excelencia. Es curioso señalar de donde parte el Ejército Regular de España: Fue de las llamadas Guardias viejas de Castilla y su creación se debe a los Reyes Católicos deseosos de disponer de un cuerpo militar armado que pusiera freno a los abusos y desmanes de los poderosos señores feudales. En lo que respecta a la famosa "Limpieza de Sangre" consistía en la información que se practicaba por distintos estamentos nobiliarios, gremios, corporaciones, etc. donde el aspirante debía demostrar que sus antepasados no habían tenido mezcla de sangre de moros, judíos o herejes, penitenciados por el Santo Oficio, condición previa para su admisión. Como se ve, el asunto del racismo viene de lejos y España tampoco está libre de pecado... Basta con recordar la expulsión de los judíos y más tarde la de los moriscos.

Cuando se habla de la Real Maestranza de Sevilla, bueno será saber que esta palabra "Maestranza" era una institución nobiliaria española que originariamente tenía como misión ejercitarse en el empleo de la equitación, con escuela para el manejo de las armas a caballo.

"Merindad" tal cosa viene de "Merino" que era un juez nombrado por el rey en su territorio donde tenía amplia jurisdicción y a esta región era a la que se denominaba "Merindad"

"Mozárabe" era el cristiano que durante la dominación árabe vivió entre los moros conservando su propia identidad y religión.

"Pechos" eran los tributos y el "pechero" era el plebeyo que estaba obligado a pagar con pecho o sea, tributo. Por cierto, aquellos que pertenecían al estado de los hijosdalgo se eximían de semejante pago.

"Derecho de pernada" se trataba de cierto derecho que poseían algunos señores de la antigüedad de introducir una pierna en el lecho de una vasalla suya recién casada. Venía a ser la representación simbólica del derecho de prelibación aplicada anteriormente. Después se substituyó por una contribución.

"Realengo" todas las poblaciones no eran de Señorío ni pertenecían a Órdenes Militares.

"Señor de Horca y Cuchillo" aquel que tenía derecho de vida y muerte sobre sus vasallos.

"Villano" era el nacido en el estado llano y se veía sujeto a aquello que le placía a su Señor.

Esmaltes y colores

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

Heráldicamente hablando los esmaltes son la pintura que se empleó en los escudos de combate, bien para decorarlos, ya para evitar que sufrieran los efectos de la oxidación las piezas metálicas que entraban en su composición.

Esta palabra "esmalte" de acuerdo a la opinión de los escritores antiguos proviene de la hebrea "hasmal", a la que los latinos tradujeron como "smaltun". Se cuenta que fue un rey, Porsena, Soberano de la Toscana, quien usó vajillas en cuya fabricación entraba el esmalte y de ahí el nombre de "porcelanas", a tales vasijas. Pero, en realidad y ciñéndonos a los antecedentes históricos, parece demostrado que fue un platero francés, Jean Toutin, quien descubrió los esmaltes tal y como han llegado hasta nosotros. Ciñéndonos a la terminología heráldica, esta palabra, esmalte, comprende los colores, los metales y los forros. Comencemos por lo primero, los colores. Hay quien sostiene la opinión de que derivan de ciertos vestidos que, según el día de la semana, se usaban por turno, entre los griegos. Pero parece mucho más verosímil que la verdad se base en el color de los vestidos que los caballeros usaban en los torneos o, quizás, de los dibujos que se pintaban en sus escudos. Otro tanto puede decirse de los metales.

En Heráldica existen cinco colores: el rojo, al que se denomina "gules", el azul "azur", el negro "sable", el verde "sinople" y el morado "púrpura". Este último mantiene el privilegio de participar de la naturaleza de los colores y los metales, que son dos, el oro y la plata. Al primero se le representa en color amarillo y al segundo, blanco.

En la Heráldica inglesa, existen tres colores más: Leonado, anaranjado y sanguíneo.

Para el profano en la materia, ante lo anterior, de inmediato se le ocurre una pregunta, tan simple como sencilla: ¿Y por qué esos términos de gules, azur, sinople, sable y púrpura, en lugar de denominarlos en su origen natural?. La contestación se basa en el deseo de los propios heraldos o Reyes de Armas de diferenciar los colores que daba el vulgo a la Heráldica ya que, según se criterio esta era (y es) "una ciencia que por su nobleza sólo debía ser, manejada por quien conociera los quilates del honor y que no fuese común a lo normalmemte utilizado para calificar el color de cualquier adminículo". Pero como en los blasones a veces se da el cuerpo humano, o parte del mismo, existe otro esmalte, el llamado "encarnación" que se utiliza para aquel menester, se llama "natural", a los colores de animales, frutos o sombras.

Para la representación de los esmaltes era indudable que la forma ideal consistía en la pintura. Era casi imprescindible recurrir a la pintura para la reprodución en los libros de los escudos de armas. Porque si se recurría al grabado, evidentemente que sí se podían reproducir ornamentos y figuras que componían el escudo pero no, sus colores. El problema fue resuelto por un jesuita italiano, el padre Silvestre Petra, en un invento que lo solucionó y que marcaba, un procreso evidente no sólo en la Heráldica sino también en las Artes Gráficas. El rojo o "gules" se representa por líneas puestas en "palo", o sea, perpendiculares. El azul o "azur" se expresa por líneas en faja, o sea horizontales que van de lado a lado del escudo. El verde o "sinople" por medio de líneas en banda o diagonales de derecha a izquierda. El negro o "sable" por líneas perpendiculares en palo, y, horizontales en faja. El violado o "púrpura" por líneas puestas en barra o diagonales de izquierda a derecha. En cuanto a los metales, el oro se manifiesta por puntos esparcidos con toda regularidad por el campo del escudo. La plata se expresa dejando el campo completante limpio y sin ninguna señal.

La Heráldica es la ciencia de los símbolos. Y es por eso por lo que se entiende perfectamente la reacción de los colores del blasón, con los elementos de la naturaleza, con las piedras preciosas, con los meses del año y con los signos del Zodiaco. Es por ello muy interesante para mostrar el punto de partida de la "Ciencia del Blasón", en su desarrollo histórico, citar las relaciones emblemáticas de los esmaltes. Veamos la relación de los esmaltes con las piedras preciosas: El oro simboliza el topacio. En las armerías de los reyes se le llama "sol", en las de los nobles con título de Duque, Marqués, Conde, etc, "topacio" y en el de la nobleza en general "oro". En su relación con los astros el oro es el Sol; de los doce signos del Zodiaco, Leo; de los elementos, el fuego; de los días de la semana, el domingo; de los meses del año, julio; de los árboles, el ciprés y de las flores, el girasol; de las aves, el gallo; de los cuadrúpedos, el león y de los peces, el delfín. Por las Leyes de la Heráldica, cuantos lleven este metal en sus escudos están obligados a hacer el bien a los pobres y a defender a sus príncipes, péleando por ellos hasta su última gota de sangre.

La plata significa en su correspondencia con las piedras preciosas la perla. De los astros, la Luna; de los signos del Zodiaco, Cáncer, y de los elementos, el agua; de los días de la semana, el lunes; de los meses del año, los de enero y febrero; de los árboles, la palmera; de las flores, la azucena; de las aves, la paloma; y de los animales, el armiño. La plata en las armerías recibe el nombre de Luna, en lo que se refiere a las de los soberanos; en las de los títulos, perla, y en las de los restantes nobles, plata; significa blancura, pureza, y los que la llevan en sus armas están obligados a defender a las doncellas y amparar a los huérfanos.

El color rojo, denominado en Heráldica, gules, representa al rubí. Y en lo que se refiere a los signos del Zodiaco corresponde a Marte, Aries y Escorpio; como elemento, el fuego; el día, el martes y el mes, el de octubre; el metal, el cobre; árbol, el cedro y la flor, el clavel; de las aves, corresponde al pelícano. El gules en las armerías de los reyes y príncipes se llama Marte; en las de los títulos, rubí, y gules en la generalidad de la nobleza. En cuanto a sus cualidades se traducen, por valor, intrepidez y valentía. Aquellos que llevan este color en sus blasones tienen la obligación de socorrer, amparar y defender, a los injustamente oprimidos.

El azul (azur) es el zafiro y los signos del Zodiaco a que se encuentra sujeto son Venus, Tauro y Libra. Su elemento es el aire; su metal, el acero; el día de la semana, el viernes; los meses, abril y septiembre; su árbol, el álamo; la flor, la violeta; su animal, el camaleón y su ave, el pavo real. El azur se llama Júpiter en las armerías reales, zafiro en las de los títulos y azur en la nobleza; simboliza este color realeza, majestad, hermosura y serenidad. Los que los lleven en sus armas, están obligados a socorrer a los fieles servidores de sus príncipes que "se hallan sin remuneración por sus servicios".

En lo que respecta al sable, simboliza el diamante; su signo del Zodiaco es Saturno, Tauro y Virgo; su elemento, la tierra; el día de la semana, el sábado; el mes, diciembre; su metal, el plomo y el hierro; su árbol, el olivo y el pino; y como ave, el águila. En los escudos de los príncipes se llama al sable, Saturno; en los de los títulos, diamante, y sable para la generalidad de la nobleza. Se tradúce por la ciencia, la modestia y, a veces, la aflicción. Aquellos que usan este esmalte en sus escudos se encuentran obligados a socorrer a las viudas, los huérfanos, los eclesiásticos, y la gente de letras que sufra injusticia y opresión.

La esmeralda simboliza al sinople y el signo zodiacal corresponde a Mercurio; su elemento es la tierra; el día de la semana, el miércoles; su mes, mayo; su metal, el azogue; como planta, el laurel; la flor, la siempreviva y como ave, el papagayo. En los blasones de los principes recibe el nombre de Venus; esmeralda, en el de los títulos y sinople en los de la nobleza en general. Su significado es la esperanza, la abundancia y la libertad; cuantos llevan este esmalte en su escudo quedan obligados a socorrer a los labradores en general y a los huerfanos y pobres que se encuentren oprimidos.

La púrpura representa la amatista; su signo, el de Júpiter; su elemento, el aire; su día de la semana, el jueves; los meses, febrero y noviembre; el metal, el estaño; la planta, la sabina y su flor, el lirio; y en lo que se refiere al Zodiaco, se añade al planeta Júpiter, los signos de Sagitario y Piscis. Su animal es el león y de los peces, la ballena. La púrpura se traduce por dignidad, soberanía, grandeza y poder. Los que traen estas armas quedan obligadsos a socorrer a los eclesiásticos y los religisos.

El Escudo

Historia de la Heráldica y de la Genealogía



Los orígenes del escudo se basan en la antigua arma defensiva que los guerreros embrazaban con el brazo izquierdo para resguardarse de los golpes de lanza y otras armas de sus enemigos. Los hombres de guerra acostumbraban a pintar en la parte externa de sus escudos figuras y jeroglíficos.

¿De qué época data el escudo?. No puede fijarse con exactitud. Desde los que lo unen con Palas, en la mitología griega, hasta aquellos que lo achacan a los hermanos Preto y Acrisión en la guerra que ambos sostuvieron entre sí por la posesión del reino de su padre, el rey Abas de Argos, 2.658 años antes de Cristo. Se encuentran versiones para todos los gustos.

Lo que sí es cierto es que ya en tiempos de Roma se utilizaba el escudo. La leyenda así lo atestigua: "El año 48 de la fundación de Roma, 706 años antes de Jesucristo, la peste se extendió por toda Italia y no cesó hasta que se vio caer del cielo un escudo de cobre. Numa Pompilio consultó a la ninfa Egeria, quien le contestó que de la conservación del escudo dependía la suerte del Imperio pues sería la égida de Roma contra todo suceso desgraciado que pudiera sobrevenir. Ante este anuncio, Numa Pompilio hizo construir once escudos iguales a fin de que no fuera reconocido el caído del cielo si alguno intentaba robarlo. La custodia de estos doce escudos fue confiada a doce sacerdotes de Marte a los que se les llamaba "Salicus Palatius", y para los grandes patricios romanos constituía un honor poder formar parte de dicho cortejo. Estos sacerdotes, revestidos de grandes galas, recorrían solemnemente la ciudad todos los años, para mostrar a la multitud los escudos que cada uno llevaba en el brazo derecho, y tal era la religiosidad de la fiesta que mientras ésta duraba no se autorizaba a los ejércitos romanos a emprender campaña alguna ni tampoco se consentía a nadie contraer matrimonio ya que se tenía la creencia que cualquier empresa emprendida en dichas fechas no podía acarrear ningún bien.

En un principio, la materia que se utilizó para confeccionar los escudos fue la madera, aunque también se hacían de mimbres entrelazados. Su forma y tamaño variaba bastante. Los egipcios los hacían tan grandes que cubrían todo el cuerpo humano. Los galos, para averiguar si sus hijos eran legítimos tenían la costumbre de depositar al recien nacido sobre un escudo y aventurarlo a la corriente de los ríos. Si el agua se tragaba al frágil esquife, el niño era proclamado bastardo, mientras se entendía como legítimo si las olas respetaban a la criatura

Así queda dicho en la "Ciencia del Blasón" de Costa y Turel. Se añade que el escudo se contaba en el número de presentes que hacía el esposo en las bodas a la desposada para recordarle la prueba terrible por la que tendría que pasar.

En ciertos pueblos de la antigüedad, entre ellos los germanos, ningún notable podía presentarse a Consejo sin llevar su escudo y cuando querían mostrar su aprobación a las palabras de un orador, golpeaban fuertemente su escudo.

A través del tiempo, el escudo dejó de ser una defensa destinada a resguardar al guerrero de los golpes de su enemigo, para transformarse en señal de honor y nobleza, cuyo campo sirviera para el ejercicio del arte heráldico, colocando en él los atributos de las familias según las reglas del Blasón.

Su forma puede ser muy variada de acuerdo a la inventiva de los hombres. Así el escudo español es cuadrilongo, redondeado por lo bajo unas veces, y otras en sus dos ángulos inferiores y terminando en punta en medio de la base. Aunque hoy en Francia se utiliza el mismo escudo que los españoles, en tiempos fue todo cuadrado o en triángulo curvilíneo. El alemán suele ser con escotadura al lado diestro, la que servía en la antigüedad para afianzar y sujetar la lanza. También lo usan en otras formas. Los ingleses suelen aceptar los escudos francés y español aunque modificándolo para ensanchar la parte superior del mismo. Por su parte los italianos utilizan el escudo en forma de círculo y de óvalo. Los eclesiásticos son asimismo ovalados y rebordeados para denotar el orden sacro. Cuando se trata de un doble escudo, es decir, de los casados cuyas armas son distintas a las de la esposa, se utilizan dos escudos, poniendo las armas de la esposa a la siniestra y las del esposo a la diestra. Desde sus orígenes. La Edad Media, porque fue en dicha época cuando comenzaron a utilizarse los blasones en Europa, todo predisponía a la creación del escudo nobiliario: Una sociedad feudal que deseaba diferenciarse de los otros estamentos sociales haciendo valer sus títulos y los honores que, a su juicio, se le debía. Otro hecho influyó sobremanera en la creación de los Blasones. La Caballería, por entonces se encontraba en todo su apogeo, se movilizaban grandes masas de hombres y se hacía preciso un signo que distinguiera no sólo a cada grupo, sino al jefe del mismo, es decir, su Señor.

Que, por regla general, todos los tratadistas se encuentren practicamente de acuerdo en que el Blasón tiene su punto de origen y difusión en las Cruzadas no quiere decir que no se hayan efectuado otro tipo de opiniones. Hay quien llega a afirmar que ya el Blasón se utilizaba en las épocas más remotas de la antigüedad citando como ejemplo no sólo a los distintintivos que ostentaban las doce tribus de Israel, sino a declarar que hasta Adán, padre del género humano, utilizaba ya un signo, una marca, o una determinada señal, esto casi no parece serio, lo que sí es cierto es que se han encontrado símbolos, figuras y dibujos parecidos a los de la Heráldica en algunos monumentos asirios, caldeos y egipcios, lo que ha llevado a decir que la ciencia heráldica nació en Oriente.

Representaciones simbólicas las hubo tanto en Roma, como en Grecia, como han dejado reflejado diversos escritos de los historiadores Heredoto, Virgilio y Tácito. El primero ya habla de la costumbre de pintar ciertos dibujos en los escudos que servían de protección en el combate. En Grecia, Esquilo cuenta que los tebanos podían distinguir perfectamente a los siete jefes del ejército que sitiaba su poderosa ciudad a través de las divisas emblemáticas pintadas en sus escudos. Uno de estos jefes llevaba en su escudo un fondo (campo) azur repleto de estrellas blancas, otro, Capaneo, había hecho pintar un hombre desnudo con una antorcha en la mano y la siguiente divisa "Yo arraseré la ciudad". Los reyes asirios tenían a la paloma como signo, los cartagineses, una cabeza de caballo, los romanos la loba, los godos el oso y los francos el león.

Dejando aparte estos antecedentes, la verdadera difusión de las armerías debe fijarse, lo repetimos, en la Edad Media. Fue entonces cuando, con las guerras y las conquistas de tierras, éstas eran dadas a deteminado noble por su soberano a título vitalicio y, por regla general, añadía el nombre de las citadas tierras al suyo propio. Medina es palabra árabe que significa "ciudad". ¿Cuantos caballeros cristianos llevaron dicho nombre como apellido y como tal ha llegado a nuestros días?

Al convertirse los feudos en hereditarios, nacieron las familias, o los linajes y esto coadyuvó a la aparición de las armerías, como su representación jeroglífica. A este respecto, el más antiguo monumento que se conoce en Europa en el que aparecen figuras con armerías, según señala Alejandro de Armengol en su obra "Heráldica", es el de Raúl de Beaumont (1.087, 1.110) y, de acuerdo a lo que también indica el autor antes citado, hay la tumba de Geoffroy Plantagenet, Conde de Abnjou, en el que el fundador de la dinastía de su nombre está representado por un largo escudo que va cargado con ocho leones rampantes.

Basándonos en la obra de Armengol, se añade asimismo que una autoridad tan notoria en esta materia como Fernando de Sagarra, dice que en lo que él respecta no conoce en España sellos anteriores al siglo XII, parece ser que los primeros corresponden a Ramón Berenguer IV de Barcelona, de Alfonso II de Aragón y de Alfonso VII de Castilla, todos del siglo XII. Por todo lo anterior, queda bastante claro que las divisas heráldicas no comenzaron a generalizarse en las casas nobles hasta el siglo XII.

Son varias las interpretaciones que pueden darse a la aparición del Blasón y existen algunos que han querido darle un origen oriental, basándose en el razonamiento de que los caballeros cruzados observaron las distintas divisas en los pueblos con los que lucharon. Ciertamente, la hipótesis no puede ser rechazada en rotundo y posiblemente ocurrió que, como antes ha quedado expuesto, en la época del feudalismo y la caballería, los grandes señores quisieran distinguirse unos de otros al tiempo que hacían reflejar en sus escudos los signos de sus hazañas y los honores otorgados por su rey, y hay que tener en cuenta que conforme la época avanzaba más numerosos eran los ducados, marquesados, condados, baronías, etc. y cada noble se sintió obligado a establecer un símbolo que definiera sus posesiones y representara su autoridad sobre las mismas, y queda otro detalle que tampoco hay que olvidar. Fue la época de las justas y los torneos; los caballeros al llevar sus rostros ocultos por el yelmo eran irreconocibles por lo que en su deseo de hacerse conocer, de que los espectadores supieran sin la menor duda de quien se trataba, recurrieron a ostentar distintos colores en sus cimeras y pintar, bien visibles, sus blasones en sus escudos, así como en las gualdrapas de sus caballos. Hubiera sido absurdo presentarse en un torneo, participando en el mismo, sin que nadie pudiera saber de qué caballero se trataba cuando lo que ellos pretendían, era precisamente todo lo contrario, hacerse notar y cuanto más, mejor.

Para terminar este capítulo, queda por consignar que de acuerdo a la forma del escudo, así era el nombre que se le daba: Rodelas, eran aquellos redondos; paveses, los ovalados y de gran tamaño; a los rombos se les llamaba tarjas y a los triangulares, broquetes. Los cuadrilongos, convexos, eran llamados adargas.

Real Chancillería de Valladolid

Historia de la heráldica y de la genealogía

¿Qué era el Tributo del pecho? ¿A qué se llamó Libro del Becerro?

Al citar las probanzas de nobleza que en lo que respecta a diversos apellidos que se vienen consignando, por regla casi general se menciona que tal cosa se efectuó ante la Real Chancillería de Valladolid. Naturalmente, todo aquel que no se encuentre algo documentado sobre estos temas podrá preguntarse por qué se llevaba a efecto tal probanza ante la citada Real Chancillería y, en resumidas cuentas qué era y qué significaba ésta. No está de más, pues, hacer un poco de historia y explicar los detalles de la mencionada Chancillería, como se creó, para qué y cuales fueron sus primeros cometidos, hasta llegar a su estrecha relación con la heráldica.

En el año 1.371 el rey Enrique III en las Cortes celebradas en la ciudad de Toro decidió crear un tribunal itinerante que le acompañara en sus frecuentes viajes por toda Castilla, ya que el Monarca no sólo estaba forzado a la lucha contra los moros sino también con su levantisca nobleza. Dicho Tribunal tenía como objetivo solucionar y dictaminar sobre los numerosos pleitos que los nobles entablaban entre sí lo que producía no pocos quebraderos de cabeza a la Corona.

Pasado el tiempo, otro rey, Juan I, dispuso en el año 1.390 que este tribunal fijara su residencia en la Ciudad de Segovia. En el año 1.442 con ocasión de unas Cortes celebradas en Valladolid, el rey Juan II decidió que la Real Chancillería se estableciera ya permanentemente en la ciudad de Valladolid, pero fueron los Reyes Católicos quienes, ya de un modo definitivo, sancionaron dicho establecimiento en la mencionada población. Esto se hizo por el capítulo primero de las Ordenanzas de Medina del Campo de 1.489.

Del interés que los anteriormente citados Monarcas tuvieron en este asunto lo demuestra la organización de la que dotaron a la Chancillería, se estableció que debía disponer de cuatro salas: La del Crimen, de lo Civil, de los Hijosdalgo y de Vizcaya. A través de las Ordenanzas que se conservan en el Archivo de Simancas dadas en Piedrahita a 3 de abril de 1.486 se trazan las siguientes consideraciones: "De las personas asalariadas y del salario que el rey les da para que no cohechen", disponiendo que los funcionarios de la Real Chancillería comenzando por su Presidente, los Oidores, los tres Alcaldes, el Fiscal, el Juez de Vizcaya, y el Procurador y los Abogados de los pobres, así como cuantas personas fueran asalariadas de la Corona, no pueden ausentarse por más de un día de sus deberes "ni tomen ni acepten dádivas", como se ve, todas las anteriores medidas eran bastante sabias y ponían, aunque todavía en forma incipiente las bases para la Ley Orgánica del Poder Judicial.

Y esto sucedía en la Edad Media, lo que demuestra que España siempre fue a la cabeza en cuanto a Leyes justas se refiere. Lo malo, y todo hay que decirlo, es que las leyes se han hecho para cumplirlas y, lamentablemente, en España esto no resulta tan fácil y si no basta con recordar el viejo dicho tan común en la América Hispana cuando hasta los Virreyes llegaban las Órdenes de la Corona: La Ley se acata, pero no se cumple.

Pero como lo que nos interesa es aquello que correspondía a la Sala de los Hijosdalgo, diremos que en los documentos que abarcan desde los últimos años del siglo XV hasta el año 1.834, se registran los pleitos, las probanzas y los expedientes provisionales conteniendo la Sala de los Hijosdalgos más de 1.400 legajos que totalizan más de 30.000 litigios.

Resulta interesante aclarar en que consistían tales pleitos: Por lo general tenían como motivo el haberse incluido al litigante por su respectivo Concejo en el patrón de los pecheros, lo que llevaba consigo la obligación de pagar los tales "pechos" lo que, naturalmente, se négaba a pagar, alegando su condición de hidalgo. ¿Qué era el pecho? Durante la Baja Edad Media se daba este nombre en Castilla y León a la renta que tenían que pagar los villanos a su señor, y los súbditos no nobles al rey. Naturalmente, el estado de hidalguía eximía del pago de dicho tributo, que quedaba reservado precisamente para aquellos que menos tenían, esto es, labriegos y los llamados villanos, no porque fueran unos malvados, como ahora se entiende, sino por su condición de pobreza.

Por tanto, el hidalgo al que el Concejo de su localidad le incluía en la lista de los pagadores, se llamaba a engaño y de inmediato interponía querella y reclamación en la Real Chancillería. Allí, el Fiscal encargado de estos casos, lo obligaba a presentar la denominada probanza de que efectivamente poseía la condición de hidalgo así como de la legitimidad y limpieza de su origen. Ésta consistía en demostrar sin la menor duda de que en sus ascendientes no había moro ni judío, esto es, lo que se llamaba limpieza de sangre.

De acuerdo con el Código de don Enrique cuando el hidalgo cambiaba de lugar de residencia, precisaba formular un expediende si quería ser incluido en su nueva residencia en el patrón de los hidalgos, y para ello tenía que recurrir asimismo a la Real Chancillería para que ésta le facilitase el documento preciso que acreditaba su hidalguía a la que se llamaba Cédula de Real provisión. En lo que se refiere a las llamadas probanzas se realizaban "ad pepertuam rei memoriam", con el fin de evitar que desaparecieran las pruebas que posteriormente podría precisar el hidalgo o sus sucesores quedaba otra exigencia de probanza de hidalguía: aquella que se refería al Ingreso en las Órdenes Militares.

Allí, en la Real Chancillería se vieron innumerables peticiones, se examinaron las pruebas, se tomaron declaración a testigos y se amontonaron los legajos de tantas y tantas familias que solicitaban el reconocimiento de su nobleza. Todos estos procesos, si así podemos denominarles, no eran fáciles.

Por ejemplo: determinado hidalgo quería ingresar en una Orden Militar la cual de inmediato le exigía la prueba de su estado noble. Si había cambiado de lugar de vivienda, la cosa se complicaba mucho. Había que comenzar con el procedimiento ya señalado de solicitar de la Real Chancillería el documento que certificase su condición de hidalgo, pidiendo una nueva Real Provisión que, a su vez era preciso presentar ante el consejo de la nueva localidad de residencia la cual despachaba, si había lugar, lo que se denominaba nuevo acuerdo si es que estaba conforme con lo dictaminado por la Real Chancillería. Una vez en posesión de dichas probanzas, el solicitante debía presentarlas ante el Gran Maestre de la Orden Militar en la que deseaba ser admitido y, si era conforme, y no existía obstáculo para su inclusión en la misma.

De todos modos, entre probanzas, pleitos, el estado de pecheros, los catálogos de la Chancillería abarcaban miles de fichas, ya que hay que tener en cuenta las certificaciones de los Reyes de Armas y demás documentos de nobleza aportados como pruebas que generalmente eran extendidos sobre pergaminos o ricas telas los grandes planos a todo color referentes a lindes de propiedades y el ejemplar, admirablemente conservado del primer censo español, el célebre Becerro de las Beheterias, llamado así por estar encuadernado en una gran piel de becerro.

La Real Chancillería de Valladolid conoció una gran parte de la historia de la nobleza de España y allí se conservó mucho de lo que, más tarde, pasados los años y aún los siglos, fueron las bases y los mejores antecedentes para localizar no pocos detalles sobre los linajes que, de otra forma, hubiera sido casi imposible de determinar.

Repetidas veces se ha dicho que Heráldica e Historia forman dos líneas paralelas que llegan a unirse y que, a veces, para saber de la segunda se hace preciso conocer la primera, y esto es cierto, porque la Historia se encuentra en los escudos grabados en piedra de los viejos caserones. Valga un solo ejemplo la casa reconstruida de Cristóbal Colón, minicopia del Palacio de Santo Domingo de su hijo don Diego. A través del primer escudo que ostentó el Descubridor se entiende y se comprende mucho de lo que fue su gesta, y así, en las biografías de los hombres que han significado algo en la Historia es mucho lo que puede descubrirse en la interpretación de las armas que ostentan en sus blasones.

Las Doce Tribus de Israel

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

Procedentes de un mismo tronco común, los israelitas se dividieron en tribus que nada tenían en común en lo que se refiere a la familia.

Pero es en torno a este antepasado común en el que se generará la unidad hebrea. En esta época, la tradición es unánime: los doce hijos que emigraron con su padre Jacob a Egipto, son los que dan origen a las doce tribus de Israel que salieron de aquel país para marchar a la Tierra prometida. Los nombres de estas doce tribus no dejan de aparecer ya en la historia del pueblo judío costituyendo un recuerdo, que aún hoy en día es evocado por los israelitas actuales con cariño y afecto. Los emblemas de estas doce tribus fueron reproducidos en el año 1.966 por el Estado de Israel en una serie de sellos conmemorativos con los símbolos que representan a cada una de las doce tribus. En la Biblia, en los "Números" ya se especificaban estas doce tribus. Por orden de Yaveh Dios se hizo el censo de las doce tribus y este fue el resultado: Los hijos de la tribu de Rubén, sus descendientes y linajes, contando por cabezas los nombres de los varones de veinte años para arriba, aptos para el servicio de las armas, fueron contados cuarenta y seis mil seiscientos, la insignia heráldica de esta tribu estará simbolizada por un ramo primaveral. Hijos de Simeón, contando por sus familias y linajes, fueron contados como hombres aptos para las armas cincuenta y nueve mil trescientos. Su emblema heráldico será una torre. Los hijos de Gad, por familias y linajes, contando asimismo a los varones con edad superior a los veinte años, fueron contados cuarenta y seis mil seiscientos cincuenta. Su insignia heráldica será una tienda de campaña. Los Hijos de la Tribu de Judá, contando como en los casos anteriores, fueron contados setenta y cuatro mil trescientos. Su insignia heráldica será un cachorro de León, símbolo del poder y la grandeza. Los hijos de Issakar, sus descendientes por familias y linajes, contando los varones de veinte años para arriba, aptos para el servicio de las armas, fueron contados cincuenta y cuatro mil cuatrocientos. Su signo heráldico será un sol rodeado de estrellas. Los hijos de Zabulón, contando también a familias y linajes y tan sólo a los varones de más de veinte años, fueron contados cincuenta y siete mil cuatrocientos. Su insignia heráldica será una nave, dado que Zabulón es marino.

Los hijos de Joseph, también contando a los varones que con más de veinte años podían manejar las armas, se contaron cuarenta mil quinientos. Su signo heráldico será una gavilla, elevada sobre la de sus hermanos, como hijo más querido. Los hijos de Benjamín, tomando siempre como base familias y linajes y la mayoría de edad de los veinte años para los varones, edad tomada como buena para el uso de las armas, se contaron treinta y cinco mil cuatrocientos. Su emblema heráldico será una figura de lobo rapaz, símbolo de pueblo rapaz y temido por los enemigos de Israel. Los hijos de Dan, se contaron sesenta y dos mil setecientos. Su insignia heráldica sera una balanza que personificará la justicia. Los hijos de Aser, y aún a riesgo de tener que repetirnos, pero estamos siguiendo los textos bíblicos, con el fin de mantener la mayor rigurosidad en este trabajo, contando por linajes y familias, los varones mayores de veinte años fueron contados cuarenta y un mil quinientos. Aser, pueblo rico, tiene como escudo un cedro, símbolo de la prosperidad. Los hijos de Nepthalí, siguiendo el mismo criterio que los anteriores, se contaron cuarenta y un mil quinientos. Los hijos de Mansés, siguiendo las normas anteriores de contar solamente a los varones superiores a los veinte años, se contaron treinta y dos mil doscientos, (este último linaje se identifica con los levitas y lleva un pectoral en su escudo). Estos fueron los contados de los hijos de Israel por sus linajes, los que contaron Moisés y Aarón, siendo en total seiscientos tres mil quinientos cincuenta varones mayores de veinte años aptos para empuñar las armas. Hay que hacer constar que, en un principio a los levitas no se los contó, ya que Yaveh hablando a Moisés, le dijo que no lo hiciera, que los pusiera en el tabernáculo del testimonio, de ahí que, en un principio, se haga constar a la tribu de Manses, así como las armas heráldicas que se les asignaron. De acuerdo a todo lo anterior, la masa de hombres que podrían convertirse en un Ejército combatiente y que para la época no era nada despreciable (recuérdese su número: más de seiscientos mil hombres) estos futuros guerreros de Israel se agruparon por tribus, cada una siguiendo su propio estandarte. Para la ilustración del tema, diremos que existe un curioso manuscrito hebreo de los Números que se encuentra en el British Museum y que muestra el orden en el campamento de los israelitas. Aquí ya se ve como las enseñas han sido concebidas como las de los caballeros del siglo XIII. Al igual que en los restantes Ejércitos de la época (los egipcios, asirios, caldeos, hititas, etc) marchaban por unidades detrás de sus propios estandartes, así lo hicieron también los judíos. Pero conviene advertir que en torno a la heráldica hebrea no todo está muy claro y, a menudo, se produce cierta confusión: Viene a ocurrir que los rabinos atribuían un león a la tribu de Judá, una cabeza humana a la de Rubén, un toro a la de Efaeim y un águila a la de Dan. Según a esta tradición, los colores respectivos serían: pardo, rojo, anaranjado y azul. Y esto entra en cierta contradición con la interpretación que sobre los emblemas de las doce tribus se estampó en los sellos emitidos por el Estado de Israel y que reproducimos. En esta serie de sellos se habla de un ramo primaveral y en la parte del texto que corresponde al manuscrito depositado en el Britith Museum lo que se cita es la cabeza de un toro. Por desgracia, ni Moisés, ni ninguno de los sacerdotes hebreos de la época nos han dejado excesivas muestras de la heráldica que emplearon. Sobre las insignias que se emplearon en el Santuario, se posee una ilustración sacada de una Biblia hebrea de fines del siglo XIII, que se encuentra en la Biblioteca Nacional Francesa. En ella puede observarse, como el signo más destacado, el candelabro de los siete brazos en la parte superior, pueden verse dos querubines sobre el arca de la alianza e inmediatamente debajo está el Decálogo, las Tablas de la Ley recibidas por Moisés. Abajo, se obervan dos puntas de lanza que significan simplemente bandejas destinadas a colocar en su sitio las ofrendas, luego, una serie de pasteles de harina, regularmente dispuestos y en lugar preferente la mesa de los panes de proposición. También abajo, a la derecha, un aguamanil y una vara ornamental de uso indefinido. Una vez realizada la unión de las doce tribus, no por eso cada una de éstas abandonó sus propios signos y emblemas, hasta el punto que hasta en la época de su máximo esplendor, bajo el rey Salón, los soldados de cada tribu llevaban pintada la enseña de la tribu a la que pertenecían, distinguiéndose así unos de otros, al igual que lo hicieran muchos siglos más tarde los caballeros cruzados, reconocibles por las armas pintadas en sus escudos y en las gualdrapas de los caballos que montaban. En la simbología hebrea, puede citarse también una bella ilustración de la Biblia de Alba. Se destaca, como no podría por menos de suceder, el candelabro de los siete brazos. Por cierto ¿Porqué este candelabro tiene siete brazos y no nueve, o cinco, o tres?. La explicación se encuentra, ésta es al menos la que dan los especialistas de la Tora, en que cada brazo representa un día de la semana, iluminados por la claridad del sábado que brilla como una luz. En lo que respecta a los pectorales jeroglíficos que portaban los sacerdores encargados del Arca de la Alianza, reproducimos el del sumo sacerdote. La parte alta, que es donde se encuentran los signos heráldicos constituía una bolsa en la que se guardaban los "Urim" y los "Tummin" que servían para interpretar la voluntad divina, y en las instrucciones que da Yaveh Dios a Moisés a este se le dice bien claro que en este pectoral deberán ir grabados los sellos heráldicas que identifiquen a cada una de las doce tribus. Para terminar, creemos interesante dar los datos para el conocimiento del blasón que adornaba una sinagoga judía del siglo XVIII. En la tela sólo existen dos colores, el rojo y el azul. Esto se debe a que los colores provenían de una concha que abundaba en el pasado en las costas de Palestina: el "Murex" cuya substancia tan sólo proporcionaba los dos colores anteriormente descritos, la denominada "púrpura roja" y la "púrpura violeta". La bordura está adornada con los emblemas heráldicos de las doce tribus de Israel, aunque, como con anterioridad ya hemos señalado, aquí también pueden observarse ciertas variaciones en los citados emblemas.

La Nobleza

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

Es un hecho conocido como natural y que viene produciéndose desde los primeros tiempos de la Humanidad, que en toda sociedad hacen su aparición grupos de personas que, bien por su saber, por la situación económica de que disponen o por valor en la guerra, prestan destacados servicios a la colectividad interviniendo destacadamente en sus negocios públicos, bien sea en el campo de la política, la economía, la defensa del territorio nacional, el progresismo en las artes, en las ciencias, etc.

Pero existió un período en el cual se fueron creando las nacionalidades europeas tal como hoy las conocemos y fue en esta época cuando las clases más distinguidas compuestas por los grandes terratenientes, los eclesiásticos y los hombres de armas, que se agrupaban en torno a los reyes, y en pugna y enfrentamiento con ellos no pocas veces, como puede comprobarse a través de la historia, no solo fuerón extendiendo sus dominios, las denominadas casas solares, sino que empuñaron las armas para la defensa de la religión.

Estas clases fueron las que constituyeron lo que en principio se denomino "nobleza", término que continúa utilizándose en nuestros días.

La sinceridad y el rigor histórico obliga a efectuar ciertos reconocimientos a estas clases: por ejemplo, la caballería noble, a través de sus Órdenes Militares, no es que colaboraran en la reconquista de Espana, expulsando a los árabes invasores del territorio nacional, es que hicieron mucho más. Fueron elementos muy activos en aquellas luchas. Pelearon no sólo en nombre de la religión, sino también en el ideal de la reunificación de la patria, y esto hay que reconocerlo y agradecérselo.

Al principio, la nobleza no se trató de personas que gozaron del favor real merced a los hábitos cortesanos o de la baja y vil adulación: se ganaron su clase a través de su propio esfuerzo, peleando en los campos de batallas, vertiendo su sangre en innumerables combates. Fueron hombres que sobresalieron por su propio mérito y su propio esfuerzo. Fueron los símbolos de un pueblo de personalidad vigorosa y representaron la fuerza de la raza, y es lógico que, dadas las costumbres de la época, tomaran por su propio derecho, el rango y prerrogativas honoríficas que se habían ganado por ellos mismos.

Fue una sociedad articulada compuesta de diversos estamentos perfectamente diferenciados entre sí. Si bien a la Iglesia se la suele acusar de oscurantismo en aquellos siglos, presentándola como un freno y un dique a toda idea de progresismo, el hecho, enjuiciado objetivamente, debe estudiarse bajo significados distintos. Cierto que existió el denominado Tribunal del Santo Oficio. y cierto también que se cometieron abusos y que el fanatismo de algunos inquisidores los llevó a extremos que hoy se nos antojan absolutamente inadmisibles.

Pero convendría dejar bien claro, de una vez por todas, que cuando se carga la mano sobre la Inquisición, siempre se hace sobre la española, olvidando que también existió la protestante y basta con recordar a Lutero y Calvino y que los inquisidores alemanes causaron muchas víctimas y enviaron a más personas a la hoguera que la tan denostada Inquisición hispana.

Y es que tampoco conviene olvidar que la Europa de aquellos tiempos estaba poco menos que sumida en la barbarie y que fue la Iglesia quien saco al mundo occidental del caos que sobrevino a raíz de las invasiones de los bárbaros. Que fue una antorcha de civilización y un muro de contención que no sólo proclamaba una moral que estaba por los suelos sino que, en ocasiones no obstaculizó el progreso sino que por el contrario, lo estimuló y esto, lamentablemente, se olvida con demasiada frecuencia.

La institución monárquica que se conformó como indispensable para ir llevando a cabo las unidades de los diversos territorios hasta convetirlos en naciones exigía la intervención de los hombres de armas porque, por la buenas, nadie estaba dispuesto a ceder nada en beneficio de otro, aunque aquello que tenía hubiera sido adquirido mediante la injusticia y la rapiña.

Por eso, las monarquías consiguieron mediante la espada, la unificación y con sus Consejos y Cortes, la visión política que forma la nacionalidad. Pero las dos instituciones, Iglesia y Monarquía, precisaban de colaboradores y así al lado de la primera se fue formando una clase distinguida y en torno al Trono, la nobleza, que fue extraída de todas las clases sociales. Recuérdese que muchos títulos de nobleza fueron conquistados para ellos y sus descendientes por hombres de la más baja capa social y ahí está el ejemplo del porquerizo Francisco Pizarro. Oscuros guerreros que luchaban abnegadamente fueron elevados hasta la dignidad noble que alcanzaron, lo repetimos, gracias a su propio esfuerzo.

Pero en esta enorme tarea de constituir las nacionalidades en una Europa que tras la caída del Imperio Romano, se había convertido poco menos que en un caos agravado por las invasiones de los bárbaros, no debe olvidarse tampoco al pueblo llano, sin cuya inestimable ayuda nunca se habría podido conseguir la estabilización absolutamente necesaria para formar un orden dentro de lo que ya llevaba camino de convertirse en desorden.

El pueblo, con su aportación ecónomica y la sangre vertida por oscuros soldados cuyos nombres se hundieron en el anonimato, fue un factor casi decisivo para la configuración de la Europa actual. Si bien es cierto que las clases dirigentes trazaban los planes, era el pueblo quien, con su acción, los hacía viables. Esto jamás debe olvidarse.

Si tuviéramos que definir a la nobleza, diríamos que se trata de una clase social compuesta por personas que, por su nacimiento, o por concesiones de su soberano, disfrutan de ciertos privilegios honoríficos que los distinguen del resto de los ciudadanos.

¿Cómo se alcanza la nobleza?. En el pasado, se hacía a través de cuantas causas hemos enumerado anteriormente, la Reconquista, los hechos de armas, las Cruzadas, las guerras por la independencia patria, la conquista del Nuevo Mundo etc. Hoy, la nobleza puede adquirirse de muchas formas: La sabiduría en el gobierno de una nación, los servicios eminentes al Estado, los sabios y científicos que con su labor contribuyen en modo decisivo al progreso del país, lós méritos relevantes en las ciencias, así como en todos los campos de las Bellas Artes, la literatura, la pintura, etc. También en la industria que contribuye a la riqueza nacional, en fin la nobleza se alcanza distinguiéndose notablemente en aquello a lo que se dedicá la vida de una persona, siempre y cuando esa actividad repercuta en el bien de la nación, social, cultural, industrial o científicamente.

En la nobleza deben fijarse sus distintas fuentes: Existe aquella de condición heredada en que las personas nacen nobles en su familia.

Es la nobleza que parte del rey, en la que el poder real es la fuente de toda distinción, esto es el título de caballero que más tarde da origen a una dignidad mayor como la de marqués, conde, duque etc. El rey, al premiar a esta persona, puede otorgarle el privilegio de que sus títulos sean de carácter hereditario, condecorando con carácter vitalicio a toda la familia del primer condecorado. El primer beneficiario del favor real es noble, aunque no tenga antecedentes de esta clase. Pero sus herederos, ya tienen garantizada la nobleza por los méritos de su antepasado.

Por tanto, en la denominación "nobleza" debe distinguirse la adquirida por condición hereditaria, es decir, los que ya nacen nobles por su familia, y aquellos otros de condición que llamaremos social, es decir, los que la consiguen a través de méritos que se consideren de interés público.

La nobleza a la que llamaremos "natural" se personifica en los gentiles hombres y los hidalgos que con el paso del tiempo, van adquiriendo antigüedad.

Tenemos, pues, la nobleza de sangre o nacimiento, cuyo origen no pocas veces se pierde en la oscuridad de los tiempos hasta el punto que resulta imposible averiguar quien fue el fundador de dicha nobleza hereditaria.

En segundo lugar, la nobleza notoria, resultado de la posesión prolongada por los descendientes del estado de nobleza ganado por un antepasado de la familia.

Tercero, la nobleza que se concede por títulos, diplomas, privilegios o cualquier otro tipo de documentos procedentes del soberano.

Y cuarto, la nobleza adquirida por cargos o funciones públicas, labor científica o cultural, cuyo ejercicio por una persona le permita que, como premio a su trabajo, sea elevada a la dignidad de la nobleza.

Las Divisas

La Historia de la Herádica y de la Genealogía

En un sentido puramente genérico, la palabra "divisa" se traduce como el símbolo o emblema heráldico. Las familias nobles, casi siempre enfrentadas en pugnas por sobresalir unas sobre las otras, aparte de sostener larguísimos y complicados pleitos ante las Reales Chancillerías, se obstinaron en proclamar la nobleza de su estirpe a través de los lemas, divisas o "gritos de guerra" que pregonaban la importancia de su linaje, haciendo constar estas divisas en sus escudos de armas.

Se trata de uno de los ornamentos exteriores del escudo propiamente dicho. La divisa es una declaración que, no pocas veces, se proclama de forma enigmática. Unas veces manifiesta una intención, otras un juego de palabras, a veces hasta ingenioso, pero siempre tratando de enaltecer al propietario del blasón. Y así puede verse en los escudos labrados en piedra que lucen las fachadas de numerosas casonas o palacios contrastando las frases humildes con otras muy arrogantes, altivas y hasta soberbias.

Las divisas, a las que los italianos conocen como "impresa" no son hereditarias como las armas de la familia, se trata de lemas que, por lo general se colocaban al pie del escudo, o bien en la bordura, en ocasiones en una cinta que salía por ambos lados del yelmo.

Eso explica que un mismo caballero pudiera tener varias al mismo tiempo o cambiarla cuando le placía, de acuerdo a sus deseos, lo que no quiere decir, ni muchísimo menos, que muchas familias no hayan puesto su empeño en conservarlas a través de los siglos. En el mundo antiguo no existieron las divisas propiamente heráldicas; no obstante, diversos autores opinan lo contrario y citan como ejemplo a Alejandro Magno que llevaba la siguiente: "Supra Fortunam arbitrium meum" o a Hércules, al que le asignan el "Non Plus Ultra".

Muchas divisas se han hecho célebres: Habrá que recordar la de César Borgia: "Aut Caesar aut noil". Un hecho curioso fue el de Federico II, Emperador de Alemania que tomó como base de su divisa las cinco letras vocales, A.E.I.O.U., cuyo significado se traducía por: "Austrice est imperari orbi universo".

Los Reyes de Inglaterra siempre han llevado por divisa: "Dios y mi derecho" y las hubo tan orgullosas como la de los Rohan, en Francia: "Pince ne veux, rey ne puis, Rohan suis" con la cual pretendían proclamar que ellos eran más grandes que príncipes y reyes.

Por el estilo es la de los Señores de Councy, también en Francia: "Je no suis roy, ne duc, ne prince, ni comte ausy, yo soy le sire de Councy" (No soy rey, ni duque, ni príncipe, ni conde, yo soy señor de Councy).

Pero las casas nobles españolas tampoco se han quedado atrás en lo que respecta a la utilización del orgullo en sus dividas. Veáse como ejemplo, la de la Casa de Quirós: "Después de Dios, la Casa de Quirós". ¿Cabe mayor altivez?.

Y ya que hablamos de las casas españolas, citaremos unas cuantas de sus divisas: García: "De García arriba, nadie diga"; Cubillas: "Quien no se esfuerza en subir, vivirá para morir"; Quirós de Castro: "Antes que Dios fuese Dios y los peñascos, peñascos, los Quirós eran Quirós y los Castro eran Castro", Mier: "Adelante los Mier, más por valer"; Ceballos: "Es ardid de caballeros, Ceballos por vencellos"; Valle: "El que más vale, no vale tanto como Valle"; Cossío: "Mis obras, no mis abuelos, me habrán de llevar al Cielo"; Pacheco: "Estas calderas grabadas de oro y de plata mixto, fueron aquí pintadas antes de la venida de Cristo"; Solano: "Son como el sol los Solanos, antiguos, justos y claros"; Bustamante: "Ví las armas deslumbrantes de los franceses blasones, de los fuertes Bustamante que los reyes no fueron antes"; Cachupín: "Primero caen robles y encinas que las casas Capuchinas"; Estrada: "Yo soy de la Casa de Estrada fundada en este peñasco, más antigua en la Montaña que la Casa de Velasco y al Rey no le debe nada"; Villegas: "Soy de la Casa de Villegas, que hasta la mar atalayo y que tengo mis blasones, más antiguos que Pelayo"; Escobedo: "Barrieron a los enemigos hasta la mar"; Piedra: "Sólo mi virtud se entiende. Fuerza ajena ni la toca ni la ofende"; Velarde: "El que la sierpe mató y con la infanta casó"; Cueto: "Nobles sois de la Montaña, no lo pongais en olvido"; Cubas: " Ni juicio, ni vanagloria, ni tal cosa pretender; sólo pretendo poner de pasados memoria, por si fuera menester"; Rada: "Si Dios quisiera, más subiera"; Prado: "Primero faltará la tierra que Prados en ella"; Hoz: "Entre piedras y tormentos fui lanzado, más nunca de vencimientos sojuzgado".

La dinastía de los Borbones utilizaba una espada con la palabra "Oenetrabit" (entrará), y célebre es la divisa de la Casa de Orange, que todavía permanece al pie del escudo de Holanda: "Je maintiendrai". La Casa de los Guisa usaba: "Chacun a son tour" (a cada uno a su vez) y basta consultar la historia para saber que estuvo a punto de ocupar el trono de Francia.

Luis XI de Francia adoptó como divisa un haz de leña espinosa con la siguiente leyenda: "Quien se arrima, se pincha". Desde luego, hay que reconocer que tenía toda la razón.

Y en lo que se refiere a Luis IX de Francia el famoso "Rey Sol" llevaba como divisa: "Nec plurihus impar".

En lo que se refiere a las Órdenes Militares, así como las de Caballería disponían de sus propias divisas: La Orden del Toisón de Oro hace constar: "Pretium non vile laborum".

Una Orden muy poco conocida, la del Armiño, que instituyó el rey Fernando II de Aragón, traía como divisa: "Halo miri quam fedari" para decir que vale más preferir la muerte que faltar a la obediencia y fidelidad debida a su príncipe.

Conocida es la divisa que ostenta la famosa Orden de la Jarretera inglesa: Una noche en el transcurso de un baile que se daba en el palacio real, a la bella Condesa de Salisbury se le cayó una liga, el rey Eduardo III se apresuró a recoger la liga cuyo color era azul y observando que los cortesanos se echaban a reir en tanto que a la condesa se le saltaban las lágrimas, instituyó la Orden de la Jarretera, o de la Liga, con la leyenda: "Maldito quien mal piense".

Quedan, finalmente, como una variante de las divisas los denominados "gritos de guerra". Normalmente y como fácilmente puede suponerse, se daban en las batallas. Los Señores de la Guerra, los Feudales que encabezaban a sus mesnaderos en los combates, tenían sus gritos de guerra, así que con mayor motivo los lanzaban los reyes y grandes dignatarios de la Corona.

Pero, con el paso del tiempo, estos gritos cayeron en desuso, hasta que llegó un momento en que dejaron de emplearse. Como desafío escrito, se colocaban encima o debajo de los yelmos o en formas análogas a las de las divisas: La voz de guerra de los reyes franceses era "Montjoie et Saint Denis". El de los reyes de Castilla fue "Santiago", más tarde al conseguirse la unificación nacional, convertido en el "Santiago y cierra España". Los Caballeros del Temple tenían como grito de guerra "Beauseant, Beauseant" y los de los almogávares catalanes "Desperta, ferro" (Hierro despierta).

En cuanto a los soberanos de Inglaterra, al entrar en batalla, invocaban a San Jorge. La mayor parte de estos "gritos de guerra" llevaban inherentes invocaciones a santos e incluso a la Virgen. Godofredo de Bouillón, en la Cruzada que encabezó y que dió como resultado la toma de Jerusalén arrebatándosela a los musulmanes, se lanzó a la batalla al grito de "Dieu le veut" (Dios lo quiere). Los Duques de Borgoña, invocaban a Nuestra Señora de Borgoña y los condes de Foix a Nuestra Senora de Biern (Bearn).

Más como ya ha quedado indicado, al paso de los siglos, estas costumbres fueron desapareciendo.

Todavía, en los uniformes de los soldados de algunos ejércitos, puede verse las iniciales de los viejos gritos de guerra, o en la hebilla de sus cinturones, como fue el caso del ejército alemán, que llevaba las iniciales del "Dios con nosotros". Pero, prácticamente, el uso de este tipo de heráldica, ha desaparecido.

Hidalgos

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

Hidalgo es en su definición "aquella persona que por su sangre pertenece a una clase noble y distinguida".

¿Cuál es el origen de los hidalgos?. Comencemos por la denominación de "Hijosdalgo" es decir "Hijos de algo", esto es, que sus ascendientes se hubieran distinguido por sus hechos o por su posición. Que hubieran tenido "algo". La etimología de la palabra está perfectamente clara.

Primitivamente en los reinos de Castilla y León, los hidalgos se conocieron con el nombre de "infanzones", voz que fue quedando en desuso hasta que sólo quedó en Aragón. Pero unos y otros, los hidalgos castellanos y los infanzones aragoneses dependían directamente del rey.

En Castilla existió una muy amplia legislación sobre los hidalgos, comenzando por el Fuero viejo, calificado como el "Código de los Hijosdalgo", y siguiendo con el Fuero Real, las leyes de Partidas, el Ordenamiento de Alcalá y la Novísima Recopilación.

La hidalguía, según las Partidas, es "la nobleza que viene a los hombres por su linaje". En Castilla, la hidalguía, en contraste con las costumbres francesas, sólo se trasmitía por linaje de varón. Los hidalgos eran conocidos por diversas clases, siendo los más importantes aquellos de "solar reconocido", o de casa solariega" que pregonaba la nobleza e importancia de sus ascendientes.

A los que tomaron parte en la Reconquista y alcanzaron la dignidad de hidalgos, se les denominaba "primarios" y "secundarios" a los que después se establecieron ya en tierras conquistadas.

Entre los privilegios que el rey concedía a los hidalgos, el principal era el de "no pechar", esto es, lo que equivalía a no pagar tributos a la Corona. Esta fue la causa de que estas Chancillerías de la época se conserven multitud de pleitos entablados entre diversos personajes que se afanaban en poder demostrar su condición de hidalgos porque a veces era muchísimo más importante quedar exento de pagos y tributos, que demostrar que se era de estado noble.

La nobleza y aún el ejercicio de modestísimos oficios, no derogaba la hidalguía. En muchos pueblos existieron hidalgos que eran labradores, zapateros, comerciantes y hasta "pobres de solemnidad". Y junto a ellos convivían otras personas que eran ricas, que poseían bienes y que, sin embargo, eran "pecheros" tenían que pagar los tributos "y todas sus haciendas no les bastaban para alcanzar la hidalguía".

Los hidalgos pertenecían, en su gran mayoría, a las clases medias, y por lo general, seguían el nivel de riqueza de las regiones en las que estaban establecidos. Sería muy aventurado decir que la pobreza fuera general entre los hidalgos, pero que no nadaban en la abundancia queda destacado por un escritor de nuestro siglo en su "España vista por los extranjeros". A este respecto, en lo que se refiere a los hidalgos castellanos dice: "La hora de comer se acerca; la señora aguarda; el hidalgo a su casa. Los caballeros nobles no tienen nada en sus casas, hay que comprar al día las vituallas. Torna a salir el hidalgo y compra para los tres -amo, señora y criado- un cuarto de cabrito, fruta, pan y vino. Modestísima es la comida. No alcanza más la hacienda de un caballero castellano".

Y este hidalgo aún puede considerarse entre los afortunados porque al menos aunque poco, ha podido adquirir alimentos por modestos sean. Otros, ni eso podían, al estar sumidos en la más absoluta miseria. Los hidalgos del siglo XVII se dividían en tres grupos, claramente diferenciados entre sí:

- Los terratenientes de modestos predios que vivían de su hacienda.

- Los hijos de familias arruinadas, o los que alcanzaron la hidalguía por el número de hijos que hubieron de emplearse como labriegos o declararse pobres de solemnidad.

- Aquellos que para huir de la miseria se enrolaban en el Ejército. El pueblo español siempre se ha caracterizado por su ingenio. Ocurre que para alcanzar la dignidad de hidalgo, o lo que es igual, librarse de la pesada carga de los tributos, impuestos y pagos al Tesoro Real, existía un medio en el que nada tenía que ver la sangre y sí la bragueta, hasta el punto que, a aquellos que conseguían la ansiada dignidad, se les denominó así "hidalgos de bragueta".

El procedimiento no podía ser más simple: consistía en demostrar ante las Reales Chancillerías encargadas de solventar los pleitos de nobleza y probanza de limpieza de sangre, que se habían tenido como hijos a siete varones seguidos naturalmente en legítimo matrimonio. Los que se engendraban fuera de tan sagrado vínculo no se tenían en cuenta. Un hombre podía tener no un hijo, sino veinte con otra mujer que no fuera su esposa y para nada le valía si lo que pretendía era alcanzar la condición de hidalgo. Ahora bien, si podía demostrar palpablemente y sin la menor duda de que su mujer legítima había parido siete hijos varones y él era el padre con eso bastaba para que se le extendiera la oportuna documentación que lo acreditaba como hidalgo. Y no importaba que el solicitante fuera humildísimo, que no tuviera ni un maravedí, que fuera pobre de solemnidad y aún mendigo o que fuera un total analfabeto, sus siete hijos varones lo convertían en hidalgo y con ello naturalmente, se le terminaban apuros y agobios para el pago de los onerosos tributos al Tesoro.

Esto explica que en la España del Siglo XVIII, con nueve millones escasos de habitantes existieran nada menos que seiscientos mil hidalgos. O sea que aquel que no lo fuera a nadie podía culpar de no serlo. Bastaba con la procreación y tener a su esposa en los mejores años de su vida, en un embarazo casi perpetuo. Siete hijos y a otra cosa. Pero ¡ojo! tenían que ser varones, las hembras no contaban. Desde un punto de vista moderno este hecho se puede enjuiciar como un premio a la natalidad. Algo semejante a los beneficios de que gozan las familias numerosas de nuestros días.

Aquel que quería ser hidalgo lo único que tenía que hacer era "empreñar" (usando la terminología de la época) a su mujer siete veces y rogarle al Santo de su devoción que en las siete ocasiones los hijos venidos al mundo fueran varones, y si estos no era seguidos, y por medio se metía una hembra, la alegría podría traducirse en llanto y crugir de dientes.

Quizás de ahí viene aquel refrán de "mala noche y encima parir hija".

Como es natural, la nobleza de sangre nunca estuvo muy de acuerdo con este tipo de concesión de hidalguía. Que el noble cuya dignidad le venía por los méritos guerreros hechos por sus antepasados y presumiera de su limpieza de sangre se cruzara en la calle de su pueblo con un porquerizo llevando una piara de cerdos que, por haber tenido siete hijos seguidos poseía la misma dignidad que él, debía ser cosa harta de soportar para el primero. La nobleza entendía que para alcanzar la concesión de hidalguía debía llegarse por otros cauces y siempre mantuvo una línea de conducta en la que, a pesar de cédulas de reconocimiento, en lo que a ella respecta no reconocía a los hidalgos procreadores a los que despectivamente se les denomina como "hidalgos de bragueta", y es que el número de estos llegó a ser excesivo, existiendo regiones como Cantabria donde proliferaron tanto que se llegó a decir que todos sus habitantes eran hidalgos. La nobleza sostenía que la medida era perjudicial para los intereses de la Corona puesto que con tantos "hidalgos de bragueta", se reducían los ingresos del Tesoro Real, al estar exentos de los tributos. Más como nada podía hacer para impedir que determinado individuo "empreñara" a su mujer cuantas veces le viniera en gana y ella se dejara, lo que hizo fue poner a los "hidalgos de bragueta" cuantos impedimentos podía con el fin de impedirles llegar a las Órdenes Militares o a otras instituciones de elevado rango que debían reservarse exclusivamente a los hidalgos solariegos y de sangre.

Los "bragueteros" sostenían, por el contrario, que ellos eran tan hidalgos como los otros y de ahí los numerosos pleitos que, como ya dejamos indicado, se promovían en las distintas Chancillerías y Audiencias Reales. Los hidalgos de sangre, ya que no podían hacer otra cosa, ponían todo su empeño en enredar de tal modo el asunto que la decisión final de reconocimiento de hidalguía al "braguero" tardara años y más años en solucionarse ya que mientras esto no ocurriera, el solicitante estaba obligado a seguir pagando los tributos.

Estas demoras eran fatales para los que aspiraban a la obtención de la hidalguía por medio de la bragueta. Al hidalgo castellano, y basta con consultar la novela de la época, siempre se le representa como arruinado y viviendo en la más absoluta penuria. Lo curioso del caso es que, apenas alcanzaba la condición de hidalgo, y aunque rabiara de hambre y no tuviera para dar de comer a los siete hijos engendrados para conseguir la ansiada dignidad, se mostraba de inmediato orgullosísimo de su estado social y ya no quería ejercer oficios que antes sí practicó, juzgando como una deshonor el trabajo, hasta que el rey Carlos II decretó que la hidalguía era perfectamente compatible con el ejercicio del comercio u otras actividades artesanas que no degradaban, ni menoscababan al hidalgo que las ejerciera. A partir del siglo XVIII se fue acelerando el proceso de descomposición de una clase que ya no tenía sitio alguno en el nuevo contexto social y económico.

Los hidalgos desaparecieron definitivamente como grupo social en los primeros años del siglo XIX.

Heráldica municipal

Historia de la heráldica y de la genealogía

Don Alfonso de Ceballos-Escalera en un trabajo sobre la mecánica de la Heráldica Municipal, muy bien documentado, explica perfectamente los entresijos y procedimientos que conlleva este tipo de Heráldica. Ante el indudable interés de dicho trabajo, procedemos a su reprodución.

"Como ya hemos dicho en otras ocasiones, es en el siglo XIII cuando comienzan a aparecer los escudos en Ayuntamientos y Concejos. Esta aparición se produce en España al mismo tiempo que en toda Europa. Aunque no he visto mencionado su origen guerrero, es muy posible que así fuese, ya que no podemos olvidar la destacada actuación de las milicias concejiles y castellanas en todas las campañas de estos tiempos contra los musulmanes primero, y en las luchas de los bandos nobiliarios después.

En la mayor parte de Europa, las armas municipales están establecidas desde hace siglos y se ha prestado gran atención a su mantenimiento y pureza. Concretamente, en Inglaterra, Francia, Italia, Alemania, Suiza y Portugal, la Heráldica Municipal está perfectamente estudiada, y existen órganos asesores y fiscalizadores para su confirmación o creación. En España, por el contrario, no se ha prestado a este tema toda la atención que sería de desear y aunque la legislación ha sido abundante, al menos correcta, su aplicación ciertamente ha sido anárquica.

En el Archivo Histórico Nacional (Madrid), en su sección de sigilografía, se conserva la mejor colección de sellos y escudos municipales de la época medieval española. Sin embargo, el empleo de la Heráldica Municipal fue mucho más extenso de lo que nos sugiere esta colección que no recoge la inmensa documentación obrante en muchísimos Ayuntamientos españoles. En el siglo pasado se recogieron en todos los Municipios de España las muestras e improntas de sus sellos municipales, cuya colección se halla igualmente recogida en dicho Archivo Histórico Nacional.

Los escudos de armas municipales nacieron en su origen, bien de la concesión Real, o bien de su institución directamente por los Ayuntamientos, allá por los siglos XIII y XIV. De aquí y en adelante, y ya hasta el siglo XIX, sólo se crean armerías municipales por Real Privilegio (motu propio o instancia de parte). En la pasada centuria debido al abandono de nuestra legislación tradicional y a la pérdida de un espíritu netamente nacional, algunos Ayuntamientos comenzaron a usar caprichosamente ciertas armerías en general muy incorrectas desde el punto de vista histórico-heráldico. Para remediarlo, el Ministerio de la Gobernación promulgó las Reales Ordenes de 16 de julio de 1.846 y de 30 de agosto de 1.876. Al mismo tiempo, los Reyes otorgaban aún privilegios de nuevas armas a diversos concejos. Dicha situación se mantuvo hasta que ya, en el presente siglo, el Estado reguló de forma bastante acertada todo lo relativo a la restauración, creación o confirmación de escudos de armas municipales.

Como en toda disciplina científica surgen, en ocasiones, para solucionar un mismo problema, distintos puntos de vista.

No todos los aspectos prácticos están resueltos en la aplicación de la Ciencia Heroica a los casos concretos de la Heráldica de las Corporaciones locales. La indisciplina en la formación de las armerías municipales y el desconocimiento que preside la misma, han traído como consecuencia la adopción de una serie de escudos que no reúnen ninguno de los principios heráldicos y naturalmente no se ajustan a criterios históricos acertados. Existen una serie de criterios básicos y orientaciones prácticas para definir correctamente un nuevo escudo de armas municipal que se trate de crear o adoptar.

El criterio básico es el de la absoluta fidelidad. Cuando se trata de crear un nuevo escudo, se puede partir de varios presupuestos: en primer lugar se ha de investigar para comprobar la posibilidad de existencia de unas armas antiguas en desuso (investigación en archivos nacionales, provinciales, locales, parroquiales, etc.).

Pero si no se encuentra ningún antecedente que pueda servir de base para componer las armas municipales, recurriremos a otros criterios: los históricos. Por ejemplo, si el pueblo fue de señoría, se adoptan las armas de sus señores. Si fue de realengo, dentro de una comunidad de villa y tierra, comprendemos las armas de esta con otro motivo particular que sirva para distinguirle de los otros lugares de dicha comunidad.

Si el pueblo ha sido escenario de hechos notables (batallas, por ejemplo) o dado algún hijo notable, se utilizaran estos motivos, adaptándolos a la simbología heráldica. Lo mismo se puede hacer si su fama y economía se basaron en un bien concreto (ovejas, telares, trigo, viñas, fábricas, etc.). Siendo el escudo una interpretación abreviada del municipio ha de procurarse que sus armerías sean "parlantes".

Otras vías para llegar a este fin son la geografía, la toponimia, la arquitectura y la religión. Si el pueblo está al pie de un monte o rodeado de pinares, se le puede representar así, con cierto criterio paisajístico o geográfico.

También se puede llegar a una buena interpretación heráldica si hay en el lugar un buen castillo, un célebre puente o una famosa y grande iglesia, por ejemplo. Y lo mismo puede decirse si se adopta la imagen del santo titular de la parroquia o ermita local cuya devoción sea muy querida en el lugar (escudo hagiográfico).

Nos referiremos ahora a la forma: Siempre que se pueda, debe recurrirse a la sencillez. No es buena heráldica aquella compuesta de numerosos cuarteles y divisiones que luego es casi imposible representar o ver en sellos pequeños y membretes.

Cuanto más sencillo sea un escudo, mucho mejor.

El dibujo o modelo oficial concreto debe siempre dibujarlo un dibujante experto en Heráldica, pues casi nadie fuera de ellos conoce perfectamente la importancia de las proporciones y las formas. Precisamente por desconocer muchos artistas estas normas es frecuente ver escudos municipales con aditamentos exteriores, casco, lambrequines, palmas, carteles y otros adornos, que son manifiestamente impropios de la Heráldica Municipal, ya que son los adecuados para los escudos familiares y particulares, pero no para los municipales. Nada hay reglamentado sobre timbres municipales, salvo que, desde luego, nunca deben colocarse yelmos, que son propios de personas, de caballeros, nunca de ciudades o pueblos. O bien no debe ponerse nada, o de ponerse habrán de ser ciertas coronas admitidas en la Heráldica.

En España, generalmente se recurre a la Corona Real para los lugares que fueron antiguamente de realengo, al antiguo "coronel" a las de duque, marqués, conde, vizconde y barón, para los pueblos que fueron señoríos o cabezas de una merced nobiliaria o título de Reino, ya en posesión legal del escudo, el Ayuntamiento puede emplearlo de múltiples maneras, en cuanto se relacione con el municipio y radique en su término.

Además, el Ayuntamiento debe emplear sus armas en sus escritos, membretes, sellos, repostero y tapices, banderas, placas y escudos en madera o piedra en las fachadas de sus edificios y obras públicas y en cuanto sea de su propiedad. Particularmente, la corporación municipal es la encargada de velar por la pureza de su escudo de armas, impidiendo que se le añadan nuevos e indebidos elementos que se represente incorrectamente, etc. Es obligación ésta, particular del secretario del Ayuntamiento, que en virtud de los reglamentos es el encargado de dirigir el protocolo, etiqueta y ceremonial, procurando conservar las costumbres, tradiciones y las preeminencias que tenga la Corporación.

El escudo municipal es propio del Ayuntamiento y en ningún caso debe permitirse su uso indiscriminado por otra entidad o por particulares.

No obstante, todo Ayuntamiento puede conceder autorización para que entidades particulares utilicen sus armas, pero sólo en dos casos: como distinción de honor, concedida por méritos y con obligación de hacer constar esa autorización honorífica, o bien mediante el abono de una pequeña tasa que beneficie económicamente al municipio.

El feudalismo

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

El término "Feudalismo", de acuerdo a la opinión de autorizados tratadistas e historiadores, designa a todo aquello que atañe al "feudo". Esto es a una institución jurídica.

Pero existe también quien aplica la raíz de dicha institución medieval en la organización de la familia germánica. Posiblemente haya un punto de razón en la citada tesis: el feudalismo, que apareció originariamente en Francia y casi simultáneamente en otros países europeos, responde a determinadas concepciones de los pueblos germánicos, significándose por su indudable oposición a las costumbres y organización de los romanos.

La sociedad a la que podríamos llamar anterior al estado feudal, se caracterizaba por ciertas determinantes: Al establecerse los denominados bárbaros en lo que habían sido provincias del Imperio Romano, los jefes se fueron repartiendo las tierras, en mayor o menor proporción, según su suerte o sus méritos.

En esas zonas quedaron establecidas poblaciones libres a cuyos habitantes únicamente se les imponía la obligación de acudir con las armas en la defensa nacional. Pero, paulatinamente, los reyes o caudillos con el fin de asegurarse el concurso político y militar de otros personajes, o recompensar sus servicios, comenzaron a ceder parte de sus propiedades en "beneficio", y estos beneficios eran vitalicios.

El beneficiario, se convertía en "señor" y todos los que habitaban en sus tierras recibían el nombre de "vasallos". Éstos debían lealtad y obediencia a su señor y éste, a su vez, se la debía al rey. Pero a partir del siglo XI comenzó a operarse en estas relaciones un cambio muy trascendental. Los vínculos del señor (duque, conde, marqués, barón, etc.) con la monarquía se fueron debilitando y al mismo tiempo que se iban achicando los poder reales, aumentaban los de la nobleza.

Los vasallos ya no se sentían obligados a prestar su esfuerzo militar, si la ocasión llegaba, al rey sino a su señor. Y así fue cómo se fue entrando en el verdadero feudalismo.

Los vasallos solicitaban a su señor protección contra las incursiones enemigas y poder cultivar en paz las tierras y a cambio recibían de éste la exigencia de que cuando lo necesitara, ellos combatirían por él en todas las cuestiones que el señor feudal tuviera por conveniente.

Los documentos de la época nos dan a conocer la ceremonia en la que intervenían dos hombres, el señor y el vasallo. Uno de ellos, en actitud de total humillación, se arrodillaba frente al otro.

Este, al ser reconocido como su señor por el arrodillado, lo cogía de las manos y le ayudaba a ponerse de pie. El vasallo reforzaba su sumisión bajo juramento sobre un objeto sagrado. Esta parte de la ceremonia se entendía como la de la fe o fidelidad. Desde aquel instante ambos quedaban obligados el uno al otro de por vida. En primer lugar, quedaba establecido el compromiso de no perjudicarse el uno al otro ya que el vínculo de vasallaje era un contrato de no agresión y en prestarse mutua ayuda militar cuando las circunstancias así lo exigieran.

Así ocurría, generalmente, en todos los países y su mayor esplendor se alcanzó durante los siglos X, XI y XII. Fue luego decayendo paulatinamente, pero no quedó roto definitivamente hasta la Revolución Francesa.

Cuando un señor feudal quería proceder con las armas contra alguno de sus feudatarios, si este era propietario de tierras, hidalgo, o infanzón, tenía que desafiarle primero, esto es, declarar roto el pacto establecido entre ambos. A la inversa, cuando un vasallo quería reparar con las armas alguna ofensa recibida de su señor, tenía previamente que desnaturalizarse, o sea declararse libre del juramento de fidelidad prestado.

En realidad, este tipo de sociedad, en tiempos de guerra, formaba una cadena de dignidades. Si el rey quería emprender una campaña contra otro rey, lo primero que hacía era reclamar la ayuda de sus señores feudales y éstos, la de sus vasallos. Así se formaban los ejércitos en aquellas épocas.

No hay que confundir al vasallo con un estamento inferior, el constituido por los llamados "villanos". Estos pertenecían a las capas más bajas y, en realidad, carecían de casi todo lo que hoy denominamos "Derechos Humanos". Si el vasallo podía poseer tierras, el villano, o no las tenía, o escasas de poca importancia. El señor feudal, por su contrato podía reclamar no sólo la ayuda militar, sino el consejo de sus feudatarios. El villiano se limitaba a trabajar y nada más.

El desarrollo del feudalismo en los siglos citados correspondía, en resumidas cuentas, a unas determinadas estructuras ecónomicas, sociales y políticas. El vasallo acostumbraba a depositar a sus hijos pequeños en la casa de su señor para que aprendieran al lado de éste y se acostumbraran a amarle como si de un segundo padre se tratara.

La práctica del vasallaje no incluía, en forma alguna, deshonor, dado que ambas partes se mantenían fieles la una a la otra por su propia conveniencia. Un ejemplo de ello lo tenemos en el caso de Rodrigo Díaz de Vivar, el "Cid Campeador", que, declarándose una y otra vez vasallo del rey Alfonso, cada vez que reñía con este, estaba obligado a "desnaturalizarse" lo que no impedía que cuando tornaban a hacer las paces, rey y vasallo olvidaran sus pasadas desavenencias, siempre y cuando se sintieran precisados el uno de la ayuda del otro.

La institución feudo-vasallaica tenía, en ocasiones, grandes lazos de familia. El vasallaje, en expresión de Marck Bloch constituía algo así como un "parentesco suplementario". La práctica del vasallaje no implicaba ninguna prestación degradante ya que se unían, por el honor, unos sujetos iguales en el cual uno era el señor, pero el otro no le cedía en nada en la cuestión de hidalguía. Los vasallos fueron, de hecho, una clase priviregiada, una "élite" que, al someterse militarmente al señor, escapaba a otras obligaciones materiales.

Este tipo de relaciones se extendía también a los grandes dignatarios de la Iglesia, que tenían sus propios vasallos y que, en ocasiones, no vacilaban en ponerse al frente de los ejércitos en campaña. Basta un solo ejemplo: el rey de Francia era vasallo de los monjes de San Dionisio.

Fue a finales del año 1.000 cuando la sociedad de Occidente comenzó a concebirse dividida en tres "órdenes": los trabajadores, o sea, los villanos, las gentes de oración y los combatientes. Y de ahí la costumbre de éstos últimos hacia el vasallaje o feudo que eran las únicas prácticas, las guerreras, para reunirlos en torno a un jefe, el señor, liberándolos de otras prácticas menos, a su juicio, honrosas y acordes con su condición de caballeros. La idea era que, al igual que el monje se ocupaba de la oración, el caballero no necesitaba trabajar para vivir, sino que estando todo su esfuerzo encaminado a la actividad de la guerra, debían ser mantenidos por los campesinos.

La estructura económica de la época feudal,tenía un esquema más complejo del que a primera vista parece. Señores, vasallos, artesanos, como este taller de orfebrería, campesinos dependientes o no de los vasallos o del señor y, por último, la gleba o pueblo llano carente de bien alguno.

Todo feudo, y en esto se basaba su poder, producía una renta constituida por cargos y tributos impuestos a pequeños propietarios rurales, colonos y siervos sometidos a la autoridad total de su amo y señor. Esta renta procuraba a los feudatarios el tiempo que precisaban para su entrenamiento militar de modo que siempre se encontraran preparados para prestar a su señor la ayuda que le habían prometido.

Esta fórmula producía el hecho de que un hombre podía servir fielmente a otro hombre casi en pie de igualdad y si se hallaba en condiciones de hacerlo era porque se encontraba libre de las obligaciones que otros soportaban.

Durante la Edad Media prácticamente no existía ninguna familia que dotada de cierta riqueza, no rindiera vasallaje a otro más poderoso que ella. Y éstos a su vez, los señores, eran los vasallos del rey a cambio de lo cual se convertían en sus amigos y consejeros y se beneficiaban de privilegios. Este procedimiento duró mientras la institución monárquica fue fuerte, pero cuando por causa de las invasiones, normandas y musulmanas, sobre todo, comenzaron a debilitar a los reyes, vino a resultar que los señores feudales se consideraron a sí mismos poco menos que como soberanos independientes, hasta el punto que cuando su soberano reclamaba su auxilio para determinadas empresas, incluso llegaban a imponerle al monarca ciertas condiciones.

Los señores feudales ya lo dejaron bien claro en la contestación que dieron a determinado monarca cuando éste solicitó su ayuda: "Cada uno de nosotros vale tanto como vos y juntos, más que vos". Y todo esto trajo consigo que, al debilitarse el poder real, los señores feudales impusieran sobre la masa de campesinos su propia autoridad que llegó hasta aquello de "Señor de horca y cuchillo", lo que equivalía a decir que la vida de sus siervos dependía de él y que si le petaba ahorcar a alguno de ellos, nadie le podía pedir cuentas.

El feudo sirvió para agrupar a los caballeros en torno a sus jefes locales y encuadrar su acción militar en torno a determinada fortaleza. Pero este progresivo aumento del poder feudal iba en detrimento de la autoridad real, de modo que los reyes eran los primeros interesados en rebajarlo. Si en un principio, los monarcas utilizaron el sistema feudal, llegó un momento en que éste casi se convirtió en un peligro para ellos. En España, el quebrantamiento del feudalismo como tal, se inició con los Reyes Católicos, una vez que, conseguida la unidad patria, para nada precisaban de la ayuda militar de los señores feudales. Y así, uno tras otro, los Estados pusieron todo su empeño en desprenderse del manto feudal en el que había estado envuelto su crecimiento. Es posible que el feudalismo, como realidad social obedeciera a las necesidades de aquellos tiempos.

La violencia existente, las invasiones y continuas guerras, la inexistencia de un poder que garantizara la seguridad de bienes y personas, constituyeron los motivos por los que aquellos que entendiéndose débiles para enfrentarse a tales problemas, se pusieran bajo la protección de quien era más poderoso que ellos, y que reunía algún poderío militar. La aldea siempre se agrupaba al pie de un castillo para que éste la protegiese. Sería absurdo negar los abusos e injusticias, así como las vejaciones, a que, por el sistema feudal, se veían sujetos los rústicos.

Pero quizás, la época imponía este sistema de sociedad. Sin la protección militar del señor feudal, los campesinos no habrían podido labrar sus tierras ni encontrarse protegidos ante las incursiones de invasores prestos al saqueo y la rapiña.

La Caballería

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

La Caballería no apareció de improviso, ni fue un destello que floreció fugazmente para apagarse casi enseguida. Por el contrario, su aparición se basó en raíces muy hondas y fue el resultado de una larga evolución en la que influyeron diversos acontecimientos históricos. Se dice que la Caballería, por su aspecto belicoso, procede de los pueblos germánicos, e incluso de los denominados "bárbaros" que basaban toda su fuerza de combate en este elemento. Es posible que esto sea así, que con anterioridad los romanos, cartagineses, etc, lo basaban todo en la fuerza de los infantes, aunque también utilizaran el caballo como complemento en las acciones bélicas, pero en mucha menor medida que las célebres legiones de la Roma Imperial o los elefantes del cartaginés Aníbal.

Acaso tienen razón los que le achacan su nacimiento en ciertas ceremonias que en pleno bosque, delante de toda la tribu congredada al efecto, se celebraban en la antigua Germania cuando el joven apto para la guerra recibía solemnemente las armas, otorgándole el caballo, es decir "armándole" caballero y dispuesto para la guerra.

Después de las invasiones de los bárbaros (por cierto no estará de más dejar constancia de que la traducción de esta voz significa "extranjeros") éstos, en su contacto con las civilizaciones occidentales, fueron abandonando a sus antiguos dioses y entrando, paulatianamente en la religión católica. Siendo paganos, los bárbaros llevaban en la sangre el paganismo, siendo sus costumbres extremadamente toscas, violentas y dando tan poco valor a la vida, que no les importaba morir en el combate. Aquel que desee conocer en profundidad lo que eran aquellas tribus de feroces guerreros, lo único que tiene que hacer es indagar sobre las Sagadas nórdicas y germánicas donde encontrará escenas de auténtico salvajismo y de una ferocidad sin límites.

La Iglesia, por su carácter, era opuesta a la guerra aunque, eso sí, admitía el derecho a la defensa. Aquello de si te golpean en la mejilla derecha pon la izquierda está muy bien en los Evangelios, pero en la práctica suele dar pésimos resultados. Bien está no ser jamás el agresor, pero si eres agredido, nadie debe imponerte una sumisión tal que te convierta en la víctima de un energúmeno. La fuerza, siempre que esté al servicio de la defensa y, sobre todo del Derecho, no sólamente es necesaria sino imprescindible si se quiere mantener el orden donde amenaza el caos. Por tanto, la Iglesia llevó en este aspecto un trabajo muy importante que fue nada menos que captarse a los bárbaros oponiendo a su ferocidad una misión de paz, lo que le costó no pocos mártires y ahí está la historia para demostrarlo. No fue fácil convertir a los bárbaros al cristianismo, muy al contrario, no fue poca la sangre que hubo de derramarse antes de conseguirlo, pero se logró y eso es lo que a larga interesa.

Convertidos pues, aquellos pueblos violentos a la fe cristiana, mientras perduraba la influencia del Imperio de Occidente y llegaban las influencias de la civilización bizantina, los jefes de los que en un paso cercano habían sido hordas indisciplinadas y feroces, ahora ya medianemente culturizados, sostenían en su interior una violenta pugna entre su deseo de ajustarse a las normas cristianas en las que ya creían y su natural impulso de la guerra.

Fue trabajo ímprobo ir logrando dominar tales tendencias para ser suplantadas por sentimientos de nobleza y generosidad, así como de compasión, lo mismo que enseñar a proteger al débil y respetar y proteger a la mujer.

Tales sentimientos fueron ganando terreno, acaso porque el fuerte a veces, consciente de su propio poder, se siente inclinado a defender a aquellos que él considera que para nada pueden perjudicarle o, por el hecho de que el señor feudal gobernaba más o menos arbitriaramente, en ocasiones contemplaba con cierta compasión, no exenta de desdén, que todo hay que decirlo, a los siervos que le estaban sometidos.

Pero el resultado de tan arduo trabajo fue nada menos que convertir al bárbaro guerrero en un paladín de la Iglesia, en un hombre de armas dispuesto a la batalla para defender el ideal cristiano, y de ahí a inculcarle los sentimientos de respeto hacia la mujer, y comportarse con nobleza ante el enemigo, ajustándose a ciertas leyes morales, ya tan sólo existió un paso que fue dado. A partir de que tal cosa se consiguiera puede decirse que nació la Caballería y con ella el concepto de caballero.

Para llegar a ser calificado como tal era preciso ajustarse a unas reglas morales en las que no tenían sitio la cobardía, la vileza, la traición o la bellaquería. Un caballero tenía que ser generoso con sus enemigos, noble en el combate, respetuoso con la mujer y protector en toda ocasión del débil, ajustando siempre y en todo momento su norma de conducta a la rigurosa justicia.

La Caballería fue pues, en su origen una forma cristiana dentro de la condición militar. Y el caballero, un soldado cristiano, o lo que es lo mismo tanto en la guerra como en la paz, debía de ajustar su norma de conducta a la religión en la que él creía. Fue la Caballería una gran institución religioso-militar con sus ceremonias propias y sus órdenes de monjes-guerreros. Las enseñanzas y obligaciones de todo aquel que ingresaba en la Caballería se podrían resumir en diez normas:

1) Creer las enseñanzas de la Iglesia y obedecer sus mandamientos.

2) Proteger a la lglesia.

3) Defender a los débiles.

4) Amar al país en el que se ha nacido.

5) No retroceder jamás ante el enemigo.

6) Guerrear contra los infieles.

7) Cumplir los deberes feudales.

8) No mentir y ser siempre fiel a la palabra empeñada.

9) Ser dadivoso y liberal con todos.

10) Combatir todo lo malo, defender todo lo bueno.

La Caballería tuvo sus momentos de florecimiento durante los siglos XI y XII reclutándose principalmente entre los miembros de la nobleza.

No obstante y en honor a la verdad, hay que decir que entretanto existían señores feudales que estaban prestos a acudir de inmediato a la llamada de la Iglesia o de su Rey, otros hacían oídos sordos prefiriendo guerrear con sus vecinos en los que en la mayoría de las veces no eran otra cosa que acciones de rapiña.

El ideal caballeresco recibió distintas influencias, y no era de despreciar el choque existente entre el concepto del feudalismo y la vida social. Pero, con sus defectos y todo, como toda obra humana, la Caballería rindió enormes servicios en la defensa de la cultura occidental. Luego decayó, fue degenerando.

Se introdujo un nuevo tipo de caballero y el generoso, leal, desprendido, valiente y dispuesto en todo momento a la protección del débil, fue poco a poco siendo desplazado por otros que se ofrecieron como bravucones, dilapidadores, buscadores de aventuras y dados a olvidar las obligaciones que su condición de caballero les imponían. Pero no vemos lo malo, sino lo bueno.

La Caballería, en sus orígenes y durante dos siglos, fue una noble institución que, como hemos dicho, rindió inapreciables servicios no sólo al ideal cristiano sino a la causa de la civilización occidental. Gracias a ella se hicieron posibles las Cruzadas y es innegable que la verdadera Caballería legó a las generaciones sucesivas valiosos elementos culturales y morales que se incorporaron definitivamente a la ideología contemporánea.

Las Cruzadas, de las que nos ocuparemos con más detenimiento en capítulos sucesivos, fueron las grandes expediciones militares a Palestina durante los siglos XI hasta el XIII inclusive.

Los sentimientos cristianos, el ansia de conocer los lugares donde sufrió la Pasión el Redentor, la desesperada ilusión de rescatar aquellas tierras para el cristianismo, unido a la afición aventurera y guerrera, la amenaza que para Occidente se encerraba en el poder musulmán, todo contribuyó a aquellas gestas de la Caballería.

De las Cruzadas se derivaron muchos aspectos positivos. Aun enfrentadas en una guerra dos civilizaciones, la occidental y la oriental llegaron a conocerse, algo que quizás de no exitir las Cruzadas, no se habría producido.

Las Cruzadas y la Caballería sirvieron, dejando aparte los motivos religiosos que las impulsaron, para contener el poder musulmán, deteniendo una posible invasión de Europa por parte de aquellos pueblos del cercano Oriente.

Algo que no fue poco. . .

Escuderos

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

LOS SEÑORES "DEL PENDÓN Y LA CALDERA"

El título de escudero va unido a la nobleza, pero tiene ciertas características en su acoplamiento a la misma que es interesante destacar.

Se trataba de hidalgos de menos cuantía que, al no disponer de caballo y armas, se ponían al servicio de un caballero al que acompañaban en sus empresas militares. Este caballero era el encargado de facilitar a su escudero todo aquello que éste precisaba para el desempeño de su misión. De este modo, los escuderos, como pertenecientes a la clase noble, tenían derecho a ostentar armerías, como los caballeros y demás pertenecientes al estado noble.

Es sumamente curioso señalar que los nacidos en las provincias de Guipúzcoa, Vizcaya y parte de Álava, por el solo hecho de su natalidad en las citadas regiones, eran considerados hidalgos, un derecho adquirido a través de sus antiguos Fueros. Y si alguien que no fuera nacido en la nacionalidad citada, quería aposentarse en ella y ser considerado asimismo como hidalgo, tenía que probar que lo era, o de lo contrario quedaba reducido a la condición de pertenciente al estado llano.

En las antiguas provincias anteriormente citadas, la primera aristocracia estaba formada por aquello que se denominaba "parientes mayores". Todos tenían su procedencia en venticuatro casas o solares, perteneciendo quince de ellas al tronco o linaje de los Oñaz y nueve al de Gamboa. De estas venticuatro casas solares partían las distintas ramas que daban origen a nuevos solares y, como es lógico, a determinados apellidos que ya, desde su nacimiento, se les consideraba inherentes a la nobleza vasca. Este privilegio tenía tal arraigo y pujanza que nadie, absolutamente nadie, podía discutirlo y por si quedaba alguna duda al respecto, el rey Fernando VI en el año 1.754, confirmó mediante Real Despacho, que todos los vizcaínos eran nobles por Fuero.

La calificación de escudero no fue privativa de ningún país durante la Edad Media. En todos existía y en algunos, como en el caso de Inglaterra, llegaron a alcanzar una gran importancia. Desde el siglo XII, era muy considerada en Inglaterra la clase nobiliaria de los "knights" o caballeros. Por cierto, este tipo de nobleza, en el país al que nos referimos, podía ser adquirida mediante la aporción económica, ya que en el año 1.278 se decretó que podían alcanzar el título de caballero todos aquellos que fueran hombres libres del campo y cuya renta alcanzara las veinte libras.

De este modo, una enorme cantidad de pequeños propietarios se dieron el gusto de convertirse en caballeros. Pero, naturalmente, los reyes de Inglaterra no eran tontos y con lo que, a primera vista, parece tan sólo un halago a los pequeños terratenientes, lo que latía en el fondo de la cuestión era que, al convertirse en caballero, también adquiría la obligación de ayudar a su soberano con su dinero y su persona en cuantas empresas bélicas éste emprendiera, de forma que quedaban convertidos en militares al servicio de la Corona.

Posteriormente, apareció el estado de "escudero" constituido también por la pequeña nobleza rural. Con idéntica obligación militar a la de los caballeros, se les otorgó el derecho de participar en la vida administrativa pudiendo alcanzar el cargo de jueces de paz.

Ya en nuestro país, la primera categoría de la nobleza en Castilla y Aragón en la Edad Media, fue la formada por los Ricoshombres, que ejercían altos cargos palatinos o administrativos y podían llegar a formar parte del Consejo del Rey y poseían el derecho de tomar asiento en las Cortes. Pero no se les concedió el título de "feudales". Cuando tomaban parte en una guerra, se les conocía como Señores de "pendón y caldera", en alusión a los pendones que alzaban y la obligación que tenían de alimentar a sus mesnadas de hombres de guerra.

Recibían los Ricoshombres la denominación de "Nobles" y se les clasificaba a la altura de los Barones. Habrá que decir que este título fué muy poco usado en España.

No son pocas las ocasiones en que en un escudo figura una caldera. Para el no iniciado en el tema tal cosa posiblemente le intrigará.

¿Qué significado tiene?. Pues, entre otros, significa que aquel que ostenta esas armas se encargaba de alimentar a sus propios soldados. Es decir, que corría con todos los gastos, desde el armamento hasta la alimentación de modo que el rey no ponía nada, absolutamente nada, en sus huestes.

Una especie de juego y muy arriesgado, por cierto, si el Señor del "pendón y la caldera" resultaba vencedor, como pago a la ayuda prestada, recibía del rey nuevas tierras que añadir a la que ya poseía. Pero si la fortuna era adversa, y llegaba la derrota, lo perdía todo y nos referimos a cuanto dinero había invertido en la campaña.

A los Ricoshombres denominados "de natura" se les consideraba como descendientes de todos aquellos que tomaron parte en la Reconquista. En Cataluña usaban la denominación de "Señores", aunque más tarde pasaron a ser "Barones".

El plan de división de este país se basaba en nueve condados, a los que correspondían nueve Barones, otros tantos Vizcondes y el mismo número de Nobles o Varvassores. Es de notar que aquí, en Cataluña, el título de "Comitor" o "Varvassor" equivalía a la dignidad de los Ricoshombres de Aragón. Según la Constitución "Qui Occiurá", dos Varvassores equivalían a un Noble y dos Nobles a un Vizconde. Los Varvassores catalanes eran inferiores a los Nobles y superiores a los Caballeros. En lo que respecta a los "Comitores" fueron equiparados posteriormente a los Barones.

Esta miniatura del Archivo de la Corona de Aragón, muestra el homenaje de los nobles al rey, nobles que adquirían tal dignidad de las más diversas maneras, no sólo en la lucha o las batallas.

Existió también en Cataluña otra especie de nobleza local y fue la denominada de "Ciudadanos Honrados" esta denominación se basaba en que los así llamados tenían honores y vivían de sus rentas sin dedicarse a oficio alguno.

Pero conviene advertir que la palabra latina "honores" no se refiere, en casos como el anterior, a privilegios, no tiene nada que ver con la honradez, se refería única y exclusivamente a aquel que tenía fincas y propiedades.

Por su parte, en Valencia existieron los denominados "Ciudadanos de Inmemorial" o "de Conquista" y se refiere a los descendientes de aquellos que acompañaron al rey Jaime I en la conquista de Mallorca. Este tipo de nobleza confería a quienes la ostentaban el privilegio de ser admitidos en las Órdenes Militares.

Nos queda otro detalle curioso: la voz catalana "gaudi" (que con el tiempo quedó en apellido y no hay más que recordar al eminente arquitecto que lo llevó) y que, en la antigüedad se referia a alguna cofradía, a una cierta clase que "guardia", gozaba de la consideración de la nobleza, aunque no formara parte de ella. Así, los licenciados y cuantos componían una clase que poseía estudios superiores eran "daudins", al considerárseles propietarios de una determinada "nobleza personal".

En lo que se refiere al título de Ricoshombres, en general, este estamento acabó por desaparecer al convertirse en 1.590 en Grandes de España. En un principio el número de los Grandes no podía pasar de veinticinco pero, con el tiempo, tal regla quedó derogada hasta el punto que no exitió límite para alcanzar la citada dignidad. Pero, en sus orígenes, la Grandeza de España correspondía a las veinticinco familias más nobles de España y de más antiguedad aristocrática, citando algunos ejemplos, se puede mencionar al Duque de Medinaceli, al de Alba, al de Medina Sidonia, al de Frias, al del Infantado, al de Nájera, al de Gandía, al de Arcos, etc. Los Grandes de España poseían el privilegio de poder cubrise delante del rey y eran considerados como primos por parte de éste. En cuanto a los restantes títulos de la alta nobleza podían considerarse como parientes del soberano, pero carecían de los derechos de los Grandes, sobre todo en aquel que les permitió cubrirse en presencia de éste.

Heráldica eclesiástica

Historia de la Heráldica y Genealogía

Que en la Edad Media cuando comenzaron a usarse los blasones en Europa; precisamente en una época de sentimientos religiosos exaltados, de predicamento de los simbolismos, de una poesía heróica nacional, de la época dorada de la caballería, de arte grandioso, al tiempo que la fe se combinaba con supersticiones inexplicables, pero con la nobleza y la caballería en todo su apogeo y de ahí el entusiasmo con que se acogió la aparición del blasón que era a la vez, tradición familiar, premio a los hechos heróicos y caballerescos, honor y valor. Esto es los valores morales arraigados en la sociedad de entonces. La sociedad, en aquellos años, vivía, bajo todos los aspectos, en una ingenua naturalidad.

El blasón significó para ella, el patronato, la jerarquía y se hizo de él libre ostentación. Todavía no se estimaba el blasón como de uso exclusivo de la nobleza y por eso no se vaciló en esculpir los escudos de los gremios y de los mercaderes en piedra. No hay más que visitar antiguos monasterios, iglesias y templos, de toda índole, para ver escudos donde campean martillos, tijeras, etc. con que los sastres, albañiles y herreros, así como distintas personas dedicadas a artes menores, decoraban sus laudas sepulcrales, como si pretendieran que el amor hacia su oficio los acompañara hasta la tumba. Este tipo de escudo menestral, hoy en completo desuso pero no para los profesionales liberales, se traducía por el orgullo de pertenecer a determinado gremio, es decir, a una naciente burguesía que, poco a poco, iba viendo abrirse ante ella los puestos de Consejeros en sus Ayuntamientos. Y así, del mismo modo que el escudo señorial se traducía como propiedad territorial, los artesanos se afanaban, por medio de sus escudos representativos, en alardear de que ellos también tenían derecho a mostrarse altivos en el ejercicio de sus diversos oficios.

De este regla, no podían escapar los eclesiásticos. La Iglesia, que sacó al mundo occidental del caos producido por las invasiones de los bárbaros, depositaria del antiguo saber de Roma, cuna y promotora de un determinado progresismo, baste con citar el ejemplo de las Abadías Benedictinas donde se enseñaba de todo y acudían gentes de todas las partes de Europa para incrementar su saber a través de las grandes bibliotecas allí existentes, la Iglesia, repetimos, en determinada época de la historia, fue una antorcha de civilización en medio de un mundo amenazado por la ignorancia y la barbarie. Que también en determinada época algunos de sus miembros cayeran en un fanatismo absurdo y que se cometieran abusos, en modo alguno puede ni debe enturbiar lo que se le debe como defensora de los valores morales frente a supersticiones estúpidas y bárbaras.

La institución monárquica formó a las naciones; cierto que muchas veces este esfuerzo se tradujo en guerras y convulsiones, pero así fue. Con la espada, la monarquía delimitó sus territorios y a través de sus Consejos y Cortes, la política del Estado fue formando precisamente el Estado. Ahora bien: ambas instituciones, la guerrera y la política, precisaban de una tercera fuerza para completar la nación. Y esta tercera fuerza la constituyó la Iglesia.

Poco a poco se fue formando una clase social eclesiástica, una verdadera aristocracia intelectual que influyó de manera decisiva en la formación del carácter nacional. Pero, del mismo modo que la nobleza iba adquiriendo sus blasones, las dignidades eclesiásticas, del mismo modo que las ´Ordenes de Caballería (organizaciones mixtas religioso-militares) comenzaron a hacer uso de las Armerías.

En la Heráldica Eclesiástica, en vez del clásico yelmo, se colocan por timbre, las insignias particulares que corresponden a cada dignidad. En algunas ocasiones, se han visto blasones eclesiásticos con coronas, pero han sido hechos muy aislados. Una bula del Papa Inocencio X acabó con esta costumbre al prohibir a los cardenales, de cualquier familia, por noble que esta fuera, el uso de las coronas.

El Papa, Soberano Pontífice, trae por timbre la tiara. Detrás del escudo se colocan dos llaves, en sotuer la de la derecha de oro y la de la izquierda de plata, liadas de azur y por tenantes dos ángeles de carnación con una cruz cada uno, de tres traversas del mismo esmalte que las llaves. Estas llaves representan la promesa de Jesucristo a la Iglesia cuando dijo a San Pedro :"y a ti te daré las llaves del Reino de los Cielos y todo lo que atares en la Tierra será atado en los cielos, y todo lo que desatares en la Tierra, será también deasatado en los cielos".

La llave de oro indica la ciencia o infalibilidad y la de plata, la potencia o jurisdicción.

Los Cardenales timbran sus escudos con un sombrero forrado de gules, guarnecido por cordones de seda del mismo color, entrelazados el uno en el otro y pendientes a los dos lados cada uno liado en lazos de quince borlas, terminado en cinco y ordenadas. Si los Cardenales ostentan al mismo tiempos la dignidad de Arzobispos Primados, se timbrará su escudo de armas de una cruz de dos traversas treboladas de oro. Los Patriarcas, sean o no Cardenales, traen detrás del escudo una cruz doble, al estilo de la anterior. El sombrero, en este caso, cambia los gules por el color sinople y los cordones no tienen nada más que diez borlas en cada lado, terminando en cuatro.

Los Arzobispos Primados usan el mismo timbre anterior como propio de los Patriarcas. Los Arzobispos que no son Primados utilizan por timbre el sombrero forrado de sinople, con los cordones del mismo color, con diez borlas en cada lado, y con una cruz simple o de una sola traversa y trebolada de oro.

Los Obispos utilizan también en sus escudos el sombrero forrado de sinople, con los cordones de idéntico color, con seis borlas a cada lado, terminando en tres. Debajo del sombrero colocan una mitra de frente con sus ínfulas y puesta en el lado diestro del escudo, y el báculo pastoral, de oro puesto en el lado siniestro, teniendo éste que estar vuelto a la izquierda para simbolizar la jurisdición que tienen fuera, para diferenciarse de los Abades mitrados.

Tanto los Cardenales como los Arzobispos y Obispos que proceden de alguna Orden, portan el emblema de su Orden entre el sombrero y el escudo.

Los Abades mitrados ostentan un sombrero negro, con los cordones del mismo color, de tres borlas, con la mitra terciada y el báculo pastoral más sencillo, vuelto hacia adentro, para indicar que su jurisdición se ejercita sólo con los monjes de su Monasterio.

Los Abades que no poséan el derecho de traer mitra, usan sólo el báculo vuelto hacia dentro, con un sudario o trozo de tafetán blanco, cubierto por el sombrero negro, con sus cordones de seda negros de tres borlas.

Los Protonotarios tienen el mismo timbre que los Abades no mitrados, pero sin báculo. El mismo timbre traen los Deanes, los Arcedianos, los Sacristanes, que son Dignidad, los Camareros y Canónigos de las Iglesias metropolitanas y Catedrales,

Los Priores colocan en palo, detrás del escudo, un báculo pastoral de plata, hecho en forma de un bordón de peregrino, sin sombrero y rodeado el escudo de un rosario negro.

Las Abadesas usan el escudo en losange y poseen el derecho de traer báculo, lo ponen en palo, y detrás del escudo, vuelto a la derecha. El escudo debe estar rodeado por un rosario de sable.

Gentilhombres

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

La categoría de hidalgo castellano, Ricohombre, Gentilhombre o Infanzón, ha quedado suficientemente explicada en capítulos anteriores, con las variantes que dichos títulos implicaban, de acuerdo a las regiones donde quedaron implantados.

Así, hemos visto como la palabra y dignidad de "infanzón", originaria de Castilla, fue cayendo en desuso hasta quedar prácticamente reducida a su utilización en el reino de Aragón, aunque bien es cierto que en Castilla no desapareció del todo y basta el ejemplo de los denominados "Infanzones de Illescas", dignidad que se ha mantenido a través del tiempo llegando hasta nuestros días. Pero en Cataluña, la hidalguía mantuvo unas características especiales, que, aunque en el fondo no se diferenciaban excesivamente de la existente en otras regiones españolas, contenía unos rasgos específicos de aquella región.

La clase de los gentilhombres, en catalán denominada, "Homes de Paratge", tiene su origen en los primeros tiempos de la Reconquista en Cataluña, según acreditan los principales estudiosos de aquella época de la historia catalana.

Para explicar bien estas características nada mejor que ampararnos en la obra "Historia de Cataluña", escrita por Víctor Balaguer, en la parte en la que se refiere a la invasión, por parte del caudillo musulmán Almanzor, de las tierras catalanas allá por el año 985 en tiempos del Conde de Barcelona, Borrell II.

Dice así:

"Pasó por fin Almanzor las fronteras cristianas y en los últimos días de aquel año, desembocó con numerosa y guerrera tropa en el llano mismo de Barcelona. Allí, al pie del castillo de Montjuich, en la llanura a la que llamamos de Matabus, le estaba esperando el rey de Afranc, como llamaban a nuestro Conde Borrell los historiadores árabes. Terrible fue la batalla que se desarrolló al pie del castillo de Montjuich; terrible y sangrienta, en la que perecieron numerosos hombres empeñados en combate mortal. Dios quiso que en aquella infausta jornada, infausta para Barcelona, la señera condal cayera rota y destrozada a los pies del pendón del profeta y que el alfanje sarraceno, como la hoz del segador, cortara aquel campo de cabezas de cristianos guerreros..." La historia nos confirma y así lo dice el citado historiador que como consecuencia de aquella terrible derrota de las huestes cristianas, Barcelona cayera en poder del caudillo árabe Almanzor y que el Conde Borrell II se viera obligado a escapar para refugiarse en Manresa.

En un caso tan extremo y viendo que su causa estaba perdida ante las huestes musulmanas tuvo una feliz idea conceder franquicia, honores, libertad y título militar a cualquiera que acudiera a ayudarle con armas y caballos, a su costa, así como los gastos que se produjera por el auxilio que solicitaba. El edicto real fue proclamado al son de trompetas en Manresa, procurando que tuviera la mayor difusión y fue tan grande su efecto que de todos los lugares vecinos acudieron hasta 900 guerreros, hombres de probado valor, dispuestos a morir si era necesario en la defensa de la independencia de la patria.

Novecientos hombres dispuestos a enfrentarse a las poderosas huestes de Almanzor. Y desde aquel día, los 900 guerreros y sus sucesores fueron denominados "homens de paratge", es decir, hidalgos, hombres de paraje o casa solariega, y con ello se equipararon a los hidalgos que ya existían en Castilla.

Si continuamos basándonos en los autores catalanes, nos apoyaremos para nuestras explicaciones en Próspero de Bofarull y Mascaró, extrayendo las partes de su obra "Los Condes de Barcelona Vindicados" que se hacen precisas para la aclaración del tema que venimos tratando. Dice este autor que el bando promulgado por Borrell II en Manresa ofreciendo privilegio militar hereditario a cuantos acudieran con armas y caballo para reconquistar Barcelona, fue tan efectivo que acudieron novecientos hombres armados y disponiendo cada uno de caballo, prestos a iniciar la reconquista de Barcelona y que por ello de allí en adelante se le conocería como los "homines de paratico", según unos de la voz latina "paratus" para denotar que habían estado prontos y aparejados para auxiliar al Conde, y según otros, del "par" "paris", también latín por la igualdad, con los militares que desde entonces gozaron.

"Más respetando estas dos etimologías, que en nada se oponen a lo que vamos a manifestar, creemos: que la denominación de estos caballeros, sea o no cierto el origen que se les da, no deriva de ninguna palabra latina sino de la misma catalana, que suena y significa lo que en castellano vulgar, sitio o estancia, como si dijéramos hombres de "parage", esto es, lugar conocido o de casa solariega, a manera de los hidalgos; pues no es presumible que el Conde invitara con su privilegio indistintamente sino a personas de arraigo o mejor a los hombres de las "massías", alquerías o casas de labradores en el campo, que tanto abundan en Cataluña, especialmente en la Plana de Vich, Ampurdán, y territorio del Vallés, "respetables por su hereditaria honradez" -sin la cual no hay nobleza en las familias ni en los individuos- "y por su riqueza habitual, y también por su antigüedad que se remonta a los primeros siglos de la restauración", según varias escrituras, que algunas se conservan, con indicios y tradiciones de ser descendientes de aquellos esforzados "primi homines terra" que la adquirieron "per apprissionem", es decir, por derecho de conquista, y acaso sin más título primordial que el boroquel y la lanza de sus progenitores, entre ella repartieron los condes, con obligación de poblar, cultivar y defenderla según costumbre de aquellos guerreros siglos".

Este autor, explicando aquellos siglos, dice que las prerrogativas de los hombres citados que se ganaron por su esfuerzo el título de Gentilhombres, que en Cataluña se les daba el título de "Homes de Paratge", a una de las distinguidas clases del brazo militar que, con el eclesiástico, compuesto de prelados y síndicos de los Cabildos y el Real de los Procuradores de las ciudades y villas con voto, constituían los tres estamentos que formaban las antiguas Cortes del Principado.

En estas Cortes tomaban asiento los "Homes de Paratge", después los Títulos y los Barones y Nobles, Militares y Donceles.

También a estos "Homes de Paratge" les asistía el derecho de concurrir a justas y torneos y tomar parte en ellos si así les placía, vestir como los demás nobles y quedaban inscritos en la Cofradía de San Jorge, que era una verdadera Maestranza en Cataluña, y acaso (según lo opinado por Alejandro de Armengol de cuya obra "Heráldica" hemos entresacado varios de sus textos), acaso, repetimos, la que dió después norma a las restantes de España, desde que el rey don Pedro "el Ceremonioso" dictó las primeras Órdenes de la "Caballería de Mossen Sant Jordi".

Reglas heráldicas

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

Como en todo, existen unas Reglas Heráldicas, que son inmutables, sobre la ciencia del Blasón. No se trata de imposiciones a cada caso particular sino que son inherentes a toda la Heráldica en general. Las Armerías no pueden crearse al capricho de cada uno, sino que siempre obedecen a ciertas normas que afectan a todas ellas.

Muy cierto, y lo veremos más adelante que, en ocasiones, estas reglas han sido y son, quebrantadas con el único resultado de producir el confusionismo en todos aquellos que no se encuentran impuestos en las citadas Reglas.

Estas normas son:

Ley Primera: En el arte heráldico, la primera Ley se basa en que jamás debe ponerse en los escudos metal sobre metal, ni color sobre color.

No es tolerado que, por ejemplo, sobre campo de oro del escudo, se ponga una figura, la que sea, también de oro. Ni tampoco si este campo es de gules, y seguimos con ejemplos, se coloque en él una figura asimismo de gules. Las armas que contravienen estas Reglas son consideradas falsas.

Esta Regla la explican los tratadistas al indicar que tienen por precedente los torneos en las que los caballeros participantes utilizaban ligeras vestiduras de color sobre las armaduras de metal. No parecía propio que un caballero usase una coraza plateada o dórada colocando encima de ella unas vestiduras de ese mismo color.

Don Alejandro de Armengol mantiene un parecer distinto en su obra "Heráldica". Dice así "A nuestro parecer, el verdadero origen de esta norma está en el sentido profundamente artístico de los primitivos Heraldos y Reyes de Armas, tradicionalmente observado por sus sucesores, para lograr, por el contraste de metales y colores, un efecto de conjunto plenamente armónico. La brillantez de color, el realce de las figuras, sólo se debe a esta norma tan sencilla de que el "campo" el fondo presenta la riqueza de la plata o el oro, si las piezas son de los bellos colores del Blasón o viceversa."

Tiene toda la razón: para comprobar, hasta que punto está en lo cierto este conocido tratadista, basta (y él también lo señala acertadamente) el tono apagado, mortecino, sin brillantez de alguna de las armerías en las que, ocasionalmente, se quebranta esta Ley.

He aquí una excepción que rompe la Regla: Las Armerías de "enquerre" (se llaman así aquellas que contradicen la regla heráldica de no colocar jamás color sobre color o metal sobre metal) cuya apariencia es mortecina, jamás pueden tener la luminosidad de las que guardan escrupulosamente esta primera Regla heráldica. Conste que existieron casos de fragante alteración de la norma: Por ejemplo, las armas del conocido cruzado, conquistador de Jerusalén, Godofredo de Bouillón pertenecen a la clase de "enquerre" ya que llevaban plata y una cruz potenzada de oro, cantonada de cuatro crucetas de lo mismo.

En la Heráldica Municipal se encuentran también algunos casos que contradicen la Primera Ley heráldica: Hay ciudades francesas que presentan al jefe del mismo color que el campo del escudo, parece ser que tal anomalía se hizo por concesión de los Reyes, pero para salvarla hubo que llamar "cosido" a este jefe.

Tenemos después un aspecto que produce cierta confusión: Se trata del color púrpura (violado) considerado por lo general como color, pero es que también puede tomarse como metal y siendo así viene a resultar que no existe infracción de la regla el que se use indistintamente sobre una u otra clase de esmalte.

Conviene advertir que entre las excepciones a la Regla, hay aquella que se refiere a las figuras humanas de color llamado "de carnación" o en las de los animales "al natural" o de su propio color. Para estos dos casos no es aplicable la Regla.

Puede considerarse también excluido de la norma, aquellos casos de las brisuras en las que se observa metal sobre metal o color sobre color. No es una grave infracción.

Finalmente, y como la última de las excepciones tolerables tenemos que no se pone reparo ni osbtáculo alguno en pequeños detalles, tales como uñas, picos, o garras de animales, ni en las coronas, collares u otros adornos. En estos casos no importa la colocación de metal sobre metal o color sobre color.

Ley Segunda: Se trata de que las figuras propias de las Armerías deben estar siempre colocadas en el lugar que les corresponde, de ningún modo, puestas en lo que podríamos denominar "sin orden ni concierto".

Claro que siempre hay excepciones: Indudablemente se exceptuan los casos en que no es posible blasonar de otro modo: Por ejemplo, las bandas, fajas o barras cuando se ponen dos o tres (a veces más). Naturalmente es obvio que no pueden ocupar todas ellas el lugar correspondiente a la banda, barra o faja, cuando es única en el escudo.

Ley Tercera: Existen muchos escudos en los que aparecen las figuras naturales, artificiales o quiméricas. Cuando hay varias pueden colocarse una sobre otra, pero cuando se trata solo de una lo correcto es colocarla en el centro del escudo, sea cualquiera su tamaño, aunque llenen todo el campo, eso sí, sin que jamás toquen los extremos. De esta regla quedan exceptuadas las figuras movientes.

Ley Cuarta: Esta Ley se refiere a lo siguiente, en los casos de las figuras que no son piezas honorables y éxisten en el escudo en número de tres, se ponen dos en jefe y una en punta. No hay necesidad de especificarlo.

Cuanto hemos expuesto anteriormente se basa en nuestro profundo convencimiento de que el conocimiento de la Heráldica en España se encuentra poco difundido. Los libros existentes sobre la materia son pocos y, por lo general, caros y no se hallan al alcance de todas las economías. Bien es cierto que muchas personas sí que tienen dichos conocimientos e ideas bastante acertadas sobre el tema, pero, por lo general, existe un gran desconocimiento de la materia y eso hace que, incluso en aquellos que conocen algo de la ciencia heráldica, se tengan por admitidos ciertos errores que conviene dejar bien aclarados.

En otros capítulo ya hemos hablado de la Heráldica como eficaz auxiliar de la Historia. No insisteremos sobre ello. Pero lo que debemos dejar bien claro es que un mayor conocimiento de la Heráldica no se basa en halagar la vanidad de algunas familias con ilustres apellidos, sino dar a conocer a cada uno de donde viene el suyo y, simultáneamente, ir dando a conocer a través de la Genealogía muchos aspectos interesantes de la historia del país en el que hemos nacido.

Los blasones, o escudos, tienen su origen en tiempos muy remotos de la antigüedad. Ya se encuentran, en forma de símbolos, en monumentos asirios, egipcios e incluso de otros pueblos que los precedieron. Esquilo cita el caso de los siete jefes que combatieron mandando el poderoso ejército de Adrasto, contra la ciudad de Tebas.

Cada uno de estos jefes llevaba sus respectivas divisas pintadas en sus escudos para diferenciarse así unos de otros.

De este modo, el primer jefe, Tideo, que al frente de sus tropas era el designado para atacar la puerta principal de la ciudad tebana, llevaba en su escudo pintado un cielo cuajado de estrellas que rodeaban a la Luna. El segundo jefe, Capaneo, que debía atacar otra de las puertas, representaba en su escudo un hombre desnudo con una antorcha en la mano y la divisa "Yo abrasaré la ciudad". Y así, sucesivamente, se van describiendo los emblemas que ostentaban en sus escudos los restantes jefes del ejército.

Posiblemente, fueron los asirios los primeros en utilizar divisas en sus escudos. Se sabe que las armas de los Reyes de Siria consistían en una paloma de plata. En lo que se refiere a los cartagineses, ostentaban la cabeza de un caballo. Aníbal, la llevaba pintada en su escudo de guerra. En lo que se refiere a los romanos, ya se sabe que su figura heráldica era la loba, suplantada después por un cuervo y, finalmente, por un águila.

Ahora bien: las Armerías como tales, con ya algunas reglas que reglamentaban su uso, tienen su origen en la Edad Media, y fueron los apellidos los que coadyuvaron a la aparición de los escudos, al ser considerados como aportación jeroglífica.

Los emblemas personales se hicieron hereditarios. El más antiguo monumento que se conoce en Europa en el que aparecen figuras en Armerías, es el de Raúl de Beaumont (1.087). De esta época son también los Blasones de los Plantagenet y los Anjou.

En lo que se refiere a España, si hacemos caso y damos crédito a una autoridad tan acreditada en Ciencia Heráldica como don Fernando de Sagarra, tendremos que admitir que en nuestro país no se conocen sellos anteriores al siglo XII. Los primeros son los que se encuentran en Ramón Berenguer IV de Barcelona, de Alfonso II de Aragón y de Alfonso VII de Castilla, todos correspondientes al siglo XII.

De todo lo expuesto, se deduce que el uso generalizado de las Armerías que ostentaron los Reyes y las grandes familias no se llevó a cabo hasta fines del siglo XII.