V. de Gama y A. Vespucio

Historia de la heráldica y de la Genealogía

Cristóbal Colón, después del descubrimiento del Nuevo Mundo, y a pesar de sus posteriores viajes, seguía aferrado a la idea de que a la tierra que había llegado era la costa de Asia en las Indias Orientales.

El historiador Carlos Pereyra, acaso uno de los mejores que han estudiado la vida de Colón, escribía: "Con iguales datos, otros navegantes tomaban una actitud bien distinta. En la misma España, sin salir de su gabinete, Pedro Mártir sonreía y el buen Andrés Bernáldez movía la cabeza cuando Colón le hablaba de su Cipango, de su Mago y de su Catay."

Los portugueses, muchísimo más pragmáticos que el Almirante soñador, no se dejaron influir por visiones proféticas sino que comenzaron a establecer cálculos científicos.

En 1.495, había terminado el reinado de Juan II, el hombre que tanto se preocupó por la navegación y las exploraciones en busca de nuevos descubrimientos. Su heredero, que era primo suyo, don Manuel, duque de Beja, continuó con el proyecto de explorar la costa oriental de África, a la cual abría las puertas el viaje de Bartolomé Díaz. Con este propósito salieron del puerto de Belem tres naves el 8 de julio de 1.497, mandadas por Vasco de Gama.

Después de cinco meses de navegación por mares ya conocidos, la expedición llegó a la bahía de Santa Elena en la costa africana para tomar provisiones y reparar las naves.

En la noche de Navidad de aquel mismo año las tres naves doblaban el Cabo de Buena Esperanza y a medida que avanzaban, los navegantes iban viendo tierras. Al ser muy mal recibidos por los indígenas en Mozambique y Mombaza llegaron a Melinde donde encontraron la eficaz ayuda de un piloto del país, conocedor de aquellos mares.

El monzón les fue propicio a los navegantes que en poco tiempo llegaron a Calicut, en la costa de Malabar. De este modo quedaba abierta la nueva ruta hacia las Indias. Era lo que, en realidad, había buscado Cristóbal Colón que equivocando el camino fue a dar con lo que, precisamente, no buscaba. El viaje de regreso duró tres meses y en este tiempo las tripulaciones fueron diezmadas por el escorbuto. Llegó un momento en que apenas quedaban hombres sanos para realizar las maniobras. Por fin, el día 29 de agosto de 1.499 entraba en el puerto de Lisboa Vasco de Gama.

Aquel viaje tuvo otras consecuencias. El reyezuelo de Calicut había recibido hostilmente a los navegantes y, para castigarlo, se organizó otra expedición, al mando de Pedro Álvarez Cabral. Y ocurrió que la flota, para salvarse de las tempestades, se desvió de su ruta y fue a dar a la costa del Brasil, tierra que Cabral tomó posesión en nombre del rey de Portugal.

He aquí otro caso semejante al de Cristóbal Colón; el navegante portugués que perseguía otro destino, las costas de Guinea, fue a dar a un nuevo país que, desde entonces, pertenecería a Portugal.

De no haber ocurrido tal suceso, es indudable que Brasil se hubiera visto explorado por los españoles y, por tanto, ahora sería un país más, americano, de habla hispánica. Pero la Fortuna interviene no pocas veces en los actos de los hombres...

Colón, ignorándolo, descubrió un Nuevo Mundo para España y Cabral, sin pretenderlo, entregaría a Portugal el dominio sobre un enorme país.

De no ser por las borrascas y tempestades, habría ido a dar a su verdadero destino: la Costa africana de Guinea. Pero el descubrimiento de Cabral tuvo también otras consecuencias: la necesidad urgente de aclarar, de una vez por todas, qué tierras eran las halladas por Colón.

La verdad es que ya poca gente creía lo que el Almirante se obstinaba tozudamente en sostener, que pertenecían al Asia.

Error mayúsculo que les costó a los naturales americanos ser conocidos como "indios". Colón seguía empeñado en que lo que él había descubierto eran las costas de las Indias.

Pero, a la Corte, habían llegado noticias del descubrimiento de Cabral y se hacía necesario definir a qué continente pertenecían las tierras halladas por Cristóbal Colón.

Éste, inundado por el misticismo, continuaba hablando de las inagotables riquezas de Catay e imaginaba que con ellas se podría organizar un formidable ejército que liberase Tierra Santa de manos infieles, es decir, que se veía a sí mismo como un nuevo cruzado.

En un lenguaje profético lo escribió así a los Reyes Católicos en una larga carta en las que citaba las Sagradas Escrituras, comunicándoles su esperanza de levantar una fuerza militar de cincuenta mil infantes y cinco mil jinetes que, pagados con las riquezas que él hallaría en las nuevas tierras, procedieran a rescatar Jerusalén de manos musulmanas.

Los reyes le proporcionaron los medios para un nuevo viaje, que fue el último. Cuando, fracasado en sus ansias de riquezas, regresó a España, la reina Isabel agonizaba y en lo que se refiere al rey Fernando no era hombre capaz de acceder a las desorobitantes exigencias que le hacía aquel soñador empedernido y falto de las más mínimas dotes de gobernante.

Y por cierto, todo eso de la leyenda de que el Descubridor murió pobre y en la miseria no deja de ser una falsedad.

La tenacidad de Colón en mantenerse en el error de que lo descubierto era la costa de Asia, no influyó en otros navegantes de la época más libres de prejuicios que, desde el primer momento, sospecharon la existencia de un Nuevo Mundo.

España precisaba conocer la verdad: y de ello se encargó un florentino que se aprovechó de los descubrimientos de Vasco de Gama. Su nombre era el de Américo Vespucio; Era dependiente de los Médicis y, enviado por sus patronos, llegó a España en el año 1.490, concretamente a Sevilla.

En sus primeros tiempos trabajó en una factoría de su paisano Juanoto Bernardi, que fue quien preparó el segundo viaje a Colón.

Después de la salida del Almirante, en todos los marinos sevillanos, estaba presente el deseo de los descubrimientos. Y así fue como Américo Vespucio se hizo navegante y descubridor.

Se desconocen los detalles de su primer viaje a las Indias porque, al igual que Colón, parece que gustaba de rodearse del misterio.

Sea como sea, Vespucio obró al servicio de los Reyes españoles y la flota que mandaba emprendió el viaje hacia las nuevas tierras descubiertas por Cristóbal Colón. En el mes de enero de 1.502, alcanzó las mismas costas que Vasco de Gama, las del Brasil. De no haberse adelantado el marino portugués por las circunstancias ya explicadas, Brasil hubiera sido también dominio de la Corona de España.

Vieron el estuario de un río, o al menos lo creyeron así al encontrarse en una maravillosa bahía, y de ahí el nombre que le pusieron: "Rio de Enero", es decir, el actual Río de Janeiro.

Los expedicionarios siguieron avanzando hasta dar con una costa desconocida.

Pudo ser las Malvinas o la Patagonia. De allí, Vespucio con sus compañeros atravesaron el Atlántico meridional, tocaron en Sierra Leona y alcanzaron el estuario del Tajo el 7 de septiembre de 1.502. Todavía efectuó Vespucio un tercer viaje al servicio de España. En la leyenda de Colón, se califica a Américo Vespucio poco menos que como un bellaco que se aprovechó del descubrimiento para dar a las nuevas tierras su nombre.

Nadie le va a discutir a Colón la gloria de su arribada a las costas americanas el primero; pero quede bien claro que en el orden científico nada descubrió pues siempre creyó haber llegado al Extremo Oriente.

Américo Vespucio, por el contrario, se dio perfecta cuenta de haber hallado un Nuevo Mundo. "Al Sur de la línea equinoccial, en donde los antiguos declararon que no había continente, sólo un mar llamado Atlántico,... yo he encontrado paises más templados y amenos, de mayor población de cuanto conocemos. Es la Cuarta Parte de la Tierra".

Y no fue Vespucio quien propuso que a las nuevas tierras se les diera su nombre. Fue el alemán Martín Waldeseemuller, un famoso cartógrafo de la época. España, que podía haber tenido la última palabra en este asunto, se declaró neutral.

Por otra parte, el nombre de América no se extendió hasta bien entrado el siglo XVIII. Con anterioridad, el continente americano siempre fue conocido como "las Indias" por los españoles.

Historia de la heráldica y de la Genealogía

Cristóbal Colón, después del descubrimiento del Nuevo Mundo, y a pesar de sus posteriores viajes, seguía aferrado a la idea de que a la tierra que había llegado era la costa de Asia en las Indias Orientales.

El historiador Carlos Pereyra, acaso uno de los mejores que han estudiado la vida de Colón, escribía: "Con iguales datos, otros navegantes tomaban una actitud bien distinta. En la misma España, sin salir de su gabinete, Pedro Mártir sonreía y el buen Andrés Bernáldez movía la cabeza cuando Colón le hablaba de su Cipango, de su Mago y de su Catay."

Los portugueses, muchísimo más pragmáticos que el Almirante soñador, no se dejaron influir por visiones proféticas sino que comenzaron a establecer cálculos científicos.

En 1.495, había terminado el reinado de Juan II, el hombre que tanto se preocupó por la navegación y las exploraciones en busca de nuevos descubrimientos. Su heredero, que era primo suyo, don Manuel, duque de Beja, continuó con el proyecto de explorar la costa oriental de África, a la cual abría las puertas el viaje de Bartolomé Díaz. Con este propósito salieron del puerto de Belem tres naves el 8 de julio de 1.497, mandadas por Vasco de Gama.

Después de cinco meses de navegación por mares ya conocidos, la expedición llegó a la bahía de Santa Elena en la costa africana para tomar provisiones y reparar las naves.

En la noche de Navidad de aquel mismo año las tres naves doblaban el Cabo de Buena Esperanza y a medida que avanzaban, los navegantes iban viendo tierras. Al ser muy mal recibidos por los indígenas en Mozambique y Mombaza llegaron a Melinde donde encontraron la eficaz ayuda de un piloto del país, conocedor de aquellos mares.

El monzón les fue propicio a los navegantes que en poco tiempo llegaron a Calicut, en la costa de Malabar. De este modo quedaba abierta la nueva ruta hacia las Indias. Era lo que, en realidad, había buscado Cristóbal Colón que equivocando el camino fue a dar con lo que, precisamente, no buscaba. El viaje de regreso duró tres meses y en este tiempo las tripulaciones fueron diezmadas por el escorbuto. Llegó un momento en que apenas quedaban hombres sanos para realizar las maniobras. Por fin, el día 29 de agosto de 1.499 entraba en el puerto de Lisboa Vasco de Gama.

Aquel viaje tuvo otras consecuencias. El reyezuelo de Calicut había recibido hostilmente a los navegantes y, para castigarlo, se organizó otra expedición, al mando de Pedro Álvarez Cabral. Y ocurrió que la flota, para salvarse de las tempestades, se desvió de su ruta y fue a dar a la costa del Brasil, tierra que Cabral tomó posesión en nombre del rey de Portugal.

He aquí otro caso semejante al de Cristóbal Colón; el navegante portugués que perseguía otro destino, las costas de Guinea, fue a dar a un nuevo país que, desde entonces, pertenecería a Portugal.

De no haber ocurrido tal suceso, es indudable que Brasil se hubiera visto explorado por los españoles y, por tanto, ahora sería un país más, americano, de habla hispánica. Pero la Fortuna interviene no pocas veces en los actos de los hombres...

Colón, ignorándolo, descubrió un Nuevo Mundo para España y Cabral, sin pretenderlo, entregaría a Portugal el dominio sobre un enorme país.

De no ser por las borrascas y tempestades, habría ido a dar a su verdadero destino: la Costa africana de Guinea. Pero el descubrimiento de Cabral tuvo también otras consecuencias: la necesidad urgente de aclarar, de una vez por todas, qué tierras eran las halladas por Colón.

La verdad es que ya poca gente creía lo que el Almirante se obstinaba tozudamente en sostener, que pertenecían al Asia.

Error mayúsculo que les costó a los naturales americanos ser conocidos como "indios". Colón seguía empeñado en que lo que él había descubierto eran las costas de las Indias.

Pero, a la Corte, habían llegado noticias del descubrimiento de Cabral y se hacía necesario definir a qué continente pertenecían las tierras halladas por Cristóbal Colón.

Éste, inundado por el misticismo, continuaba hablando de las inagotables riquezas de Catay e imaginaba que con ellas se podría organizar un formidable ejército que liberase Tierra Santa de manos infieles, es decir, que se veía a sí mismo como un nuevo cruzado.

En un lenguaje profético lo escribió así a los Reyes Católicos en una larga carta en las que citaba las Sagradas Escrituras, comunicándoles su esperanza de levantar una fuerza militar de cincuenta mil infantes y cinco mil jinetes que, pagados con las riquezas que él hallaría en las nuevas tierras, procedieran a rescatar Jerusalén de manos musulmanas.

Los reyes le proporcionaron los medios para un nuevo viaje, que fue el último. Cuando, fracasado en sus ansias de riquezas, regresó a España, la reina Isabel agonizaba y en lo que se refiere al rey Fernando no era hombre capaz de acceder a las desorobitantes exigencias que le hacía aquel soñador empedernido y falto de las más mínimas dotes de gobernante.

Y por cierto, todo eso de la leyenda de que el Descubridor murió pobre y en la miseria no deja de ser una falsedad.

La tenacidad de Colón en mantenerse en el error de que lo descubierto era la costa de Asia, no influyó en otros navegantes de la época más libres de prejuicios que, desde el primer momento, sospecharon la existencia de un Nuevo Mundo.

España precisaba conocer la verdad: y de ello se encargó un florentino que se aprovechó de los descubrimientos de Vasco de Gama. Su nombre era el de Américo Vespucio; Era dependiente de los Médicis y, enviado por sus patronos, llegó a España en el año 1.490, concretamente a Sevilla.

En sus primeros tiempos trabajó en una factoría de su paisano Juanoto Bernardi, que fue quien preparó el segundo viaje a Colón.

Después de la salida del Almirante, en todos los marinos sevillanos, estaba presente el deseo de los descubrimientos. Y así fue como Américo Vespucio se hizo navegante y descubridor.

Se desconocen los detalles de su primer viaje a las Indias porque, al igual que Colón, parece que gustaba de rodearse del misterio.

Sea como sea, Vespucio obró al servicio de los Reyes españoles y la flota que mandaba emprendió el viaje hacia las nuevas tierras descubiertas por Cristóbal Colón. En el mes de enero de 1.502, alcanzó las mismas costas que Vasco de Gama, las del Brasil. De no haberse adelantado el marino portugués por las circunstancias ya explicadas, Brasil hubiera sido también dominio de la Corona de España.

Vieron el estuario de un río, o al menos lo creyeron así al encontrarse en una maravillosa bahía, y de ahí el nombre que le pusieron: "Rio de Enero", es decir, el actual Río de Janeiro.

Los expedicionarios siguieron avanzando hasta dar con una costa desconocida.

Pudo ser las Malvinas o la Patagonia. De allí, Vespucio con sus compañeros atravesaron el Atlántico meridional, tocaron en Sierra Leona y alcanzaron el estuario del Tajo el 7 de septiembre de 1.502. Todavía efectuó Vespucio un tercer viaje al servicio de España. En la leyenda de Colón, se califica a Américo Vespucio poco menos que como un bellaco que se aprovechó del descubrimiento para dar a las nuevas tierras su nombre.

Nadie le va a discutir a Colón la gloria de su arribada a las costas americanas el primero; pero quede bien claro que en el orden científico nada descubrió pues siempre creyó haber llegado al Extremo Oriente.

Américo Vespucio, por el contrario, se dio perfecta cuenta de haber hallado un Nuevo Mundo. "Al Sur de la línea equinoccial, en donde los antiguos declararon que no había continente, sólo un mar llamado Atlántico,... yo he encontrado paises más templados y amenos, de mayor población de cuanto conocemos. Es la Cuarta Parte de la Tierra".

Y no fue Vespucio quien propuso que a las nuevas tierras se les diera su nombre. Fue el alemán Martín Waldeseemuller, un famoso cartógrafo de la época. España, que podía haber tenido la última palabra en este asunto, se declaró neutral.

Por otra parte, el nombre de América no se extendió hasta bien entrado el siglo XVIII. Con anterioridad, el continente americano siempre fue conocido como "las Indias" por los españoles.

Escudo de armas de Vasco de Gama, según un antiguo pergamino de la época.

Retrato de Vasco de Gama en el Museo de Arte Antiga en Lisboa.