La Orden de los Pasionistas
La Congregación de RR. PP. Pasionistas tuvo su fundador en San Pablo de La Cruz, nacido en 1.694 y fallecido 1.775. Su fin específico se basa en anunciar el Evangelio de la Pasión mediante la vida y el apostolado. Editan una denominada Hoja Mensual, en cuyo número 375, de abril de 1.987, publica un artículo titulado «El rostro de Cristo», del Consejo Episcopal Latinoamericano, que, por su indudable interés y porque constituye el pensamiento pasionista entendemos merecedor de ser reproducido: «La situación de extrema pobreza generalizada adquiere en la vida real rostros muy concretos en los que deberíamos reconocer los rasgos sufrientes de Cristo el Señor, que nos cuestiona e interpreta: Rostros de niños golpeados por la pobreza antes de nacer, por obstaculizar sus posibilidades de realizarse a causa de deficiencias mentales o corporales irreparables, los niños vagabundos y explotados de nuestras ciudades, fruto de la pobreza y desorganización moral familiar.
Rostros de jóvenes desorientados por no encontrar su lugar en la sociedad; frustados en zonas rurales y urbanas marginales, por falta de oportunidades y ocupación. Rostros de indígenas, y de afroamericanos, que viviendo marginados y en situaciones infrahumanas, pueden ser considerados los más pobres entre los pobres. Rostros de campesinos que viven relegados, a veces privados de tierra, en situación de dependencia interna y externa, sometidos a sistemas de comercialización que los explotan. Rostros de obreros, mal retribuidos, con dificultades para organizarse y defender sus derechos. Rostros de subempleados y desempleados, despedidos por las duras exigencias de crisis económicas y muchas veces de modelos de desarrollo que someten a los trabajadores y sus familias a fríos cálculos económicos. Rostros de marginados y hacinados humanos, con el doble impacto de la carencia de bienes materiales frente a la ostentación de la riqueza de otros sectores sociales. Rostros de ancianos, cada vez más numerosos, frecuentemente marginados de la sociedad del progreso que prescinde de las personas que no producen.» Este es el estado de cosas que los Pasionistas quisieran ver cambiada.
El día 3 de enero de 1.694, en Ovada (República de Génova) nace un niño, al que le es impuesto el nombre de Pablo Francisco, hijo de los esposos Lucas Daneo y Ana Massari. Un año más tarde, otro niño, Juan Bautista que será el compañero inseparable de Pablo. Con trece años, Pablo se inscribe en la Cofradía de la Asunción de Nuestra Señora. Ha muerto su madre y ambos buscan consuelo en el estudio y en una sólida fe. Entre 1.713 y 1.714 acontece lo que Pablo llamará «su conversión».
¿Pero, de qué puede convertirse si él se reconoce no haber cometido pecado alguno? Quizás de preocuparse de los negocios del padre, un pequeño comerciante, de los apuros económicos de la familia…
Habrá que tener en cuenta la Italia en que vivió el futuro santo. La Italia del siglo XVIII carece de unidad política: Se trata de un mosaico de regiones independientes entre sí. Los Estados Pontificios, Venecia, Génova, Toscana, Nápoles, el reino de las Dos Sicilias, el Milanesado, Parma… sometidas a potencias extranjeras. España, Austria y Francia. Los Estados Pontificios se encuentran expuestos a continuos vaivenes de fortuna, a los choques armados y a la política de enlaces matrimoniales.
Pablo de la Cruz, aunque nacido en la Lombardía realiza su intensa actividad entre Toscana y los Estados Pontificios. Siempre vivirá en regiones muy pobres. Frente a la riqueza desmedida de los grandes señores, el pueblo vive en la miseria. La mayor parte de la gente es analfabeta. Los mendigos hacen cola en la entrada de las iglesias, a las puertas de los conventos o de los palacios, con la esperanza de obtener una limosna. Las enfermedades infecciosas e incurables son frecuentes en las marismas de Toscana y en las regiones del sur. Pablo se dedica a atender a los enfermos en el hospital de San Galicano. Allí se enfrenta no sólo a enfermedad, sino a la muerte, le es dado contemplar las miserias del mundo. Algunas épocas de hambre, como consecuencia de las sequías o secuela de las guerras, acentúan la miseria de la clase social más baja.
Por otra parte, no pocos sacerdotes se han contagiado de las costumbres mundanas de la época. La grave preocupación de los Obispos es reformar dichas costumbres. El clero es muy numeroso.
En 1.768, en Milán, hay 290 conventos, con 5.699 religiosos, sin incluir las monjas. En Toscana, en 1.772, 321 monasterios, de 29 congregaciones, con 6.030 individuos. En ocasiones, la rivalidad entre monasterios alcanza situaciones deplorables. Los intentos reformadores de algunos Obispos tropiezan con una muralla. Parece monstruoso, pero el hecho es real: en 1.744, los miembros de un convento se enfrentan a su obispo porque este, siguiendo instrucciones de la Santa Sede, les ha prohibido que entren mujeres en su convento. En lo que se refiere a las monjas, unas 60.000, también su conducta deja mucho que desear. Además del clasismo conventual, hallan el modo de compaginar los ejercicios de piedad con las diversiones mundanas. Pablo tiene un duro enfrentamiento con las religiosas agustinas de Castellazo, porque durante el Carnaval invitan a las máscaras a exhibirse en el locutorio, circunstancia que las máscaras aprovechan para poner al descubierto propósitos menos honestos. En un monasterio se representan comedias de todo tipo, sin demasiados escrúpulos ante el contenido moral de las mismas.
Este es el mundo en que que vive Pablo de la Cruz que no descansa denunciando y practicando la austeridad de costumbres. Su sueño dorado es la fundación de un convento. El lugar escogido es el Monte Argentario. Pero la época es mala: se enciende la guerra entre Austria, enfrentada a España y Francia, y Monte Argentario se convierte en un nido de cañones. Al finalizar la contienda, Pablo de la Cruz vence toda serie de dificultades hasta ver logrado su empeño: su primer convento. Pablo cuenta con ocho compañeros y pone en práctica las Reglas escritas !veinte años atrás! Una de las condiciones más queridas por Pablo es la soledad, y por eso irá llamando a sus sucesivos conventos «retiros».
Ha nacido la Congregación de la Pasión de Jesucristo: Su estandarte será la pobreza más absoluta. Ni posesiones, ni réditos, ni entradas fijas, ni bienes particulares. Absoluta confianza en la Providencia y vida en común. Se reciben y agradecen las limosnas espontáneas, pero no se buscan de puerta en puerta. La abstinencia es digna de admiración: excepto las fiestas más solemnes, se guardará ayuno, con una sola comida al día. Los enfermos y los ancianos serán objeto del mayor cuidado. No importa que el convento y la nueva congregación sean pobres. Los necesitados dispondrán de alimentos, aunque les falten a Pablo y sus compañeros. No importa que a la comunidad les falte un bocado; a los enfermos no debe faltarles lo necesario y conveniente.
«El fin de la Congregación es preocuparse de la propia perfección con desprendimiento de las cosas creadas, viviendo en rigurosa pobreza, oración y ayuno. El fin secundario, pero también principal para la Gloria de Dios y la salvación de las almas, es asistir con esfuerzos apostólicos a la conversión de los hombres, recordándoles la santísima Pasión de Jesucristo».
La figura de Pablo de la Cruz, la resume él mismo con esta sincera confesión:
«Por lo que recuerdo, no he pasado ni un solo día sin sufrimiento desde hace cincuenta años. Se lee de ciertas almas que han estado en el crisol cinco, diez o quince años. En cuanto a mí, no quiero recordar cuanto he sufrido. ¡Me estremezco al pensarlo!.
La Congregación Pasionista cuenta con santos como el propio San Pablo, su Fundador; San Vicente M. Strambi, Obispo; San Gabriel de la Dolorosa; Santa Gemma Galgani y Santa María Goreti, aparte de los Beatos Domingo de la Madre de Dios; Beato Isidoro de Loor y Beato Pío Campidelli.