Historia de la Heráldica y Genealogía
Que en la Edad Media cuando comenzaron a usarse los blasones en Europa; precisamente en una época de sentimientos religiosos exaltados, de predicamento de los simbolismos, de una poesía heróica nacional, de la época dorada de la caballería, de arte grandioso, al tiempo que la fe se combinaba con supersticiones inexplicables, pero con la nobleza y la caballería en todo su apogeo y de ahí el entusiasmo con que se acogió la aparición del blasón que era a la vez, tradición familiar, premio a los hechos heróicos y caballerescos, honor y valor. Esto es los valores morales arraigados en la sociedad de entonces. La sociedad, en aquellos años, vivía, bajo todos los aspectos, en una ingenua naturalidad.
El blasón significó para ella, el patronato, la jerarquía y se hizo de él libre ostentación. Todavía no se estimaba el blasón como de uso exclusivo de la nobleza y por eso no se vaciló en esculpir los escudos de los gremios y de los mercaderes en piedra. No hay más que visitar antiguos monasterios, iglesias y templos, de toda índole, para ver escudos donde campean martillos, tijeras, etc. con que los sastres, albañiles y herreros, así como distintas personas dedicadas a artes menores, decoraban sus laudas sepulcrales, como si pretendieran que el amor hacia su oficio los acompañara hasta la tumba. Este tipo de escudo menestral, hoy en completo desuso pero no para los profesionales liberales, se traducía por el orgullo de pertenecer a determinado gremio, es decir, a una naciente burguesía que, poco a poco, iba viendo abrirse ante ella los puestos de Consejeros en sus Ayuntamientos. Y así, del mismo modo que el escudo señorial se traducía como propiedad territorial, los artesanos se afanaban, por medio de sus escudos representativos, en alardear de que ellos también tenían derecho a mostrarse altivos en el ejercicio de sus diversos oficios.
De este regla, no podían escapar los eclesiásticos. La Iglesia, que sacó al mundo occidental del caos producido por las invasiones de los bárbaros, depositaria del antiguo saber de Roma, cuna y promotora de un determinado progresismo, baste con citar el ejemplo de las Abadías Benedictinas donde se enseñaba de todo y acudían gentes de todas las partes de Europa para incrementar su saber a través de las grandes bibliotecas allí existentes, la Iglesia, repetimos, en determinada época de la historia, fue una antorcha de civilización en medio de un mundo amenazado por la ignorancia y la barbarie. Que también en determinada época algunos de sus miembros cayeran en un fanatismo absurdo y que se cometieran abusos, en modo alguno puede ni debe enturbiar lo que se le debe como defensora de los valores morales frente a supersticiones estúpidas y bárbaras.
La institución monárquica formó a las naciones; cierto que muchas veces este esfuerzo se tradujo en guerras y convulsiones, pero así fue. Con la espada, la monarquía delimitó sus territorios y a través de sus Consejos y Cortes, la política del Estado fue formando precisamente el Estado. Ahora bien: ambas instituciones, la guerrera y la política, precisaban de una tercera fuerza para completar la nación. Y esta tercera fuerza la constituyó la Iglesia.
Poco a poco se fue formando una clase social eclesiástica, una verdadera aristocracia intelectual que influyó de manera decisiva en la formación del carácter nacional. Pero, del mismo modo que la nobleza iba adquiriendo sus blasones, las dignidades eclesiásticas, del mismo modo que las ´Ordenes de Caballería (organizaciones mixtas religioso-militares) comenzaron a hacer uso de las Armerías.
En la Heráldica Eclesiástica, en vez del clásico yelmo, se colocan por timbre, las insignias particulares que corresponden a cada dignidad. En algunas ocasiones, se han visto blasones eclesiásticos con coronas, pero han sido hechos muy aislados. Una bula del Papa Inocencio X acabó con esta costumbre al prohibir a los cardenales, de cualquier familia, por noble que esta fuera, el uso de las coronas.
El Papa, Soberano Pontífice, trae por timbre la tiara. Detrás del escudo se colocan dos llaves, en sotuer la de la derecha de oro y la de la izquierda de plata, liadas de azur y por tenantes dos ángeles de carnación con una cruz cada uno, de tres traversas del mismo esmalte que las llaves. Estas llaves representan la promesa de Jesucristo a la Iglesia cuando dijo a San Pedro :»y a ti te daré las llaves del Reino de los Cielos y todo lo que atares en la Tierra será atado en los cielos, y todo lo que desatares en la Tierra, será también deasatado en los cielos».
La llave de oro indica la ciencia o infalibilidad y la de plata, la potencia o jurisdicción.
Los Cardenales timbran sus escudos con un sombrero forrado de gules, guarnecido por cordones de seda del mismo color, entrelazados el uno en el otro y pendientes a los dos lados cada uno liado en lazos de quince borlas, terminado en cinco y ordenadas. Si los Cardenales ostentan al mismo tiempos la dignidad de Arzobispos Primados, se timbrará su escudo de armas de una cruz de dos traversas treboladas de oro. Los Patriarcas, sean o no Cardenales, traen detrás del escudo una cruz doble, al estilo de la anterior. El sombrero, en este caso, cambia los gules por el color sinople y los cordones no tienen nada más que diez borlas en cada lado, terminando en cuatro.
Los Arzobispos Primados usan el mismo timbre anterior como propio de los Patriarcas. Los Arzobispos que no son Primados utilizan por timbre el sombrero forrado de sinople, con los cordones del mismo color, con diez borlas en cada lado, y con una cruz simple o de una sola traversa y trebolada de oro.
Los Obispos utilizan también en sus escudos el sombrero forrado de sinople, con los cordones de idéntico color, con seis borlas a cada lado, terminando en tres. Debajo del sombrero colocan una mitra de frente con sus ínfulas y puesta en el lado diestro del escudo, y el báculo pastoral, de oro puesto en el lado siniestro, teniendo éste que estar vuelto a la izquierda para simbolizar la jurisdición que tienen fuera, para diferenciarse de los Abades mitrados.
Tanto los Cardenales como los Arzobispos y Obispos que proceden de alguna Orden, portan el emblema de su Orden entre el sombrero y el escudo.
Los Abades mitrados ostentan un sombrero negro, con los cordones del mismo color, de tres borlas, con la mitra terciada y el báculo pastoral más sencillo, vuelto hacia adentro, para indicar que su jurisdición se ejercita sólo con los monjes de su Monasterio.
Los Abades que no poséan el derecho de traer mitra, usan sólo el báculo vuelto hacia dentro, con un sudario o trozo de tafetán blanco, cubierto por el sombrero negro, con sus cordones de seda negros de tres borlas.
Los Protonotarios tienen el mismo timbre que los Abades no mitrados, pero sin báculo. El mismo timbre traen los Deanes, los Arcedianos, los Sacristanes, que son Dignidad, los Camareros y Canónigos de las Iglesias metropolitanas y Catedrales,
Los Priores colocan en palo, detrás del escudo, un báculo pastoral de plata, hecho en forma de un bordón de peregrino, sin sombrero y rodeado el escudo de un rosario negro.
Las Abadesas usan el escudo en losange y poseen el derecho de traer báculo, lo ponen en palo, y detrás del escudo, vuelto a la derecha. El escudo debe estar rodeado por un rosario de sable.
Escudo eclesiástico del Arzobispo Antonio de Rojas, que se conserva en la catedral de Granada.
Escudo de Monseñor Amigó y Ferrer como Obispo, en el cual figura el escudo de la Orden por él fundada de los Terciarios Capuchinos.