Historia de la Heráldica y de la Genealogía
Hernán Cortés es el conquistador más célebre de la epopeya española en América, gloria que comparte con el otro gran conquistador, Francisco Pizarro.
Nacido en Medellín en el año 1.485, nada hacía presumir en su juventud que estuviera destinado a protagonizar nada menos que la conquista de un imperio. De noble linaje, cursó estudios en la Universidad de Salamanca pero no llegó a graduarse.
De esta época de su vida, se dice que fue un mozo de carácter algo inquieto, dado a los amoríos, al juego y a la diversiones propias de sus años.
De su biografía se destaca que el impulso que le llevó a embarcarse para las Indias fue su deseo de labrarse una fortuna en el continente recién descubierto. Otros afirman que no fue así, sino la necesidad de escapar al brazo de la justicia por ciertos problemas habidos a causa de determinado enredo amoroso.
El caso fue que trató de embarcar en la armada de Nicolás de Ovando con rumbo a La Española, la actual Santo Domingo, pero, y aquí sale a relucir lo que antes indicábamos, cierta aventura galante se lo impidió. Logró su propósito poco tiempo después, y una vez establecido en la isla ocupó el cargo de escribano en la villa de Zua. Naturalmente no era su carácter muy dado a permanecer inactivo por lo que participó en la expedición de Diego Velázquez a la isla de Cuba, pero todavía ocupado en menesteres burocráticos.
Establecido en la ciudad cubana de Santiago de Baracoa tuvo que ejercer diversas actividades para ganarse la vida y así fue agricultor, ganadero, comerciante y buscador de oro, e incluso llegó a ser alcalde del Cabildo.
La amistad que le unía al Gobernador Velázquez se rompió cuando fue acusado de planear una conspiración contra éste, por lo que fue encarcelado. Ahora bien, hombre de recursos como era, consiguió evadirse y una vez en libertad no tuvo empacho en solicitar el perdón del gobernador, reconociendo sus culpas y exponiendo su sincero arrepentimiento, con lo cual Velázquez, no sólo le perdonó, sino que restableció la amistad entre ambos, llegando incluso a casarse con una cuñada de Velázquez, Catalina Juárez.
En el año 1.518 se preparó en Cuba una expedición destinada a la conquista del imperio azteca, del cual ya se tenían noticias.
El Gobernador Velázquez confió el mando de la fuerzas a Hernán Cortés, pero a última hora, ciertos informes que llegaron a su poder, le hicieron desconfiar de lo acertado de su decisión, por lo que intentó retirarle del mando, pero Cortés, más hábil, adelantó su partida, dejando chasqueado a Velázquez.
Lo hizo con once barcos y setecientos hombres. De Cuba, la expedición se dirigió a Yucatán donde recogieron a Jerónimo de Aguilar, español que había convivido largos años con los indios y conocía no sólo sus costumbres, sino su lenguaje, por lo que sirvió de intérprete a los expedicionarios. En Tabasco tuvo lugar el primer choque contra los indígenas que fueron derrotados gracias al desconcierto que causó entre ellos contemplar a unos hombres cubiertos de hierro y a caballo, animal que desconocían y que tomaron como un ser mitológico, creyendo que hombre y caballo formaban un solo cuerpo.
Hernán Cortés, que a su genio militar unía el diplomático, negoció con los indios y éstos le ofrecieron veinte muchachas entre las que se encontraban la que más tarde sería conocida como Doña Marina, una vez bautizada, y que se convirtió en la concubina de Cortés y, lo más grave, su mejor auxiliar para provocar la caída del imperio azteca. No es de extrañar, pues, que en Méjico se aborrezca su nombre nativo, Malinchi, y que haya quedado como colaboracionismo con el enemigo el término «malinchismo».
Los emisarios del emperador azteca salieron al paso de las huestes de Colón en San Juan de Ulua, en plan pacífico y en la suposición de que les sería factible pactar con los recién llegados evitando el choque armado.
Aquí hay que hacer un inciso: las causas de la caída del imperio azteca, aparte de las reconocidas dotes militares de Hernán Cortés, fueron dos: su religión, ávida de sacrificios humanos que había despertado contra ellos el odio de otras tribus y naciones indígenas, la creencia de que los recién llegados eran dioses y de ahí el nombre con que los designaron «teules» y cierta tradición mantenida en ellos que afirmaba que su antiguo dios Quetzacoalt regresaría con compañeros y como, a lo que parece, ese personaje tenía la piel blanca y barbas, los aztecas, en los primeros momentos tomaron a los españoles por los dioses que les había anunciado Quetzacoalt.
Hernán Cortés, aconsejado por la india Marina, procuró ganarse la amistad de las naciones indígenas que habían estado sometidas al poderío azteca, así ocurrió con la fuerte ciudad de Tlaxcala que le proporcionó miles de guerreros para combatir al imperio de Moctezuma.
Las instrucciones que el Gobernador Velázquez había dado a Hernán Cortés, sólo le autorizaban a explorar, no a conquistar, ni establecerse en el territorio que fuera descubriendo, ni menos fundar ciudades. Pero Cortés ignoró estas instrucciones, con lo que los lazos que le unían al gobernador de Cuba quedaron rotos.
Este fue un acto de desobediencia de Cortés, se mire como se mire. Otra cosa es que la empresa, iniciada con ello, tuviera éxito. La posición jurídica de Hernán Cortés, en adelante, sólo podría ser justificada ante el rey de España.
Y aquí viene el hecho que más fama ha dado a Hernán Cortés. El hundimiento de sus naves.
Se ha dicho que lo hizo para impedir que nadie se echara atrás, quemando los navíos. Lo cierto, así lo afirman destacados historiadores, es que la razón que motivó el hecho fue el deseo de Hernán Cortés de que nadie pudiera regresar a Cuba e informar al Gobernador Velázquez de su desobediencia. E incluso reprimió con bastante crueldad y mano dura la incipiente rebelión de algunos partidarios de Velázquez que trataron de restablecer la autoridad del Gobernador, quebrantada por Cortés.
Se emprendió la marcha hacia el corazón del imperio azteca y Hernán Cortés llevó a efecto un doble juego: Sin romper con Moctezuma, se sirvió del descontento de las tribus sujetas al poderío de este emperador, avivando el odio que sentían hacia los aztecas. Parece ser que este tipo de política, que no deja de ser una doblez, tuvo mucha parte la india doña Marina, verdadera «eminencia gris» del conquistador español y así, el pequeño ejército de Cortés se vio fuertemente incrementado por los belicosos indios de Tlaxcala.
Hay un hecho que ensombrece la historia del gran conquistador. En la ciudad de Cholula, Cortés, sin duda aconsejado por la india Marina, sospechó de la fidelidad de sus habitantes e hizo que sus caciques se reunieran en la plaza, desarmados, ordenando una gran matanza. Se trató de un acto que no podemos por menos de enjuiciar como un tanto denigrante. Pero, repetimos, posiblemente el conquistador no lo hubiera llevado a efecto de no ser por la insistencia de la india Marina. Y decimos esto, porque Hernán Cortés no fue nunca un hombre de carácter cruel, ni propenso a la dureza, sino más bien, generoso y comprensivo.
El 8 de noviembre de 1.519 los españoles llegaron a la capital azteca, Tenochtitlán, donde fueron bien recibidos. Pero algunos mensajeros habían llegado a Cuba, dando cuenta al Gobernador Velázquez de cuanto estaba ocurriendo. Cortés tuvo que abandonar la capital para hacer frente a la expedición de castigo al mando de Pánfilo de Narváez, dejando al cargo de la misma a Pedro de Alvarado.
Venció a las huestes de Narváez, consiguiendo incluso que gran parte de los soldados de éste se pasaran a sus filas. Entretanto, en Tenochtitlán el proceder imprudente de Alvarado, provocó la insurrección de los aztecas. El emperador Moctezuma resultó herido al intentar calmar a sus súbditos, muriendo poco después. La llegada de Cortés no logró controlar la situación y los españoles tuvieron que retirarse en la famosa Noche Triste.
Fuera de la ciudad se rehicieron e incluso derrotaron a los aztecas en la batalla de Otumba, pero hubieron de refugiarse en la ciudad amiga de Tlaxcala. Los españoles tornaron a iniciar la ofensiva sitiando Tenochtitlán que a pesar de la desesperada resistencia que les hizo el nuevo emperador Cuatemoc, fue definitivamente ocupada por Cortés.
Otro hecho oscuro que ensombrece la memoria del conquistador fue el tormento a que sometió a Cuatemoc, quemándole los pies, para que revelara donde había escondido sus tesoros y, más tarde, haciéndolo ejecutar.
Pacificado el país, Cortés regresó a España a fin de que le fueran reconocidos sus derechos. No lo consiguió, aunque sí el título de Marqués del Valle de Oaxaca, para sí y sus sucesores.
En el año 1.540 falleció en España, en tanto que en Méjico la Corona establecía su autoridad con lo que finalizó la epopeya de Cortés.
Armas de Hernán Cortés.
En el Archivo de Indias de Sevilla se conserva este retrato de Hernán Cortés en su juventud, pero que al ser de autor anónimo es muy posible que fuese pintado con posterioridad.