Diego de Almagro

Historia de la heráldica y de la genealogía

La vida del conquistador Diego de Almagro, antes de su llegada a América es absolutamente desconocida.

Se dice que, al desconocerse de quien era hijo, puesto que fue abandonado, tomó como apellido el de la villa en la que nació, Almagro, en la provincia de Ciudad Real. No se le conoce pues, un linaje, por lo que, según parece, adoptó como armas aquellas que ostentaba el lugar de su nacimiento.

Partió hacia las Indias en el año 1.514 en la expedición de Pedrarias Dávila y tomó parte en las campañas de Darien y Costa firme, para establecerse posteriormente en Panamá, en la que llevó una vida muy sencilla y sin que nada hiciera presagiar el futuro que le esperaba.

Pero en el año 1.524 trabó amistad con Francisco Pizarro quien le propuso asociarse con él y con el clérigo Hernando de Luque, Vicario de Panamá, en una expedición hacia el sur en busca de nuevas tierras.

Con el dinero que pudieron juntar entre los tres, armaron una nave y Pizarro partió con unos ochenta hombres en tanto que Almagro quedaba en Panamá para conseguir más recursos. Consiguió una nave y sesenta hombres con los que reunió a Pizarro en Chicamá.

En 1.525, al descubrir el Perú se inició la enemistad entre ambos hombres movidos ambos por el deseo de gobernar solos el riquísimo país. Tal tirantez se acentuó sobre todo con motivo del viaje que Francisco Pizarro hizo a España, y de las firmas que este hizo en las capitulaciones con la Corona, en las que junto a las mercedes que recibía Pizarro nombrado jefe de la expedición y gobernador general del Perú, Almagro tan sólo recibía la sentencia de una población inexistente y que habría que fundar, en el territorio de Tumbez, asignándole como alcaide de la misma un sueldo mínimo comparado con el provecho que había obtenido Pizarro de su viaje a España.

Por el momento, lo que después sería rudo enfrentamiento quedó aplazado. Pizarro partió para el Perú, en tanto que Almagro se quedaba en Panamá, con el encargo de aprovisionar la expedición.

Diego de Almagro, adivinando las intenciones de Pizarro de dejarle a un lado, decidió obrar por su cuenta para lo cual, solicitó de la Corona una capitulación que le autorizara a entrar también en el Perú, con donación de tierras, donación que le fue denegada.

Decidido a no ceder en aquello que él entendía como sus derecho, salió de Panamá al frente de una expedición, yendo a reunirse con Pizarro en Cajamarca para tomar parte junto a este en la conquista del imperio inca, llegando hasta Cuzco, corazón de dicho imperio. Pero terció un tercero en discordia: Pedro de Alvarado que había concebido el mismo proyecto.

Al tener noticias Almagro de que Alvarado había, desembarcado en las costas peruanas, se dirigió a su encuentro al frente de un pequeño ejército, pero lo suficiente para hacer desistir a Álvaro de sus ansias de conquistas peruanas.

Es más, con habilidad se atrajo a los hombres de Alvarado hacia su bando, de forma que éste, viéndose solo acabó por venderle incluso sus navíos, retirándose hacia su gobernación de Guatemala.

Diego de Almagro, de regreso a Cuzco, recibió de la Corona el nombramiento de Adelantado de Nueva Toledo, una gobernación que se extendía doscientas leguas al sur de la de Pizarro.

Equiparado en jerarquía a su antiguo socio, el rompimiento entre ambos era inevitable. La aparente reconciliación entre ambos no dejó de ser una simulación parte de los dos y desde entonces cada uno se esforzó en reunir cuantos soldados pudiera, con el fin de dominar por la fuerza a su rival.

El estallido llegó cuando se trató de a qué demarcación pertenecía Cuzco.

Pizarro alegaba que a la suya, pero otro tanto hacía Almagro y ninguno de ellos estaba dispuesto a renunciar a su empeño.

Deseoso de ampliar sus dominios, Almagro preparó una expedición de conquista a Chile en la que invirtió casi todo su dinero.

Recibió ayuda de Pizarro el cual se alegraba mucho de que Almagro se fuera del Perú y cuanto más lejos, mejor.

La expedición, realizada a través de los Andes en pleno invierno resultó durísima, perdiendo por el camino gran número de soldados y casi todo su bagaje.

A mediados de 1.536, Almagro y los hombres que le quedaban llegaron al Valle de Aconcagua. La hostilidad de los indígenas, el hambre, las enfermedades y la casi total reserva de recursos, obligaron a Diego de Almagro a continuar adelante, regresando a su gobernación del Perú. Temía, además, que durante su ausencia, Francisco de Pizarro se hubiera apoderado de ella.

Su regreso a Perú coincidió con el levantamiento de Manco Inca, el emperador del país. En un principio, Almagro no intervino, manteniéndose a la espectativa dedicándose a reorganizar su ejército, pues entendió que las circunstancias le favorecían para terminar de una vez con su pugna con Pizarro y sus hermanos.

Esta postura, fue vista con agrado por Manco Inca, en la creencia que de la rivalidad existente entre Pizarro y Almagro él podría resultar beneficiado si los españoles se dedicaban a destrozarse entre sí.

Almagro, ayudado por Inca, entró triunfador en Cuzco procediendo de inmediato a detenter a Fernando Pizarro, al tiempo que se hacía reconocer como gobernador por el Cabildo municipal.

Francisco Pizarro, por el momento, no se atrevió a enfrentársele, limitándose a pedirle que pusiera en libertad a su hermano y dejase que la decisión final sobre la posesión de Cuzco la determinara el obispo de Tierra Firme.

Lo que deseaba Pizarro era alargar el asunto cuanto más se pudiera, a fin de reorganizar su Ejército y una vez que este fuera lo suficiente poderoso enfrentarse a Almagro con el argumento de las armas y decidir mediante éstas el final del asunto. Dictó, por fin, sentencia el obispo de Tierra Firme y por ella se otorgaba la posesión de Cuzco a Francisco Pizarro, Fray Francisco de Bobadillo indicó que tal solución era transitoria, y que se debía enviar una comisión a España para que fuera la Corona quien solventara el pleito.

Entretanto pedía que ambos adversarios establecieran una tregua, se mantuvieran en paz y Diego de Almagro liberara a Fernando Pizarro como prueba de buena voluntad. La sentencia no satisfizo a ninguno de los dos, pero Almagro la acató, poniendo en libertad a Fernando, el hermano de Francisco Pizarro, por su parte, éste, sintiéndose ya lo suficientemente fuerte envió una embajada a Cuzco exigiéndole que abandonara de inmediato Cuzco, sin esperar la decisión de la Corona.

Tal cosa constituía una declaración formal de guerra. Diego de Almagro no era hombre que se acobardara fácilmente, de modo que aceptó y las hostilidades comenzaron inmediato.

Era una situación absurda que a ninguno de los dos favorecía, porque el debilitamiento español a lo único que podía conducir era que los indios se sublevasen contra el vencedor, si este quedaba muy quebrantado.

Almagro con su Ejercito se retira a Guaytara, pensando que allí el terreno le favorecía para plantear la batalla. Pasaron algunos meses sin que ninguno de ambos bandos consiguiera vencer definitivamente al otro.

Por fin, en las cercanías de Cuzco, se riñó la batalla definitiva, en la que los pizarristas alcanzaron la victoria. Diego de Almagro, que estaba enfermo, fue hecho prisionero, sometido a juicio por mandato de Fernando Pizarro y ejecutado.

De Diego de Almagro podrá decirse que fue un hombre muy rudo, ignorantísimo. Pero valiente, confiado, generoso, organizador e infatigable hombre de guerra para la cual había nacido. Sin asomos de maldad ni doblez, se dejó engañar por los Pizarros que, ya preso, le inventaron un proceso inicuo y sin necesidad, procedieron a asesinarlo, porque de tal se trató, y no de una ejecución como Pizarro quiso aparentar.

¿De qué podía acusar a su antiguo compañero de armas?. ¿De disputarle un país que ambos habían conquistado y al que los dos tenían el mismo derecho?. La muerte de Diego de Almagro fue muy lamentada, lo que prueba que sabía inspirar nobles sentimientos, tantos amigos tuvo. Hasta el mismo Francisco Pizarro lloró hipócritamente su muerte, alegando que él no había tenido parte en ella y que todo lo fraguó su hermano Fernando sin su autorización.

De todos modos, la verdad siempre acaba resplandeciendo. No pasó mucho tiempo sin que la Corona de España castigara severamente a Fernando Pizarro, asesino del leal Diego de Almagro.

Historia de la heráldica y de la genealogía

La vida del conquistador Diego de Almagro, antes de su llegada a América es absolutamente desconocida.

Se dice que, al desconocerse de quien era hijo, puesto que fue abandonado, tomó como apellido el de la villa en la que nació, Almagro, en la provincia de Ciudad Real. No se le conoce pues, un linaje, por lo que, según parece, adoptó como armas aquellas que ostentaba el lugar de su nacimiento.

Partió hacia las Indias en el año 1.514 en la expedición de Pedrarias Dávila y tomó parte en las campañas de Darien y Costa firme, para establecerse posteriormente en Panamá, en la que llevó una vida muy sencilla y sin que nada hiciera presagiar el futuro que le esperaba.

Pero en el año 1.524 trabó amistad con Francisco Pizarro quien le propuso asociarse con él y con el clérigo Hernando de Luque, Vicario de Panamá, en una expedición hacia el sur en busca de nuevas tierras.

Con el dinero que pudieron juntar entre los tres, armaron una nave y Pizarro partió con unos ochenta hombres en tanto que Almagro quedaba en Panamá para conseguir más recursos. Consiguió una nave y sesenta hombres con los que reunió a Pizarro en Chicamá.

En 1.525, al descubrir el Perú se inició la enemistad entre ambos hombres movidos ambos por el deseo de gobernar solos el riquísimo país. Tal tirantez se acentuó sobre todo con motivo del viaje que Francisco Pizarro hizo a España, y de las firmas que este hizo en las capitulaciones con la Corona, en las que junto a las mercedes que recibía Pizarro nombrado jefe de la expedición y gobernador general del Perú, Almagro tan sólo recibía la sentencia de una población inexistente y que habría que fundar, en el territorio de Tumbez, asignándole como alcaide de la misma un sueldo mínimo comparado con el provecho que había obtenido Pizarro de su viaje a España.

Por el momento, lo que después sería rudo enfrentamiento quedó aplazado. Pizarro partió para el Perú, en tanto que Almagro se quedaba en Panamá, con el encargo de aprovisionar la expedición.

Diego de Almagro, adivinando las intenciones de Pizarro de dejarle a un lado, decidió obrar por su cuenta para lo cual, solicitó de la Corona una capitulación que le autorizara a entrar también en el Perú, con donación de tierras, donación que le fue denegada.

Decidido a no ceder en aquello que él entendía como sus derecho, salió de Panamá al frente de una expedición, yendo a reunirse con Pizarro en Cajamarca para tomar parte junto a este en la conquista del imperio inca, llegando hasta Cuzco, corazón de dicho imperio. Pero terció un tercero en discordia: Pedro de Alvarado que había concebido el mismo proyecto.

Al tener noticias Almagro de que Alvarado había, desembarcado en las costas peruanas, se dirigió a su encuentro al frente de un pequeño ejército, pero lo suficiente para hacer desistir a Álvaro de sus ansias de conquistas peruanas.

Es más, con habilidad se atrajo a los hombres de Alvarado hacia su bando, de forma que éste, viéndose solo acabó por venderle incluso sus navíos, retirándose hacia su gobernación de Guatemala.

Diego de Almagro, de regreso a Cuzco, recibió de la Corona el nombramiento de Adelantado de Nueva Toledo, una gobernación que se extendía doscientas leguas al sur de la de Pizarro.

Equiparado en jerarquía a su antiguo socio, el rompimiento entre ambos era inevitable. La aparente reconciliación entre ambos no dejó de ser una simulación parte de los dos y desde entonces cada uno se esforzó en reunir cuantos soldados pudiera, con el fin de dominar por la fuerza a su rival.

El estallido llegó cuando se trató de a qué demarcación pertenecía Cuzco.

Pizarro alegaba que a la suya, pero otro tanto hacía Almagro y ninguno de ellos estaba dispuesto a renunciar a su empeño.

Deseoso de ampliar sus dominios, Almagro preparó una expedición de conquista a Chile en la que invirtió casi todo su dinero.

Recibió ayuda de Pizarro el cual se alegraba mucho de que Almagro se fuera del Perú y cuanto más lejos, mejor.

La expedición, realizada a través de los Andes en pleno invierno resultó durísima, perdiendo por el camino gran número de soldados y casi todo su bagaje.

A mediados de 1.536, Almagro y los hombres que le quedaban llegaron al Valle de Aconcagua. La hostilidad de los indígenas, el hambre, las enfermedades y la casi total reserva de recursos, obligaron a Diego de Almagro a continuar adelante, regresando a su gobernación del Perú. Temía, además, que durante su ausencia, Francisco de Pizarro se hubiera apoderado de ella.

Su regreso a Perú coincidió con el levantamiento de Manco Inca, el emperador del país. En un principio, Almagro no intervino, manteniéndose a la espectativa dedicándose a reorganizar su ejército, pues entendió que las circunstancias le favorecían para terminar de una vez con su pugna con Pizarro y sus hermanos.

Esta postura, fue vista con agrado por Manco Inca, en la creencia que de la rivalidad existente entre Pizarro y Almagro él podría resultar beneficiado si los españoles se dedicaban a destrozarse entre sí.

Almagro, ayudado por Inca, entró triunfador en Cuzco procediendo de inmediato a detenter a Fernando Pizarro, al tiempo que se hacía reconocer como gobernador por el Cabildo municipal.

Francisco Pizarro, por el momento, no se atrevió a enfrentársele, limitándose a pedirle que pusiera en libertad a su hermano y dejase que la decisión final sobre la posesión de Cuzco la determinara el obispo de Tierra Firme.

Lo que deseaba Pizarro era alargar el asunto cuanto más se pudiera, a fin de reorganizar su Ejército y una vez que este fuera lo suficiente poderoso enfrentarse a Almagro con el argumento de las armas y decidir mediante éstas el final del asunto. Dictó, por fin, sentencia el obispo de Tierra Firme y por ella se otorgaba la posesión de Cuzco a Francisco Pizarro, Fray Francisco de Bobadillo indicó que tal solución era transitoria, y que se debía enviar una comisión a España para que fuera la Corona quien solventara el pleito.

Entretanto pedía que ambos adversarios establecieran una tregua, se mantuvieran en paz y Diego de Almagro liberara a Fernando Pizarro como prueba de buena voluntad. La sentencia no satisfizo a ninguno de los dos, pero Almagro la acató, poniendo en libertad a Fernando, el hermano de Francisco Pizarro, por su parte, éste, sintiéndose ya lo suficientemente fuerte envió una embajada a Cuzco exigiéndole que abandonara de inmediato Cuzco, sin esperar la decisión de la Corona.

Tal cosa constituía una declaración formal de guerra. Diego de Almagro no era hombre que se acobardara fácilmente, de modo que aceptó y las hostilidades comenzaron inmediato.

Era una situación absurda que a ninguno de los dos favorecía, porque el debilitamiento español a lo único que podía conducir era que los indios se sublevasen contra el vencedor, si este quedaba muy quebrantado.

Almagro con su Ejercito se retira a Guaytara, pensando que allí el terreno le favorecía para plantear la batalla. Pasaron algunos meses sin que ninguno de ambos bandos consiguiera vencer definitivamente al otro.

Por fin, en las cercanías de Cuzco, se riñó la batalla definitiva, en la que los pizarristas alcanzaron la victoria. Diego de Almagro, que estaba enfermo, fue hecho prisionero, sometido a juicio por mandato de Fernando Pizarro y ejecutado.

De Diego de Almagro podrá decirse que fue un hombre muy rudo, ignorantísimo. Pero valiente, confiado, generoso, organizador e infatigable hombre de guerra para la cual había nacido. Sin asomos de maldad ni doblez, se dejó engañar por los Pizarros que, ya preso, le inventaron un proceso inicuo y sin necesidad, procedieron a asesinarlo, porque de tal se trató, y no de una ejecución como Pizarro quiso aparentar.

¿De qué podía acusar a su antiguo compañero de armas?. ¿De disputarle un país que ambos habían conquistado y al que los dos tenían el mismo derecho?. La muerte de Diego de Almagro fue muy lamentada, lo que prueba que sabía inspirar nobles sentimientos, tantos amigos tuvo. Hasta el mismo Francisco Pizarro lloró hipócritamente su muerte, alegando que él no había tenido parte en ella y que todo lo fraguó su hermano Fernando sin su autorización.

De todos modos, la verdad siempre acaba resplandeciendo. No pasó mucho tiempo sin que la Corona de España castigara severamente a Fernando Pizarro, asesino del leal Diego de Almagro.

Armas de la ciudad de Almagro, que se supone usó nuestro personaje, dado que no se conoce la existencia de su blasón.

Una ilustración de Nueva crónica y buen gobierno " de Poma de Ayala, en donde aparecen Diego de Almagro y Francisco Pizarro.