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Diego de Almagro

Historia de la heráldica y de la genealogía

La vida del conquistador Diego de Almagro, antes de su llegada a América es absolutamente desconocida.

Se dice que, al desconocerse de quien era hijo, puesto que fue abandonado, tomó como apellido el de la villa en la que nació, Almagro, en la provincia de Ciudad Real. No se le conoce pues, un linaje, por lo que, según parece, adoptó como armas aquellas que ostentaba el lugar de su nacimiento.

Partió hacia las Indias en el año 1.514 en la expedición de Pedrarias Dávila y tomó parte en las campañas de Darien y Costa firme, para establecerse posteriormente en Panamá, en la que llevó una vida muy sencilla y sin que nada hiciera presagiar el futuro que le esperaba.

Pero en el año 1.524 trabó amistad con Francisco Pizarro quien le propuso asociarse con él y con el clérigo Hernando de Luque, Vicario de Panamá, en una expedición hacia el sur en busca de nuevas tierras.

Con el dinero que pudieron juntar entre los tres, armaron una nave y Pizarro partió con unos ochenta hombres en tanto que Almagro quedaba en Panamá para conseguir más recursos. Consiguió una nave y sesenta hombres con los que reunió a Pizarro en Chicamá.

En 1.525, al descubrir el Perú se inició la enemistad entre ambos hombres movidos ambos por el deseo de gobernar solos el riquísimo país. Tal tirantez se acentuó sobre todo con motivo del viaje que Francisco Pizarro hizo a España, y de las firmas que este hizo en las capitulaciones con la Corona, en las que junto a las mercedes que recibía Pizarro nombrado jefe de la expedición y gobernador general del Perú, Almagro tan sólo recibía la sentencia de una población inexistente y que habría que fundar, en el territorio de Tumbez, asignándole como alcaide de la misma un sueldo mínimo comparado con el provecho que había obtenido Pizarro de su viaje a España.

Por el momento, lo que después sería rudo enfrentamiento quedó aplazado. Pizarro partió para el Perú, en tanto que Almagro se quedaba en Panamá, con el encargo de aprovisionar la expedición.

Diego de Almagro, adivinando las intenciones de Pizarro de dejarle a un lado, decidió obrar por su cuenta para lo cual, solicitó de la Corona una capitulación que le autorizara a entrar también en el Perú, con donación de tierras, donación que le fue denegada.

Decidido a no ceder en aquello que él entendía como sus derecho, salió de Panamá al frente de una expedición, yendo a reunirse con Pizarro en Cajamarca para tomar parte junto a este en la conquista del imperio inca, llegando hasta Cuzco, corazón de dicho imperio. Pero terció un tercero en discordia: Pedro de Alvarado que había concebido el mismo proyecto.

Al tener noticias Almagro de que Alvarado había, desembarcado en las costas peruanas, se dirigió a su encuentro al frente de un pequeño ejército, pero lo suficiente para hacer desistir a Álvaro de sus ansias de conquistas peruanas.

Es más, con habilidad se atrajo a los hombres de Alvarado hacia su bando, de forma que éste, viéndose solo acabó por venderle incluso sus navíos, retirándose hacia su gobernación de Guatemala.

Diego de Almagro, de regreso a Cuzco, recibió de la Corona el nombramiento de Adelantado de Nueva Toledo, una gobernación que se extendía doscientas leguas al sur de la de Pizarro.

Equiparado en jerarquía a su antiguo socio, el rompimiento entre ambos era inevitable. La aparente reconciliación entre ambos no dejó de ser una simulación parte de los dos y desde entonces cada uno se esforzó en reunir cuantos soldados pudiera, con el fin de dominar por la fuerza a su rival.

El estallido llegó cuando se trató de a qué demarcación pertenecía Cuzco.

Pizarro alegaba que a la suya, pero otro tanto hacía Almagro y ninguno de ellos estaba dispuesto a renunciar a su empeño.

Deseoso de ampliar sus dominios, Almagro preparó una expedición de conquista a Chile en la que invirtió casi todo su dinero.

Recibió ayuda de Pizarro el cual se alegraba mucho de que Almagro se fuera del Perú y cuanto más lejos, mejor.

La expedición, realizada a través de los Andes en pleno invierno resultó durísima, perdiendo por el camino gran número de soldados y casi todo su bagaje.

A mediados de 1.536, Almagro y los hombres que le quedaban llegaron al Valle de Aconcagua. La hostilidad de los indígenas, el hambre, las enfermedades y la casi total reserva de recursos, obligaron a Diego de Almagro a continuar adelante, regresando a su gobernación del Perú. Temía, además, que durante su ausencia, Francisco de Pizarro se hubiera apoderado de ella.

Su regreso a Perú coincidió con el levantamiento de Manco Inca, el emperador del país. En un principio, Almagro no intervino, manteniéndose a la espectativa dedicándose a reorganizar su ejército, pues entendió que las circunstancias le favorecían para terminar de una vez con su pugna con Pizarro y sus hermanos.

Esta postura, fue vista con agrado por Manco Inca, en la creencia que de la rivalidad existente entre Pizarro y Almagro él podría resultar beneficiado si los españoles se dedicaban a destrozarse entre sí.

Almagro, ayudado por Inca, entró triunfador en Cuzco procediendo de inmediato a detenter a Fernando Pizarro, al tiempo que se hacía reconocer como gobernador por el Cabildo municipal.

Francisco Pizarro, por el momento, no se atrevió a enfrentársele, limitándose a pedirle que pusiera en libertad a su hermano y dejase que la decisión final sobre la posesión de Cuzco la determinara el obispo de Tierra Firme.

Lo que deseaba Pizarro era alargar el asunto cuanto más se pudiera, a fin de reorganizar su Ejército y una vez que este fuera lo suficiente poderoso enfrentarse a Almagro con el argumento de las armas y decidir mediante éstas el final del asunto. Dictó, por fin, sentencia el obispo de Tierra Firme y por ella se otorgaba la posesión de Cuzco a Francisco Pizarro, Fray Francisco de Bobadillo indicó que tal solución era transitoria, y que se debía enviar una comisión a España para que fuera la Corona quien solventara el pleito.

Entretanto pedía que ambos adversarios establecieran una tregua, se mantuvieran en paz y Diego de Almagro liberara a Fernando Pizarro como prueba de buena voluntad. La sentencia no satisfizo a ninguno de los dos, pero Almagro la acató, poniendo en libertad a Fernando, el hermano de Francisco Pizarro, por su parte, éste, sintiéndose ya lo suficientemente fuerte envió una embajada a Cuzco exigiéndole que abandonara de inmediato Cuzco, sin esperar la decisión de la Corona.

Tal cosa constituía una declaración formal de guerra. Diego de Almagro no era hombre que se acobardara fácilmente, de modo que aceptó y las hostilidades comenzaron inmediato.

Era una situación absurda que a ninguno de los dos favorecía, porque el debilitamiento español a lo único que podía conducir era que los indios se sublevasen contra el vencedor, si este quedaba muy quebrantado.

Almagro con su Ejercito se retira a Guaytara, pensando que allí el terreno le favorecía para plantear la batalla. Pasaron algunos meses sin que ninguno de ambos bandos consiguiera vencer definitivamente al otro.

Por fin, en las cercanías de Cuzco, se riñó la batalla definitiva, en la que los pizarristas alcanzaron la victoria. Diego de Almagro, que estaba enfermo, fue hecho prisionero, sometido a juicio por mandato de Fernando Pizarro y ejecutado.

De Diego de Almagro podrá decirse que fue un hombre muy rudo, ignorantísimo. Pero valiente, confiado, generoso, organizador e infatigable hombre de guerra para la cual había nacido. Sin asomos de maldad ni doblez, se dejó engañar por los Pizarros que, ya preso, le inventaron un proceso inicuo y sin necesidad, procedieron a asesinarlo, porque de tal se trató, y no de una ejecución como Pizarro quiso aparentar.

¿De qué podía acusar a su antiguo compañero de armas?. ¿De disputarle un país que ambos habían conquistado y al que los dos tenían el mismo derecho?. La muerte de Diego de Almagro fue muy lamentada, lo que prueba que sabía inspirar nobles sentimientos, tantos amigos tuvo. Hasta el mismo Francisco Pizarro lloró hipócritamente su muerte, alegando que él no había tenido parte en ella y que todo lo fraguó su hermano Fernando sin su autorización.

De todos modos, la verdad siempre acaba resplandeciendo. No pasó mucho tiempo sin que la Corona de España castigara severamente a Fernando Pizarro, asesino del leal Diego de Almagro.

Pedro Alvarado

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

El primero del linaje Alvarado que pasó a Extremadura fue Juan de Alvarado, Comendador de Hornachos en la Orden de Santiago, alcaide de Alburquerque, hijo segundo de García Sánchez, de la casa de Alvarado, sita en la Montaña de Trasmiera, en donde casó con doña Catalina Mesía de Sandoval, teniendo seis hijos y seis hijas, que fueron en Extremadura los primeros ascendientes de la ilustre casa de los Alvarado.

Perteneciente a este tronco extremeño fue uno de los más famosos conquistadores del Nuevo Mundo, Pedro de Alvarado, nacido en Badajoz hacia el año 1.485 y muerto en Guadalajara (Méjico), en 1.541.

De su vida en España, durante sus años mozos, nada se sabe. Consta la fecha en que pasó a América que fue en año 1.510. En un principio, tomó parte en las campañas de La Española, en el año antes citado, Cuba, en el siguiente y Yucatán, en 1.518.

En el año 1.519, conoció a Cortés, del que ya no se separaría durante toda la conquista de Méjico. Alvarado ha pasado a la historia por su fama de valiente: pero no faltaron en su carácter los rasgos de crueldad. Por su pelo rubio, los aztecas lo conocieron como "Tonatiuch", es decir, el sol.

Durante la campaña mejicana fue duro, muy duro. Se dice que, cansado de exigirle al caudillo Cacama que le revele el lugar donde esconde sus tesoros, para hacerle confesar lo ató a un madero y con brea derretida le roció todo el cuerpo. Es lo que imprime el autor F. Blanco Fombona, en su libro "El Conquistador Español del siglo XVI".

Se afirma asimismo que el culpable de que los aztecas de Tenochtitlán se sublevaran dando ocasión a la única derrota que conoció Hernán Cortés (verse obligado a abandonar la ciudad con el episodio de la famosa "Noche Triste") a él fue debido por su total torpeza en el trato con los nativos y los abusos que cometió con ellos, y algo habrá de verdad cuando consta que Hernán Cortés "tuvo harta pesadumbre con el proceder de su lugarteniente Pedro de Alvarado".

De todos modos, concluida la conquista del país de los aztecas, Hernán Cortés que sobradamente conocía el temerario valor de Alvarado, le dió el mando como gobernador de una expedición destinada a la conquista de Guatemala, en el año 1.523.

Por las noticias que habían llegado hasta él, Cortés creía en la existencia de grandes riquezas en la región guatemalteca y ese, y no otro, fue el motivo que le llevó a organizar la expedición cuyo mando otorgó a Pedro de Alvarado.

En su camino, Alvarado pacificó diversas tribus del sur de Méjico que se habían sublevado Teteguantepec, Soconusco, Titlatán, Izquetepeque, y lo hizo tal y como él entendía, es decir, con mano muy dura.

Pero la expedición a Guatemala, pese a que sus caciques habían rendido homenaje a Hernán Cortés no fue nada fácil, dado que los indios se resistían a la dominación española y sólo fue posible utilizando la política de la violencia. Pedro de Alvarado no era político, jamás fue hombre capaz de solucionar los conflictos de otra forma que no fuera la fuerza.

No hay que extrañarse por ellos, que sus avances fueran una sucesión constante de aldeas incendiadas, matanzas colectivas y ejecución en el acto de los principales caciques. Por donde pasó Alvarado fue dejando una estela de sangre. En su descargo, quizás habría que estar de acuerdo en la apreciación del autor anteriormente citado R. Blanco Fombona, de que con hermanitas de la caridad jamás se habría conquistado América. Pacificado el país, fundó en 1.524 la ciudad de Santiago de los Caballeros, el primer núcleo de civilización en tierras de Guatemala.

Pero Alvarado no era hombre de paz: había nacido para la guerra y en 1.526, cansado de la situación de inactividad a que le tenía sometido Hernán Cortés, embarcó para España a fin de dar cuenta a la Corona de sus servicios y solicitar por ellos las mercedes que entendía le correspondían. La influencia del Comendador Mayor de Castilla, Francisco de los Cobos, le aseguró el éxito de sus gestiones.

En 1.527 recibió del Emperador Carlos V el nombramiento de gobernador y Adelantado Mayor de Guatemala. De regreso a su gobernación, aún tuvo que volver a luchar para asegurar la total pacificación del país, de nuevo alborotado durante su ausencia. Finalizada la pacificación, fundó la ciudad de San Miguel, en la costa del mar del Norte, llevado por la idea de hacer un puerto comercial, al tiempo que ordenaba la búsqueda de recursos mineros y organizaba la administración de su gobierno en Guatemala.

En 1.531, su espíritu de aventura le hizo solicitar la oportuna autorización de la Corona para llevar adelante una serie de expediciones, iniciando los preparativos. Le fue concedido el permiso, autorizándole para conquistar y poblar las tierras que descubriese, pero siempre que no estuvieran ya en poder de otros conquistadores españoles con los que, bajo ningún pretexto, debía entrar en discordia y menos en enfrentamiento armado.

Con el título de gobernador de las nuevas tierras que hallara emprendió la navegación a principios de 1.534, al mando de una fuerte escuadra. Su primera idea fue dirigirse a las islas de la Especeria, pero atraído por las noticias que le llegaban de las muchas riquezas que había en el Perú, desembarcó en Caraqués, iniciando la penetración por tierra en dirección a Quito.

La expedición tuvo que atravesar la Selva ecuatoriana con la consiguiente pérdida de hombres y las penalidades fáciles de imaginar. A los siete meses de su partida, con unos hombres agotados por las enfermedades y las penurias, se encontró con que le salía al encuentro Diego de Almagro, dispuesto a no dejarle avanzar ni un solo paso más en unas tierras ya conquistadas por él.

Con gran pesar, pero ante la debilidad sus fuerzas, inferiores además en número a las que mandaba Almagro, Pedro de Alvarado se vió obligado a renunciar a sus proyectos de conquista y como sabía que emprender el regreso en las condiciones que se encontraban sus soldados era imposible, a no ser que deseara verlos muertos a todos, incluyéndose en tan lastimoso final, él mismo aceptó la fusión de su Ejército con el de Almagro, renunciando a sus propósitos de conquista.

Quizás influyó también mucho en su ánimo el hecho de que los soldados, decepcionados por haber llegado, después de tantas penalidades, a un país ya poblado, preferían quedarse en él y no continuar la búsqueda de nuevas tierras. Para Alvarado tuvo que ser un golpe muy rudo verse obligado a subordinarse a Almagro él, siempre acostumbrado a imponer su voluntad.

Pero las circunstancias le eran tan desfavorables que no le quedó más remedio que transigir. Perdido su ejército, viéndose prácticamente solo, pues sus principales capitanes optaron también por ponerse a las órdenes de Diego de Almagro, optó por venderles sus naves a los conquistadores del Perú, así como las capitulaciones que le había concedido la corona en el descubrimiento de nuevas tierras renunciando a este derecho en favor de Diego de Almagro. Una vez que se ratificaron ante Francisco Pizarro estos acuerdos, emprendio el regresó a Guatemala.

En el año 1.537 embarcó para España, obteniendo de la Corona se le otorgara gobernación sobre las tierras de aquél país por siete años más, la gobernación de Honduras y una Capitulación para explorar las costas occidentales de Méjico y las Molucas.

Pedro de Alvarado emprendió con gran entusiasmo su exploración a Honduras, dado que el pensamiento de añadir nuevas tierras a las que ya gobernaba forzosamente tenía que ser de su agrado. Y quizás más, mucho más, la perspectiva de la aventura.

En 1.539 desembarcó en Honduras. Pero el destino le impidió que llevara a cabo la expedición, porque en Nueva Galicia había estallado una sublevación india y fue llamado para sofocarla. Y aquella fue su última acción de guerra porque en la batalla fue herido de tal gravedad que la muerte le llegó de inmediato.

Diego de Nicuesa

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

Del conquistador Diego de Nicuesa se sabe el lugar de su nacimiento y la fecha de su muerte (Baeza y el año 1.511), pero se ignora la de su nacimiento, así como los sucesos inherentes a su niñez y juventud. Pasó a La Española con Ovando y en el año 1.508, por medio de capitulaciones, el rey otorgó la costa de Nueva Andalucía (gran parte de Venezuela y algo de la actual Colombia), a Alonso de Ojeda y la de Veragua y Darien, la llamada Castilla del Oro, a Nicuesa.

El que primero partió fue Alonso de Ojeda que tuvo que sufrir el ataque de los indios. Poco días después lo hizo Nicuesa que socorrió a Ojeda, regresando éste a La Española. Al separarse de Alonso de Ojeda, navegó hacia el este en busca de Veragua, la tierra en donde se decía abundaba el oro.

Para una mejor exploración, él iba en un navío, con setenta hombres, mientras su lugarteniente Lope de Olano le seguía con dos bergantines, en tanto que las naves de mayor calado navegaban mar adentro, a fin de evitar los escollos de la costa que desconocían. Una tempestad obligó a Nicuesa a separarse de la tierra temiendo que su barco encallara y en la creencia de que Olano le seguiría.

Pero Olano se había mantenido toda la noche pegado a tierra al abrigo de una pequeña isla y al amanecer, en lugar de seguir el rumbo de su jefe, retrocedió para fondear en la boca del río Lagarto, al que después se llamó Changress, donde se le incorporaron todos los buques de mayor tonelaje.

Y lo que hizo Olano es decir a las tripulaciones que el barco de Nicuesa había naufragado, muriendo el jefe de la expedición, por lo que él, como lugarteniente se proclamaba gobernador del territorio.

Mientras tanto, Diego de Nicuesa que había luchado durante dos días con la tempestad, pudo volver a la costa en la busca de Olano y para aguardar la llegada de éste, ancló en la desembocadura de un río, crecido enormemente por las últimas lluvias tropicales, de modo que cuando aquellas volvieron a su nivel normal el navío encalló con tal violencia que el casco se rompió en mil pedazos teniendo la tripulación que ponerse a salvo a nado. Esto les obligó a seguir la marcha por tierra, en dirección occidente, buscando aquella Veragua de la que tanto había hablado Colón como tierra rica en oro. Y lo que encontraron fueron pantanos de aguas cenagosas y trabaron conocimiento con los caimanes, a los que ellos enjuiciaron como "lagartos muy grandes". La comida escaseó y tuvieron que alimentarse de raíces. Como habían salvado un bote de la carabela naufragada, gracias a él pudieron ir atravesando los cauces de los grandes ríos que fueron encontrando y que les cortaban el camino.

A todo esto habría que añadir la hostilidad de los indígenas que continuamente los hostigaban con sus flechas. Esta expedición de Nicuesa, había sido la mejor armada de cuantas se habían organizado hasta entonces y en las que se gastó una buena suma de dinero. Todo iba a quedar reducido a un rotundo fracaso.

Una noche, dos terribles sorpresas aguardaban a Nicuesa. El bote había desaparecido, porque cuatro de sus hombres habían desertado. Y lo que era peor, lo que habían creído la punta de una bahía era una isla. Sin saberlo se habían ido a encerrar en una isla desierta, sin medios para poder abandonarla.

Lo más grave es que allí no había alimentos, por lo que tuvieron que comer moluscos y tampoco hallaron manantiales de agua dulce, sino algunas charcas de agua maloliente y sucia. Nicuesa, hombre enérgico, hizo que sus hombres utilizando cuchillos, y hasta la espadas, construyeran una balsa para cruzar el estrecho que les separaba de la costa.

Como no tenían remos, iban turnándose para empujarla nadando, pero tal era su debilidad que al final estaban todos agotados y la balsa acabó perdiéndose mar adentro; viéndose forzados a regresar a la isla. Entretanto, los cuatro marineros desertores, después de muchas penalidades, consiguieron reunirse con Olano, narrándole lo que había pasado. Olano, conmovido, envió un bergantín para recoger a los náufragos. Cuando ambos se reunieron, lo hicieron llorando, pero apenas llegaron a Belén, Nicuesa, indignado por el proceder de su lugarteniente quiso hacerlo juzgar por traición; pero al fin predominó en él la clemencia y acabó perdonando la acción de Olano. De los ochocientos hombres que se habían embarcado en la Española, apenas si quedaba la mitad y la mayor parte tan quebrantados por las privaciones que más parecían cadáveres que caminaban de un lado a otro. El hambre llevó a aquellos hombres hasta el canibalismo. Nicuesa se vio obligado a hacer ahorcar a uno de sus soldados que había rematado a un agonizante para comérselo. Como pudieron, reanudaron la marcha en busca de algún establecimiento donde encontraran españoles en buen estado, siendo hostigados continuamente por los indios hasta que llegaron a un lugar mejor que los anteriores y en donde ya no sufrieron las embestidas de los nativos. Uno de los hombres de Nicuesa se encargó de bautizar el sitio, al rogarle a Nicuesa que se detuvieran allí "en el nombre de Dios". Y así quedó denominado el lugar: Nombre de Dios. Tomó posesión Nicuesa de aquel territorio de acuerdo a la costumbre de entonces, tajando el tronco de un árbol. Después, hizo levantar un fuerte para rechazar los ataques indígenas, porque no pasó mucho tiempo sin que los nativos de los alrededores comenzaran a hostigarlos. Al poco tiempo la situación en Nombre de Dios se había convertido en tan insostenible como la de Belén. El hambre era semejante. Envió Nicuesa una carabela a La Española para que diera cuenta de su situación y regresara con alimentos, pero el navío jamás volvió. Un día, al pasar Nicuesa revista a su hombres comprobó que de los ochocientos que habían emprendido la expedición, tan sólo quedaban cien y en tan lamentables condiciones que, de pasar mucho tiempo sin recibir ayuda todos ellos no tardarían en morir. Se hallaban ya al borde de la extinción, cuando llegó una flotilla al mando de Rodrigo de Colmenares, gran amigo de Nicuesa. Este llevó la noticia de que Ojeda había fundado una ciudad, Santa María de la Antigua y que se encontraba en buen estado de salud. Diego de Nicuesa se enteró asimismo de que Vasco Núñez de Balboa había sido elegido por su gente gobernador del territorio, lo que despertó su indignación, ya que era él, por las capitulaciones reales hechas a su favor, el único con autoridad legal en aquellas tierras. Su irritación aumentó cuando Colmenares le comunicó que Balboa y los suyos se habían repartido el oro del cacique Cemaco. Entonces afirmó que, a su regreso a Darien, no sólo impondría su autoridad sino que procedería al castigo de los traidores.

Pero Lope de Olano y otros, a los que Nicuesa mantenía presos por no fiarse de ellos, consiguieron escapar y llegando a Darien antes que Nicuesa, pusieron en conocimiento de Vasco Núñez de Balboa lo que sucedía, es decir, que el verdadero gobernador del territorio estaba vivo y de regreso para reclamar lo que era suyo por mandato real. Lo que hizo Balboa fue, al ver el barco que llegaba con Nicuesa a bordo, ordenarle que no se atreviera a desembarcar y que se volviera a Nombre de Dios. Y tal era el terror que sentía Nicuesa a volver a su colonia, tal el recuerdo de las privaciones pasadas, que rogó ser recibido como un simple soldado y que estaba dispuesto a renunciar a sus derechos a favor de Balboa. Pero éste no se fiaba de él y así, apenas puso Nicuesa los pies en tierra, lo hizo prender, encerrándole en una mazmorra, al tiempo que le anunciaba que sería juzgado por un tribunal popular. Vasco Núñez de Balboa jamás fue hombre cruel: compadecido de Nicuesa, quiso salvarlo. Pero todo fue inútil porque sus principales compañeros se mostraron irreductibles: Nicuesa debía volverse a La Española pero en el peor de los buques de la colonia, es decir en un bergantón comido por la carcoma y escaso de víveres. Diecisiete fieles partidarios del desgraciado Diego de Nicuesa se mostraron dispuestos a unir su suerte a la de su desdichado jefe. Y así el día l de marzo del año 1.511, el gobernador de Castillo del Oro se lanzaba al océano en un barco totalmente inaceptable para la navegación. Y nadie volvió a saber de él. El océano se tragó la carcomida nave, guardando para él el misterio de cómo cuándo y en qué circunstancias ocurrió la catástrofe.

Cristobal Colón

Historia de la Heráldica y de la genealogía

La personalidad de Cristóbal Colón, es harto conocida, para que tornemos a reproducir aquí la biografía del personaje. Interesa su blasón, porque, antes de emprender la aventura que le llevaría a descubrir unas tierras a las que él creyó que se trataban de las Indias, y con este convencimiento murió, lo que hizo fue descubrir, sin saberlo, un Nuevo Mundo, un continente que había permanecido ignorado hasta entonces.

Cristóbal Colón no podía poseer escudos ni blasones por la circunstancia de que, como veremos más adelante, su familia genovesa, si es que era genovés, que también nos referiremos a eso, era bastante humilde, todo lo que puede ser un tabernero y tratante de vinos como, de acuerdo a ciertos antecedentes, era su padre.

Las armas que los Reyes Católicos concedieron a Colón reflejan bien su aventura: Se trata de un escudo de cuatro cuarteles: el primero lleva el león de los monarcas españoles; el segundo, un castillo, con clara referencia a Castilla; el tercero, cinco anclas referidas a su arte de navegar y el cuarto, las islas que fue descubriendo.

Pero, hasta llegar a ostentar blasón, ¿Qué era, qué había sido Cristóbal Colón?, y sobre todo, como datos más importantes, ¿Cuál fue el lugar de su nacimiento?. Este es el dato que interesa y que, contrariamente a aquellos que se aferran a hacerlo genovés, sin admitir la menor controversia, entendemos que todavía el hecho es oscuro, bastante oscuro.

Vicente Blasco Ibáñez, se ocupó de ese asunto en su trabajo "El Misterio de Colón". Basándonos en los argumentos del escritor valenciano, trataremos de tocar el tema, adaptándolo al espacio del que disponemos. Afirma Blasco que durante 18 años estuvo estudiando la enigmática personalidad del Descubridor, en su deseo de llevar alguna luz a la oscuridad que rodea los orígenes de éste.

Cristóbal Colón entra en la historia a partir del año 1.486, al hacer su aparición en España. De su vida anterior, muy poco es lo que se sabe. Y siendo tan poco, para colmo resulta todo tan contradictorio, tan oscuro, que hace incluso dudar de la veracidad de Colón en aquello que dice o habla. Es cierto, que se le dé por nacido en Génova no aclara contundentemente las cosas. Pocos personajes de la historia se encuentran envueltos en tal halo de misterio.

No son pocos los que le hacen de nacimiento judío, y explican así su deseo de rodearse de nebulosidades, a fin de evitar problemas con la Inquisición.

Es cierto que el mismo Cristóbal Colón se declaró genovés. Pero lo hizo cuando ya era un viejo que, andaba en pleitos con el rey de España, para que éste le reconociese cuantos privilegios le habían otorgado los Reyes Católicos que, en suma, le hacían creerse dueño de medio mundo.

En su juventud, dice Pereirs, uno de los historiadores que más a fondo ha estudiado la biografía de este hombre singular, no tuvo otra patria que la de sus conveniencias.

Que en los primeros tiempos de sus andanzas por España, sólo figura como un extranjero sin que se cite para nada el lugar de su nacimiento, es un hecho indiscutible.

Colón siempre pareció mostrar un gran interés en dejar envuelto en el misterio el origen de su nacimiento y su propio hijo Fernando tampoco aclara el asunto, dado que al escribir la historia de su padre, se abstuvo de explicar cuando y donde había nacido.

Porque hay que comenzar aclarando que Cristóbal Colón, se llamó así, y no Cristoforo Colombo como escriben los italianos. No existe ni un solo documento en el que no se estampe y firme con este nombre: Cristóbal Colón.

Y hay más datos: Como todos los navegantes, hablaba varias lenguas, pero ya es casualidad que el castellano fuera el que hablaba mejor y con tanta claridad como un hombre nacido en España. Y, en cambio, tan sólo existe un documento que escribió en italiano y está lleno de faltas gramaticales, revela como si el que lo escribió desconociera un idioma que era el suyo, si es que había nacido en Génova. Cristóbal Colón siempre se expresó en lengua española, incluso cuando andaba en tratos con el rey de Portugal. Y la única vez que escribió en italiano, lo hizo en forma torpe y a veces hasta incomprensible, intercalando tales faltas que más parece que desconocía el idioma. También es verdad que, en los últimos días de su vida se acuerda que ha nacido en Génova y la declara su patria.

Pero es que se da el caso de que, según actas notariales, el único con el apellido Colombo que había en Génova por aquellas fechas, era un tal Doménico Colombo, un tabernero y cardador de lana, que aparece con tres hijos: Cristóforo,Bartolomé y Diego. Sí, esto parece concordar con los nombres de los dos hermanos que tuvo el Almirante. Pero es rarísimo que el propio Colón ni una sola vez llamase Colombos a los parientes que dejó en Italia. En su testamento, cuando los alude dice "los Colones".

Todos los datos sobre el tabernero genovés Doménico Colombo son exactos: Pero el hijo, el Cristóforo Colombo aparece asimismo como tabernero, de unos veinticinco años de edad. Y en dicha época, ya hacía varios años que Colón navegaba de un lado a otro. ¿Qué entendía de las cosas de la mar un joven tabernero?. En la época en que Cristóbal Colón afirma haber sido capitán de un buque de la flota de Renato de Anjou, el otro, el Colombo tabernero e hijo de tabernero, tenía doce años. Es evidente que algo no cuadra.

¿De donde aprendió el tabernero el arte de navegar, si todavía figura en las actas notariales al lado de su padre en 1.471, cuando el otro, el que siempre se llamó Cristóbal Colón era ya capitán de nave?.

Todas estas preguntas se las hace Vicente Blasco Ibáñez en el estudio al que nos hemos referido en un principio. Y tiene razón: son demasiadas contradicciones.

El joven tabernero genovés, el Cristóforo Colombo que, repetimos que las actas notariales así lo atestiguan, tenía veinte años cuando Cristóbal Colón, a juzgar por cuantos lo conocieron personalmente, estaba cercano a los treinta y cinco, y llevaba ya muchos años navegando.

El tabernerillo jamás figura, en ningún escrito, como marinero u hombre avezado a la mar. Siempre es eso, un tabernero, o un tratante en lanas. Naturalmente, alguna explicación debe tener todo este embrollo: y así hay quien afirma que Cristóbal Colón pretendió oscurecer su origen, para que no lo confundieran con los famosos piratas los Collones, que en España se tradujo por los Colones, "el viejo" y "el Joven", verdaderos bandidos de la mar.

Conviene tener en cuenta que un cronista de la época al hablar de los piratas Colones llegó a decir "que el nombre de estos facinerosos hacía llorar a los niños de Galicia".

Hay también quien sostiene que Colón navegó con semejantes bandidos y de ahí su interés en borrar esta página negra de su vida, envolviendo su origen en el misterio.

Además, según parece, Colón navegó en las naves corsarias que, asolaban las costas levantinas españolas y si es así se comprende fácilmente que tratara de ocultar los "malos pasos" de sus mocedades.

Hay otra explicación para el misterio: el judaísmo. Cierto es que Colón jamás disimuló sus simpatía por los conversos y es verdad asimismo que estos lo protegieron cuanto pudieron. Santángel, el Tesorero de los Reyes Católicos, era judío converso, y fue uno de los más firmes apoyos de Colón, hasta el punto de que fue él quien realizó el préstamo de dineros a los Monarcas españoles para que Cristóbal Colón pudiera llevar adelante su empresa.

En una época en que la Inquisición había puesto su punto de mira en los judíos, muchos hombres trataban de ocultar dicho origen y hasta cambiaban de nombre para librarse del largo brazo del Santo Oficio.

En cuanto a los conocimientos marinos de Colón, era innegable que los poseía. Pero también es muy cierto que lo que él pretendió no fue encontrar un nuevo continente, sino hallar el camino más corta hacia las Indias.

El hablaba de Cipango (Japón), y de Catay (China), y quería ir a Asia navegando, evitando así el largo camino por tierra. Jamás tuvo la sospecha de que pudiera existir un nuevo mundo. En realidad, murió ignorando totalmente la verdad de lo que había descubierto.

No fue ni un sabio, ni un santo iluminado por un ideal. Siempre y en todo momento, y así los demuestran sus tratos con los Reyes Católicos, se mostró como un comerciante y de ahí sus regateos con los Monarcas.

A él jamas le importó la cuestión científica de su proyecto, lo único que le interesaba era el provecho que pudiera sacar.

Pero también fue un hombre de enorme imaginación y de una voluntad firmísima, audaz unas veces y en otras, prudente en exceso. Genial en ocasiones y en otras terco y obstinado de un modo incomprensible.

Francisco Pizarro

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

De acuerdo con numerosos genealogistas, el apellido Pizarro es muy antiguo y de ilustre linaje, asegurando que algunos miembros de esta estirpe, se distinguieron en Covadonga unidos a los animosos guerreros de don Pelayo, y que después sus descendientes se esparcieron por todos los puntos de la Península, principalmente en Aragón y Navarra, de donde pasaron a Extremadura, contándose algunos caballeros de este apellido entre los conquistadores y pobladores de Trujillo.

Pero el que más elevó y enalteció esta casa, inmortalizando su nombre, fue el conquistador del Perú, don Francisco Pizarro, a quien el Emperador Carlos V, colmó de mercedes, creándole Caballero de la Orden de Santiago, Marqués de las Charcas y gobernador de Nueva Castilla, concediéndole que a las armas de su linaje que son: En campo de oro, un pino con piñas de oro, acompañado de dos lobos empinantes al mismo y de dos pizarras al pie del tronco, acompañara otros cuarteles alusivos a sus importantes y gloriosas conquistas en las Indias.

Francisco Pizarro nació en Trujillo, en el año 1.478 y era hijo natural del capitán Gonzalo Pizarro. Antes de pasar a las Indias, lo que hizo en el año 1.502, acompanó a su padre en las guerras de Italia. Una vez en el Nuevo Continente a donde llegó con Nicolás de Ovando, sirvió como teniente a don Alonso de Ojeda, y asistió con Vasco Nuñez de Balboa al descubrimiento del Océano Pacífico.

Las noticias que le llegaron, de que existía un gran país llamado Biru o Perú, despertaron su interés por explorar dicha región.

Decidido a emprender la aventura, pero consciente de que no podía hacerlo solo, se asoció con Diego de Almagro y el clérigo Hernando de Luque, en el año 1.522.

A cambio de dar licencia para la armada, el gobernador Pedrarias entró a formar parte en 1.524, pero se separó en 1.526. Pizarro asumió la dirección de la empresa, pero quedó estipulado que los beneficios que de ella se obtuvieron, serían repartido a partes iguales entre los tres socios.

Francisco Pizarro partió de Panamá a fines de 1.524 con una nave, dos canoas y ochenta hombres. Fue un viaje desastroso que finalizó en Chipamá, donde lo encontró Almagro.

No se desanimaron y de vuelta a Panamá, prepararon la segunda expedición. Fue todavía peor que la anterior, porque a las penalidades sufridas, hubo que añadir el ataque de los indios.

Continuaron, no obstante, hacia el sur y, agotadas las provisiones, Almagro regresó a Panamá en busca de refuerzos, quedando Pizarro en la isla del Gallo con un reducido grupo de hombres, trece en total.

Con la llegada de Bartolomé Ruiz con refuerzos, se continuó la exploración hacia el Sur y descubrieron así el Perú.

Regresaron a Panamá a fines de 1.528, pero a pesar de que la empresa había sido un éxito, el gobernador Pedro de los Ríos, les negó su apoyo.

De acuerdo con sus socios, Francisco Pizarro se trasladó a España para entrevistarse con el Emperador Carlos V, de cuya visita derivaron las capitulaciones firmadas en Toledo en 1.529. Pero Pizarro miró para sí mismo, obteniendo más privilegios que aquellos que se concedían a su socio Diego de Almagro, por lo que éste se sintió defraudado.

Pizarro regresó a Panamá, llevando con él a sus hermanos Hernando, Gonzalo y Juan. Pizarro emprendió una nueva expedición con tres navíos y 180 hombres, con los que llegó a Túmbez, donde tuvo noticias de la guerra civil que asolaba el imperio inca.

Siguió hasta Tangarara, donde fundó la primera población española que llamó San Miguel de Piura, y continuó hasta Cajamarca, a fin de encontrarse con Atahualpa.

Mediante una trampa, se apoderó del emperador inca, al tiempo que sus hombres hacían gran matanza de indios, atemorizados por los arcabuces de los españoles y los caballos, animales a los que desconocían. Atahualpa ofreció a Pizarro un valioso tesoro a cambio de su libertad, ofrecimiento que fue aceptado, pero una vez dueño Pizarro de las riquezas, faltó a la palabra empeñada, y no le devolvió la libertad al Inca.

No sólo fue eso: Pizarro temiendo que la prisión de su Soberano provocara un levantamiento inca, sometió a Atahualpa a un rápido proceso que finalizó con la ejecución de éste, con el grueso de sus tropas, Pizarro partió para Cuzco, pero antes queriendo dar apariencia de legalidad a sus actos, proclamó un nuevo Emperador en la persona de Tupac Hualca.

El nuevo inca murió durante el camino hacia Cuzco y fue sucedido por su hermano Manco Inca, con quien Pizarro hizo su entrada en Cuzco. Por aquel entonces, Pedro de Alvarado, Adelantado de Guatemala, invadió el Perú y Diego de Almagro salió a su encuentro, logrando detenerle, haciéndole desistir de sus propósitos.

Como Capitán General, Pizarro llevó a efecto la fundación de Lima, en tanto que su hermano Hernando viajaba a España llevándole al Emperador Carlos V, un fabuloso tesoro y ser el portavoz de las peticiones de su hermano y de Diego de Almagro, Francisco Pizarro obtuvo el título de Marqués, así como la ampliación de su gobernación. Para Almagro obtuvo la creación de la gobernación de Nueva Toledo, con 200 leguas, al Sur de la que correspondía a Francisco Pizarro.

Y allí mismo fue donde comenzaron las disputas entre Pizarro y Almagro, porque cada uno pretendía que la opulenta Cuzco pertenecía a su demarcación, y este fue el motivo de las primeras riñas entre ambos. Pizarro consiguió aplacar a Diego de Almagro, encargándole la conquista de Chile.

En ausencia de Almagro, se produjo la rebelión de los incas acaudillados por Manco Inca, un tanto cansados de soportar ciertos abusos por parte de los españoles. En muy poco tiempo, la rebelión se extendió por todo el país, pero los indios que habían sitiado Lima y el Cuzco tuvieron que retirarse ante el regreso de Almagro, que volvía decepcionado de su intento de conquistar Chile.

Almagro entró triunfante en Cuzco tomando prisionero a Hernando Pizarro, a quien hacía culpable de las desavenencias surgidas entre él y Francisco Pizarro, en lo que no le faltaba la razón porque Hernando era un hombre intrigante, cruel y ambicioso, con no excesivos escrúpulos.

Por mediación de un religioso, fray Francisco de Bobadilla, Francisco consiguió que Almagro pusiera en libertad a su hermano Hernando, pero una vez que esto se hizo, le reclamó a Almagro la posesión de Cuzco, conminándole a que se marchara de la población y se la dejara por suya. Se desencadenó la lucha armada y Hernando Pizarro hizo prisionero a Diego de Almagro en la batalla de las Salinas, y lo hizo ejecutar sin esperar la llegada de su hermano Francisco, que volvía con el hijo de Almagro a quien había retenido como rehén. Fue un triste final para un hombre como Diego de Almagro, a quien todos estimaban por su carácter generoso y desinteresado.

Dueño ya de Cuzco, Francisco Pizarro quien, dicho sea de paso, no lamentó mucho la ignominiosa muerte del hombre que en otros tiempos había sido su socio y amigo, Pizarro convirtió Cuzco en el centro de la expansión colonizadora, creando nuevos cultivos agrícolas y fundando nuevas ciudades. Pero la resistencia de los indios continuaba, alentada por Manco Inca y por otra parte, cuantos habían sido amigos y compañeros de Diego de Almagro, indignados por lo que ellos juzgaban un crimen cometido en la persona de este, atizaban el descontento contra Pizarro, alentado por el joven Almagro, hijo del ejecutado, a quien llamaban "el Mozo".

La corona, enterada de todas aquellas desavenencias que para nada beneficiaban la paz y el orden en el país conquistado, encargó a Vaca de Castro que mediara entre ambos bandos, buscando la reconciliación entre ellos. Pero los almagristas creyendo que los Pizarro se habían ganado a Castro para su bando, decidieron acelerar la conspiración contra Francisco Pizarro, al que odiaban profundamente. El 26 de junio de 1.541, asaltaron el palacio de Francisco Pizarro, le dieron muerte y proclamaron gobernador a Almagro "el Mozo".

No somos historiadores y por tanto, no nos compite emitir un juicio sobre este conquistador. Sí podemos decir que a la luz de cuantos documentos existen de la época, Francisco Pizarro fue un hombre de un valor casi increíble, un conquistador excepcional. El lado oscuro de su recia personalidad se encuentra en su dureza que, a veces, rayaba en la crueldad. Las ejecuciones del Inca Atahualpa y la alevosa muerte de Diego de Almagro, son dos páginas negras en su vida.


Pedro de Valdivia

Historia de la heráldica y de la Genealogía.

Como tronco principal de la ilustre familia del conquistador don Pedro de Valdivia, se cita a don Alonso de Valdivia, Señor del valle de este nombre, que floreció en tiempos del rey don Alfonso Xl, quien le dio su confianza y un lugar prominente en su Consejo.

Este apellido se halla escrito unas veces con "b" y otras con "v", Valdibia o Valdivia; derivado de Val de Ibia, esto es, el Valle de Ibia, lugar donde radicó el antiguo y principal solar de este linaje. A este respecto existe una tradición que, intenta revelar el valor de los varones de este ilustre apellido.

Se dice que por aquellos parajes vivía una enorme serpiente, un reptil descomunal que campaba por sus respetos en todo el valle, llenando de horror toda aquella comarca.

Era en vano que una y mil veces sus vecinos se hicieran firme y valiente propósito de buscarla y darle muerte. Apenas la divisaban, huían despavoridos y aterrados. Hasta que un día, el Señor de Valdivia, harto ya de aquel huésped indeseable que despertaba tan enorme pánico en sus vasallos, hasta el punto de que los campos se encontraban abandonados y sin cultivar ya que no se atrevían a salir a labrarlos, decidió acabar de una vez y para siempre con la sierpe.

A tal fin, reunió a todos su vasallos y colocándose al frente de ellos acompañado por su siete hijos, salió a buscarla. Una vez que le dieron vista, a ella se fueron los Valdivia, sin dejar que el temor anidara en su pechos.

Pero la descomunal serpiente, como si adivinara la intrépida bravura de aquellos valientes enemigos, los evitó, atacando, por el contrario, a los vasallos que les seguían, a los que causó grandes pérdidas, haciendo huir despavoridos a los sobrevivientes.

Luego, se enfrentó a los Valdivia y en el combate cayeron muertos algunos bravos de los siete hermanos. Entonces, el más joven de estos, preso de la furia y ansiando tomarse cumplida venganza, se armó de su puñal y un tronco rugoso de roble.

Al galope de su caballo, dejó atrás a cuantos le seguían y ya ante la serpiente cuando esta abrió su horrible y enorme boca metió en ella, a manera de cuña, el tronco. En tanto el reptil se debatía, metió mano al puñal y le asestó tan terribles tajos que acabó cortándole la cabeza.

Regresaron los vasallos, alborozados, con enorme alegría, aclamando a su señor, pero otra vez huyeron aterrados cuando apareció, sorpresivamente, otra enorme serpiente, sin duda la compañera de la que yacía muerta.

Salió de una sombría caverna y acudía terriblemente furiosa. Pero el joven Valdivia, valientemente, no se echó atrás, le presentó cara y hábilmente con la sola ayuda de su puñal, dio muerte asimismo al segundo monstruo.

Enterado de la hazaña, el rey otorgó al joven Valdivia, la merced de que agregara a sus armas un rugoso tronco de árbol en cuvo extremo, mordiéndole. figurasen cabezas de las dós serpientes.

Por lo general, en este escudo se pintan cabezas de dragones para dar mayor idea de la fuerza y monstruo.

De doña Leonor de Guzmán y Valdivia, descendió el rey don Enrique II, con anterioridad Conde trastamara.

De este ilustre linaje de los Valdivia desciende don Pedro de Valdivia, compañero de Pizarro en la conquista del Perú y fundador de la ciudades de Valdivia la Concepción, Santiago y otras, por haber sido el Capitán General de Chile y virtual conquistador de estas tierras.

Nació Pedro de Valdivia en Villanueva de la Serena en el año 1.497 y tras participar, siendo muy joven en las campañas de Italia, pasó a las Indias en el año 1.535. Como maestre de campo del conquistador Francisco Pizarro, participó en la lucha contra Diego de Almagro en la batalla de Las Salinas. Ajusticiado Almagro, que perdió dicha batalla, Pizarro le encomendó la expedición a Chile, junto con Pedro Sánchez de Leoz, quien renunció, dejando a Valdivia como único jefe de la misión.

Este partió de Cuzco a comienzos del año 1.540, atravesó el desierto de Atacama, y en el valle de Mapochó procedió a la fundación de Santiago del Nuevo Extremo, el 12 de febrero de 1.541.

Desde allí, ya que convirtió Santiago en el centro de nuevas operaciones y conquistas, intentó ampliar el territorio ya dominado, pero los indígenas atacaron la recién creada villa,destruyéndola, de modo que tuvo que ser reedificada.

Ante el cariz que tomaban los acontecimientos, a Valdivia no le quedó más remedio que pedir refuerzos a Perú, y una vez que estos le fueron enviados, continuó sus exploraciones, fundando la ciudad de La Serena, en 1.544. Confiando en la ayuda recibida y dejando el gobierno en manos de Francisco de Villagra, regresó a Perú y lo hizo a tiempo de intervenir en las luchas entre Gonzalo Pizarro y el virrey La Gasca.

Unido al bando de este último, entendiendo que representaba con toda legalidad la Corona de España y entendiendo como rebelde a Gonzalo Pizarro, colaboró activamente en la victoria de Jaquijaguana (año 1.548), lo que le valió que La Gasca, en agradecimiento por su ayuda, le nombrara gobernador de Chile. A su regreso a este país, se encontró con un panorama desolador. Los indios habían destruido buena parte de sus fundaciones, por lo que tuvo que tornar a edificarlas.

Hecho esto, tornó a emprender la marcha hacia el Sur. Entre los años 1.550 y 1.552 procedió a la fundación de nuevas ciudades: Concepción, Valdivia, Villarica y Los Confines, así como los fuertes de Arauco, Tucapel y Puren.

Por este tiempo envió a Jerónimo de Calderete a España, para dar cuenta a la corona de los nuevos territorios conquistados, al tiempo que ordenaba una expedición a Tucumán mandada por Francisco Aguirre y otra hacia el mar llevando como jefe a Francisco de Ulloa, en dirección hacia el estrecho de Magallanes.

Esta dispersión de tropas animó a los nativos, los araucanos, que no habían aceptado de buen grado la dominación de los españoles, para rebelarse acaudillados por Lautaro.

La situación era muy grave, porque Valdivia era consciente de la debilidad militar en que había quedado. Tan sólo tenía a su mando un pequeño grupo de soldados y, sin embargo, no vaciló saliendo al paso de los insurgentes, en la confianza de que sus dotes de experimentado militar le harían vencer.

Su primera intención fue la de proteger los fuertes, llegando hasta Tucapel, focode la rebelión. Allí, la enorme superioridad numérica del enemigo le hizo conocer, por primera vez en su vida, la derrota. Los araucanos vencieron en toda la línea y así murió un gran número de españoles, entre ellos el propio Valdivia.

Terminó así la vida de uno de los más ilustres conquistadores españoles, pero quizás encontró el final que él hubiera deseado, con la espada en la mano y luchando contra los enemigos.

Habrá que decir que, en memoria del su fundador, la ciudad de Santiago de Chile, elevó una estatua en su honor.

Alonso de Ojeda

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

Es fama que, Alonso de Ojeda, llevo siempre consigo en el arzón de su montura la imagen de la Virgen María.

Hombre valentísimo no era, según sus contemporáneos, "hombre de echar pie a tierra por peligros de tierra ni de mar".

Hasta nosotros no ha llegado el blasón o escudo de armas de este conquistador.

Ignoramos si lo tuvo. La honestidad y rigor con que hemos pretendido llevar adelante nuestro trabajo, nos obliga a este reconocimiento, que somos los primeros en lamentar.

Por eso, y habiendo como la hay, constancia de la costumbre de Ojeda de ampararse siempre en la imagen de la Virgen, hemos timbrado un escudo con ésta, lo que no quiere decir, ni muchísimo menos, y queremos que esto quede bien claro, que fuera el suyo, si es que lo tuvo, ya que por más averiguaciones que hemos realizado, nos ha sido imposible dar con él.

No obstante, como sea que la finalidad de estos trabajos, ha sido dar a conocer la personalidad de los conquistadores de América, tan a menudo olvidada, entendemos interesante fijar la atención en la biografía de este hombre, audaz donde los hubiera.

Alonso de Ojeda (u Hojeda, porque hasta en eso existe la duda), nació en Cuenca, en el año 1.468. La historia de su vida comienza cuando pasó a América en el segundo viaje de Cristóbal Colón.

Su juventud en España, nada importa, al no encontrarse en ella nada digno de destacar. Una vez en La Española, se dedicó a las exploraciones.

Por aquella época cierto cacique llamado Caonabo, venía haciendo una guerra despiadada a los españoles, hasta el punto, que estos se las veían y deseaban para hacer frente a los ataques de las huestes del caudillo indígena. Era éste perteneciente a la tribu de los caribes, la más belicosa del Nuevo Continente y a la que más trabajo costó reducir.

Alonso de Ojeda se encargó de acabar con aquél peligro. Merced a la astucia consiguió apoderarse del irreductible cacique, con lo que llevó la paz a la colonia. Una paz, por cierto efímera y transitoria, porque la mujer de Caonobo, llamada Ananacona, al cabo de muy poco tiempo, reanudó las hostilidades contra los españoles.

Tuvo un triste final. Capturada también, los colonizadores no se pararon en los escrúpulos de que se tratara de una mujer y procedieron a ahorcarla, para escarmiento de futuros levantiscos.

Es fama que Alonso de Ojeda no estuvo muy de acuerdo con esta decisión. Pero eran los Colones, sobre todo Bartolomé, quienes mandaban en La Española y a su autoridad no cabían las oposiciones.

Un tanto cansado, Alonso de Ojeda regresó a España a fin de obtener las necesarias capitulaciones, que le autorizaran a explorar por su cuenta.

Obtuvo la licencia para armar una expedición por su cuenta, que partió del Puerto de Santa María en Mayo del año 1.499 y en la que le acompañaban, como socios en la empresa, el piloto Juan de la Cosa y Américo Vespucio.

Alonso de Ojeda y sus compañeros siguieron la ruta realizada por Colón en su tercer viaje y todo indica, al parecer, que tocó tierra en lo que en la actualidad es la Guayana, perteneciente hasta hace algunos años a Francia.

Exploró la isla de Trinidad, así como la isla de Santa Margarita, descubrió la de Curagao, penetrando en el golfo de Maraciba, donde al ver los poblados que estaban levantados sobre las aguas, le inspiró el nombre de Venezuela, es decir, pequeña Venecia, y al llegar al Cabo de la Vela, emprendió el regreso a la Española y de allí, a España.

No estuvo mucho tiempo en la patria; Ojeda no era hombre dado a la inactividad y lo que deseaba era regresar cuanto antes a las nuevas tierras, para continuar con sus exploraciones.

Solicitó de la Corona una nueva capitulación y con el título de Gobernador de Caquevacoa, una tierra situada en el litoral venezolano, y teniendo como socio a dos mercaderes sevillanos, Juan de Vergara y García de Ocampo que, fueron los que pusieron el dinero destinado a pagar los gastos de la empresa, partió de Cádiz en una nueva expedición. Esto ocurría en el año 1.502.

Una vez en las Indias, entró en el golfo de Paria y trató de establecerse en el puerto de Santa Cruz, pero la falta de botín hizo que brotara el descontento entre sus gentes y, por si era poco, se encontró con la hostilidad de los indígenas.

Todas estas circunstancias provocaron que sus socios Vergara y Ocampo le destituyeran, llevándole en calidad de prisionero a La Española, donde fue puesto en libertad y absuelto por el Consejo Real. No podía ser de otro modo, porque ni Vergara y Ocampo, tenían autoridad alguna para deponerle. Esto únicamente podía hacerlo, si llegaba el caso, una autoridad superior, dada la licencia de capitulaciones que, la Corona, había otorgado a Alonso de Ojeda.

En el año 1.508 recibió en La Española, su nombramiento como gobernador de Nueva Andalucía.

Con este nombre, Nueva Andalucía, se designó desde los primeros tiempos de la colonización española en el Nuevo Continente, a una extensa zona de tierras situada en la parte oriental de Venezuela, correspondiente, aproximadamente, a los actuales Estados de Sucre, Anzoátegui, Monagas, Bolívar, Delta Amalcuro, Amazonas y las Guayanas.

Su definitiva conquista fue realizada por Diego Fernández de Serpa, a quien Felipe II, nombró gobernador general en el año 1.568.

Alonso de Ojeda, partió en noviembre del año 1.509, con cuatro navíos y unos doscientos hombres, entre ellos Juan de la Cosa y Francisco Pizarro.

En Cartagena fueron recibidos hostilmente por los indígenas y aunque estos fueron derrotados, los españoles sufrieron muchas bajas, entre ellos la de Juan de la Cosa.

En el golfo de Urabá, Alonso de Ojeda fundó la villa de San Sebastián en el año 1.510, pero no subsistió, si bien fue el germen para fundaciones posteriores.

Ojeda, a la vista de la extenuación de sus hombres, decidió el regreso a La Española para conseguir refuerzos, pero una vez allí, ya no emprendió nuevas expediciones, permaneciendo en dicho lugar hasta su muerte.

A Alonso de Ojeda, quizás le tocó la época que no le correspondía. Era un hombre de espada y no un descubridor. Las conquistas quedarían para más tarde, cuando él ya no vivía.

A su compañeros les tocaría el linaje y la gloria. Vasco Núñez de Balboa, descubriendo el Océano Pacífico; Francisco Pizarro conquistando un fabuloso país, el Perú, Francisco Pizarro que había sido su lugarteniente en la desdichada fundación de San Sebastián, Hernán Cortés, que decía admirarle y que ahora estaba en la conquista de Cuba, con Diego Velázquez y más tarde volvería sólo para apoderarse del enorme imperio de los aztecas.

En La Española su vida se extinguió porque, aparte de la enfermedad, llevaba en su cuerpo los restos del veneno de una flecha indígena emponzoñada.

Sus últimos años los pasó con sus amigos los frailes del convento de San Francisco.

En su penuria y absoluta miseria, los frailes le invitaban numerosas veces a que comiera con ellos, escudando su compasión hacia aquel hombre, con el pretexto, de que las ocasiones eran buenas para que les narrara sus pasadas aventuras.

Se dice y parece cierto que quiso hacerse fraile. Pasaba los días enteros en el convento, unas veces rezando en la iglesia, otras paseando por el claustro, quizás recordando otros días, en los que recorría las selvas venezolanas, con la espada desnuda en la mano o cabalgando, llevando siempre la estampa de la Virgen María en el arzón de su caballo.

Cuando se sintió próximo a la muerte, Alonso de Ojeda, hizo saber a sus amigos los frailes sus últimos deseos. Los hermanos franciscanos debían cumplir con exactitud sus últimas peticiones. Nada de losas con sus títulos, quería que una simple losa de piedra sin más grabados que su nombre, constituyera el techo de su sepultura. Que su cuerpo fuera enterrado en la puerta de la iglesia de San Francisco para que todo el mundo entrara en el templo, pisándola, como humilde expiación de su pasado orgullo: "Para que todos -decía en el papel que constituyó su testamento- los que entren en la iglesia, grandes o pequeños, se vean obligados a pisar los restos de este gran pecador".

Sebastián de Belalcázar

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

Sebastián de Belalcázar nació en Belalcázar en el año 1.480 y falleció en Cartagena de Indias en el 1.551.

Según se cree, su verdadero apellido era Moyano, pero una vez que adquirió celebridad en las Indias, acaso por parecerle poco significativo, determinó cambiarlo por el de su pueblo natal, la villa de Belalcázar en la provincia de Córdoba, adoptando sus armas.

Hijo de padres humildísimos, de su niñez nada se sabe. Y lo que se recuerda de su juventud fue un carácter un tanto inquieto, aventurero, ambicioso y decidido. Probablemente a estas cualidades añadiría la de la inteligencia y dándose perfecta cuenta, de que el porvenir que le aguardaba en su villa, por entonces poco más que una aldea, que no tenía nada de brillante se determinó a encauzar su vida por nuevos horizontes.

Quizás también influyó en su determinación el hecho de quedarse huérfano siendo muy niño. Parece ser que, al quedar al cuidado de unos parientes, apenas tuvo edad para ello, escapó de la casa de éstos, encaminándose a Sevilla.

Allí, probablemente, embarcó en uno de los últimos viajes que realizó Cristóbal Colón a las Indias, pero no podría asegurarse porque no ha quedado constancia de ello.

Pero lo cierto es que llegó a La Española, la actual Haití, y en adelante, durante más de treinta años, durarían sus andanzas por tierras de Colombia, Ecuador y Perú.

En el año 1.514 trabó amistad con Pedrarias Dávila, (parece ser que el nombre de este conquistador era Pedro Arias de Ávila, pero que sus compañeros lo abreviaron convirtiéndolo en Pedrarias), por el Darien, donde obtuvo el título de capitán.

Por cierto fue el anterior personaje, Pedrarias Dávila quien, envidioso de Vasco Núñez de Balboa, montó un vergonzoso proceso contra el descubridor del Océano Pacífico, acusándolo de traidor a la Corona y haciéndolo ejecutar.

Hubo un paréntesis en la vida de Belalcázar que duró diez años, de lo que no queda constancia sobre sus actividades.

Al cabo de este tiempo, decidió unirse a Hernández de Córdoba para la conquista de Nicaragua. Sin que ejerciera hechos destacados fue un conquistador más que sufrió y vivió las mismas o parecidas penalidades que los otros, participó en la fundación de varias ciudades y fue nombrado alcaide de León. En Darien tuvo ocasión de conocer a Francisco Pizarro y Diego de Almagro, y conociendo los propósitos de ambos de intentar la conquista del Perú, decidió unirse a ellos. Aceptados sus servicios, fue enviado a Piura de teniente gobernador y desde allí, sin consultar con los que eran sus jefes y obrando por su cuenta organizó la expedición a Quito.

Las noticias que le llegaron de que Pedro de Alvarado se proponía hacer lo mismo, más la insurrección del cacique indio Rumiñaui así como su ambición, que le empujaba a emanciparse de la tutela de Pizarro, le instigaron a emprender la marcha a fines de 1.533 con Francisco Pacheco y Juan Gutiérrez, como sus capitanes, y una numerosa hueste de soldado.

Se dirigieron a Riobamba y ocuparon la ciudad de Quito, que el caudillo indígena había ordenado destruir antes de retirarse.

La situación se le complicó cuando apareció Diego de Almagro, al tiempo que hacía otro tanto Pedro de Alvarado.

Unos y otros querían quedarse con el mayor número de tierras y expulsar a los que cada uno juzgaba como intrusos.

Predominó la cordura y los tres hombres llegaron a un acuerdo: Belalcázar permanecería con plenos poderes en Quito, a quien había trasladado de lugar llamándola San Francisco, en honor a Pizarro. Una vez investido de estos poderes, Belalcázar se dedicó a someter a los indios y lo hizo con tanta energía que pronto los doblegó, hizo prisionero a su caudillo Rumiñajui a quien ordenó ejecutar. Tranquilo a este respecto, Belalcázar dedicó todos sus esfuerzos a la total pacificación del territorio, así como a su exploración y colonización, fundando varias ciudades.

Belalcázar exploró la región de Pasto, los valles y zonas montañosas del Cauca y del Magdalena y se fundaron Santiago de Guayaquil, Santiago de Cali, Popayán y Neiva, entre otras.

A comienzos de 1.539 cerca de Bogotá se encontraron las tropas de Belalcázar, Jiménez de Quesada y Nicolás Federman. Unidos hicieron su entrada en la ciudad, pero aquello no gustaba a Belalcázar que se creía con más derechos que nadie para la gobernación de aquel territorio, dado que había llegado el primero. Pero se trataba de las habituales reyertas entre los propios españoles, en su disputa por los territorios que cada uno creía que le pertenecía.

Belalcázar se embarcó para España dispuesto a defender sus derechos ante la Corona. Habrá que decir que, en no pocas ocasiones, las disposiciones dictadas por los Reyes de España eran ignoradas por los conquistadores. Bien conocido es el dicho de que "La ley se acata, pero no se cumple".

Belalcázar tuvo éxito en su misión en la metrópoli. Fue nombrado Adelantado Mayor y gobernador de Popoyán y jurisdicción sobre un intenso territorio que comprendía gran parte de Colombia y Ecuador. Mientras esto ocurría, en Perú se desarrollaban otros acontecimientos. La lucha había estallado entre Francisco Pizarro y sus hermanos Hernando y Gonzalo contra Diego de Almagro. Unos y otros se juzgaban con derecho sobre Cuzco. Ninguno quería ceder y cuando se sometió el pleito al obispo de Tierra Baja éste determinó que era la Corona quien debía decidirlo. Más ni la paciencia de Pizarro ni la de Almagro eran capaces de aguantar los largos meses que tardaría en llegar la respuesta de España. Almagro era el dueño de Cuzco, pero aún cuando llegó a hacer prisionero a Hernando Pizarro, sus fuerzas eran menores a las de sus adversarios.

Como gesto de buena voluntad puso en libertad al cautivo, pero tal cosa no sirvió para nada. Enfrentados ambos bandos en batalla, vencieron las huestes de Pizarro y Hernando hizo prisionero a Diego de Almagro, enfermo y agotado y con gran prisa montó un proceso vergonzoso que acabó con la ejecución de Almagro.

Por su parte, Belalcázar supo mantenerse ajeno a tales rencillas, dedicando sus esfuerzos a la administración del territorio, que le había otorgado la Corona.

Para ello contó con la buena ayuda del visitador Vaca de Castro y el virrey Blasco Nuñez Vela. Por su parte el virrey La Gasca, después de acabar con la insurrección de los Pizarro, prestó asimismo su decidido apoyo a Belalcázar.

Pero parecía que el destino se complacía en enfrentar a unos españoles contra otros.

A Belalcázar le tocó también el amargo brevaje que, antes se vieron obligados a beber Vasco Núñez de Balboa y Diego Pizarro, esto es, fue acusado de graves delitos, para someterle a un juicio de los denominados "de residencia". El final de estos juicios, en su mayoría burdas comedias, fue como el de los otros dos personajes anteriormente citados, la condena de muerte.

Belalcázar, enfermo y agotado, trató de embarcar a España para apelar ante el Consejo de la Inquisición, pero la enfermedad no le dejó, falleciendo de muerte natural en Cartagena de Indias en el año 1.551.

El juicio que puede emitirse sobre este conquistador es que si bien fue hombre ambicioso, jamás fue cruel, ni tan duro como los Pizarro.

Más que un guerrero,fue un explorador, entusiasmado por el hallazgo de nuevas tierras y la fundación de ciudades. Si tuvo que combatir contra los indios, no fue por deseo suyo, simplemente, le era imprescindible mantener pacificados los territorios bajo su gobernación.

V. de Gama y A. Vespucio

Historia de la heráldica y de la Genealogía

Cristóbal Colón, después del descubrimiento del Nuevo Mundo, y a pesar de sus posteriores viajes, seguía aferrado a la idea de que a la tierra que había llegado era la costa de Asia en las Indias Orientales.

El historiador Carlos Pereyra, acaso uno de los mejores que han estudiado la vida de Colón, escribía: "Con iguales datos, otros navegantes tomaban una actitud bien distinta. En la misma España, sin salir de su gabinete, Pedro Mártir sonreía y el buen Andrés Bernáldez movía la cabeza cuando Colón le hablaba de su Cipango, de su Mago y de su Catay."

Los portugueses, muchísimo más pragmáticos que el Almirante soñador, no se dejaron influir por visiones proféticas sino que comenzaron a establecer cálculos científicos.

En 1.495, había terminado el reinado de Juan II, el hombre que tanto se preocupó por la navegación y las exploraciones en busca de nuevos descubrimientos. Su heredero, que era primo suyo, don Manuel, duque de Beja, continuó con el proyecto de explorar la costa oriental de África, a la cual abría las puertas el viaje de Bartolomé Díaz. Con este propósito salieron del puerto de Belem tres naves el 8 de julio de 1.497, mandadas por Vasco de Gama.

Después de cinco meses de navegación por mares ya conocidos, la expedición llegó a la bahía de Santa Elena en la costa africana para tomar provisiones y reparar las naves.

En la noche de Navidad de aquel mismo año las tres naves doblaban el Cabo de Buena Esperanza y a medida que avanzaban, los navegantes iban viendo tierras. Al ser muy mal recibidos por los indígenas en Mozambique y Mombaza llegaron a Melinde donde encontraron la eficaz ayuda de un piloto del país, conocedor de aquellos mares.

El monzón les fue propicio a los navegantes que en poco tiempo llegaron a Calicut, en la costa de Malabar. De este modo quedaba abierta la nueva ruta hacia las Indias. Era lo que, en realidad, había buscado Cristóbal Colón que equivocando el camino fue a dar con lo que, precisamente, no buscaba. El viaje de regreso duró tres meses y en este tiempo las tripulaciones fueron diezmadas por el escorbuto. Llegó un momento en que apenas quedaban hombres sanos para realizar las maniobras. Por fin, el día 29 de agosto de 1.499 entraba en el puerto de Lisboa Vasco de Gama.

Aquel viaje tuvo otras consecuencias. El reyezuelo de Calicut había recibido hostilmente a los navegantes y, para castigarlo, se organizó otra expedición, al mando de Pedro Álvarez Cabral. Y ocurrió que la flota, para salvarse de las tempestades, se desvió de su ruta y fue a dar a la costa del Brasil, tierra que Cabral tomó posesión en nombre del rey de Portugal.

He aquí otro caso semejante al de Cristóbal Colón; el navegante portugués que perseguía otro destino, las costas de Guinea, fue a dar a un nuevo país que, desde entonces, pertenecería a Portugal.

De no haber ocurrido tal suceso, es indudable que Brasil se hubiera visto explorado por los españoles y, por tanto, ahora sería un país más, americano, de habla hispánica. Pero la Fortuna interviene no pocas veces en los actos de los hombres...

Colón, ignorándolo, descubrió un Nuevo Mundo para España y Cabral, sin pretenderlo, entregaría a Portugal el dominio sobre un enorme país.

De no ser por las borrascas y tempestades, habría ido a dar a su verdadero destino: la Costa africana de Guinea. Pero el descubrimiento de Cabral tuvo también otras consecuencias: la necesidad urgente de aclarar, de una vez por todas, qué tierras eran las halladas por Colón.

La verdad es que ya poca gente creía lo que el Almirante se obstinaba tozudamente en sostener, que pertenecían al Asia.

Error mayúsculo que les costó a los naturales americanos ser conocidos como "indios". Colón seguía empeñado en que lo que él había descubierto eran las costas de las Indias.

Pero, a la Corte, habían llegado noticias del descubrimiento de Cabral y se hacía necesario definir a qué continente pertenecían las tierras halladas por Cristóbal Colón.

Éste, inundado por el misticismo, continuaba hablando de las inagotables riquezas de Catay e imaginaba que con ellas se podría organizar un formidable ejército que liberase Tierra Santa de manos infieles, es decir, que se veía a sí mismo como un nuevo cruzado.

En un lenguaje profético lo escribió así a los Reyes Católicos en una larga carta en las que citaba las Sagradas Escrituras, comunicándoles su esperanza de levantar una fuerza militar de cincuenta mil infantes y cinco mil jinetes que, pagados con las riquezas que él hallaría en las nuevas tierras, procedieran a rescatar Jerusalén de manos musulmanas.

Los reyes le proporcionaron los medios para un nuevo viaje, que fue el último. Cuando, fracasado en sus ansias de riquezas, regresó a España, la reina Isabel agonizaba y en lo que se refiere al rey Fernando no era hombre capaz de acceder a las desorobitantes exigencias que le hacía aquel soñador empedernido y falto de las más mínimas dotes de gobernante.

Y por cierto, todo eso de la leyenda de que el Descubridor murió pobre y en la miseria no deja de ser una falsedad.

La tenacidad de Colón en mantenerse en el error de que lo descubierto era la costa de Asia, no influyó en otros navegantes de la época más libres de prejuicios que, desde el primer momento, sospecharon la existencia de un Nuevo Mundo.

España precisaba conocer la verdad: y de ello se encargó un florentino que se aprovechó de los descubrimientos de Vasco de Gama. Su nombre era el de Américo Vespucio; Era dependiente de los Médicis y, enviado por sus patronos, llegó a España en el año 1.490, concretamente a Sevilla.

En sus primeros tiempos trabajó en una factoría de su paisano Juanoto Bernardi, que fue quien preparó el segundo viaje a Colón.

Después de la salida del Almirante, en todos los marinos sevillanos, estaba presente el deseo de los descubrimientos. Y así fue como Américo Vespucio se hizo navegante y descubridor.

Se desconocen los detalles de su primer viaje a las Indias porque, al igual que Colón, parece que gustaba de rodearse del misterio.

Sea como sea, Vespucio obró al servicio de los Reyes españoles y la flota que mandaba emprendió el viaje hacia las nuevas tierras descubiertas por Cristóbal Colón. En el mes de enero de 1.502, alcanzó las mismas costas que Vasco de Gama, las del Brasil. De no haberse adelantado el marino portugués por las circunstancias ya explicadas, Brasil hubiera sido también dominio de la Corona de España.

Vieron el estuario de un río, o al menos lo creyeron así al encontrarse en una maravillosa bahía, y de ahí el nombre que le pusieron: "Rio de Enero", es decir, el actual Río de Janeiro.

Los expedicionarios siguieron avanzando hasta dar con una costa desconocida.

Pudo ser las Malvinas o la Patagonia. De allí, Vespucio con sus compañeros atravesaron el Atlántico meridional, tocaron en Sierra Leona y alcanzaron el estuario del Tajo el 7 de septiembre de 1.502. Todavía efectuó Vespucio un tercer viaje al servicio de España. En la leyenda de Colón, se califica a Américo Vespucio poco menos que como un bellaco que se aprovechó del descubrimiento para dar a las nuevas tierras su nombre.

Nadie le va a discutir a Colón la gloria de su arribada a las costas americanas el primero; pero quede bien claro que en el orden científico nada descubrió pues siempre creyó haber llegado al Extremo Oriente.

Américo Vespucio, por el contrario, se dio perfecta cuenta de haber hallado un Nuevo Mundo. "Al Sur de la línea equinoccial, en donde los antiguos declararon que no había continente, sólo un mar llamado Atlántico,... yo he encontrado paises más templados y amenos, de mayor población de cuanto conocemos. Es la Cuarta Parte de la Tierra".

Y no fue Vespucio quien propuso que a las nuevas tierras se les diera su nombre. Fue el alemán Martín Waldeseemuller, un famoso cartógrafo de la época. España, que podía haber tenido la última palabra en este asunto, se declaró neutral.

Por otra parte, el nombre de América no se extendió hasta bien entrado el siglo XVIII. Con anterioridad, el continente americano siempre fue conocido como "las Indias" por los españoles.

Los Cantares de Gesta

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

La Heráldica ha tenido a lo largo de su historia influencias decisivas en cuanto a su gestación y vigorización. Es por ello que estudiamos aquí una de las más imperativas en su época de máximo esplendor: Los Cantares de Gesta.

Los Cantares de Gesta se basan siempre en la exaltación de famosos personajes y hechos de armas, por ejemplo las guerras desarrolladas por cristianos y musulmanes durante la Reconquista de España o entre los Reyes y sus señores feudales. Habrá que decir que los Cantares de Gesta sirvieron como medio de comunicación, al transmitir los acontecimientos históricos e interesarse por los hechos y personajes famosos, hasta el punto que en Castilla se llamaron "cantos noticieros", determinados relatos breves acaecidos bajo la impresión directa del hecho histórico. Fue así como el pueblo fue conociendo las gestas de los grandes caudillos militares, sus armas y banderas, esto es, la heráldica del caballero en cuestión. Muchas veces estos datos nos han llegado a través de los "Cantares de Gesta", de lo contrario, posiblemente no los hubiéramos conocido.

Cierto que la fidelidad al hecho histórico no pocas veces resulta un tanto incierta, al exagerarse el suceso en sí o la hazaña del caballero que lo ha llevado a efecto. Y es que si el suceso era conocido por alguno de los oyentes de aquél que canta la gesta, éste se expone a ser desmentido públicamente lo que no sucede en el caso de que se esté refiriéndo al hecho acontecido años o siglos atrás. En este último caso, el Cantar puede permitirse mezclar el hecho histórico con la fantasía, sin temor a que nadie pueda acusar al narrador de embustero. Este es el caso de no pocos Cantares de la epopeya de la Reconquista española. Sus Cantares pudieron integrarse en gran parte en las Crónicas de la época. Pero cuando entre los sucesos reales y su Crónica existe un plazo de siglos, el poeta queda en libertad para fantasear cuanto le apetezca. Y es entonces cuando se percibe el elemento legendario como ocurre en no pocas "chansons de geste" francesas. Los "cantares de gesta" no sólo narran las vicisitudes de determinada batalla o la valentía del héroe; son también buenos exponentes de fiestas, justas, torneos e incluso de costumbres populares.

El juglar, que es el encargado de narrar el episodio, sabrá siempre en qué momento está más interesado su auditorio y entonces elevará la voz y adquirirá el tono dramático que el suceso que cuenta requiera.

Casi siempre comienza por lo mismo: la descripción del héroe, su nombre, la armadura que lleva, su pendón y sus armas pintadas en el escudo. Explica qué significan esas armas y en qué circunstancia las ha conseguido el caballero objeto de su "Cantar".

En un principio, las gestas no fueran recogidas por escrito porque se destinaron exclusivamente a la declamación. Se conservan muy pocos manuscritos, todos muy deteriorados y faltos de hojas, y, lamentablemente, tampoco se tienen copias de los originales.

En Francia, a partir del siglo XI, se comenzaron a copiar los "cantares de gesta" en manuscritos muy elegantes y de gran riqueza y es por eso que se han conservado casi todos los "Cantares" franceses, en tanto que como en España no se procedió a efectuar copias, de ahí su escasez. Los temas siempre vienen a ser los mismos: la glosa de los grandes caudillos y sus hazañas: Carlomagno, El Cid Campeador, Roldán, Bernardo del Carpio, etc. etc.

En España los dos Cantares más importantes permanecieron mucho tiempo ignorados hasta el descubrimiento del "Poema del Mío Cid" y su publicación en el año 1.779, y "La Chanson de Roland" en 1.834, publicada tres años después. La verdad es que estos dos poemas son posteriores a otros muchos épicos, esta es la opinión de Menéndez Pidal, según el cual los orígenes de la épica románica hay que buscarlos mucho más atrás, y que, lamentablemente, otros muchos manuscritos se han perdido.

En un principio se creyó que el cantar de gesta se debía a determinado episodio de una narración más extensa. Esta teoría fue defendida por los románticos alemanes, entre ellos Wolf y Grimm, algunos españoles como Mila y Fontanals y sobre todo el francés Gastón París, con una teoría que él denominó de las "cantinelas", breves cantos épicos-líricos, que nacían de un suceso histórico. Fue hacia el siglo X cuando los juglares comenzaron a ordenar los episodios, formando narraciones más extensas y dotándolas de un sentido argumental. Fue lo que, a partir de aquellas fechas, en España se denominaría como el "Romance".

El propio Menéndez Pidal supuso que en su origen, en efecto, los "cantos de gesta" tendrían aproximadamente unos quinientos o seiscientos versos y que mediante las sucesivas refundiciones fueron creciendo en extensión. Gastón París atribuyó la paternidad de los "cantares de gesta" a Francia, indicando que los españoles no eran nada más que traducciones de dicho idioma, a lo que Menéndez Pidal, opuso que, en efecto, los primeros Cantares españoles estaban influenciadas por la tradición francesa, pero que hacia el siglo XII estos Cantares, los castellanos, así como los franceses, se derivan directamente de los germánicos.

Todavía queda una tercera opinión sobre este asunto, la expresada por J. Ribera quien sostiene que tanto la épica francesa como la castellana tienen sus fuentes en leyendas hispanoárabes que se conservan en los crónicas musulmanas.

La técnica francesa se basa en los ciclos: Por lo general da comienzo con Carlomagno y siguen una línea argumental. De los datos que se conservan parece ser que el primero, referido a Carlomagno, se basa en una desorbitada biografía de este personaje donde ya se mezcla la fantasía puesto que en algunas de las "Chansons de geste" se hace que este famoso Emperador emprenda expediciones a Constantinopla y a los Santos Lugares, así como describen unas tremendas batallas contra los sarracenos establecidos en Italia. Otras gestas trataran sobre los acontecimientos acaecídos en España, como la derrota de Roncesvalles que, naturalmente, los autores franceses se esfuerzan en desfigurar, quitándole importancia o achacándola como en el caso de la "Chanson de Roland" a la traición.

En contraste con la abundancia de Cantares franceses, la épica española es muy parca a este respecto. Apenas si llega a la media docena. El "Poema del Mío Cid" un fragmento de "Roncesvalles", el "Poema de Fernán González", "Las Mocedades de Rodrigo", "Los Infantes de Lara" y "El Cerco de Zamora".

Menéndez Pidal fija la fecha de "formación" hacia al año 1.140, hasta 1.246 que ya utiliza las gestas como material histórico. De acuerdo a esta genealogía, las primeras gestas corresponden al Rey Rodrigo y la pérdida de España que originarían un buen número de Cantares. Más tarde, la figura del Conde Fernán González se rodearía en seguida de leyendas. El "Poema de Fernán González" que conocemos es obra de un monje del Monasterio de Arlanza.

El "Cantar de los Siete Infantes de Lara", reconstruido por Menéndez Pidal, parece haber sido escrito a raíz de los sangrientos sucesos que narra a fines del siglo X: la venganza de una familia que acarrea la muerte a traición de los siete jóvenes y de su ayo. A esta etapa de la épica, pertenece el "Cantar de Mío Cid" así como los fragmentos del "Roncesvalles", (siglo XIII) que narra la derrota de Carlomagno y la aparición del muy dudoso personaje histórico Bernardo del Carpio, tanto, que la creencia general es que se trata de una figura absolutamente novelesca. Fue la contrapartida española de la "Chanson de Roland" que enfrenta al héroe español al francés. Bernardo es convertido en el héroe nacional que incluso matará a Roldán en Roncesvalles.

A principios del siglo XV se inicia la decadencia del género y se inventan situaciones y hechos en torno a las figuras del Cid, su esposa doña Jimena, aventuras del Rey, etc. etc. Los "cantares de gesta" dejaron ya de interesar a una sociedad en plena transformación.

Los "cantares de gesta", los viejos Romances y las novelas de caballería llegan hasta un punto en el que Cervantes les da el golpe de gracia con la burla que, para este género, significa la publicación de su Don Quijote de la Mancha. Lo malo es que, burla burlando, el insigne escritor introduce también la reja en la heráldica. Terminamos recordando con respecto a lo último, la explicación que don Quijote da a su escudero Sancho Panza ante el rebaño de ovejas que el esforzado hidalgo imagina que es un Ejército de enemigos:

"Aquel caballero que ves allí con las armas jaldes que trae en el escudo un león coronado, rendido a los pies de una doncella, es el valeroso Lauralco, Señor del Puente de Plata; El otro de las armas de las flores de oro, que trae en el escudo tres coronas de plata en campo azul, es el temido Micocolembo, gran duque de Quircia; el otro de los miembros gigantes que está a su derecha mano, es el nunca medroso Brandabarbarán de Boliche, Señor de las Tres Arabias, que viene armado de aquel cuero de serpiente y tiene por escudo una puerta que, según es fama, es una de las del templo que derribó Sansón cuando con su muerte se vengó de sus enemigos. Pero vuelve los ojos a esta otra parte y verás en la frente de ese otro poderoso ejército al siempre vencedor y jamás vencido Timonel de Carcajona, príncipe de la Nueva Vizcaya, que viene armado con las armas partidas a cuarteles, azules verdes, blancos y amarillos y trae en el escudo un gato de oro en campo leonado, con una letra que dice Miu, que es el principio del nombre de su dama que, según se dice, es la sin par Miulina, hija del duque Alfeñiquen del Algarbe..."

Lástima grande que Cervantes uniera, a los nombres de tan ridículos personajes, un elemento tan digno de respeto y serio estudio como es la Heráldica.

Agustiniana

Orden Agustiniana

Fue fundada por el gran pensador Agustín de Hipona, San Agustín, hijo de una mujer virtuosa que preparó su ánimo para buscar la verdad, logrando que su hijo abandonara la secta maniquea y pidiera recibir el bautismo.

# Escudo eclesiástico, en campo de azur un corazón de gules traspasado por una pluma de ave de plata.

Asuncionistas

Padres Asuncionistas

Como su nombre indica, esta Congregación corresponde a la Congregación Agustiniana de la Asunción de María, y sus reglas están basadas en el dogma de fe que para los católicos constituye la Asunción de la Virgen María a los Cielos.

# Escudo con la figura de la Virgen María entre dos ángeles; en punta, un corazón anagramado y sumado de una banda con siete estrellas de cinco puntas.

Benedictina

Orden Benedictina

El fundador se llamó Benito de Nurcia y se hizo ermitaño; muy pronto, al rumor de su santidad, acudieron a él gentes que luego serían sus discípulos naciendo, así, la Orden Benedictina. # En campo de plata una cruz de gules puesta en un monte de sinople y al pie la palabra latina "Pax".

Camaldulenses

Orden de los Camaldulenses

Se trata de una orden monacal que fue fundada por San Romualdo, en los albores del siglo once, en Camaldoni, Italia y, cinco siglos después, la reformó el Beato Paolo Giustiniani.

# Escudo eclesiástico con timbre patriarcal de púrpura; cargado de un brochante en azur con un cáliz de oro y dos palomas blancas; en punta dos ramas de sinople.

Camilos

Orden de los Camilos

Fundada por San Camilo de Lelis en la segunda mitad del siglo dieciséis tenía como objetivo la asistencia espiritual y corporal a los enfermos.

# Escudo eclesiástico con una cruz latina de gules; bordura de veros, anagramado con una inscripción latina.

Carmelita

Orden Carmelitana

Esta Orden tomó su nombre del Monte Carmelo, lugar que ya los antiguos sirios consideraron sagrado y que hoy se conoce como Monte de San Elías; pero será Teresa de Cepeda y Ahumada, Santa Teresa de Jesús, la figura señera de la Orden Carmelitana.

# Franja con inscripción latina cargada de un escudo sumado de una corona cimada de brazo armado; mantelado en curva, en los cantones del jefe 2 estrellas de 6 puntas de sable; 2ª partición en campo de sable una estrella de 6 puntas de plata.

Cartujos

Orden de los Cartujos

Fue fundada por San Bruno en los inicios del siglo once en una población francesa y muy pronto se extendió por España, donde tiene varias y muy conocidas Cartujas: Miraflores, en Burgos; Aula Dei, en Zaragoza; Porta Coeli, en Valencia; Santa Mª de Montalegre, en Tiana, Barcelona...

# En campo de plata un triunfante surmontado de siete estrellas de cinco puntas de oro.

Cister

Orden del Císter

Fue San Benito, nacido de padres ricos, el reformador de la vida solitaria, ascética y contemplativa quien instauró las bases para que la Orden del Císter naciera y alcanzara su máximo esplendor gracias a un simple monje llamado Bernardo de Claraval.

# Escudo cuartelado: primero y cuarto, en azur, tres flores de lis de oro; segundo y tercero, en plata, una cruz latina de gules. Bordura de gules con ocho estrellas de ocho puntas, de plata.

Jesuítas

Compañía de Jesús

Los miembros de esta Orden Religiosa, fundada por San Ignacio de Loyola, son conocidos como los "Jesuitas", y su labor se desarrolla por todo el mundo.

# Escudo eclesiástico anagramado y en punta un corazón de gules; bordura de veros.

Basilia

La Congregación Basilia

Se trata de una congregación cuya fundación hay que buscarla en el monaquismo oriental, ya que se basa en las Reglas que dio San Basilio, santo de la Iglesia llamado de sobrenombre "El Grande".

# En campo de gules círculo anagramado con dos inscripciones en latín, cargado de un escudete cuartelado.