Historia de la heráldica y de la Genealogía
El linaje de los Aguirre es de origen guipuzcoano.
En esta región existieron casas antiguas y muy principales que se denominaron «Parientes Mayores», entre las cuales se distingue la de Aguirre, sita en la villa de Gaviria.
De esta casa partieron diversas ramas que fueron estableciéndose en otros lugares de la provincia, entre ellos la villa de Oñate. Y en Oñate, precisamente, hacia el año 1.515 nació el conquistador Lope de Aguirre.
Al no constar las armas que pudo utilizar el personaje de referencia hacemos figurar las del linaje de los Aguirre, deseando asimismo destacar, que si bien en la historia de este hombre hubo numerosos puntos oscuros que para nada le honran, también existieron otros demostrativos de su audacia y valentía al internarse por tierras salvajes y desconocidas y llevar a cabo expediciones tan arriesgadas que no hubieran sido muchos aquellos que se atrevieran a emprenderlas, como lo hizo don Lope de Aguirre. Por otra parte, la historia es así y no está en manos de nadie intentar una alteración de la verdad sucedida. Que por su apellido tuviera algo que ver este conquistador con la familia del linaje Aguirre establecida en Oñate, es cosa que ignoramos. Pero si fuera así no hay desdoro en ello, porque, lo repetimos, sus hazañas paliaron lo que se ha citado siempre como demencia suya, o malas acciones debidas a su carácter perverso.
Ocurre que sobre la vida de este conquistador se ha fantaseado mucho, quizá demasiado. Y es por eso, por lo que intentamos poner en conocimiento del lector una biografía más ajustada a la realidad que aquella que haya podido ver en películas o leer en relatos novelados.
Lope de Aguirre no fue un monstruo de maldad, fue, sencillamente, un hombre de su época, acaso con escasos escrúpulos, eso es cierto y lo que sí parece cierto es que tenía sus facultades mentales algo alteradas. Si persiguió «El Dorado», tal cosa no demuestra que estuviera totalmente loco.
Otros conquistadores españoles corrieron en pos de fantasías como esa: Ponce de León buscó la Fuente de la Eterna Juventud y Belalcazar, las siete ciudades perdidas de Cibola, cuyas casas, se decía, tenían los techados formados por planchas de oro.
Si mató, otros también lo hicieron y basta recordar como Pedrarias Dávila hizo ejecutar a Vasco Núñez de Balboa y Francisco Pizarro a Diego de Almagro, por citar tan sólo dos ejemplos, que existieron más, muchísimos más.
Lo que pasa es que Lope de Aguirre fue un hombre rudo, que jamás se amparó en falsos juicios legales para eliminar a aquellos que entendía le estorbaban. Mató claramente, sin disimulos.
En el año 1.536 llegó a América, permaneciendo en las Antillas hasta que en 1.544, pasó al Perú en donde tomó parte activa en las luchas entre Almagro y Pizarro, al lado de éste último. En 1.553 participó en la sublevación de Sebastián de Castilla en La Plata y en el asesinato del corregidor Pedro de Hinestrosa.
Condenado a muerte,fue indultado, pero de nada sirvió, porque no era hombre que temiera a la muerte lo que le llevó a una vida de continuas luchas y rebeldías.
Compañero de Pedro de Ursúa en varias expediciones, se unió también a éste en la que iba a emprender a la busca del legendario «El Dorado».
La expedición estaba formada por hombres de escasos escrúpulos morales, atraídos tan sólo por la idea de conseguir un fabuloso botín. Por el río Buallaga llegaron al Amazonas, emprendiendo la navegación por éste hacia el territorio de Machifaro y de allí al poblado de Nocomoco.
El desaliento de los soldados motivado por no encontrar el botín que tan ansiosamente perseguían, los movió a descontento acabando por asesinar a Pedro de Ursúa, acción en la que se dice no estuvo ajeno Lope de Aguirre.
Muerto el jefe de la expedición de esta forma, se desencadenaron entre los expedicionarios las reyertas y rivalidades por el mando, lo que fue hábilmente aprovechado por Aguirre para irse deshaciendo de sus más destacados rivales.
Todos los hombres ya estaban convencidos de que jamás encontrarían «El Dorado», de modo que decidieron cambiar el rumbo de la expedición, dándole el mando a don Fernando de Guzmán, que no era otra cosa que el instrumento de que se servía Lope de Aguirre para hacer cuanto le parecía.
Construyeron más naves y se dispusieron a emprender la conquista del Perú, ya que no reconocían a las autoridades coloniales allí instaladas. Fernando de Guzmán fue proclamado Príncipe del Perú, Tierra Firme y Chile, en un acta inspirada por Aguirre y suscrita por todos los expedicionarios.
De esa fecha es la carta que Lope de Aguirre envió a Felipe II, desnaturalizándose de la obediencia debida a la Corona. «Avísote, rey español -escribe Lope de Aguirre- que estos tus reynos de Indias tienen nexesidad que aya e rectitud para tan buenos basallos como en esta tierra tienes, aunque yo, por no poder sufrir más las crueldades que usan tus oydores e visores e gobernadores, e salido de hecho con mys compañeros, cuyos nombres después te diré, de tu obedyencia, y desnaturarnos de nuestra tierra, que es España, para hazerte en estas partes la más cruel guerra que nuestras fuerzas pudieran sustentar e sufrir».
Este es el desafío que Lope de Aguirre dirige a su rey. Para añadir después: «hacer la guerra a don Felipe, rey de Castilla, no es sino de generosos de grande ánimo».
Pero no se crea que Aguirre, que trató bastante mal a los clérigos, fue por eso un incrédulo. Al contrario, en la célebre carta al rey Felipe II choca contra el monarca, pero no ataca a la Iglesia. Al contrario, asegura que está dispuesto a morir en defensa de la fe: «pretendemos -escribe- aunque pecadores en la vida, recibir martirio por los mandamientos de Dios».
Pero es que este conquistador es un caso único entre aquellos hombres de hierro: su sinceridad resulta, a veces, brutal, y quizá suene a cinismo.
Después de la muerte de Pedro de Ursúa, su jefe, instigado por él jamás firmó una carta que no fuera de este modo, «Lope de Aguirre, el traidor». «Lo que otros dirán de mí, lo diré yo primero», debió pensar en una lógica aplastante.
Iniciado el viaje, Lope de Aguirre hizo matar a Guzmán, con lo que se convirtió en el jefe de la expedición, tal y como había perseguido todo el tiempo. Consciente de la gente a la que mandaba, impuso una rígida disciplina, castigando duramente a sus soldados por la falta más mínima.
Navegando por el Amazonas fueron a salir al océano Atlántico, apoderándose de la isla Margarita. Con base en ésta, Lope de Aguirre proyectó dirigirse a Panamá, reclutar allí más hombres y cuando se sintiera lo suficientemente fuerte iniciar el ataque a Perú.
La deserción de uno de sus soldados que viajó a España y dió cuenta a la Corona de los planes del conquistador, dió al traste con éstos porque, de inmediato, todas las guarniciones fueron alertadas, de modo que allí por donde pasaba era enérgicamente rechazado.
Se pregonó su cabeza y las órdenes fueron que allí donde se le hiciera prisionero, fuera ejecutado de inmediato, sin juicio porque su traición ya era bastante culpa para perder el tiempo en inútiles papeleos.
Lope de Aguirre cada vez se veía más solo, porque sus hombres, a causa del perdón que les otorgaba la Corona, liberándolos de pasadas culpas si procedían a abandonarle, hacía su efecto y las deserciones cada vez eran más numerosas.
Su final fue bien miserable: sus propios hombres, los pocos que le quedaban, lo asesinaron.
Muerto, se le siguió un proceso póstumo, condenándole por rebelde. Pero ¿de qué servía tal condena si el hombre al que ordenaba ejecutar ya hacía tiempo que yacía bajo tierra.
El juicio que merece este conquistador creemos que ha quedado expresado al comienzo: Cruel y duro, no tuvo inconveniente en sugerir el asesinato de aquellos a quienes juzgaba rivales suyos, llegando incluso a matar con sus propias manos a los que entendió eran un obstáculo para sus planes. Lo que no se le puede negar es su valor a toda prueba, su indomable energía y el respeto, rayano en el terror, que supo infundir a sus soldados, a los que siempre trató con una disciplina de hierro.
Armas de los Aguirre de Oñate.
La inmensidad de la selva amazónica queda patente en esta fotografía aérea. Ello pone de relieve la audacia y valentía de los conquistadores españoles que, ya en aquellos tiempos, se adentraron en ella.