Diego de Nicuesa

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

Del conquistador Diego de Nicuesa se sabe el lugar de su nacimiento y la fecha de su muerte (Baeza y el año 1.511), pero se ignora la de su nacimiento, así como los sucesos inherentes a su niñez y juventud. Pasó a La Española con Ovando y en el año 1.508, por medio de capitulaciones, el rey otorgó la costa de Nueva Andalucía (gran parte de Venezuela y algo de la actual Colombia), a Alonso de Ojeda y la de Veragua y Darien, la llamada Castilla del Oro, a Nicuesa.

El que primero partió fue Alonso de Ojeda que tuvo que sufrir el ataque de los indios. Poco días después lo hizo Nicuesa que socorrió a Ojeda, regresando éste a La Española. Al separarse de Alonso de Ojeda, navegó hacia el este en busca de Veragua, la tierra en donde se decía abundaba el oro.

Para una mejor exploración, él iba en un navío, con setenta hombres, mientras su lugarteniente Lope de Olano le seguía con dos bergantines, en tanto que las naves de mayor calado navegaban mar adentro, a fin de evitar los escollos de la costa que desconocían. Una tempestad obligó a Nicuesa a separarse de la tierra temiendo que su barco encallara y en la creencia de que Olano le seguiría.

Pero Olano se había mantenido toda la noche pegado a tierra al abrigo de una pequeña isla y al amanecer, en lugar de seguir el rumbo de su jefe, retrocedió para fondear en la boca del río Lagarto, al que después se llamó Changress, donde se le incorporaron todos los buques de mayor tonelaje.

Y lo que hizo Olano es decir a las tripulaciones que el barco de Nicuesa había naufragado, muriendo el jefe de la expedición, por lo que él, como lugarteniente se proclamaba gobernador del territorio.

Mientras tanto, Diego de Nicuesa que había luchado durante dos días con la tempestad, pudo volver a la costa en la busca de Olano y para aguardar la llegada de éste, ancló en la desembocadura de un río, crecido enormemente por las últimas lluvias tropicales, de modo que cuando aquellas volvieron a su nivel normal el navío encalló con tal violencia que el casco se rompió en mil pedazos teniendo la tripulación que ponerse a salvo a nado. Esto les obligó a seguir la marcha por tierra, en dirección occidente, buscando aquella Veragua de la que tanto había hablado Colón como tierra rica en oro. Y lo que encontraron fueron pantanos de aguas cenagosas y trabaron conocimiento con los caimanes, a los que ellos enjuiciaron como "lagartos muy grandes". La comida escaseó y tuvieron que alimentarse de raíces. Como habían salvado un bote de la carabela naufragada, gracias a él pudieron ir atravesando los cauces de los grandes ríos que fueron encontrando y que les cortaban el camino.

A todo esto habría que añadir la hostilidad de los indígenas que continuamente los hostigaban con sus flechas. Esta expedición de Nicuesa, había sido la mejor armada de cuantas se habían organizado hasta entonces y en las que se gastó una buena suma de dinero. Todo iba a quedar reducido a un rotundo fracaso.

Una noche, dos terribles sorpresas aguardaban a Nicuesa. El bote había desaparecido, porque cuatro de sus hombres habían desertado. Y lo que era peor, lo que habían creído la punta de una bahía era una isla. Sin saberlo se habían ido a encerrar en una isla desierta, sin medios para poder abandonarla.

Lo más grave es que allí no había alimentos, por lo que tuvieron que comer moluscos y tampoco hallaron manantiales de agua dulce, sino algunas charcas de agua maloliente y sucia. Nicuesa, hombre enérgico, hizo que sus hombres utilizando cuchillos, y hasta la espadas, construyeran una balsa para cruzar el estrecho que les separaba de la costa.

Como no tenían remos, iban turnándose para empujarla nadando, pero tal era su debilidad que al final estaban todos agotados y la balsa acabó perdiéndose mar adentro; viéndose forzados a regresar a la isla. Entretanto, los cuatro marineros desertores, después de muchas penalidades, consiguieron reunirse con Olano, narrándole lo que había pasado. Olano, conmovido, envió un bergantín para recoger a los náufragos. Cuando ambos se reunieron, lo hicieron llorando, pero apenas llegaron a Belén, Nicuesa, indignado por el proceder de su lugarteniente quiso hacerlo juzgar por traición; pero al fin predominó en él la clemencia y acabó perdonando la acción de Olano. De los ochocientos hombres que se habían embarcado en la Española, apenas si quedaba la mitad y la mayor parte tan quebrantados por las privaciones que más parecían cadáveres que caminaban de un lado a otro. El hambre llevó a aquellos hombres hasta el canibalismo. Nicuesa se vio obligado a hacer ahorcar a uno de sus soldados que había rematado a un agonizante para comérselo. Como pudieron, reanudaron la marcha en busca de algún establecimiento donde encontraran españoles en buen estado, siendo hostigados continuamente por los indios hasta que llegaron a un lugar mejor que los anteriores y en donde ya no sufrieron las embestidas de los nativos. Uno de los hombres de Nicuesa se encargó de bautizar el sitio, al rogarle a Nicuesa que se detuvieran allí "en el nombre de Dios". Y así quedó denominado el lugar: Nombre de Dios. Tomó posesión Nicuesa de aquel territorio de acuerdo a la costumbre de entonces, tajando el tronco de un árbol. Después, hizo levantar un fuerte para rechazar los ataques indígenas, porque no pasó mucho tiempo sin que los nativos de los alrededores comenzaran a hostigarlos. Al poco tiempo la situación en Nombre de Dios se había convertido en tan insostenible como la de Belén. El hambre era semejante. Envió Nicuesa una carabela a La Española para que diera cuenta de su situación y regresara con alimentos, pero el navío jamás volvió. Un día, al pasar Nicuesa revista a su hombres comprobó que de los ochocientos que habían emprendido la expedición, tan sólo quedaban cien y en tan lamentables condiciones que, de pasar mucho tiempo sin recibir ayuda todos ellos no tardarían en morir. Se hallaban ya al borde de la extinción, cuando llegó una flotilla al mando de Rodrigo de Colmenares, gran amigo de Nicuesa. Este llevó la noticia de que Ojeda había fundado una ciudad, Santa María de la Antigua y que se encontraba en buen estado de salud. Diego de Nicuesa se enteró asimismo de que Vasco Núñez de Balboa había sido elegido por su gente gobernador del territorio, lo que despertó su indignación, ya que era él, por las capitulaciones reales hechas a su favor, el único con autoridad legal en aquellas tierras. Su irritación aumentó cuando Colmenares le comunicó que Balboa y los suyos se habían repartido el oro del cacique Cemaco. Entonces afirmó que, a su regreso a Darien, no sólo impondría su autoridad sino que procedería al castigo de los traidores.

Pero Lope de Olano y otros, a los que Nicuesa mantenía presos por no fiarse de ellos, consiguieron escapar y llegando a Darien antes que Nicuesa, pusieron en conocimiento de Vasco Núñez de Balboa lo que sucedía, es decir, que el verdadero gobernador del territorio estaba vivo y de regreso para reclamar lo que era suyo por mandato real. Lo que hizo Balboa fue, al ver el barco que llegaba con Nicuesa a bordo, ordenarle que no se atreviera a desembarcar y que se volviera a Nombre de Dios. Y tal era el terror que sentía Nicuesa a volver a su colonia, tal el recuerdo de las privaciones pasadas, que rogó ser recibido como un simple soldado y que estaba dispuesto a renunciar a sus derechos a favor de Balboa. Pero éste no se fiaba de él y así, apenas puso Nicuesa los pies en tierra, lo hizo prender, encerrándole en una mazmorra, al tiempo que le anunciaba que sería juzgado por un tribunal popular. Vasco Núñez de Balboa jamás fue hombre cruel: compadecido de Nicuesa, quiso salvarlo. Pero todo fue inútil porque sus principales compañeros se mostraron irreductibles: Nicuesa debía volverse a La Española pero en el peor de los buques de la colonia, es decir en un bergantón comido por la carcoma y escaso de víveres. Diecisiete fieles partidarios del desgraciado Diego de Nicuesa se mostraron dispuestos a unir su suerte a la de su desdichado jefe. Y así el día l de marzo del año 1.511, el gobernador de Castillo del Oro se lanzaba al océano en un barco totalmente inaceptable para la navegación. Y nadie volvió a saber de él. El océano se tragó la carcomida nave, guardando para él el misterio de cómo cuándo y en qué circunstancias ocurrió la catástrofe.

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

Del conquistador Diego de Nicuesa se sabe el lugar de su nacimiento y la fecha de su muerte (Baeza y el año 1.511), pero se ignora la de su nacimiento, así como los sucesos inherentes a su niñez y juventud. Pasó a La Española con Ovando y en el año 1.508, por medio de capitulaciones, el rey otorgó la costa de Nueva Andalucía (gran parte de Venezuela y algo de la actual Colombia), a Alonso de Ojeda y la de Veragua y Darien, la llamada Castilla del Oro, a Nicuesa.

El que primero partió fue Alonso de Ojeda que tuvo que sufrir el ataque de los indios. Poco días después lo hizo Nicuesa que socorrió a Ojeda, regresando éste a La Española. Al separarse de Alonso de Ojeda, navegó hacia el este en busca de Veragua, la tierra en donde se decía abundaba el oro.

Para una mejor exploración, él iba en un navío, con setenta hombres, mientras su lugarteniente Lope de Olano le seguía con dos bergantines, en tanto que las naves de mayor calado navegaban mar adentro, a fin de evitar los escollos de la costa que desconocían. Una tempestad obligó a Nicuesa a separarse de la tierra temiendo que su barco encallara y en la creencia de que Olano le seguiría.

Pero Olano se había mantenido toda la noche pegado a tierra al abrigo de una pequeña isla y al amanecer, en lugar de seguir el rumbo de su jefe, retrocedió para fondear en la boca del río Lagarto, al que después se llamó Changress, donde se le incorporaron todos los buques de mayor tonelaje.

Y lo que hizo Olano es decir a las tripulaciones que el barco de Nicuesa había naufragado, muriendo el jefe de la expedición, por lo que él, como lugarteniente se proclamaba gobernador del territorio.

Mientras tanto, Diego de Nicuesa que había luchado durante dos días con la tempestad, pudo volver a la costa en la busca de Olano y para aguardar la llegada de éste, ancló en la desembocadura de un río, crecido enormemente por las últimas lluvias tropicales, de modo que cuando aquellas volvieron a su nivel normal el navío encalló con tal violencia que el casco se rompió en mil pedazos teniendo la tripulación que ponerse a salvo a nado. Esto les obligó a seguir la marcha por tierra, en dirección occidente, buscando aquella Veragua de la que tanto había hablado Colón como tierra rica en oro. Y lo que encontraron fueron pantanos de aguas cenagosas y trabaron conocimiento con los caimanes, a los que ellos enjuiciaron como "lagartos muy grandes". La comida escaseó y tuvieron que alimentarse de raíces. Como habían salvado un bote de la carabela naufragada, gracias a él pudieron ir atravesando los cauces de los grandes ríos que fueron encontrando y que les cortaban el camino.

A todo esto habría que añadir la hostilidad de los indígenas que continuamente los hostigaban con sus flechas. Esta expedición de Nicuesa, había sido la mejor armada de cuantas se habían organizado hasta entonces y en las que se gastó una buena suma de dinero. Todo iba a quedar reducido a un rotundo fracaso.

Una noche, dos terribles sorpresas aguardaban a Nicuesa. El bote había desaparecido, porque cuatro de sus hombres habían desertado. Y lo que era peor, lo que habían creído la punta de una bahía era una isla. Sin saberlo se habían ido a encerrar en una isla desierta, sin medios para poder abandonarla.

Lo más grave es que allí no había alimentos, por lo que tuvieron que comer moluscos y tampoco hallaron manantiales de agua dulce, sino algunas charcas de agua maloliente y sucia. Nicuesa, hombre enérgico, hizo que sus hombres utilizando cuchillos, y hasta la espadas, construyeran una balsa para cruzar el estrecho que les separaba de la costa.

Como no tenían remos, iban turnándose para empujarla nadando, pero tal era su debilidad que al final estaban todos agotados y la balsa acabó perdiéndose mar adentro; viéndose forzados a regresar a la isla. Entretanto, los cuatro marineros desertores, después de muchas penalidades, consiguieron reunirse con Olano, narrándole lo que había pasado. Olano, conmovido, envió un bergantín para recoger a los náufragos. Cuando ambos se reunieron, lo hicieron llorando, pero apenas llegaron a Belén, Nicuesa, indignado por el proceder de su lugarteniente quiso hacerlo juzgar por traición; pero al fin predominó en él la clemencia y acabó perdonando la acción de Olano. De los ochocientos hombres que se habían embarcado en la Española, apenas si quedaba la mitad y la mayor parte tan quebrantados por las privaciones que más parecían cadáveres que caminaban de un lado a otro. El hambre llevó a aquellos hombres hasta el canibalismo. Nicuesa se vio obligado a hacer ahorcar a uno de sus soldados que había rematado a un agonizante para comérselo. Como pudieron, reanudaron la marcha en busca de algún establecimiento donde encontraran españoles en buen estado, siendo hostigados continuamente por los indios hasta que llegaron a un lugar mejor que los anteriores y en donde ya no sufrieron las embestidas de los nativos. Uno de los hombres de Nicuesa se encargó de bautizar el sitio, al rogarle a Nicuesa que se detuvieran allí "en el nombre de Dios". Y así quedó denominado el lugar: Nombre de Dios. Tomó posesión Nicuesa de aquel territorio de acuerdo a la costumbre de entonces, tajando el tronco de un árbol. Después, hizo levantar un fuerte para rechazar los ataques indígenas, porque no pasó mucho tiempo sin que los nativos de los alrededores comenzaran a hostigarlos. Al poco tiempo la situación en Nombre de Dios se había convertido en tan insostenible como la de Belén. El hambre era semejante. Envió Nicuesa una carabela a La Española para que diera cuenta de su situación y regresara con alimentos, pero el navío jamás volvió. Un día, al pasar Nicuesa revista a su hombres comprobó que de los ochocientos que habían emprendido la expedición, tan sólo quedaban cien y en tan lamentables condiciones que, de pasar mucho tiempo sin recibir ayuda todos ellos no tardarían en morir. Se hallaban ya al borde de la extinción, cuando llegó una flotilla al mando de Rodrigo de Colmenares, gran amigo de Nicuesa. Este llevó la noticia de que Ojeda había fundado una ciudad, Santa María de la Antigua y que se encontraba en buen estado de salud. Diego de Nicuesa se enteró asimismo de que Vasco Núñez de Balboa había sido elegido por su gente gobernador del territorio, lo que despertó su indignación, ya que era él, por las capitulaciones reales hechas a su favor, el único con autoridad legal en aquellas tierras. Su irritación aumentó cuando Colmenares le comunicó que Balboa y los suyos se habían repartido el oro del cacique Cemaco. Entonces afirmó que, a su regreso a Darien, no sólo impondría su autoridad sino que procedería al castigo de los traidores.

Pero Lope de Olano y otros, a los que Nicuesa mantenía presos por no fiarse de ellos, consiguieron escapar y llegando a Darien antes que Nicuesa, pusieron en conocimiento de Vasco Núñez de Balboa lo que sucedía, es decir, que el verdadero gobernador del territorio estaba vivo y de regreso para reclamar lo que era suyo por mandato real. Lo que hizo Balboa fue, al ver el barco que llegaba con Nicuesa a bordo, ordenarle que no se atreviera a desembarcar y que se volviera a Nombre de Dios. Y tal era el terror que sentía Nicuesa a volver a su colonia, tal el recuerdo de las privaciones pasadas, que rogó ser recibido como un simple soldado y que estaba dispuesto a renunciar a sus derechos a favor de Balboa. Pero éste no se fiaba de él y así, apenas puso Nicuesa los pies en tierra, lo hizo prender, encerrándole en una mazmorra, al tiempo que le anunciaba que sería juzgado por un tribunal popular. Vasco Núñez de Balboa jamás fue hombre cruel: compadecido de Nicuesa, quiso salvarlo. Pero todo fue inútil porque sus principales compañeros se mostraron irreductibles: Nicuesa debía volverse a La Española pero en el peor de los buques de la colonia, es decir en un bergantón comido por la carcoma y escaso de víveres. Diecisiete fieles partidarios del desgraciado Diego de Nicuesa se mostraron dispuestos a unir su suerte a la de su desdichado jefe. Y así el día l de marzo del año 1.511, el gobernador de Castillo del Oro se lanzaba al océano en un barco totalmente inaceptable para la navegación. Y nadie volvió a saber de él. El océano se tragó la carcomida nave, guardando para él el misterio de cómo cuándo y en qué circunstancias ocurrió la catástrofe.

Armas de Diego de Nicuesa.

Las dificultades y enormes peligros que por el descubrimiento y conquista del continente americano hubieron de sufrir todos los conquistadores, son meros esbozos ante el infortunio y sufrimiento de Nicuesa.