Historia de la Heráldica y de la Genealogía
Todo comenzó en el Perú. Gonzalo, el hermano menor del conquistador Francisco Pizarro, enemistado con el gobernador Vasco Núñez Vela, de quien se dice era hombre durísimo, se enfrentaron abiertamente en lucha. Gonzalo entendía que el país, conquistado gracias al esfuerzo de los Pizarro, era suyo y el gobernador tan sólo un intruso que gobernaba en nombre de un usurpador, en este caso, nada menos que el Emperador Carlos I.
En la batalla, el gobernador Núñez Vela fue muerto, se le cortó la cabeza y quedó expuesta en Quito hasta que Gonzalo mandó quitarla. Gonzalo Pizarro y sus huestes decidieron hacer frente al poder real; después de lo ocurrido al vencido Núñez Vela sabían que no podían esperar perdón. Hubo un plazo de varios meses en los que gobernó Gonzalo Pizarro. Pero las nuevas de lo que estaba sucediendo en el Nuevo Mundo llegaron hasta Carlos I, que guerreaba a la sazón en Alemania, por lo cual decidió enviar al Perú a una persona capaz de volver las cosas a su debido cauce.
El hombre elegido fue Pedro de La Gasca. Éste, apenas llegado, ofreció el perdón para los «encomenderos» que seguían a Gonzalo Pizarro.
Con ello consiguió que muchos partidarios de éste se pasaran a su bando, pero no logró la obediencia de Pizarro porque éste, aconsejado por Francisco de Carvajal, a quien llamaban, el demonio de los Andes, juzgó que el perdón era imposible y que las promesas de La Gasca no se cumplirían.
La batalla definitiva entre el ejército organizado por La Gasca y las huestes de Gonzalo Pizarro resultó una derrota para éste que, hecho prisionero, fue ejecutado en compañía de Francisco de Carvajal.
Pedro de La Gasca, una vez cumplida su misión, decidió su regresó a España llevándole al emperador la no despreciable suma de más de un millón y medio de pesos oro. Así finalizó el primer intento de independencia de una porción de América.
Pero la continuación de los anteriores episodios se produjo en Nicaragua. En 1.534 ostentaba la gobernación de este territorio Rodrigo de Contreras, casado con doña María de Peñalosa, hija de Pedrarias Dávila, el anterior gobernador. Contreras heredó los cuantiosos bienes de su suegro, lo que le convertía en el más poderoso personaje de la América Central. Pero también heredó los odios que había contraído el viejo gobernador lo que se tradujo en una continua lucha contra sus vecinos.
En su exploraciones fue a enfrentarse con fray Bartolomé de las Casas y obligado por este tuvo que emprender viaje a España para aclarar las acusaciones que contra él se hacían. En este tiempo se publicaron las nuevas leyes que le privaban de la gobernación.
De vuelta de España coincidió en Panamá con el virrey Blasco Núñez Vela al cual pronosticó una catástrofe si se atrevía a aplicar las nuevas leyes en aquel reino -el Perú-, «porque los que viven allí no son de baja suerte, ni gente soez, sino todos los más hijosdalgo y vienen de padres magníficos».
A pesar de su discurso «comunero», Contreras sirvió fielmente al Emperador y a él se debió que los pizarristas no invadieran Nicaragua. Pero el gobernador Contreras encontró un temible enemigo en la persona del Obispo Antonio de Valdivielso, que acabó por deponerlo.
Contreras para justificarse de los cargos que contra él efectuaba el obispo, se embarcó para España, dejando en Granada de Nicaragua a su esposa doña Marila y a sus hijos Hernando y Pedro, mozos de bien probado valor. En casa de los Contreras vinieron a refugiarse compañeros del ajusticiado Gonzalo Pizarro, entre ellos Juan Bermejo, hombre de pésimos antecedentes y experto en las cosas de la guerra. Estos desterrados convencieron a Hernando de Contreras para que se hiciese Príncipe del Perú, restaurando el Imperio de los Incas. Y así, el 26 de febrero de 1.550, Hernando de Contreras y sus secuaces asesinaron al obispo Valdivielso y Hernando tomó el título de Príncipe de Cuzco y Capitán General de la Libertad.
El 21 de abril de 1.550, el Ejército de la Libertad tomó Panamá haciéndose dueño de las inmensas riquezas acumuladas en la ciudad. Todo este complejo entramado desencadenó el levantamiento de los vecinos de Panamá contra Contreras y los suyos y su victoria sobre el ejército de Juan Bermejo. Hernando de Contreras huyó a través de la selva y murió, se dijo, devorado por un caimán. De su hermano Pedro, que también huyó, jamás volvió a saberse, suponiéndose que murió también.
Y aquí, en este momento, es donde entra nuestro personaje, el virrey Antonio de Mendoza, prudente y experto. Por todos los medios trató de apaciguar los rescoldos que habían quedado en Cuzco de la rebelión, primero de Gonzalo Pizarro y después de los dos hermanos Contreras.
Antonio de Mendoza siempre fue un leal servidor del Emperador Carlos V. En la guerra de los Comuneros no vaciló en alistarse bajo las banderas de Carlos y lo hizo con tanto valor y eficacia, que le valió la recompensa de ser nombrado Caballero de la Orden de Santiago.
Cuando en el año 1.535 se tomó por la Corona la decisión de crear el virreinato del enorme territorio que hoy conocemos como Méjico, aunque todavía era Hernán Cortés Capital General de dicha zonas, el Emperador nombró a don Antonio de Mendoza para dicho cargo.
Las atribuciones que llevaba Mendoza eran tan amplias que el choque con Hernán Cortés era poco menos que inevitable, pero en esta ocasión el Conquistador de Méjico nada podía hacer para oponerse a la voluntad real. Acató la autoridad de Mendoza que, por otra parte, poseía un carácter conciliador. Quizás para contentar a Hernán Cortés, el emperador Carlos I le había nombrado con anterioridad a la llegada del nuevo virrey, Caballero de la Orden de Santiago y Marqués del valle de Oaxaca.
De todos modos, Hernán Cortés no debió sentirse plenamente satisfecho y emprendió viaje a España para defender, lo que él entendía, con obsesiva fijación su justa causa, ante el Consejo de Castilla. Ya no volvería a América, muriendo en España.
Conocida es la anécdota de Cortés, harto de pedir audiencia a Carlos I sin que este se la concediera, se encontró con el Monarca en el exterior de Palacio y cuando este le preguntó quien era el conquistador replicó:
«Soy el hombre, Señor, que ha ganado para Vos más tierras que países os legaron vuestros antepasados». Pero esto ya es otra historia.
El virrey Mendoza procuró gobernar Méjico con prudencia y tacto, activando la economía y fundando la primera Casa de la Moneda en aquel vasto país.
Hizo más: compasivo como era, se apiadó de la condición de los indios a los que benefició, eximiéndoles del pago de ciertos tributos.
Pero estas medidas no le hacían olvidar los intereses de España y a tal fin procuró su expansión con una serie de expediciones hacia las tierras del Norte, entre ellas, la de Vázquez de Coronado a Nuevo Méjico, Alarcón, al río Colorado. Pero de su tranquilo virreinato de Nuevo Méjico le sacó otra orden imperial: ocupar el mismo cargo, pero en el Perú con el encargo de acabar con las revueltas de los antiguos seguidores de Gonzalo Pizarro. Sólo un año duró su gobierno y murió en 1.552.
Pero para sucederle llegó a Lima otro miembro de su ilustre familia.
El nuevo virrey fue Andrés Hurtado de Mendoza, Marqués de Canete. El rigor con que el padre La Gasca, que a su regreso a España fue elegido Obispo, dado su carácter eclesiástico, trató a los partidarios del ejecutado Gonzalo Pizarro, había creado en Cuzco un ambiente de descontento del que se aprovechó cierto caballero, muy osado, llamado Francisco Hernández Girón.
Y la rebelión fue a estallar en el sitio donde menos podía esperarse: con ocasión de la boda en Cuzco de Alonso de Loaysa, sobrino del arzobispo de los reyes, con doña María de Castilla, sobrina de don Baltasar de Castilla, en la cena nupcial, a la cual asistía el corregidor, irrumpió en la sala Hernández Girón seguido de sus secuaces. El corregidor fue preso, los rebeldes quedaron dueños de la ciudad e hicieron morir a don Baltasar de Castilla. Francisco Hernández Girón se hizo nombrar Capitán General. Tenía por apoyo a todos los descontentos de las pasadas contiendas.
El Virrey Hurtado de Mendoza se encargó de eliminar los sueños del rebelde que había pensado hacerse coronar como Inca del Perú. Derrotado, fue preso cuando intentaba huir y fue ejecutado en Lima el 6 de diciembre de 1.554. A partir de entonces, la autoridad real representada por el virrey ya no fue discutida por nadie.
Armas de los Mendoza.
Retrato al óleo del Virrey don Antonio de Mendoza. Fue el primero nombrado para el puesto en el territorio de Méjico. Posteriormente ocupó el mismo cargo en el Perú.