Hernando de Soto

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

De Hernando de Soto, hay que comenzar por decir que fue el más generoso, el más noble y el que mejor comprendió y trató a las razas indígenas del Nuevo Mundo, un hombre capaz de sentir la piedad y la compasión hacia los vencidos. Y basta para ello un solo dato: cautivo Atahualpa, merced a una maniobra nada limpia por parte de Francisco Pizarro, que lo atrajo a una trampa cuando le había asegurado que ambos se encontrarían pacificamente, Hernando de Soto sintió tal compasión hacia el Emperador cautivo que pasó largos ratos a su lado enseñándole a jugar al ajedrez.

Naturalmente no podía escapar a la característica principal de los conquistadores: la sed del oro y el deseo de apoderarse de cuantas riquezas se pusieran al alcance de su mano. Ya hablaremos de eso en su momento. Pero contrapuso generosidad con los vencidos y compasión hacia ellos.

Fue un hombre digno y leal que jamás faltó a su palabra. Y en contraste con otros conquistadores, siempre enzarzados en rencillas entre ellos por la posesión de éstas o aquéllas tierras a las que creían tener derecho y que llegaban a la batalla abierta, cuando no al asesinato o las burdas acusaciones que terminaban en grotescos juicios en su busca por aparentar una legalidad inexistente para ajusticiar al adversario, o al hombre en que veían un posible enemigo, o la envidia, como en el caso de Pedrarias Dávila al hacer matar a quien valía mil veces más que él, Vasco Núñez de Balboa; por el contrario, repetimos, Hernando de Soto jamás combatió contra sus compatriotas, prefiriendo ceder siempre antes que manchar la hoja de su espada con la sangre de aquellos que eran sus hermanos de raza.

Tan sólo por esto, el nombre de este conquistador debe ser no sólo alabado sino enaltecido.

Nació, De Soto, en la pequeña villa de Barcarrota, del partido judicial de Jerez de los Caballeros en la provincia de Badajoz, y era hijo de un hidalgo.

Al contrario que un gran número de conquistadores, gentes de familias humildísimas, analfabetos e ignorantísimos (casos de Francisco Pizarro y Diego de Almagro, el primero porquerizo y el segundo desconociendo a sus padres ya que fue abandonado en el quicio de una iglesia de la Villa de Almagro, en Ciudad Real), Hernando de Soto podía presumir de la nobleza de sus ancestros. Hidalgos más bien pobres pero hidalgos al fin.

Hernando de Soto fue liberal con sus amigos y tenientes. Lo que no quiere decir que no persiguiese el oro como el que más. Pero sabía como tratar a los hombres y siempre pensaba con suma discreción. Escribía con total soltura, lo que no podían decir los más de sus compañeros. La mayoría no sabían ni firmar: Pizarro, entre ellos, pero todavía Almagro sabe menos, si puede ser, que Pizarro y Alvarado no sabe mucho más que Almagro.

De la juventud de Hernando de Soto poco se sabe. Las primeras noticias fidedignas llegan cuando embarca para las Indias en la nave de Pedrarias Dávila, en el año 1.514.

Se sabe que participó en el descubrimiento y conquista de Nicaragua con Hernández de Córdoba, así como en la fundación de numerosas ciudades.

Ambos obraron por orden de Pedrarias Dávila y en realidad no se trataba de una misión de exploración, sino de conquista, ya que en Nicaragua se había instalado Gil González Dávila y lo que se pretendía era contrarrestar su influencia.

De Soto estuvo presente en la fundación de la villa de Bruselas, en el golfo de Nicoyá, en la provincia de Nequecheri: en la de León, a la que se designó como capital. Cuando Fernández de Córdoba pasó a Honduras a la busca de un estrecho que les llevara al Mar del Sur, Hernando de Soto recibió la llamada de Francisco Pizarro y marchó al Perú acompañándole en la entrevista con Atahualpa que finalizó con el episodio bastante conocido.

Como Pizarro se apoderó del Inca haciéndole prisionero, Hernando de Soto, le agradase o no la forma en que se resolvió aquel asunto era hombre disciplinado y su jefe era Francisco Pizarro. Lo más que pudo hacer, y lo hizo era pasar largos ratos en compañía del Emperador cautivo, distrayéndole con su conversación, enseñándole a hablar castellano y a jugar al ajedrez. Que no era poco.

Más tarde, siempre formando parte del ejército de Pizarro tomó parte en la marcha contra Cuzco y en el saqueo de dicha población, en la que se apoderó de abundantes riquezas. Ya hemos dejado expuesto que no era ajeno, por generoso y noble que fuera, al ansia de oro, común en todos los conquistadores.

Una vez terminada la campaña del Perú, decidió regresar a España y durante su breve estancia en la patria, contrajo matrimonio con una hija de Pedrarias Dávila, Isabel de Bobadilla. Aprovechó su estancia para obtener una capitulación de la Corona para la conquista de la Florida, a la que se creía un inmenso y rico país.

Pero es que los conquistadores, guiados por su sed de oro lo creían todo: de ahí las leyendas fantásticas, de ahí la fábula de "El Dorado", de ahí el buscar en medio de las selvas ciudades que no existían, ciudades quiméricas con paredes y cúpulas de oro, de ahí que, en los Andes, se buscara con frenesí la Casa del Sol donde se decía que los suelos de las casas estaban empedrados con piedras preciosas, de ahí la historia de un fabuloso imperio, el de los Omagas, más rico todavía que el de los incas.

Pero la contemplación del cuarto lleno de oro que ofreció Atahualpa por su libertad, los ídolos de metales preciosos, las minas de oro y plata, las perlas de la isla Margarita, tantas y tantas maravillas vieron los conquistadores, que ya nada los maravillaba y llegaban a creer en las suposiciones más absurdas.

Nadie había estado en la Florida, nadie exploró a fondo su territorio y, sin embargo, ya se comentaba que era un país riquísimo.

Y todos buscaban el oro, con una excepción el viejo Ponce de León. Este no buscó allí el oro sino una quimera: la Fuente de la Eterna Juventud.

Hernando de Soto, zarpó en abril de 1.538, con el título de Adelantado de la Florida y Gobernador de Cuba, llevando una flota de diez navíos y seiscientos hombres.

Tocaron en La Habana y de allí salió la expedición en Mayo de 1.539. Desembarcaron en la bahía de Espíritu Santo, la actual Tampa, y se internaron por el territorio de la Florida en dirección Oeste y luego hacia el Sur, buscando la costa.

Pero los indios se les enfrentaron en una serie de continuos ataques que fue diezmando a los expedicionarios, hasta que llegó un momento en que durante un combate perdieron todo el bagaje y los víveres que llevaban; ello obligó a los supervivientes a tomar la dirección Noroeste y así llegaron hasta el río Mississipí, a la altura aproximada de la actual ciudad de Menphis.

Fue allí, a la orilla de aquel gran río donde murió Hernando de Soto, durante una escaramuza con los indígenas.

Sus compañeros, temerosos de que el cuerpo fuera profanado por los nativos prefirieron arrojarlo al Mississipí, atado a una gran piedra a fin de que se fuera al fondo.

Esta fue la tumba del gran conquistador y, sobre todo, el hombre leal y caballeroso que fue Hernando de Soto.

En cuanto a los escasos supervivientes que quedaban de la trágica expedición, tomó el mando de ellos Moscoso de Alvarado y tras un calamitoso intento de alcanzar la costa por tierra, acabaron por construir una embarcación pudiendo salir al mar por el río.

Este fue el hombre: Explorador de un territorio desconocido, la Florida y descubridor del gran río Mississipí. De su carácter creemos haberlo expuesto ya: de haber vivido, es muy posible que sus hazañas hubieran alcanzado alturas muy grandes. Pero el Destino le tenía preparado otro final...

Historia de la Heráldica y de la Genealogía

De Hernando de Soto, hay que comenzar por decir que fue el más generoso, el más noble y el que mejor comprendió y trató a las razas indígenas del Nuevo Mundo, un hombre capaz de sentir la piedad y la compasión hacia los vencidos. Y basta para ello un solo dato: cautivo Atahualpa, merced a una maniobra nada limpia por parte de Francisco Pizarro, que lo atrajo a una trampa cuando le había asegurado que ambos se encontrarían pacificamente, Hernando de Soto sintió tal compasión hacia el Emperador cautivo que pasó largos ratos a su lado enseñándole a jugar al ajedrez.

Naturalmente no podía escapar a la característica principal de los conquistadores: la sed del oro y el deseo de apoderarse de cuantas riquezas se pusieran al alcance de su mano. Ya hablaremos de eso en su momento. Pero contrapuso generosidad con los vencidos y compasión hacia ellos.

Fue un hombre digno y leal que jamás faltó a su palabra. Y en contraste con otros conquistadores, siempre enzarzados en rencillas entre ellos por la posesión de éstas o aquéllas tierras a las que creían tener derecho y que llegaban a la batalla abierta, cuando no al asesinato o las burdas acusaciones que terminaban en grotescos juicios en su busca por aparentar una legalidad inexistente para ajusticiar al adversario, o al hombre en que veían un posible enemigo, o la envidia, como en el caso de Pedrarias Dávila al hacer matar a quien valía mil veces más que él, Vasco Núñez de Balboa; por el contrario, repetimos, Hernando de Soto jamás combatió contra sus compatriotas, prefiriendo ceder siempre antes que manchar la hoja de su espada con la sangre de aquellos que eran sus hermanos de raza.

Tan sólo por esto, el nombre de este conquistador debe ser no sólo alabado sino enaltecido.

Nació, De Soto, en la pequeña villa de Barcarrota, del partido judicial de Jerez de los Caballeros en la provincia de Badajoz, y era hijo de un hidalgo.

Al contrario que un gran número de conquistadores, gentes de familias humildísimas, analfabetos e ignorantísimos (casos de Francisco Pizarro y Diego de Almagro, el primero porquerizo y el segundo desconociendo a sus padres ya que fue abandonado en el quicio de una iglesia de la Villa de Almagro, en Ciudad Real), Hernando de Soto podía presumir de la nobleza de sus ancestros. Hidalgos más bien pobres pero hidalgos al fin.

Hernando de Soto fue liberal con sus amigos y tenientes. Lo que no quiere decir que no persiguiese el oro como el que más. Pero sabía como tratar a los hombres y siempre pensaba con suma discreción. Escribía con total soltura, lo que no podían decir los más de sus compañeros. La mayoría no sabían ni firmar: Pizarro, entre ellos, pero todavía Almagro sabe menos, si puede ser, que Pizarro y Alvarado no sabe mucho más que Almagro.

De la juventud de Hernando de Soto poco se sabe. Las primeras noticias fidedignas llegan cuando embarca para las Indias en la nave de Pedrarias Dávila, en el año 1.514.

Se sabe que participó en el descubrimiento y conquista de Nicaragua con Hernández de Córdoba, así como en la fundación de numerosas ciudades.

Ambos obraron por orden de Pedrarias Dávila y en realidad no se trataba de una misión de exploración, sino de conquista, ya que en Nicaragua se había instalado Gil González Dávila y lo que se pretendía era contrarrestar su influencia.

De Soto estuvo presente en la fundación de la villa de Bruselas, en el golfo de Nicoyá, en la provincia de Nequecheri: en la de León, a la que se designó como capital. Cuando Fernández de Córdoba pasó a Honduras a la busca de un estrecho que les llevara al Mar del Sur, Hernando de Soto recibió la llamada de Francisco Pizarro y marchó al Perú acompañándole en la entrevista con Atahualpa que finalizó con el episodio bastante conocido.

Como Pizarro se apoderó del Inca haciéndole prisionero, Hernando de Soto, le agradase o no la forma en que se resolvió aquel asunto era hombre disciplinado y su jefe era Francisco Pizarro. Lo más que pudo hacer, y lo hizo era pasar largos ratos en compañía del Emperador cautivo, distrayéndole con su conversación, enseñándole a hablar castellano y a jugar al ajedrez. Que no era poco.

Más tarde, siempre formando parte del ejército de Pizarro tomó parte en la marcha contra Cuzco y en el saqueo de dicha población, en la que se apoderó de abundantes riquezas. Ya hemos dejado expuesto que no era ajeno, por generoso y noble que fuera, al ansia de oro, común en todos los conquistadores.

Una vez terminada la campaña del Perú, decidió regresar a España y durante su breve estancia en la patria, contrajo matrimonio con una hija de Pedrarias Dávila, Isabel de Bobadilla. Aprovechó su estancia para obtener una capitulación de la Corona para la conquista de la Florida, a la que se creía un inmenso y rico país.

Pero es que los conquistadores, guiados por su sed de oro lo creían todo: de ahí las leyendas fantásticas, de ahí la fábula de "El Dorado", de ahí el buscar en medio de las selvas ciudades que no existían, ciudades quiméricas con paredes y cúpulas de oro, de ahí que, en los Andes, se buscara con frenesí la Casa del Sol donde se decía que los suelos de las casas estaban empedrados con piedras preciosas, de ahí la historia de un fabuloso imperio, el de los Omagas, más rico todavía que el de los incas.

Pero la contemplación del cuarto lleno de oro que ofreció Atahualpa por su libertad, los ídolos de metales preciosos, las minas de oro y plata, las perlas de la isla Margarita, tantas y tantas maravillas vieron los conquistadores, que ya nada los maravillaba y llegaban a creer en las suposiciones más absurdas.

Nadie había estado en la Florida, nadie exploró a fondo su territorio y, sin embargo, ya se comentaba que era un país riquísimo.

Y todos buscaban el oro, con una excepción el viejo Ponce de León. Este no buscó allí el oro sino una quimera: la Fuente de la Eterna Juventud.

Hernando de Soto, zarpó en abril de 1.538, con el título de Adelantado de la Florida y Gobernador de Cuba, llevando una flota de diez navíos y seiscientos hombres.

Tocaron en La Habana y de allí salió la expedición en Mayo de 1.539. Desembarcaron en la bahía de Espíritu Santo, la actual Tampa, y se internaron por el territorio de la Florida en dirección Oeste y luego hacia el Sur, buscando la costa.

Pero los indios se les enfrentaron en una serie de continuos ataques que fue diezmando a los expedicionarios, hasta que llegó un momento en que durante un combate perdieron todo el bagaje y los víveres que llevaban; ello obligó a los supervivientes a tomar la dirección Noroeste y así llegaron hasta el río Mississipí, a la altura aproximada de la actual ciudad de Menphis.

Fue allí, a la orilla de aquel gran río donde murió Hernando de Soto, durante una escaramuza con los indígenas.

Sus compañeros, temerosos de que el cuerpo fuera profanado por los nativos prefirieron arrojarlo al Mississipí, atado a una gran piedra a fin de que se fuera al fondo.

Esta fue la tumba del gran conquistador y, sobre todo, el hombre leal y caballeroso que fue Hernando de Soto.

En cuanto a los escasos supervivientes que quedaban de la trágica expedición, tomó el mando de ellos Moscoso de Alvarado y tras un calamitoso intento de alcanzar la costa por tierra, acabaron por construir una embarcación pudiendo salir al mar por el río.

Este fue el hombre: Explorador de un territorio desconocido, la Florida y descubridor del gran río Mississipí. De su carácter creemos haberlo expuesto ya: de haber vivido, es muy posible que sus hazañas hubieran alcanzado alturas muy grandes. Pero el Destino le tenía preparado otro final...

Armas de Hernando de Soto.

Esta ilustración, de la Biblioteca Nacional, muestra en la prisión a Atahualpa, vigilado por un soldado y con grilletes sujetándole los tobillos.