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Montero

La estirpe de la Casa Montero

Su origen, historia y hechos

Sobre este apellido existe una versión que recogen varios genealogistas pero de la cual no podemos, ni debemos, garantizar su veracidad. Se dice, y pensamos que se trata de una leyenda, que estando un día de caza el rey Alfonso XI, se vio en grave peligro al ser atacado por un oso y que gracias a los toques de bocina y posteriormente a la decidida intervención de uno de los caballeros que lo acompañaban, logró salvar la vida. El Monaraca, agradecido a tan señalado favor, le dio a su salvador el título de «Montero» que posteriormente se convirtió en apellido heredado por los descendientes del esforzado caballero.

Habrá que pensar que si el hecho ocurrió, en su origen «Montero» fuera un apodo, y si no sucedió, el origen debió ser el mismo. Un apodo de una persona que se dedicaba a la búsqueda y persecución de la caza en el monte, ojea las piezas, para empujarlas al sitio donde les esperan los cazadores. Hoy en día, esta labor suelen efectuarla personas asalariadas mediante el pago de sus servicios, pero en la época a la que nos referimos no era de extrañar que la llevaran a cabo caballeros de la entera confianza del Monarca siendo título de gran estimación y nobleza ser nombrado montero real.

Buscar los orígenes de un apellido nunca ha sido tarea fácil, por la diversión de opiniones que suelen producirse al respecto. Por ejemplo, algunos autores afirman que esta estirpe tiene su nacimiento en las montañas de Burgos y otros se remontan a la época de don Pelayo en sus luchas contra los moros, sosteniendo que varios caballeros llamados Montero acompañaron a este caudillo en su retiro de Covadonga, por lo cual si antes podía pensarse que Montero tenía su origen en Burgos, de acuerdo a esta segunda versión, nacería en Burgos, pero se extendió por la Península a partir de Asturias. Y todavía quedan los que dicen que nació en el valle de Carriedo, en Cantabria.

Sea como sea, de lo que no cabe la menor duda es que se trata de un apellido muy antiguo cuyo origen se encuentra en el Norte de España, bien en Asturias, Santander o Burgos. Con el paso del tiempo se fue extendiendo por el resto de la Península, siendo bastante común en la zona Centro, un tanto en Andalucía, poco en Levante y casi nulo en Cataluña.

Por varias veces, los miembros de esta familia probaron su nobleza de sangre ante las Reales Chancillerías. Por cierto, ante la Sala de Hijosdalgo de la citada Chancillería se produjo un larguísimo pleito que se extendió nada menos que durante los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX sostenido por miembros de la familia Montero hasta obtener en los lugares donde residían el reconocimiento de sus calidades y la inscripción en los patrones de «distinción de estado».

Otro destacado Montero, fue don Eugenio Montero Ríos, presidente del Consejo de Ministros, en 1.905. En 1.898 presidió la comisión española en la firma del tratado de París, por el que España perdió sus territorios de América y Oceanía.

En lo que se refiere a las líneas de esta familia que pasaron a América, hay que citar a Manuel Montera y de la Concha, natural de Esles (Cantabria) que pasó en unión de su cónyuge doña Francisca Gonzales de la Torre a Méjico, donde estuvo al servicio del Virrey, siendo progenitores de varios hijos. Uno de sus descendientes, Nicolás de Azcárraga y Montero, fue Alcalde de Veracruz, Capitán de Guerra y Gobernador de Armas.

En tiempos del emperador Carlos V, el conquistador Diego Montero, vecino de la ciudad de Oaxaca obtuvo de la Corona de España, por los servicios prestados a la misma, las siguientes armas: En campo de azur, un león rampante al natural llevando una bandera de plata, cargada de una K de oro, perfilada de gules; bordura de gules, con cuatro aspas de oro y cuatro granadas abiertas, también de oro, alternando.

Pero la Santa Inquisición también llamó a su seno a varios de este apellido. Puede citarse a Andrés Montero y Cintra, vecino de Campeche, ciudad mejicana a la que había llegado procedente de Málaga, que realizó información sobre su «limpieza de sangre» a fin de ser nombrado Comisario ante el Santo Oficio, en Méjico, en el año 1.754.

Otro Montero, Andrés, acompañó a Hernán Cortés en la conquista de Méjico haciéndose notar por su valor en la batalla de Otumba, donde ensangrentado y cubierto de heridas, luchó a brazo partido con uno de los jefes, o caciques, aztecas, al que dio muerte con sus propias manos, lo que sembró el desconcierto en las filas enemigas. Años más tarde, en 1.748, Cipriano Javier Montero obtuvo el nombramiento de Alcalde Mayor de Otumba, es decir, allí donde su ancestro llevó a cabo la hazaña anteriormente citada. En 1.776, Narciso Montero fue designado para el mismo cargo en Mizquiahuala y Tetenango. Quiere esto decir que el apellido Montero se encuentra muy extendido en Méjico, lo que hace suponer que entre los conquistadores que acompañaron a Hernán Cortes, aparte del ya citado Andrés Montero, se encontraban bastantes de este apellido que, al instalarse en aquel país, dejaron amplia descendencia.

Por ejemplo, entre los insurgentes mejicanos que trataron de independizar a Méjico de la Corona de España, se localiza a otro Montero, Felipe, secretario que fue del revolucionario José María Morelos y que, al ser hecho prisionero por las tropas realistas, junto con su jefe, fue pasado por las armas. Este apellido tiene también amplia difusión en Chile pudiendo citarse Juan Esteban Montero, político chileno que detentó provisionalmente la presidencia de aquél país, tras ser ministro del interior (año 1.931) y fue derribado por una sublevación militar en 1.932 retirándose de la política.

Tornando al origen de este apellido (ya que ha quedado expuesto que en su origen bien pudo tratarse de un apodo) no está de más señalar que también con este calificativo se conocía al sirviente de la casa real de Castilla, cuyo cometido era quedarse por la noche en la pieza inmediata a la cámara donde dormían las personas reales. Para guardarlas desde que se acostaban hasta la mañana. Se trataba de un cargo de gran confianza que, generalmente, era desempeñado por aquellos que gozaban de la plena confianza del rey.

Exactamente lo mismo ocurría con el cargo de Montero Mayor, siempre se trataba de un noble, un jefe de palacio, a cuyo cargo estaba dirigir las batidas cuando iba a cazar el rey, ostentando toda la autoridad en lo que respecta a la cacería.