La Orden de San Cayetano
Fundador: San Cayetano de Thiebe, el 14 de Septiembre de 1.524 en Roma: Basílica de San Pedro.
Aunque la fundación de esta Orden se debe a San Cayetano de Thiebe, conviene destacar la decisiva colaboración que tuvo en dicha fundación el Papa Paulo IV, (Giovani Pietro Caraffa), hasta el punto que en algunas enciclopedias se le da como el verdadero fundador de los Teatinos, atribuyendo este nombre al hecho de que el padre Caraffa, antes de alcanzar el Pontificado, fue Obispo de Teale. Nació Pietro Caraffa en el año 1.476 en Cariglio (Italia). A su elección para el Papado era Prefecto del Santo Oficio, y antes de ser elegido Papa, mostró su decidido apoyo en la fundación de los teatinos, como más adelante iremos consignando. De su biografía cabe destacar su carácter, un tanto autoritario que lo enfrentó a los Sagsburgo, lo que le hizo mantener en suspenso durante largo tiempo la celebración del Concilio tridentino, enfrentándose a España, quien llegó a invadir los Estados Pontificios (1.156). Fue el autor del «Índice de los Libros prohibidos» y endureció fuertemente la represión a la herejía, apoyando la labor del Santo Oficio en sus formas más represivas. A este hombre le tocó impulsar la creación de una nueva Orden religiosa: la de los Teatinos. Pero esta Orden coincidió con la creación de otra, muy similar, y que también fue si no fundada fuertemente apoyada por el mismo Papa. Se trata de aquella que tuvo por protagonista a Jerónimo Emiliano, más conocido como Gerolamo Niani, un hombre que nació en el año 1.481 en Venecia, en el seno de una familia de antiguo linaje. Huérfano de padre, su educación fue bastante descuidada, hasta el punto que, llevado de un carácter aventurero, a los quince años decidió hacerse soldado, llevando una vida disipada hasta el punto que estuvo en prisión en 1.508. Una vez en libertad, su carácter experimentó un profundo cambio. Como soldado y hombre experimentado en el arte militar, realizó tan brillante defensa de la plaza de Castelnuevo, que, como premio, fue nombrado burgomaestre de dicha plaza. Pero ya para entonces se había dado cuenta de que su vocación iba por otro camino. Tras unos años en los que la indecisión fue su compañero, entre dudas que le martirizaban, el hambre que asoló la región en el año 1.538 le decidió.
Jerónimo se dedicó, en aquella ocasión a socorrer a los necesitados. Vendió todo cuanto poseía para con el dinero que obtuvo socorrer a los necesitados. Por la noche recorría las calles para recoger a los muertos que habían sido abandonados y proceder a darles sepultura. Tales esfuerzos le hicieron contraer un tifus exantemático que llevó al futuro santo a las puertas de la muerte. Jerónimo determinó vivir como un pobre entre los pobres. Hizo especial atención a los pobres niños que en aquellos años terribles habían perdido a sus padres. Por este concepto fundó varios orfelinatos en Venecia y otras ciudades lombardas que habían sido azotadas de manera inaudita por la guerra, el hambre y la peste. El futuro Santo concedió mucho valor al hecho de que los huérfanos se educaran en dichas instituciones, brindándoles la posibilidad de aprender un oficio.
Se mantenía fiel a la sentencia bíblica: «Quien no trabaja, tampoco debe comer». Con aquellas instituciones dotadas de talleres, pretendía salir al paso de la mendicidad y la vagancia, y en esta época fue cuando intervino en su vida Giovani Pietro Caraffa (el futuro Paulo IV), que se convirtió en su director espiritual, animándole en su tarea y organizando el cuidado de sus orfelinatos en una congregación que más tarde mereció la aprobación papal. Misión de la misma, junto al cuidado de enfermos y huérfanos, era recorrer el país atendiendo a todo aquel que lo necesitara, enseñando la fe cristiana a la infancia y a la población rural. Giovani Pietro Caraffa hizo que la casa madre de esta institución radicara en el pueblo de Somarca, por lo que a sus miembros se les denominó como «Somarquinos». Pero éste no iba a ser su nombre definitivo. Caraffa, que ya había recibido la petición de Cayetano de Thiebe (futuro San Cayetano) para fundar una Orden, cuyas características iban a ser muy similares a la que ya funcionaba impulsada por San Jerónimo Emiliano, pensó que ambas podían fundirse en una sola, la Orden Teatina.
En lo que se refiere a San Jerónimo Emiliano murió víctima de la peste de la que se contagió cuidando a los enfermos afectados por la misma. Ocurrió en la ciudad de Bérgamo el 8 de febrero de 1.537.
Fundada la Orden Teatina, uno de sus más firmes pilares fue San Andrés Avelino. Nacido en Castronuevo, una pequeña ciudad del reino de Nápoles en el año 1.521. Hizo sus estudios eclesiásticos, así como el derecho civil y canónico en Venecia y en Nápoles, alcanzando ambos doctorados y al tiempo que era sacerdote ejerció la abogacía, revelándose como magnífico jurisconsulto. En cierta ocasión que actuaba como defensor, se le escapó una mentira y, de inmediato, recordó un versículo de la Sagrada Escritura: «Una boca mentirosa es la muerte del alma». Pues esta sola frase hizo que se produjera un profundo cambio en su vida. » Hasta aquel día -dice el mismo Santo- yo no había tenido un confesor que me orientara y me corrigiera, haciéndome en la senda de la humildad. Pero Dios, con su infinita misericordia me hizo hallar a los veintisiete años un religioso que me obligó a ejercitar mi alma en la consideración de la vida, pasión y muerte del hijo de Dios».
A esas alturas de su vida, el Obispo de Nápoles le encargó la dirección de un convento de monjas, cuya disciplina se había relajado. Utilizando la virtud, logró volver a poner orden y moralidad en aquella comunidad, pero se granjeó el odio de los que habían perturbado la paz de dicho convento, lo que hizo que por dos veces intentaran asesinarle, dejándole herido en el segundo de estos atentados.
San Andrés fue llevado al convento de los Teatinos, fundado recientemente por San Cayetano con ayuda del futuro Papa Paulo IV. Y fue allí donde determinó de ingresar en la Orden Teatina donde se esforzó en hacer siempre aquello que entendía más perfecto y acorde con la fe. Fue maestro de novicios durante diez años y cuando San Carlos Borromeo pidió a los Teatinos que vinieran a su diócesis para colaborar en la dirección del clero, San Andrés Avelino fue designado por la citada Orden para que procediera a fundar una Casa de Teatinos en Milán.
Allí, y en otras ciudades de la Lombardía, pudo este Santo ejercer su incansable apostolado, desde el púlpito y desde el confesonario, llegando a convertirse en uno de los más destacados renovadores de la vida católica del siglo XVI.
San Andrés Avelino, por sus méritos, figura como uno de los Santos que fueron los principales guías espirituales de la Iglesia. Exceptuando a San Cayetano, el fundador, nadie en su época hizo más por la Orden Teatina, dando ejemplo de como debe ser una vida cristiana al servicio de la Iglesia. Entre sus escritos, se conserva una notable colección de cartas inherentes a como enjuicia él que debe ser una verdadera dirección espiritual. Su muerte se produjo en el día 10 de noviembre de 1.608 cuando, al comenzar la celebración de una misa sufrió un ataque cardíaco. Antes de morir, aún pudo pronunciar por tres veces «Introibo andaltare Dei».
La Orden Teatina se enorgullece, y con razón, de contar entre sus miembros a este Santo, cuya fiesta se celebra el 10 de noviembre.