Historia de la Heráldica y de la Genealogía
Los orígenes del escudo se basan en la antigua arma defensiva que los guerreros embrazaban con el brazo izquierdo para resguardarse de los golpes de lanza y otras armas de sus enemigos. Los hombres de guerra acostumbraban a pintar en la parte externa de sus escudos figuras y jeroglíficos.
¿De qué época data el escudo?. No puede fijarse con exactitud. Desde los que lo unen con Palas, en la mitología griega, hasta aquellos que lo achacan a los hermanos Preto y Acrisión en la guerra que ambos sostuvieron entre sí por la posesión del reino de su padre, el rey Abas de Argos, 2.658 años antes de Cristo. Se encuentran versiones para todos los gustos.
Lo que sí es cierto es que ya en tiempos de Roma se utilizaba el escudo. La leyenda así lo atestigua: «El año 48 de la fundación de Roma, 706 años antes de Jesucristo, la peste se extendió por toda Italia y no cesó hasta que se vio caer del cielo un escudo de cobre. Numa Pompilio consultó a la ninfa Egeria, quien le contestó que de la conservación del escudo dependía la suerte del Imperio pues sería la égida de Roma contra todo suceso desgraciado que pudiera sobrevenir. Ante este anuncio, Numa Pompilio hizo construir once escudos iguales a fin de que no fuera reconocido el caído del cielo si alguno intentaba robarlo. La custodia de estos doce escudos fue confiada a doce sacerdotes de Marte a los que se les llamaba «Salicus Palatius», y para los grandes patricios romanos constituía un honor poder formar parte de dicho cortejo. Estos sacerdotes, revestidos de grandes galas, recorrían solemnemente la ciudad todos los años, para mostrar a la multitud los escudos que cada uno llevaba en el brazo derecho, y tal era la religiosidad de la fiesta que mientras ésta duraba no se autorizaba a los ejércitos romanos a emprender campaña alguna ni tampoco se consentía a nadie contraer matrimonio ya que se tenía la creencia que cualquier empresa emprendida en dichas fechas no podía acarrear ningún bien.
En un principio, la materia que se utilizó para confeccionar los escudos fue la madera, aunque también se hacían de mimbres entrelazados. Su forma y tamaño variaba bastante. Los egipcios los hacían tan grandes que cubrían todo el cuerpo humano. Los galos, para averiguar si sus hijos eran legítimos tenían la costumbre de depositar al recien nacido sobre un escudo y aventurarlo a la corriente de los ríos. Si el agua se tragaba al frágil esquife, el niño era proclamado bastardo, mientras se entendía como legítimo si las olas respetaban a la criatura
Así queda dicho en la «Ciencia del Blasón» de Costa y Turel. Se añade que el escudo se contaba en el número de presentes que hacía el esposo en las bodas a la desposada para recordarle la prueba terrible por la que tendría que pasar.
En ciertos pueblos de la antigüedad, entre ellos los germanos, ningún notable podía presentarse a Consejo sin llevar su escudo y cuando querían mostrar su aprobación a las palabras de un orador, golpeaban fuertemente su escudo.
A través del tiempo, el escudo dejó de ser una defensa destinada a resguardar al guerrero de los golpes de su enemigo, para transformarse en señal de honor y nobleza, cuyo campo sirviera para el ejercicio del arte heráldico, colocando en él los atributos de las familias según las reglas del Blasón.
Su forma puede ser muy variada de acuerdo a la inventiva de los hombres. Así el escudo español es cuadrilongo, redondeado por lo bajo unas veces, y otras en sus dos ángulos inferiores y terminando en punta en medio de la base. Aunque hoy en Francia se utiliza el mismo escudo que los españoles, en tiempos fue todo cuadrado o en triángulo curvilíneo. El alemán suele ser con escotadura al lado diestro, la que servía en la antigüedad para afianzar y sujetar la lanza. También lo usan en otras formas. Los ingleses suelen aceptar los escudos francés y español aunque modificándolo para ensanchar la parte superior del mismo. Por su parte los italianos utilizan el escudo en forma de círculo y de óvalo. Los eclesiásticos son asimismo ovalados y rebordeados para denotar el orden sacro. Cuando se trata de un doble escudo, es decir, de los casados cuyas armas son distintas a las de la esposa, se utilizan dos escudos, poniendo las armas de la esposa a la siniestra y las del esposo a la diestra. Desde sus orígenes. La Edad Media, porque fue en dicha época cuando comenzaron a utilizarse los blasones en Europa, todo predisponía a la creación del escudo nobiliario: Una sociedad feudal que deseaba diferenciarse de los otros estamentos sociales haciendo valer sus títulos y los honores que, a su juicio, se le debía. Otro hecho influyó sobremanera en la creación de los Blasones. La Caballería, por entonces se encontraba en todo su apogeo, se movilizaban grandes masas de hombres y se hacía preciso un signo que distinguiera no sólo a cada grupo, sino al jefe del mismo, es decir, su Señor.
Que, por regla general, todos los tratadistas se encuentren practicamente de acuerdo en que el Blasón tiene su punto de origen y difusión en las Cruzadas no quiere decir que no se hayan efectuado otro tipo de opiniones. Hay quien llega a afirmar que ya el Blasón se utilizaba en las épocas más remotas de la antigüedad citando como ejemplo no sólo a los distintintivos que ostentaban las doce tribus de Israel, sino a declarar que hasta Adán, padre del género humano, utilizaba ya un signo, una marca, o una determinada señal, esto casi no parece serio, lo que sí es cierto es que se han encontrado símbolos, figuras y dibujos parecidos a los de la Heráldica en algunos monumentos asirios, caldeos y egipcios, lo que ha llevado a decir que la ciencia heráldica nació en Oriente.
Representaciones simbólicas las hubo tanto en Roma, como en Grecia, como han dejado reflejado diversos escritos de los historiadores Heredoto, Virgilio y Tácito. El primero ya habla de la costumbre de pintar ciertos dibujos en los escudos que servían de protección en el combate. En Grecia, Esquilo cuenta que los tebanos podían distinguir perfectamente a los siete jefes del ejército que sitiaba su poderosa ciudad a través de las divisas emblemáticas pintadas en sus escudos. Uno de estos jefes llevaba en su escudo un fondo (campo) azur repleto de estrellas blancas, otro, Capaneo, había hecho pintar un hombre desnudo con una antorcha en la mano y la siguiente divisa «Yo arraseré la ciudad». Los reyes asirios tenían a la paloma como signo, los cartagineses, una cabeza de caballo, los romanos la loba, los godos el oso y los francos el león.
Dejando aparte estos antecedentes, la verdadera difusión de las armerías debe fijarse, lo repetimos, en la Edad Media. Fue entonces cuando, con las guerras y las conquistas de tierras, éstas eran dadas a deteminado noble por su soberano a título vitalicio y, por regla general, añadía el nombre de las citadas tierras al suyo propio. Medina es palabra árabe que significa «ciudad». ¿Cuantos caballeros cristianos llevaron dicho nombre como apellido y como tal ha llegado a nuestros días?
Al convertirse los feudos en hereditarios, nacieron las familias, o los linajes y esto coadyuvó a la aparición de las armerías, como su representación jeroglífica. A este respecto, el más antiguo monumento que se conoce en Europa en el que aparecen figuras con armerías, según señala Alejandro de Armengol en su obra «Heráldica», es el de Raúl de Beaumont (1.087, 1.110) y, de acuerdo a lo que también indica el autor antes citado, hay la tumba de Geoffroy Plantagenet, Conde de Abnjou, en el que el fundador de la dinastía de su nombre está representado por un largo escudo que va cargado con ocho leones rampantes.
Basándonos en la obra de Armengol, se añade asimismo que una autoridad tan notoria en esta materia como Fernando de Sagarra, dice que en lo que él respecta no conoce en España sellos anteriores al siglo XII, parece ser que los primeros corresponden a Ramón Berenguer IV de Barcelona, de Alfonso II de Aragón y de Alfonso VII de Castilla, todos del siglo XII. Por todo lo anterior, queda bastante claro que las divisas heráldicas no comenzaron a generalizarse en las casas nobles hasta el siglo XII.
Son varias las interpretaciones que pueden darse a la aparición del Blasón y existen algunos que han querido darle un origen oriental, basándose en el razonamiento de que los caballeros cruzados observaron las distintas divisas en los pueblos con los que lucharon. Ciertamente, la hipótesis no puede ser rechazada en rotundo y posiblemente ocurrió que, como antes ha quedado expuesto, en la época del feudalismo y la caballería, los grandes señores quisieran distinguirse unos de otros al tiempo que hacían reflejar en sus escudos los signos de sus hazañas y los honores otorgados por su rey, y hay que tener en cuenta que conforme la época avanzaba más numerosos eran los ducados, marquesados, condados, baronías, etc. y cada noble se sintió obligado a establecer un símbolo que definiera sus posesiones y representara su autoridad sobre las mismas, y queda otro detalle que tampoco hay que olvidar. Fue la época de las justas y los torneos; los caballeros al llevar sus rostros ocultos por el yelmo eran irreconocibles por lo que en su deseo de hacerse conocer, de que los espectadores supieran sin la menor duda de quien se trataba, recurrieron a ostentar distintos colores en sus cimeras y pintar, bien visibles, sus blasones en sus escudos, así como en las gualdrapas de sus caballos. Hubiera sido absurdo presentarse en un torneo, participando en el mismo, sin que nadie pudiera saber de qué caballero se trataba cuando lo que ellos pretendían, era precisamente todo lo contrario, hacerse notar y cuanto más, mejor.
Para terminar este capítulo, queda por consignar que de acuerdo a la forma del escudo, así era el nombre que se le daba: Rodelas, eran aquellos redondos; paveses, los ovalados y de gran tamaño; a los rombos se les llamaba tarjas y a los triangulares, broquetes. Los cuadrilongos, convexos, eran llamados adargas.
En el séquito de los reyes podemos apreciar, tanto en bandera como en escudo las armas de Castilla y León (miniatura de la Biblioteca de El Escorial, que corresponde al «Libro de la coronación de los reyes»)