Escudo de Murcia
En campo de gules un corazón aclarado también de gules y anagramado con la inscripción «Priscas novisima exaltat et amor», surmontado de una corona de oro y acostado de tres coronas del mismo color puestas en palo. Bordura con ocho castillos de oro y ocho leones de gules.
Heráldica Geográfica
Las Armas de Murcia
En lo que respecta a la ciudad propiamente dicha, data su fundación de la época musulmana. En su origen fue una plaza fuerte levantada por Abderramán II que, no pasando mucho tiempo se convirtió en ciudad. Pero en una época de disturbios que dieron lugar a los famosos «reinos de taifas», lo que la hizo depender de los almorávides y almohades y finalmente, de los Banu Hud, pasando por el espacio de tiempo en el que ejerció su soberanía sobre Murcia al Mutamid, de Sevilla.
Después de distintas vicisitudes, cuando en el año 1.262 se produjo una gran sublevación por parte de los musulmanes murcianos, aunque en el 1.244 Murcia había quedado como zona de la reconquista cristiana; el rey de Aragón sometió la ciudad para entregársela a Alfonso X. No habían terminado las turbulencias para la ciudad del Segura. Jaime II de Aragón, la conquistó anexionándola a su reino, pero la Sentencia Arbitral de Torrelas, la devolvió a Castilla.
En el año 1.651, una terrible riada del Segura inundó la ciudad causando innumerables daños. El resto de su historia hasta la consecución de provincia independiente de Castilla pertenece ya a la relación de hechos sucedidos en aquella región.
Toda la zona murciana estuvo muy habitada desde tiempos antiguos, o sobre todo por los pueblos iberos como lo atestiguan los innumerables restos arqueológicos encontrados. Aparte de los iberos, en su mitad meridional estuvo habitada por los mastienos y los bastetanos, pueblos de los que supone formaban parte del reino de Tartesos.
Pero el verdadero empuje de la región murciana se debió a la penetración cartaginesa que fundaron la ciudad de Cartago Nova. Esta colonización púnica desarrolló no sólo la agricultura sino que dio un gran impulso a la minería. Vencidos los cartagineses por los romanos, estos continúan la obra de los primeros, convirtiendo a la región murciana en un centro importante para la difusión de su dominio en la Península.
España, por su situación geográfica, siempre ha constituido paso casi obligado de diversos pueblos. No es de extrañar que Murcia fuera invadida a principios del siglo V por los alanos, pueblo germánico, hasta que cedieron el sitio a los visigodos. Todos estos acontecimientos repercutieron gravemente en la economía de la zona provocando el ocaso de aquella que había sido una de las principales poblaciones romanas, Cartago Nova. La dominación visigoda fue bastante efímera, ya que la llegada de los bizantinos en el 554 los expulsó del territorio.
Tras los bizantinos, se impuso la dominación goda que la integró en el reino de Toledo (año 621) con el nombre de Auriala, fijando su capital en Orihuela, y su gobierno entregado a un conde, Teodomiro, que rigió la provincia durante el reinado de Witiza, resistiendo los empujes del poder islámico. Pero una vez muerto Teodomiro, su hijo y sucesor Atanalgildo fue incapaz de oponerse a las huestes musulmanas que tornaron a ocupar toda la rica comarca murciana.
La paz no llegó con los árabes, todo lo contrario, porque se enzarzaron en una serie de luchas intestinas finalizando con la intervención militar de Abderramán II que fue quien levantó, como quedó reseñado en un comienzo, la plaza fuerte origen de la posterior capital, Murcia.
Las épocas sucesivas corresponden a las luchas entre almorávides y almohades hasta que el infante don Alfonso, hijo de Fernando III de Castilla, sometió Murcia en 1. 242, pero su reconquista definitiva hay que fijarla en 1.266 tras la intervención del rey Jaime I de Aragón.
La conquista cristiana trajo profundos cambios en la propiedad de la tierra. Habrá que decir que los musulmanes fueron los creadores de los canales de regadío y quienes forjaron, por decirlo así, la fértil huerta murciana y con ellos no se dieron los latifundios, ya que las tierras estaban muy repartidas, con lo cual la región conoció un gran desarrollo económico.
Conquistada la zona por las huestes cristianas, tal orden de cosas desapareció por completo yendo las tierras a parar a manos de unos cuantos señores feudales con lo que se extendió el latifundio como medio predominante de la explotación agraria.
Fue la época en la cual la Orden de Santiago gozó de grandes propiedades, así como el Señorío de Villena, o los Fajardo.
En el orden administrativo, Murcia quedó integrada en la corona de Castilla. Terrible golpe para la pujanza de la agricultura murciana significó la expulsión de los moriscos lo que produjo, ya en el siglo XVI un proceso de despoblación que castigó rudamente a las poblaciones de Lorca, Murcia y Chinchilla.
Poco a poco, la región fue recobrándose, iniciándose una nueva época de avance agrícola, pero entonces se abatió sobre ella una plaga traducida en la fiebre amarilla de 1.804 que causó estragos en la población. En 1.822 se hizo una primera división territorial, quedando las ciudades de Murcia y Albacete como capitales de sus respectivas zonas.
Hoy, Murcia constituye una región rica y próspera, la expansión del cultivo de los agrios en su huerta, la introducción de la vid en Jumilla y Yecla y la industria en la zona de Cartagena, son síntomas claros de esta pujanza.
Famosa es su huerta, conocida como la vega del Segura: Por lo que se sabe, su perfecto sistema de regadío viene de la época romana, que los árabes convirtieron casi en un arte de explotación agrícola. Por su clima templado casi todo el año, los cultivos, con preferencia naranjales y limoneros se dan con gran profusión. La población rural es por consiguiente, activísima y de ella se derivan numerosas industrias de conservas vegetales. Queda también el pimentón y la cosecha sedera. Todo ello contribuye a la elevación del nivel de vida murciano.
Queda un interesante dato por reseñar: el habla de Murcia, que sin constituir idioma posee interesantes detalles. El léxico mantiene no pocas raíces de carácter oriental. En la huerta murciana existe una variedad de habla denominada «panocho».
A este respecto, el del dialecto murciano, no está de más transcribir lo que en el año 1.930 decía Vicente Medina, el poeta en habla murciana: «En mi tierra se cultiva un lenguaje llamado panocho, lenguaje de soflamas carnavalescas que imitando el habla regional la ridiculiza con acopio de deformaciones y disparates grotescos. Me indigna, por tanto, el tal panocho». Tal indignación engendró mi ansia de reivindicar el lenguaje de mi tierra que no es otro que un castellano claro, flexible, musical, matizado con algunos provincianismos de origen catalán, árabe y aragones.
Respetando la opinión del poeta, la verdad es que el tal panocho no deja de tener un carácter típico y, como lenguaje popular, no está privado de cierto atractivo. Todo es cuestión de opiniones. En lo que sí tiene razón Vicente Medina es en la influencia catalana, árabe y aragonesa: Basta con recurrir a la «Crónica de Alfonso X» para saber que «por falta de castellanos vinieron a la región muchos catalanes de los que eran venidos a poblar el reino de Valencia». Y en tiempos de Jaime II, Murcia tornó a recibir la influencia aragonesa y si a esto se añade la enorme tradición árabe, el cuadro queda completo.
Cartagena: Origen púnico, antigua Cartago Nova, con su puerto, uno de los mapas importantes del «Mare Nostrum» el mar Mediterráneo de los romanos, Alhomada con su baños y un castillo, por desgracia, ya casi en ruinas, restos de un pasado histórico: Iotona, con su iglesia del siglo XVI y el santuario de Santa Eulalia, mudéjar, vió los feroces ataques musulmanes de las huestes de Yusuff.
Lorca, ciudad monumental con los restos de la luchas durante la Reconquista, con sus casas señoriales, entre las que destaca la de Husso con sus escudos renacentistas y su castillo que bien merece una visita y, desde luego, no cabe omitir el Santuario de la Virgen de otras huertas, la fundación del Rey Sabio ¿Quién no ha oído hablar de las procesiones de la Semana Santa lorquinas?
Mula, de rancio pasado romano, con casas solariegas cuyos venerables muros nos están hablando de una nobleza que combatió contrarios musulmanes en una lucha áspera y sin cuartel.
Caravaca: Aquí la leyenda quiere hacerse realidad, con la versión de que en la Reconquista se apareció la Vera Cruz, portada por ángeles para que el sacerdote prisionero Chrinos pudiera celebrar una misa ante el caudillo árabe Abu Zeit V, con lo que se hizo el milagro de convertir al moro al cristianismo. Por estas tierras anduvieron los Templarios, lo cual quiere decir que las guerras contra los musulmanes menudearon.
Archena: Se sabe que es centro de un balneario, pero también es interesante conocer que siglos atrás, los romanos establecieron allí algo semejante para aprovechar sus aguas termales.
Cieza: A la ribera del río Segura, en plena huerta, y Calasparra, también a la vera del Segura, el río que se funde en la comarca murciana, fuente de sus regadíos. De su pasado se conservan los restos de un acueducto romano y el edificio de la Encomienda que perteneció a la orden de Santiago. Aunque se trata de un dato anecdótico, no está de más citar al arroz de Calasparra, uno de los más estimados de cuantos se producen en España.
Vinos de Jumilla: La Villa situada en la falda de un castillo árabe y varias casas solariegas del siglo XVI, y Yecla, empinada en lo alto de un cerro y, como no, con su correspondiente castillo árabe. Aguilas: creada en el siglo XVIII, con restos de fortalezas árabes.
La dominación árabe dejó en Murcia muchas huellas, muchísimas. Lo que sucede es que, por las mudanzas del tiempo y las destrucciones, no ha quedado en su zona una Alhambra o una mezquita de Córdoba, pero acaso dejó algo tanto o más valioso: Su maravillosa huerta.
La maravillosa fachada barroca de la catedral de Murcia, una de las obras mas destacadas de la arquitectura eclesiástica.