Cáceres

Cáceres

Cáceres, ciudad que padeció las invasiones de suevos y vándalos, era ya una importante población en tiempos de los romanos, de ahí que muchos autores le concedan una mayor antigüedad a la de la llegada de las legiones romanas a la Península Ibérica.

Escudo de Cáceres

Escudo partido: primero, de gules, un castillo de oro aclarado en azur; segundo, de plata, un león rampante, de púrpura, con corona de oro.

Heráldica Geográfica

Las Armas de Cáceres

Cáceres era ya una importante población en tiempos de los romanos, por lo cual son muchos los autores que le conceden una mayor antigüedad a la de la llegada de las legiones de Roma a la Península Ibérica. Desde luego la remota presencia humana en este lugar parece incuestionable si se tienen en cuenta los restos antropológicos y arqueológicos de la cueva de Maltravieso. No obstante, nada se sabe en lo que respecta a aquellos remotos pobladores, ignorándose hasta el nombre que pudo llevar el poblado, caso de que existiera. Por tanto, la historia de Cáceres, al menos en lo que nosotros conocemos, comienza a partir de la llegada de los romanos a la Península. Parece cierto que Quinto Cecilio Metelo, si no fundó la población, por lo menos la engrandeció, por lo cual tomó el nombre de Castrum Cecilia. En un principio, sobre el año 79 antes de la Era Cristiana, Metelo estableció un campamento a unos dos kilómetros del lugar que ocupa la actual ciudad.

César, de este campamento, se trasladó al actual emplazamiento de Cáceres y fundó allí una primera población denominada Colonia Nova Cesarina, lo que con el paso del tiempo dió lugar al nombre de Cáceres. Por esta población discurrió la llamada calzada de la Plata que, partiendo de Mérida se dirigía a Astorga.

La invasión de los Suevos y Vándalos repercutió en Cáceres que conoció sus incursiones y lo que es peor, las padeció hasta que llegó el periodo visigodo durante el cual fue recuperándose. Durante ese período, Cáceres, se adhirió al partido de San Hermenegildo, en su lucha contra el rey Leovigildo.

Al invadir la Península los musulmanes, Cáceres fue ocupada por estos, que la convirtieron en plaza muy importante para ellos, puesto que desde allí organizaban sus incursiones contra los reinos Cristianos.

El rey Fernando II, la reconquistó en el año 1.169 y la volvió a perder cuatro años más tarde, en 1.173, frente a los ejércitos almohades del califa Abu Yaqub Yussuf. La recuperó otra vez, pero en 1.184, tornó a perderla frente al Emir almohade Yaqub al Mansur. Finalmente, Alfonso IX, tras diversos intentos de conquistar la ciudad (1.213, 1.218, 1.222, 1.223), consiguió ocuparla definitivamente el 24 de junio de 1.227.

La Orden de Calatrava, cuyos caballeros habían participado en la conquista, la reclamó para sí, pero el rey no accedió a sus peticiones, manteniendo a Cáceres bajo la obediencia de la Corona. Alfonso XI le concedió Fueros muy liberales que fueron confirmados por Fernando III en 12 de marzo 1.231.

Los extraordinarios privilegios que recibió Cáceres se basaban en un motivo muy importante: la necesidad repoblar cuanto antes la ciudad situada en una zona fronteriza altamente peligrosa.

Durante la baja Edad Media, Cáceres, sostuvo constantes disputas con los terratenientes vecinos, Ordenes Militares, Grandes Señores y eclesiásticos, que intentaban apoderase de parte de su término municipal y hasta de la propia villa. Cáceres, organizó unas fuerzas, de milicias locales, que lucharon en las contiendas civiles durante los reinados de Sancho IV, Alfonso X, Pedro I y Enrique II, al tiempo que se organizaban asimismo banderías entre las más poderosa familias cacereñas, al disputarse unas y otras el dominio de la ciudad.

Las rivalidades entre nobles alcanzaron su punto máximo en los reinados de Enrique IV e Isabel que tuvo que personarse en la villa a fin de poner paz entre los rivales y organizar las ordenanzas municipales. Estas nuevas disposiciones estaban destinadas a fortalecer el poder de la Corona, pero pusieron definitivamente el gobierno del municipio en manos de la aristocracia. Vino un período de relativa paz y tranquilidad para la ciudad y pocos acontecimientos son dignos de mencionar durante el reinado de los Austrias. Cuando estallaron las guerras de las Comunidades contra el emperador Carlos V, Cáceres, se mantuvo fiel al monarca recibiendo en el año 1.583, la visita del rey Felipe II, a su regreso de Portugal.

En el año 1.822 fue designada capital de la Alta Extremadura, venciendo a su rival Plasencia, que aspiraba a lo mismo y en 1.833, al crearse la división provincial, recibió la capitalidad de la provincia que llevaba su nombre.

Cáceres está declarada internacionalmente como Ciudad Monumental modelo de Europa. Con ese solo dato basta para comprender el valor artístico del conjunto arquitectónico de la población, que se conserva en muy buenas condiciones. Es cierto que Cáceres, no conserva grandes catedrales, ni opulentos palacios, pero forma en su conjunto el modelo de lo que fue una ciudad noble en el Medievo sin vestigio moderno que enturbie su ambiente. Las murallas fueron levantadas en el siglo XII por los almohades y se conservan todavía una docena de torres coronadas de almenas.

Como ejemplo de lo que es la construcción de aquella época, Cáceres, conserva como unidad arquitectónica la casa-fortaleza, mansión de anchos muros, construidos en sillería, con severa puerta adovelada en arco de medio punto y ventanas ajimezadas. La lástima es que por culpa de las rivalidades y banderías locales, los Reyes Católicos, cuando tuvieron que pacificar la ciudad, desgarrada por sus luchas internas, hicieron desmochar las torres de las residencias fortificadas. Por tanto, tan sólo quedan una o dos con su altura original.

Pero bastaría con la contemplación de las grandes casas nobles para comprender por qué Cáceres ha sido declarada ciudad monumental. Un solo ejemplo, la casa de Ovando, levantada por el hermano del primer gobernador español en América, don Nicolás de Ovando, o el palacio de Mayoralgo. Las de Carvajal, Ulloa, Ovando, Mogollón, la Generala, Espadero, Godoy y Moctezuma. Todas y cada una de ellas cuenta con tanto valor histórico como artístico. La última fue edificada por un hijo del matrimonio habido entre, el capitán extremeño, Cano de Saavedra e Isabel de Moctezuma, hija del penúltimo emperador azteca a quienes, el también emperador, Carlos V, concedió un escudo con las doce coronas reales que campean en su torre.

No se puede pasar por alto una referencia a las construcciones religiosas: todas conservan la grandeza de la arquitectura general. La iglesia de Santa María, hoy concatedral, se encuentra plena de sepulcros y laudas de granito. La de San Mateo es un templo-fortaleza de enorme fachada, con una portada plateresca añadida en el siglo XVI. En su interior se encuentran los enterramientos de las familias de Ovando y Saavedra. La de San Juan y la de Santiago, rehecha en el siglo XVI por Rodrigo Gil de Hontañón.

Un museo, el Provincial, alberga en su interior fondos prehistóricos y romanos y es allí, únicamente allí, donde se puede admirar el mejor aljibe árabe de España, con cuatro alquerías sobre columnas graníticas, que constituye el único resto del Alcázar musulmán que se levantaba en este sitio y que, lamentablemente, fue destruido en el siglo XV.

Así es la ciudad de Cáceres, con sus grandes casas entre palacio y fortaleza, todas con un patio interior gótico o renacentista y en ninguna de ellas falta el pétreo escudo con los blasones familiares. La historia esculpida en sus muros de piedra.

De su provincia, cabe destacar a Trujillo, que en sus orígenes fue una importante fortaleza romana, ocupada por los árabes durante la invasión musulmana de la península y reconquistada en el año 1.184, por el rey Alfonso VIII. Pero el dominio cristiano fue muy efímero porque en el año 1.195, tornó a caer en poder de los almohades. La reconquista definitiva la llevaron a cabo las órdenes Militares, en concreto, la de Calatrava, en 1.233. En el año 1.428 el rey Juan II, la cedió a la infanta Catalina, esposa de Enrique de Aragón, pero la Corona volvió a recobrarla tres años más tarde. Conserva los restos de murallas medievales, así como el castillo y posee notables palacios como el del Marqués de la Conquista (siglo XVI) y el del Duque de San Carlos (XVII). Es la patria chica del famoso Conquistador del Perú, don Francisco Pizarro.

Alcántara, cuya fundación se atribuye a Julio César o a César Augusto, que le dieron el nombre de Borba Cesarea. Ahora bien, hay la discrepancia sobre este punto, a cargo del historiador Méndez Silva, quien opina que fue fundada por el emperador Nerba que la llamó Nerba Cesarea. A este emperador le sucedió su hijo adoptivo Trajano que hizo edificar, en esta población, un magnífico puente que dedicó a la memoria de Nerba. Según Mendez Silva, en el año 270, Catelio, capitán de la nación alemana, viniendo a España, la conquistó, hallando entre sus despojos a Calgia, nobilísima doncella portuguesa, dotada de rara belleza y prudencia, en quien asistían hermosura tan perfecta, perfección tan hermosa, agrado tan apacible y apacibilidad tan agradable, que le obligó a casar con ella y en prueba del verdadero amor, impuso a este lugar el nombre de "Belcalgia". Los árabes la denominarán Alcántara, la reconquistó el Rey Fernando II, de León, en 1.167, pero no tardó mucho en volver a caer en poder de los moros. Corriendo el año 1.214 el rey don Alfonso X, de León, la ocupó e hizo donación de esta villa a los Caballeros de la Orden de San Julián del Pereiro, junto con todo lo demás que en Extremadura ganasen. De modo que por los años 1.225, la Orden antes citada se trasladó a Alcántara con su gran Maestre, don Diego Sánchez, denominándose en adelante Orden Militar de Alcántara.

Coria, que parece ser que fue fundada por los cartagineses, al tiempo que ocupaban Plasencia para, más tarde, ser ocupada por los romanos que procedieron a engrandecerla. En poder de los musulmanes, fue reconquistada por el rey Ordoño I, de León, en el año 554.

Plasencia, de la cual, el historiador Méndez Silva, dice que fue fundada por griegos de Epiro en el año 761 antes del nacimiento de Cristo, dándole por nombre Ambrasia, en memoria de otra de su patria. Se supone que este nombre lo tradujeron los romanos por Dulcis Plácida, de donde se formó el del actual Plasencia. Pero Méndez Silva mantiene una opinión distinta al decir, "estando arruinada sin rastro, ni memoria, la cimentó de nuevo el rey don Alfonso IX, de Castilla, para defensa de mahometanos fronterizos, y por el contento que tuvo la llamó Plasencia, significando (conforme escribió en cierto privilegio), aplazca, contente y agrade a Dios y a los hombres: cercándola, diez y siete años adelante, de dobladas murallas sobre piedra viva, permanentes".

Mirabel, que conserva algunas inscripciones y antiguedades romanas, pero que quedó arruinada y despoblada, durante la Edad Media, perdiendo hasta su antiguo nombre, el que se ignora, de modo que Mirabel parece significar Mira Bien o Bella Vista.

Logrosán, que conserva también restos de su pasado en las ruinas de la fortaleza de San Cristóbal que cuenta con doble recinto amurallado y torreón de planta circular.

Navalmoral de la Mata, gran centro industrial y agrícola, con cultivos de tabaco y pujante centro comarcal.

La maravillosa obra romana del puente de Alcántara, es uno de los más claros componentes de la riqueza histórica de la provincia de Cáceres.