Escudo de Cuenca
De gules, un cáliz de oro surmontado de una estrella de ocho puntas de plata.
Heráldica Geográfica
Las Armas de Cuenca
Por su nombre, que parece de origen oriental -dice, el conocido autor, don Francisco Piferrer- y por numerosos vestigios de remota antigüedad, que se observan en esta ciudad, parece deducirse que se trata de una de las más antiguas de España, pero se ignora cuándo y por quién fue fundada, atribuyéndose su origen, como en otros casos, a Hércules.
Ahora bien, el propio Piferrer, hace notar, con indudable sentido común, que Hércules es un personaje mítico o alegórico y añade, con muy buen juicio, que si fueran suyas todas las ciudades cuya fundación se le atribuye, no habría pasado un mes de su vida sin que anduviera ocupado fundando alguna. «Y como uno sólo de sus doce trabajos, por ejemplo, la formación del estrecho de Gibraltar, le ocupó muchos meses, por no decir años, resulta que es materialmente imposible que fundara todas las poblaciones que se le atribuyen».
Lo que sí resulta evidente es que por su situación geográfica, Cuenca tuvo mucha intervención en la historia y muchos de los nacidos en ellas son personajes harto conocidos: don Gil de Albornoz, Fray Luis de León, don Alvaro de Luna, Alonso y Juan de Valdeas, los Hurtado de Mendoza, etc. etc. son famosos conquenses.
Volviendo a su fundación, los datos históricos, rigurosamente comprobados, indican que en esta región estuvo asentada una tribu celtibérica, la de los olcades, como así lo demuestran las necrópolis celtas que han sido exploradas, en la parte oriental de la provincia, correspondientes a épocas prehistóricas. Ahora bien, los primeros datos fehacientes nos llegan de la dominación musulmana, por lo que sabemos que aquí estuvo levantada una alcazaba, sobre el año 784. Con la caída del Califato de Córdoba, Cuenca pasó a poder de la taifa de Toledo hasta que fue conquistada por Almutamid, rey moro de Sevilla, quien la cedió al rey cristiano Alfonso VI. Pero éste la perdió a consecuencia de la derrota de Uclés en el año 1.108 y aunque las huestes cristianas la recuperaron en 1.110, tornó a caer en poder de los almorávides.
La ciudad, por designios del destino, parecía estar condenada a pasar de unas manos a otras sin que ni moros ni cristianos consiguieran aposentarse firmemente en ella.
En el año 1.137, se desencadenó una sublevación que fue duramente reprimida por Tasufin Ali. Fue durante este período almohade cuando, por fin, el rey de Castilla, Alfonso VIII, con ayuda del Rey de Aragón, se decidió a atacar la plaza, consiguiendo reconquistarla.
Con ello, ocurrido en el año 1.177 la ciudad se convirtió en sede episcopal, por decisión del monarca anteriormente citado, al tiempo que concedía a sus habitantes numerosos privilegios. En 1.190, el mismo rey, Alfonso VIII, le concedió un fuero especial que era la compilación de los antiguos usos y costumbres de Castilla.
Los tiempos difíciles parecían haber pasado definitivamente para Cuenca y durante la época medieval conoció un período de gran prosperidad, acentuado por el rápido crecimiento de su ganadería, que dió lugar al nacimiento de las industrias de ella derivadas.
En el siglo XVI, la demanda americana, hizo que se incrementara la fabricación y el crecimiento de la ciudad continuó.
Fue una época en la que se establecieron numerosas industrias del hierro, la cerámica, la labra de plata y la explotación de los bosques. Fue en este siglo cuando Cuenca alcanzó su máximo apogeo. Pero, a últimos del citado siglo, se inició un declive debido, sobre todo al alza de los precios de la lana y paralelamente se produjo la disminución demográfica. En el año 1.594, la ciudad contaba con más de tres mil vecinos y esta cifra disminuyó considerablemente a lo largo del siglo XVII. Y otro tanto ocurrió con su anterior pujante ganadería: el número de cabezas de ganado se redujo a un tercio en lo que respecta a las habidas en el siglo anterior y al entrar la cabaña lanar en decadencia, ello arrastró a todas las industrias derivadas de la misma.
Por todo lo anterior, en el siglo XVIII, se intentó una revitalización de la industria lanar, por medio del establecimiento de una importante fábrica de paños.
Pero el esfuerzo no dió los resultados apetecidos y la población continuó disminuyendo, hasta llegar en el año 1.728 a una cifra aproximada a los mil quinientos vecinos.
Durante la Guerra de Sucesión, los ingleses, sometieron a la ciudad, a un bombardeo que ocasionó graves pérdidas, antes de proceder a su ocupación. No obstante, tres meses más tarde fue conquistada por las tropas que apoyaban a Felipe V.
Las guerras constituyeron una plaga para Cuenca pues, con ocasión de la guerra de la Independencia, los ejércitos de Napoleón entraron en Cuenca saqueándola para luego incendiarla.
Posteriormente pudo ser recuperada gracias al esfuerzo de los propios conquenses agrupados en el Regimiento de Cazadores de Cuenca y las huestes del guerrillero Juan Martín «el Empecinado». No habían terminado las consecuencias que esta serie de guerras interminables ocasionaban a Cuenca: estallaron las guerras carlistas y el general Cabrera puso sitio a la población, aunque fracasó en su intento de ocuparla, lo que sí sucedió durante la tercera guerra carlista en la cual, Cuenca, fue asaltada y tomada, por el infante Alfonso Carlos de Borbón, al mando de catorce mil hombres.
La actual Cuenca ofrece toda una variada gama de atractivos muy difíciles de describir. Cierto que algunos de sus barrios parecen anclados en el pasado, lo que en lugar de menospreciarla, la ennoblece. Sus callejas empinadas, estrechas y torcidas, que van y vuelven, son de un atractivo difícil de describir. La hiedra, la humedad del río cercano; Cuenca, con sus casas colgantes, con su Ciudad Encantada, con sus variadas muestras de arte que nos llega del pasado…
Pero se equivocaría quien creyera que esta ciudad permanece estancada en lo que ya pasó. Por el contrario, un observador se daría cuenta inmediatamente de los esfuerzos que se hacen para la modernización de la urbe.
En su provincia, Alarcón, situada sobre un impresionante roquedal, circundada, casi enteramente, por el río Júcar, formando como una península en la campiña que la rodea. Por su posición, debió ser una plaza fuerte de fácil defensa, porque el río sólo deja una faja de entrada muy estrecha por el Este. Esta entrada, antiguamente estuvo fortificada con murallas, de las que únicamente quedan algunos vestigios.
Existía, además, una fortaleza construida sobre una roca, ya arruinada por el paso del tiempo. Pero dicha fortaleza, así como su alcázar, han sido rescatados de su total ruina, debidamente restauradas y convertidos en un magnífico parador de turismo, uno de los más bellos de Espana. Hoy, cuando tantos siglos han transcurrido, tan sólo la imaginación puede formar la estampa de don Fernán Martín de Ceballos asaltando el torreón más elevado, disputando la fortaleza a sus ocupantes moros, trepando por el muro con ayuda de dos puñales que hundía en las juntas de los sillares. Alarcón significa «alta y fuerte villa».
Al tratarse de las voces célticas «al», «ar» y «con», parece cierto que su fundación se debe a los pueblos celtíberos, corroborándolo así el dictamen del sabio Florián del Campo el cual afirma que, en efecto, esta población fue fundada por los celtíberos, trescientos noventa años antes del nacimiento de Cristo. Hay, no obstante, quien no está de acuerdo con esta versión afirmando que «Alarcón», es una palabra puramente árabe, por lo cual atribuyen dicha fundación a los sarracenos. Y existe otra opinión, la del Maestro Gil González Dávila quien sostiene que la villa fue conquistada, a los romanos, por el rey godo Alarico y que la llamó Alaricón y que de ahí, con el paso del tiempo, se convirtió en Alarcón. Huete, que contaba con un fuerte castillo del que, lamentablemente, nada queda. Es deplorable que, en los tiempos pasados, nada se hiciera para conservar, y restaurar, los numerosos castillos existentes en España. Huete fue una plaza fuerte que constituyó parte de la dote de Zaida, la nieta de Almutamid, de Sevilla, concubina de Alfonso XI. En cuanto se refiere a su fundación, nada puede decirse al respecto. Es posible que, primitivamente, fuera algún poblado celtibérico, pero con certeza nada puede asegurarse.
Uclés es un villa muy antigua y se cree que tuvo mucha importancia en tiempos de los romanos como lo atestiguan algunas inscripciones en esta población encontradas. Se ignora cual pudo ser su nombre original, aunque sí consta que en tiempo de los árabes se llamaba Ukles. Por tanto, hay que presumir que, con esta ligera variación, es el nombre que ha llevado desde su fundación. Fue cabeza de la Orden de Santiago y el Prior de Uclés tenía categoría de Obispo. Cerca de la población se encuentran los restos de una fortaleza que, como en el caso de la correspondiente a Huete, se ha permitido que se vaya derrumbando paulatinamente, sin hacer nada para detener su ruina. En el Monasterio se encuentra el enterramiento de don Rodrigo Manrique, Maestre de la Orden de Santiago y en el presbiterio yacen los restos del infante don Manuel, hijo de San Fernando, rey de Castilla. También aquí, en una sórdida celda, estuvo algún tiempo retenido don Francisco de Quevedo.
Moya, población de origen tan remoto que, a ciencia cierta, se ignora quienes pudieron ser sus fundadores. Como en los casos anteriores, lo más probable es que se trate de un poblado celtibérico, pero nada puede afirmarse, ni, por supuesto, negarse, al efecto. Su repoblación data de los tiempos del rey don Alfonso de Castilla, a principios del siglo XIII, quien le concedió exención de tributos para promover su crecimiento.
En las guerras carlistas,Cuenca, hubo de sufrir el saqueo, por parte de las tropas del pretendiente don Carlos,mandadas por Alfonso de Borbón.