Escudo de Baleares
En campo de oro cuatro palos de gules resaltados de una banda de azur.
Heráldica Geográfica
Las Armas de Baleares
Antes de entrar en la historia de las Islas Baleares, habrá que dedicar un espacio a su prehistoria. Como se sabe estas islas están formadas por Mallorca, Menorca, Ibiza, Formentera y Cabrera. Existen algunos islotes más, pero de escasa importancia. Lo que da un gran interés a su prehistoria es su situación geográfica.
Aparece un marcado contraste entre el grupo formado por Mallorca y Menorca (que en la antigüedad se denominaron Gimnesiss) e Ibiza y Formentera (Pitiusas). Y esto se basa porque hay un evidente paralelismo en las dos primeras que parece indicar una comunidad de origen en sus gentes y culturas. Es, precisamente, en la isla de Mallorca donde se encontraron los restos, más antiguos, de ocupación humana, en unas cuevas naturales situadas en la cordillera septentrional de esta isla. En una de estas cuevas (Muleeta), en Soller, se han podido recoger ciertas muestras de una tosca industria de sílex y hueso. Un análisis efectuado por la prueba del carbono 14, da una fecha aproximada de cuatro mil años antes de la Era Cristiana. En otras cuevas, la de los Muertos, en la de Son Masroi, en Deyá, se ha encontrado gran cantidad de cerámica, remontándose, esta fase, según los análisis del carbono 14, a épocas antiquísimas, hacia 1.500 o 1.800 años antes de Cristo.
Este tipo de hallazgos demuestran que las Islas Baleares ya estaban ocupadas en un neolítico bastante temprano.
La cultura denominada calcolítica debió producirse en Edad del Bronce en la que abundaron los enterramientos en cuevas artificiales de las que aparecen en las islas un gran número de ejemplares. Hacia el año 1.200 (a.d.C.) parece ser que tuvo intrusión en las islas la llamada cultura ciclópea, a la que se ha denominado como talayótica y que ha dejado importantes monumentos, restos de poblados, fortificaciones y necrópolis en cuevas artificiales.
Sobre el año 123 antes de J.C. los romanos iniciaron la ocupación de las islas bajo el mando de A. Cecilio Metelo. Hubo, pues, tiempo más que suficiente para que la cultura talayótica evolucionara. Los talayots, de planta circular o cuadrada, aparecen como torres de defensa con pasajes subterráneos en su interior. Diversos hallazgos dan fe de diversas armas de bronce: hachas, espadas, escudos, así como representaciones de toros, lo que prueba que debió de existir algún culto a dicho animal.
Una mayor densidad de monumentos existe en la isla de Menorca, con habitaciones, salas, enterramientos, etc.
Es muy característico, en esta isla, el tipo de «naveta», un sepulcro colectivo que tiene forma de nave invertida, con una pequeña entrada a la cámara.
En Ibiza y Formentera no se dan los elementos culturales prehistóricos que han quedado reseñados. De ahí la diferenciación, que citamos en un principio, sobre las islas del archipiélago.
Sobre lo que podríamos llamar su historia antigua, hay que comenzar con las colonizaciones griega y púnica. Los griegos debieron conocer muy pronto a las Baleares. Estos navegantes llegarían a las Baleares sobre los siglos XIII y IX, antes de J.C. Más tarde, los cartagineses (650 a. de J.C.), se establecieron en Ibiza. Con esta ocupación y los otros dos puntos que ya poseían en las islas de Cerdeña y Sicilia buscaron asegurarse su predominio sobre el mar Mediterráneo. Esto queda demostrado por la presencia, en los ejércitos de Aníbal, de los célebres honderos baleares. Después de la II Guerra Púnica, los cartagineses mantuvieron todavía su dominio en las Baleares, hasta que finalmente, los romanos los expulsaron de ellas. La romanización se inició en torno a las poblaciones de Palmaria y Polentia y el asentamiento de tres mil colonos romanos.
Así, las Islas Baleares quedaron incorporadas a la Hispania Citerior hasta que a fines del siglo IV constituyeron una provincia aparte.
La invasión musulmana que afectó a toda la Península, incluyó a las Baleares en el Califato de Córdoba y a la caída de este, pasaron a depender del Reino de Denia y más tarde a los almorávides.
Pero las islas acabaron por convertirse en refugio de los piratas del Mediterráneo lo que obligó a las potencias occidentales a plantearse su eliminación. El Papa Gregorio VIII, las cedió a los pisanos (1.085) y Pascual II, otorgó una Bula de Cruzada al obispo de Pisa (1.113). La escuadra pisana, reforzada y dirigida por Ramón Berenguer III, de Barcelona, tomó Ibiza y Mallorca, aunque ambas se perdieron al año siguiente al enviar el Sultán almorávide Yusuf, una poderosa flota. La conquista definitiva la efectuó el rey don Jaime I, que tomó Ibiza y Mallorca, obligando a Menorca a pagar tributos. Alfonso III, de Aragón, en el año 1.258, ocupó no sólo Mallorca e Ibiza, sino que expulsó de Menorca a los musulmanes, quedando definitivamente incorporadas al Reino de Aragón en el año 1.349. Su incorporación a este Reino dió derecho a sus habitantes para enviar representantes a las Cortes Catalanas. Su principal base económica era el comercio que se desarolló extraordinariamente en el puerto de Palma. La ciudad creció muchísimo y la burguesía mercantil pronto adquirió tal poder político sobre el resto de la población islena que, cuando llegó la crisis del comercio balear, el descontento creció en el campesinado, agravado por el aumento de las cargas tributarias, lo que provocó una serie de secuelas de tipo social como la matanza de judíos del «call» de Palma en 1.391, o el alzamiento de los «forans» de Mallorca y Menorca entre 1.450 y 1.452.
Un aspecto similar ofreció el movimiento de las «Germanías» (1.520), dirigido, esta vez, por el elemento urbano.
Durante la época de los monarcas Austrias, el comercio decreció, aumentando por el contrario la ruralización de las islas.
La nobleza se enzarzó no pocas veces en luchas y banderías, como, citando un ejemplo, la entablada entre Canamuts y Canavalls, en tanto que los campesinos se alistaban frecuentemente en el ejército para escapar del servilismo de la tierra. En esta época se produjo el corso en gran escala, muy importante en Ibiza durante el siglo XVIII.
Durante la guerra de Sucesión española, el pueblo se decantó en favor del Archiduque de Austria, mientras una gran parte de la nobleza lo hacía en favor de Felipe de Borbón. El Decreto de Nueva Planta acabó con el régimen autonómico tradicional en tanto que por el Tratado de Utrecht (1.713) Menorca pasó a poder de la Gran Bretaña. Hay que destacar, porque es de justicia, que la Administración británica fue espléndida y gracias a ella la isla mantuvo un nivel muy superior a las restantes del archipiélago, donde imperaba la rapacidad de la Administración española en las personas de funcionarios, alto clero y autoridades. Con los ingleses en Menorca se procedió a la roturación de tierras, se introdujeron nuevos cultivos y se hizo un mejor reparto de la riqueza agraria, se consolidó una industria mobiliaria y de derivados alimenticios de productos agrícolas. Esto es así y no hay por qué ocultarlo.
Durante el reinado de Carlos III, la isla de Menorca fue recuperada por la corona española. Y llegó la Guerra de la Independencia y aunque las islas no se vieron afectadas por la contienda sí que sacudió al estancado y provinciano ambiente balear. La isla de Cabrera se convirtió en un inmenso penal donde se recluyó a unos diez mil soldados franceses capturados en la Península. Al finalizar la guerra tan solo sobrevivían unos tres mil quinientos de ellos.
Pero en el siglo XIX, se inició la recuperación económica de las islas. Desde 1.830, se intensificó el cultivo de la vid, el trigo y el almendro y en 1.837 se inauguró, oficialmente, la línea regular de barcos que unía Palma con Barcelona. Se empezaron a construir ferrocarriles; el primero, el que iba de Palma a Inca y Manacor, al tiempo que nacían nuevas industrias del calzado, textiles y navieras, lo que motivó un periodo de fuerte prosperidad.
Ya, en nuestro siglo, las Islas Baleares se vieron afectadas por un fuerte aumento del turismo que, en poco tiempo, ha adquirido un aspecto espectacular.
Mallorca, la mayor y más poblada del archipiélago balear, con su capital Palma de Mallorca, cuenta con otras dos ciudades importantes, Inca y Manacor. De Palma se dice que su auge como población dió comienzo bajo la dominación romana. Manacor fue poblada por el rey Jaime II, en el año 1.300 e Inca no consta la época de su fundación, pero se presume, con bastante fundamento, que esta se produjo en fecha muy antigua.
Menorca es la segunda en extensión del archipiélago, que cuenta con dos ciudades importantes, Mahón y Ciudadela. Ya ha quedado dicho que perteneció a la Gran Bretaña hasta que España la recuperó definitivamente por el Tratado de Amiens. De la época británica, cabe señalar que Richard Kane fue un gobernador excelente. Aquí viene muy bien aquello de que «lo cortés no quita lo valiente».
Ibiza, tercera en extensión del archipiélago balear, que aparte de su capital, Ibiza, cuenta con otras dos poblaciones importantes: San Antonio y Santa Eulalia del Río. Los griegos le dieron el nombre de Pytiusa y los cartagineses el de Ibsosim. Roma, al conquistarla, la denominó Ebusus y los árabes, Yebisah.
Formentera, cuyo principal núcleo de población es San Francisco Javier y de la que se cree que su nombre actual deriva del latín «frumentum» (trigo) y que le fue dado por los romanos por su gran feracidad.
Cabrera, la isla menor de todo el archipiélago, de relieve notablemente montañoso. No posee una población permanente. Esta isla pertenece al Municipio de Palma de Mallorca, así como los islotes de Conejera, Redona, Plana y Foralada que la rodean.
Los ricos yacimientos arqueológicos de Baleares, han sido pródigos en hallazgos de los vestigios de las civilizaciones que las habitaron, como esta fgura de barro cocido, conservada en el Museo Arqueológico Nacional, conocida como la Dama de Ibiza, y datada sobre el siglo IV a. d. J.C.