Escudo de Ávila
En campo de gules, fortaleza de plata surmontada de una cruz del mismo color y sobrepuesta, en el centro, la figura de un monarca coronado que porta una espada en la mano derecha y un triunfante de gules con cruz de oro en la mano izquierda. En punta anagramado con la inscripción «Avila del Rey».
Heráldica Geográfica
Las armas de Avila
Avila y sus murallas. Pero también algo más. Mucho mas. ¿En qué fecha podría señalarse su origen? Muy difícil contestación porque lo único que se sabe con absoluta certeza son sus antecedentes romanos. ¿Antes? Un origen muy remoto que alcanza la época celta. Y las tribus de Arevacos y Vacceos lo que nos llevaría a tiempos anteriores a Cristo.
Que fue romana no cabe la menor duda, como también la sede de Prisciliano aquél a quien la Iglesia tiene por hereje y cuyos restos parece ser que se encuentran enterrados en algún lugar de Galicia, desconociéndose su ubicación exacta. ¿Quizás Santiago de Compostela?
De Avila, comienza ha hablarse en tiempos del rey Alfonso VI, cuando este monarca decide repoblarla con gentes llegadas del Norte.
Y se elevan sus murallas cuya construcción se inició en el año 1.090 bajo la bendición del obispo de Oviedo don Pelayo.
Pero la ciudad de Avila no obtuvo ningún privilegio por la elevación de sus murallas. Lo consiguió por otra cosa. Fue un singular privilegio respetado no sólo por el reino español sino también por todo su imperio: el «Pote de Avila». ¿Qué era el «Pote de Avila»?.
Se trata de una vasija de cobre en forma abombada y cuello corto con una capacidad de media fanega. De acuerdo con las Leyes de Juan II, dadas en Toledo en 1.436 y 1.438, y de los Reyes Católicos dadas en Tortosa en 1.496 que dice:
«…todo el pan que se hubiera de comprar i vender en todos mis Reinos i Señoríos se medirán por el pote o medida de la Ciudad de Avila que face doce celemines, con la cual se cotejarán las de otras Ciudades y Villas de nuestros Reinos, iguales a la subsodicha y selladas con el sello de Avila i sean estas medidas de pan, cereales, de piedra o de madera con chapas de hierro y las reciban por i ante escribano i no de otra guisa i cualquiera que con otra medida midiese, salvo el pote de Avila, que por primera vez que le fuere probado, caya e incurra en pena de mil maravedís i le quiebren públicamente la tal medida y se ponga en picota, i la segunda caya e incurra en tres mil maravedís y esté diez días en cadena, i por tercera vez le sea dada pena de falso i en esta pena caya e incurra cualquier carpintero o calderero, o otro oficial que de otra guisa hiciese medidas de pan i por quitar la ocasión de error i lo dicho mejor se guarde, mandamos i defendemos que de aquí adelante ningún escribano sea osado de hacer ni recibir contayo ni obligación de censo ni arrendamiento ni por otra causa alguna, salvo por nombre de la dicha medida i pote de la ciudad de Avila».
Las anteriores Leyes o pragmáticas tuvieron vigencia hasta el siglo XIX.
Avila cuenta también con ser el lugar donde yace el príncipe Juan, único hijo de los Reyes Católicos. Fue una de las últimas voluntades de la reina Isabel que se labrase una tumba de mármol para su hijo. De ello se encargó el florentino Domenico Di Sandro Francelli, que en l.511 comenzó a dar forma en el alabastro a la figura del príncipe don Juan. La estatua es yacente, con las manos recogidas en oración y velando su espada. En los cuatro ángulos del sepulcro, velan los restos del principe, impresionantes águilas y en los costados se suceden armas, ángeles y alegorías de muerte. A los pies, hay una placa con inscripción latina donde se hace constar las virtudes del príncipe difunto: Vivió 19 años y murió en 1.497.
El destino es, muchas veces, el gran muñidor de la historia. De haber vivido este príncipe y alcanzado, como era natural, la corona, España habría evitado todas las convulsiones que la azotaron años más tarde: el episodio de doña Juana a la que se apodó «la loca»; el advenimiento al Trono de su hijo Carlos, con la posterior sublevación de los Comuneros, el añadido del imperio alemán, guerras y más guerras. . . Y, por encima de todo, se hubiera continuado la línea de los reyes castellanos, una vez efectuada la unificación nacional, sin la intromisión que significó la llegada del denominado Felipe «el Hermoso» y más tarde su hijo Carlos I, nacido en Gante, lejos de España y con una mentalidad escasamente hispana. La prematura muerte del príncipe Juan significó no sólo el fallecimiento de aquel que hubiera podido ser rey y español, sino también el fin de las tradiciones castellanas, la autoridad de villas y municipios, la autonomía de las provincias, en beneficio del autoritarismo imperial y del centralismo personificado en la figura de Carlos I (V de Alemania). Las leyendas muchas veces se unen a la realidad. El Real Monasterio de Santo Tomás tiene la suya. La tradición dice que cierto judío condenado a muerte por la Inquisición, redimió su pena tallando la sillería del coro. Verdad o mentira, lo que si es cierto es que en el Monasterio residió el Tribunal del Santo Oficio, con su máximo dignatario Torquemada. No está de más indicar que este gran perseguidor de judíos a los que envió por docenas a las hogueras, lo era también. Hebreo converso, se cebó en los de su raza.
Son muchos los nombres con los que Avila se ha distinguido a través de su historia. «Avila del Rey», «Avila de los Caballeros», «Avila de los Leales» «Avila de Alfonsos Madre». Pero Avila es también el lugar de nacimiento de Teresa de Cepeda y Ahumada, el 28 de marzo de 1.515, Santa Teresa, la monja que recorrió los caminos de Castilla. En este lugar se levanta ahora la iglesia y el convento de los Religiosos Carmelitas Descalzos.
Una vez efectuada la Repoblación Avila se fue llenando de palacios y casas nobles, sobre todo en torno a las murallas o próximos a ella. Son por tanto, numerosas, las casas con escudos de linaje.
La provincia de Avila tiene una superficie de 8.046,95 kilómetros cuadrados y está limitada por las provincias de Valladolid, Toledo, Cáceres, Segovia, Madrid y Salamanca. Llanura en su parte Norte y serranía aquella que va de Este a Oeste, con sus cuatro cadenas montañosas principales: La sierra de Gredos, la Paramera, la Sierra de Avila y la Sierra de Ojos Albos. Y entre ellas, Arenas de San Pedro con sus cuevas del Aguila, Gredos y Piedralaves en el valle del Tiétar.
Entre los riscos de Gredos se encuentra el refugio de las águilas reales y en sus más altas cumbres observan y vigilan los rebaños de la «Cara hispánica». Allí, subiendo el Puerto de Picos, todavía desafiando a los siglos, existe la calzada romana, carretera de lejanos tiempos que aún se conserva en perfecto estado. Por ella desfilaron las orgullosas legiones del Imperio en tanto luchaban contra la fiereza de las tribus iberas, celosas de su independencia. Casas blasonadas en Barco de Avila recuerdo de su pasada grandeza. Piedras olvidadas del castillo de Valdecorneja y su iglesia románica Piedrahita, capital del antiguo Señorío, a la sombra del Monte de la Jura donde el conde Fernán González venció a los Ejércitos musulmanes. Con su palacio del Duque de Alba porque aquí nació aquel genio militar. Arévalo, con sus cuatro títulos: Muy Leal, Muy Ilustre, Muy Noble, Muy Humanitaria. Torres mudéjares en sus templos y el palacio donde pasó su niñez Isabel la Católica. Madrigal de las Altas Torres, lugar de nacimiento de la anterior reina Isabel, en el palacio de Juan II. Aquí, en el viejo convento de los Agustinos murió fray Luis de León. Piedras venerables que encierran en cada una un trozo de la historia de España. Toda la villa es un canto a un pasado glorioso.
En Fontiveros nació San Juan de la Cruz y hoy, en el centro de su plaza se levanta la estatua en honor del santo.
Toda una época, la Edad Media, se refleja en Avila y su provincia. En la capital sus calles, sus plazas, sus palacios, en la provincia sus castillos, rezuman historia viva de España.
Tierra de próceres orgullosos y altivos a los que costaba mucho trabajo inclinar la cabeza ante el rey. Y mucho más ante los Concejos. Sólo un ejemplo basta para señalar esta característica: En el palacio de los Dávila, blasón de trece roeles ganados por Hernán Pérez Dávila, existe cierto rastrillo que, en la actualidad, se encuentra cerrado. Fue por decisión del licenciado Villafañe, en el año 1.507. Los Dávila recurrieron dicha decisión ante la reina doña Juana, entendiendo que no había lugar para acto semejante. La reina castellana autorizó la apertura del rastrillo, pero el licenciado recurriendo a las leyes fue poniendo obstáculos de modo que transcurrió el tiempo y el rastrillo siguió cerrado. Al cabo de los años, agotados todos los recursos legales, los Dávila amparándose en la decisión legal quisieron hacerlo y fue el Concejo quien se opuso. Tal circunstancia abría nuevamente una serie de pleitos de final a largo plazo por lo que, harto, don Pedro Dávila ordenó hacer una amplísima ventana colocando sobre ella esta imperiosa frase: «Si una puerta se cierra, otra se abre».
Ni Santa Teresa se encuentra exenta de esta altivez. Se cuenta que en el Monasterio de la Encarnación se le aparareció Jesucristo en la escalera principal quien, al verla, le preguntó: «Tú ¿quién eres?» a lo que la monja replicó, sin amilanarse lo más mínimo «Yo, Teresa de Jesús, ¿y tú?», «Pues yo–contestó el Salvador– Jesús de Teresa».
«Esta es tierra de santos y de cantos» se dice que afirmó en cierta ocasión la reina Juana. Tenía toda la razón…
Las famosas murallas de Avila, en una panorámica en que se puede apreciar el perfecto estado de conservación de las mismas.