Press ESC to close

Guadalajara

Escudo de Guadalajara

Un castillo de piedra puesto sobre sinople, cimado de un palón de gules y surmontado de un cielo de sable con un creciente contornado, de plata, y once luceros también de plata. Al pie un jinete con estandarte.

Heráldica Geográfica

Las armas de Guadalajara

El origen de Guadalajara continúa siendo desconocido, opínase que, se trata de una gran antigüedad pero hasta hoy, que se sepa, no se ha podido concretar una fecha aproximada de su fundación como lugar habitado. Como bien dice Don Antonio Berrera Casado, autor del interesante libro «Crónica y Guía de la provincia de la Guadalajara», este origen se pierde en la noche de los tiempos. Quizás, la versión que más se acerque a la realidad es aquella que se basa en la opinión de, que el pueblo de los carpetanos, asentados junto al Henares, fundaron, numerosos poblados a lo largo de este río, y posiblemente también, el primitivo nombre de Guadalajara fue el de Arriaca.

De acuerdo a lo dicho por el cronista Layna estuvo esta antigua ciudad puesta sobre el valle, junto al río. Los pueblos iberos, como es sabido, se vieron sorprendidos y dominados, pese a su feroz resistencia, por la invasión romana. La primitiva Arriaca no salió perjudicada por la ocupación romana sino que ocurrió todo lo contrario, ésta constituyó una base de progreso para la población, primera constituida como un puesto militar para las legiones de Roma y más tarde como un núcleo urbano, incluido en la gran calzada romana que iba de Mérida a Zaragoza. A medio camino entre «Complutum» (Alcalá de Henares) y «Caesada» (Espinosa de Henares).

De la época visigótica no quedan muchos documentos que nos aclaren el papel desempeñado por Guadalajara durante aquella dominación. Otra cosa es la Reconquista. Los caudillos musulmanes Tarik y Muza, a comienzos del siglo VIII cruzan directamente por Guadalajara para ascender al valle del Ebro, y es asimismo a los árabes a quienes se les debe la construcción de poderosas fortalezas en el Henares, como un dique de contención a las cada vez más frecuentes incursiones cristianas por este territorio. No sólo Guadalajara, sino Jadraque, Hita y Sigüenza convierten la comarca en un auténtico avispero de castillos. Como en otros tantos puntos de la geografía española, se da por cierto que el nombre de Guadalajara tiene su origen en el árabe de Wad-al-Hayara.

Antes hemos dejado dicho que la dominación árabe en Guadalajara no la perjudicó en absoluto sino que los cuatro siglos que duró este dominio la favorecieron en su importancia y densidad de población. Se construyeron numerosos baños, mezquitas y zocos y en Guadalajara nacieron poetas islámicos de la talla de Amed-bem-Shalaf, historiadores como Andalá-bem-Ibrahim y geógrafos como Abú-Zacharia.

Entre los años 1.058 y 1.062, el rey Fernando I, al frente de un poderoso ejército, bajó, sin dificultad, por los valles del Jarama y el Henares, hasta que llegó a Guadalajara, a la que ocupó, desalojando a los musulmanes. Quedó Guadalajara como ciudad de propiedad real y, basándose en las costumbres castellanas de la época, se fueron dictando Fueros que regularan su vida ciudadana. Algunos de estos constituyeron disposiciones protectoras para árabes y judíos a los que se les respetó sus usos y costumbres. El monarca que demostró poseer más afecto hacia Guadalajara fue Alfonso X «el Sabio» y buena prueba de ello es el privilegio concedido en 1.260 en la que autorizaba que dos veces al año celebrara la ciudad sendas ferias. Y a ellas podían acudir gentes de toda Castilla, tanto cristianos como judíos y moros sin tener que pagar impuestos por las mercancías que en dichas ferias compraran o vendieran.

En el Fuero de Guadalajara se reconocía a la capital como cabeza de territorio. Siendo el año 1.338 el rey de Castilla Alfonso XI pasó una larga temporada en Guadalajara. Fue durante esta estancia cuando fundó una Orden de Caballería, la «Orden de la Banda» en la que se incluyeron los caballeros que poseían caballo y armadura, quedando exentos de impuestos y obligados a realizar lo que por aquella época se denominaba «alarde» o exhibición caballeresca todos los años, por San Miguel, en el arrabal de Santa Catalina. Guadalajara no careció de representantes en las Cortes de Castilla. Es más, en 1.460 y con motivo del matrimonio de don Beltrán de la Cueva con doña María de Mendoza, el rey Enrique IV concedió a Guadalajara el título de Ciudad, por considerarla una de las más fieles y nobles villas de su reino.

A mediados del siglo XIV, se asienta en Guadalajara don Gonzalo Yáñez de Mendoza y desde ese momento la familia de los Mendoza se convierte en árbitro de la ciudad. Don Diego Hurtado de Mendoza trajo a la ciudad para repoblarla, un crecido número de emigrantes procedentes de la Montaña de Santander. Otro ilustre personaje de este linaje fue don Iñigo López de Mendoza, primer Marqués de Santillana. Su hijo Pedro González de Mendoza, arzobispo de Toledo y por tres veces cardenal a un tiempo Canciller de los Reyes Católicos y a quien se llegó a denominar como el «tercer rey de España».

En el siglo XVII, los Mendoza se trasladan a la Corte de Madrid y la guerra de Sucesión tienen sus efectos importantísimos para Guadalajara. Son dos hechos que perjudican gravemente el crecimiento de la ciudad. Fue un momento en que se propicia la decadencia de la ciudad que se traduce en la dismunición de la población y una casi total desaparición de la actividad comercial y artesanal. Guadalajara tuvo que sufrir los ataques, muy duros, de los partidarios del archiduque Carlos de Austria. Hasta tal punto fue catastrófica tal época que llegó un momento en que Guadalajara tan sólo contaba con poco más de dos mil habitantes y la casi totalidad de sus edificios habían quedado en ruinas.

Poco a poco, y sobre todo con la instalación de una fábrica, la ciudad fue recobrándose. Pero tenía que venir otra guerra, la de la Independencia para que los Ejércitos invasores de Napoleón acarrearan a Guadalajara nuevos e importantes perjuicios. Los soldados franceses ocuparon la ciudad en 1.808, utilizando para albergarse hasta iglesias y conventos a los que causaron importantes daños.

En lo que se refiere a su provincia, Brihuega no cuenta con una gran historia hasta la Edad Media. Parece, que antes de la dominación romana, por aquel lugar debió existir algun poblado celtibérico. De su nombre, puede decirse que los romanos la bautizaron como «Castrum Brioca». En la Reconquista, el rey Alfonso VI donó esta villa, a la mitra primada de España, en el año 1.086, y es bien cierto que, allí jamás existió la intolerancia hacia los vencidos hasta el punto que, en el Fuero que Ximénez de Rada concede a la villa puede leerse: «Todos los omes que moraren en Brihuega o en su término, cristianos et judíos et moros todos ayan fuero». Unos y otros convivieron pacíficamente en esta villa.

Cifuentes se encuentra situada en el ancho valle de la Alcarria. El nombre de esta villa procede de las «cien fuentes» que, por diversas rocas salen de un cerro para formar el río Cifuentes que, en Trillo, se une al Tajo. La Reconquista se efectuó sobre el año 1.085, Alfonso VI formando parte de lo que entonces se llamaba «La Transerra de Castilla». Alfonso VII le concedió Fuero y privilegios en 1.149 y Cifuentes fue elegido como cabeza de arciprestazgo. En 1.117 a raíz de la reconquista de Cuenca creció todavía más Cifuentes, destacándose como importante núcleo comercial. Durante el reinado de Alfonso X «el Sabio» Cifuentes alcanzó su independencia del común de Atienza creando su propio Alfoz o territorio aforado y comunal. De la sucesión de nombres que ostentaron el Señorío de Cifuentes se puede decir que todos fueron gentes destacadas en las armas y las letras.

La antigüedad de Pastrana se basa en la Reconquista de la Alcarria, hecho ocurrido a finales del siglo XI. El territorio fue propiedad de la Orden de Calatrava quien puso todo su interés en la repoblación de este territorio, hecho que vino a suceder entre los siglos XII y XIII. Fue declarada villa en 1.369 por privilegio del Maestre de la citada orden, don Pedro Muñiz. En 1.539, Pastrana fue enanejada a la orden de Calatrava y el Emperador Carlos V la vendió a doña Ana de la Cerda, en casi 20.000.000 de maravedises. Durante años se sucedieron los pleitos entre doña Ana y los habitantes de Pastrana acostumbrados a la libertad que les otorgaba la Orden de Calatrava enfrentada ahora con la severa autoridad de la nueva propietaria. Muerta dicha señora, su hijo don Gaspar Gastón de la Cerda, harto de la rebeldía de los moradores de Pastrana, pueblo apegado a sus libertades, la vendió a don Ruy Gómez de Silva, el poderoso valido de Felipe II entonces cuando este Monarca concedió a su valido el título de Duque de Pastrana. Este señor fue quien casó con doña Ana de Mendoza, la famosa princesa de Eboli. La expulsión de los moriscos supuso una buena parte de la despoblación de Pastrana. Pastrana fue lugar donde la Santa Inquisición actuó con especial rigor y de su recuerdo aún queda en la calle de la palma su casa-palacio con el escudo de una cruz, una palma y una espada.

Sacedón fue primero un poblado ibero, ocupado más tarde por los romanos. En la Edad Media aparece como jurisdición de Huete, pero ya en 1.553 se independiza otorgándole el Emperador Carlos I el título de villa propia. Durante la guerra de Sucesión, la villa sufrió tanto que quedó practicamente destrozada. Con el tiempo, estas heridas fueron curándose y hoy ocupa lugar destacado en la actividad agrícola y comercial de la provincia.

Atienza situada en la falda de un cerro muy empinado, al amparo de un fuerte castillo roquero. Tuvo un gran auge durante los siglos de la Baja Edad Media en que llegó a contar con diez mil habitantes. Su origen es muy remoto. Existen restos arqueológicos que demuestran la existencia de pueblos celtibéricos. Fue la antigua Titia que citan los cronistas romanos como uno de los puntos de mayor resistencia de los celtíberos contra los invasores de Roma. Al caer Numancia, cayó Atienza. Los árabes hicieron de Atienza su bastión más fuerte contra los ataques cristianos. En 1.870 la reconquistó Alfonso II, «el Magno». Pero Almanzor la recuperó destruyéndola casi por completo, aunque después tornara a reedificarla. Por fin, en 1.085, Alfonso VI la reconquistó definitivamente. En la Guerra de Sucesión Atienza ayudó y hospedó al futuro Felipe V.

El origen de Cogolludo se basa en el siglo XI, en que se verificó la reconquista de la zona. En 1.176, el rey Alfonso VIII la cedió a la orden de Calatrava que, durante doscientos años mantuvo su Señorío sobre esta villa. Después de no pocas vicisitudes, el Señorío de Cogolludo pasó a poder de la casa de Medinaceli hasta la abolición de los Señoríos en el siglo XIX. Durante la invasión francesa durante la guerra de la Indepenedencia, Cogolludo sufrió los rigores de dicha contienda quedando destruida más de la mitad de la villa.

Molina de Aragón es lugar del que se dice que en su antigüedad estuvo poblado por iberos, fenicios y cartagineses, hasta su total romanización. Hay quien sostiene que Molina fue fundada por las legiones romanas con el nombre de Manlia, con el que aparece en las antiguas crónicas latinas. En los tiempos del dominio árabe, fue un territorio escasamente poblado, dotado únicamente de puestos militares y nada más.

La reconquista de este territorio por los reyes cristianos no fue difícil, ya que Molina se había convertido en reino de Taifa, harto débil. En 1.139, el rey Alfonso «el Batallador» se apoderó del territorio. El primer Señor de Molina fue don Manrique de Lara que se preocupó mucho por la repoblación de la zona. Los Condes de Lara ostentaron durante dos siglos el Señorío de Molina. Los momentos de mayor esplendor de esta villa fueron aquellos comprendidos en los siglos XVI y XVII en que acudieron a su territorio numerosas familias hidalgas procedentes de La Rioja, Navarra y el País Vasco. Durante la guerra de la Independencia, Molina ocupada por el ejército francés fue incendiada y desvastada. Por aquel hecho, las Cortes de Cádiz concedieron a Molina el título de Ciudad.

Uno de los pueblos mas característicos de Guadalajara es Cogolludo, en donde se encuentra el palacio de los duques de Medinaceli.