Escudo de Lleida
En campo de oro cuatro palos de gules; resaltada una mata de sinople con tres ramas flordelisadas de plata.
Heráldica Geográfica
Las Armas de LLeída
Se hace muy difícil, por no decir imposible, fijar la fecha de la fundación de esta ciudad. Sólo se sabe que se trata de una población antiquísima, habitada en sus orígenes por pueblos ilergetes. Es de suponer que sería allá por el período Neolítico cuando comenzaría a ser un lugar habitado.
Su primitivo nombre parece ser que fue el de Iltirda, dado por los ilergetes, según atestiguan documentos al respecto y restos arqueológicos. Aquí fue donde los «régulos» o jefes, Indibil y Mandonio osaron enfrentarse al poderío de Roma, organizando una confederación de pueblos del E. de la Península en contra del poder romano. El primero aliándose contra los cartagineses, derrotó a Cornelio Escipión, que murió en la batalla, lo que proporcionó al caudillo ilergete recobrar cuantos dominios habían caído en poder de los romanos. Murió abrumado por la superioridad de las legiones romanas mandadas por Cornelio Léntulo. El segundo héroe de la resistencia ilergete, Mandonio, encontró su muerte enfrentado al mismo cónsul romano citado anteriormente.
Las luchas en estas tierras no habían terminado y en el año 49 fueron mudos testigos de la derrota del caudillo Pompeyo ante las huestes de Julio César. La paz romana repercutió en la población que fue engrandeciéndose y su nombre original de Iltirna pasó a ser el de Ilerda, obteniendo de Augusto la denominación de la Tarraconense. La ciudad fue amurralallada y sobre el río se construyó un puente para facilitar el paso de las legiones romanas. Lo que ahora es calle Mayor fue por aquel tiempo Vía Agusta, bordeada de templos y palacios.
Tras la dominación visigoda, Lérida fue conquistada por los musulmanes y durante los siglos IX y X se convirtió en la ciudad principal de la frontera de Al-Andalus. Su situación geográfica hizo que más de una vez tuviera que resistir los ataques de las huestes cristianas al mando de los conde de Pallars y Ribagorda. Durante el siglo XI Lleida, junto con Fraga, se constituyó en reino musulmán independiente, continuamente hostilizado por sus vecinos cristianos, hasta que el conde Ramón Berenguer IV la conquistó (año 1.149) pasando a formar parte de sus dominios catalanes.
Más tarde, en el año 1.264, Jaime I reguló el régimen local con el establecimiento del Consejo de la Paheria y en el 1.200 Jaime II estableció un Estudio General de la ciudad.
Vino después una época de desastres, iniciada por un período en que el hambre hizo presa de la población (1.333) ante las malas cosechas con las consecuencias de enfermedades que llevaron a una pavorosa epidemia de peste (1.348) con la secuela del saqueo de la coiraca judía y todo ello envuelto en múltiples conflictos tos sociales. La paz no se dejaba sentir y así Lérida (Lleida) se vio abocada a una pavorosa guerra civil por haber abrazado la causa del príncipe de Viana contra Juan II quien, al sentirse vencedor, tomó espantosa represalia contra la ciudad destrozando monumentos y haciendo demoler las murallas romanas y medievales. No satisfecho con ello, ordenó la demolición de más de cuatrocientos edificios.
Parecía necesaria e imprescindible la obra de reconstrucción, pero ocurrió que en 1.492 se produjo en España la expulsión de los judíos con lo que la población se vio privada de muchos brazos laboriosos, agravada algunos años más tarde con la también expulsión de los moriscos, hecho lamentable que repercutió fuertemente en su agricultura dado que estos eran experimentados agricultores. Las catástrofes no habían terminado: del año 1.589 al 1.599 se desencadenaron nuevas pestes y cuando estas pasaron, llegó la guerra del Segadors lo que motivó la intervención de los tercios castellanos que llevaron a cabo una verdadera labor de depredación y para que nada faltara, la Naturaleza intervino por su cuenta originando una pavorosa inundación en 1.677. Todos estos hechos fueron la causa de una quiebra del sistema productivo, con la natural y lógica despoblación. Durante la guerra de Secesión, Lérida fue partidaria del archiduque Carlos de Austria por lo que el francés Felipe V, ya rey de España, se vengó en la población, suprimiendo el régimen municipal y el Estudio General. Durante la guerra de la Independencia, La Junta Suprema de Cataluña se instaló en Lérida, pero el mariscal Suchet puso sitio a la ciudad ocupándola.
En Lérida todavía pueden contemplarse las huellas de su agitado pasado. Quedan restos de las antiguas fortificaciones construidas en la época romana conocidas como las murallas de la Trinidad o Carnicerías. De la Vía Agusta se conserva una piedra milenaria. Como símbolo del carácter leridano, se alzan las magníficas estatuas de Indibil y Mandonio, obra de M. Sanmartí (año 1.882) situadas delante del llamado «arco del puente» que da acceso a la ciudad. Como rasgos de su pasado árabe, se alza la zuda, fortaleza de origen musulmán, considerado el monumento leridano más antiguo. Pero ya no es la original, dado que el rey Jaime I la reconstruyó entre 1.213 y 1.276, alterando su primitiva contrucción al substituir sus artesonados y cubiertas de madera por bóvedas de piedra.
El callejón del Arco da acceso a las dos plazas que constituyen el verdadero centro de la ciudad: la de la «Paheria» y la de San Juan. A la salida del citado callejón se encuentra la «pilá» del General, obra del siglo XVI que se utilizaba para fijar los bandos que la «Paheria» publicaba. Tenía también otra utilidad que era la de exponer a la befa pública a los reos del tribunal de la «Cort» o «Vegué Real».
Si de edificios religiosos se trata, debe mencionarse la Catedral vieja, que se comenzó en 1.203 para consagrarse en 1.278. A consecuencia de la guerra de Secesión, se convirtió en fortaleza y almacén de armas. En el año 1.918 fue declarada monumento nacional. Su estilo es de transición del románico al gótico. La catedral nueva fue construida en estilo neoclásico por Sabatini entre los años 1.761 y 1.781 y en su interior, aparte de otras obras de arte, se encuentra una Biblia del siglo XII.
Muy importante es el Ayuntamiento o Paheria, edificio de estilo románico de fines del siglo XII en cuyo archivo se conserva el códice de la Constitucions, el texto de las leyes catalanas de principios del siglo XIV.
El Museo Arqueológico, antes denominado Museo de Antigüedades, conserva materiales pertenecientes a las culturas Paleolítica, Neolítica, Bronce, Hierro, Ibérica, Romana, Visigótica, Paleocristiana y Arábiga. De la primera, cabe señalar las hachas sin pulimentar, y los cuchillos de sílex. Pero los materiales que despiertan mayor interés son aquellos pertenecientes a la época Ilergética-Ibérica, cerámicas platos, anillos, un casco ibero una espada «falcata», y la cabecita del dios Bes. La época romana se encuentra asimismo muy representada, así como la posterior visigoda.
Desde la pequeña colina de Gardeny se contempla toda la belleza de la huerta leridana, pero, la contemplación, puede llevar al pasado porque aquí fue donde se libró la batalla entre las legiones de Pompeyo y las de Julio César, 49 años antes de Cristo.
No se puede pasar por alto la iglesia de San Lorenzo. Se trata de una mezcla de estilos, cuya nave central es la más antigua y pertenece al románico léridano del siglo XIII. Las otras dos naves fueron contsruidas en el XIV, presentando un estilo gótico. Los retablos son admirables, todos ellos de piedra. Atención aparte merece el sepulcro de Ramón de Tárrega, que vivió en el siglo XIV. Un mausoleo donde pueden verse los escudos heráldicos de los Tárrega coronados por dos leones que sostienen el vaso que contiene las cenizas del difunto.
El sosiego, la paz y la calma son característico de la zona de Las Garrigas, en la zona sur de la provincia. Albi, Cogul, con sus pinturas rupestres, Torebedeses, Granadella, Llardecans, Mayals, Castelldans, Almatret. Y Cervera, con el Caserón que otrora fuera Universidad y, sobre todo, aquello que le ha dado fama: Las representaciones cuaresmales de la Pasión, que tienen su antiguedad en la Edad Media.
La ciudad de Tárrega, gran centro industrial y ecónomico que conserva, entre otras, la «Creá de Pati» de estilo gótico y el Palacio de los Marqueses de la Floresta, del siglo XII.
Balaguer, capital del Condado de Urgel, en La Noguera, con su iglesia gótica de Santa María y los pórticos de la plaza del Nercadal. Y el Santuario del Santo Cristo; el claustro de Santo Domingo fue declarado monumento nacional.
Agramunt, en lejano pasado, la Anabis romana, importante centro agrícola y comercial. Guisona, la Iesso romana atesora numerosos huellas de su pasado. Cubels, con dos iglesias románicas, Oliana ,con sus fuentes de aguas medicinales. Solsona, en el Valle del Cardener, con su gran catedral que data del año 1.593 y su importante Museo Diocesano,
La comarca de Pallars regada por el río Noguera Pallaresa, conocida como la «Conca de Tremp» con su capital, Tremp, que posee una iglesia del siglo IX.
Seo de Urgel es sede episcopal y tiene una verdadera joya arquitectónica: su catedral de Santa María (Siglo XII). El ayuntamiento, (siglo XV) y en el Museo Diocesano algo verdaderamente considerado como auténtico tesoro: un ejemplar del Apocalipsis del Beato, el proceso de la consagración de la Catedral (año 839) y el primer mapa de los Pirineos.
En la Ribagorda se encuentran Barryera, Duro, Bohi, Tahull, aquí cabe destacar la Torre de San Clemente, del siglo XII.
Pallars Sobira, con su capital Sort, que ofrece las ruinas del castillo de los condes de Pallars. ¿Qué decir del valle de Arán, la zona pirenaica leridana?. Un valle enmarcado por altísimas sierras que ofrece paisajes maravillosos. Viella es la capital de esta comarca, con su iglesia del siglo XII y Bosoto de marcado carácter rural.
Mucho podría hablarse de Lérida y muchos los tesoros y atractivos que en esta parte de Cataluña se encierran. Pero el esfuerzo de narrar sólo puede completarse mediante la vista. No es lo mismo describir que ver. Y Lérida bien merece ser vista.
Pintura ecuestre de Felipe V, en el Museo del Prado de Madrid por Ranc.