Escudo de Huelva
En campo de plata un árbol de sinople con el tronco en su color natural puesto sobre un monte de sinople; acostado, a su diestra, de un ancla y, a la siniestra, de un castillo de oro aclarado de gules. Bordura de azur con la inscripción «Portus maris et terrae custodia».
Heráldica Geográfica
Las armas de Huelva
Dicen que Hércules, el hijo de Zeus y de Alomena, habitó estas tierras. Que fue rey de una raza de gigantes y Huelva fue el escenario de las fabulosas hazanas del héroe mitológico.
Mitologías aparte, lo que si está históricamente comprobado es que los primeros pobladores de Huelva fueron turdetanos, túrdulos y tartesios. De estos últimos poco se sabe. Tan sólo que constituyeron una gran cultura unida, según ciertas leyendas, a la de la fabulosa Atlántida. Posiblemento se trató de una gran colonia de la gran isla del océano, o un reino federado a la misma. Nada en concreto puede afirmarse a este respecto.
Los fenicios tuvieron también mucho que ver con Huelva. Primeramente, expediciones de comercio, más tarde, en busca de metales preciosos, arribaron a la isla de Saltés donde construyeron un templo en honor de Hércules, pasando después a la ciudad de Erbi–la primitiva Huelva–entablando relaciones con los tartesios. Su llegada puede calcularse sobre el año mil, antes de Cristo.
La ciudad de Onoba, fenicia, Onoba significa la fuerza de Baal–se transformó después de la derrota de los cartagineses en las guerras púnicas, en la Onuba de los romanos. La historia, en su devenir, hizo que al paso del tiempo, la ciudad fuera ocupada por los pueblos germanovisigodos, hasta que la invasión árabe a la península ibérica (año 711), la hizo cambiar de nombre, convirtiéndose en Welba y Guelbach, hasta que en 1.257 fue conquistada por el rey Alfonso X, el Sabio.
He aquí como la Guelbach musulmana se transformó en la Huelva cristiana. En 1.283, Alfonso X hizo donación de la ciudad a su hija doña Beatriz, reina viuda de Portugal que fue despojada de este señorío por Sancho el Bravo, quien, en el 1.293 hizo donación de Huelva a su camarero mayor, don Juan Mathe de Luna. Cuando este murió, el rey Fernando IV entregó la villa de Huelva a don Diego López de Haro, pasando no muchos años más tarde a don Alvaro Méndez de Guzmán y en 1.371 al de don Hernando de Bearne y doña Isabel de la Cerda. En 1.435 la villa de Huelva pertenecía a don Alonso Pérez de Guzmán, aunque más tarde pasó, otra vez, por el matrimonio de don Juan de Guzmán con doña María de la Cerda, al señorío de la familia de la Cerda hasta que, definitivamente, al señorío de los Medina Sidonia que la conservaron hasta la supresión de los señoríos.
Lo que Huelva significó para la civilización en el siglo XV queda escrito en las páginas de la historia con la maravillosa gesta del descubrimiento de América. Aunque toda la gloria quedó reservada para el aventurero genovés Cristóbal Colón, la más elemental justicia hace que deba quedar constancia de que sin los informes que éste recibió del piloto onuvense Alonso Sánchez y más tarde con la inapreciable ayuda de los hermanos Pinzón, Colón jamás habría descubierto ni América ni tierra alguna. Los verdaderos protagonistas de la gesta fueron Martín Alonso Pinzón y Vicente Yañez Pinzón, ambos marinos onubenses tan injustamente olvidados cuando no vilmente calumniados por la envidia que siempre sintió hacia ellos Cristóbal Colón.
Felipe IV en el año 1.658, declaró a Huelva, como muestra de su afecto «libre y exenta de leva y saca de gente para la milicia». Más tarde, en el siglo XVIII fue elevada la ciudad a cabeza de partido.
Las fuerzas incontroladas de la naturaleza, en este caso un terremoto ocurrido en 1.755 destruyó casi por completo la ciudad, supo renacer haciendo honor al lema de su escudo «Portus maris et terrae custodia».
Huelva es el mar y vive para el mar. Y al mar le debe su pasado y el mar constituye su presente y su futuro. La pesca constituye el capítulo más importante de su economía. El puerto de Huelva, aparte de ser escenario de un intenso comercio minero, es también importantísimo centro pesquero. La producción minera onubense es la tercera del país, pero lo que le concede una personalidad más acusada es su lugar de excepción en la denominada «ruta del marisco». Las más importantes capturas de sardina, a escala nacional, se consiguen en Isla Cristina y Ayamonte y por esta razón existe allí una potente industria conservera.
En La Palma del Condado, se dice que estuvo el mítico Jardín de las Hespérides y en él, el mitológico Hércules. De origen romano, más tarde mora y finalmente reconquistada por el Gran Maestre de la Orden de Santiago, Pérez Correa.
Cerca de Huelva se alza la legendaria Niebla, con sus murallas y su Alcázar, que la convierten en la «Avila» andaluza. Su origen se pierde en la noche de los tiempos aunque parece ser tartesio. Durante la dominación musulmana, fue centro de cultura y riqueza. Cuna del geógrafo Xerif-AlIdrisi. En 1.257 Alfonso X la reconquistó y en 1.371, Enrique II, hizo entrega de la villa a don Juan Lonzo de Guzmán, señor de Sanlúcar, quedando en poder de esta noble familia hasta 1.508 en que pasa a depender de la Corona, bajo los Reyes Católicos, aunque más tarde fue devuelta a su primitivo señorío por merced de Carlos V.
Moguer y la aventura colombina están unidos por un lazo fuertemente anudado. Un lazo marinero. Se trata de una población antiquísima. Al parecer, se trata de la Urium de Ptolomeo. Permaneció bajo la dominación musulmana desde el siglo VIII al XIII en que fue reconquistada por Alfonso X. En 1. 283 pasó del señorío de Castilla al de la reina de Portugal, Beatriz, hija de aquel monarca. Alfonso XI la cedió a don Jofre Tenorio, Almirante Mayor de la Mar Océana de Castilla, a través de cuyo linaje pasó al señorío de los Portocarrero. Pero Moguer, aparte de su riqueza histórica, es también la cuna de Juan, Pero y Francisco Niño, los primeros que se alistaron en las tres carabelas del descubrimiento.
Moguer es también Juan Ramón Jiménez y el recuerdo de su poesía está impreso en cada piedra de aquella villa. Allí se encuentra la casa donde el poeta escribió «Platero y yo» y su casa natal es hoy Museo.
A la desembocadura del río Tinto está Palos de la Frontera, a la sombra del paisaje que componen el mar a un lado y el pinar al otro. Palos es, en palabras del padre Ortega, «la patria histórica de Colón, la tierra de toda la empresa del Descubrimiento». De Palos se sabe que en 1.322 pertenecia, por donación de Alfonso XI, a don Alvaro Cerro y más tarde al señorío de los Pérez de Guzmán, para más tarde, en el siglo XV, pasar a don Diego López de Estúñiga, conde de Miranda.
Zalamea la Real, escondida en la sierra, lugar muy antiguo, que, según una curiosa tradición, debe su nombre nada menos que al rey Salomón, ya que se afirma que los navegantes acudían a estas tierras en busca de metales preciosos destinados a las obras del templo de Salomón y de ahí que fuera designada como Salamea.
En el centro de un solitario paisaje de montañas, se alza el pueblo de Valverde del Camino. Con anterioridad al siglo XVII, Valverde del Camino era tan sólo un modesto núcleo de muy pocas casitas, denominado Facanias, que sirvió de descanso y refugio a los caminantes que cruzaban aquellos lugares. Muy posiblemente su posterior engrandecimiento se debe a la despoblación de Niebla ocurrida con motivo del saqueo de 1.508 y por cuyo motivo muchos de sus vecinos fueron a vivir a otras partes. Esto es, al menos, lo que sostiene Rodrigo Caro, gran conocedor de la historia de la actual villa. Y, casi con toda seguridad, eso fue lo que sucedió.
Cerca de Valverde del Camino se encuentra Trigueros. Todos los indicios señalan a que fue construida sobre las ruinas de una población romana. En el año 1.304 se la conocía con el nombre de Cortijo de Pedro Caro. Se conservan estimables monumentos de su pasado, pero lo más destacable es el dolmen de Soto, una de las huellas más antiguas de la España prehistórica.
Beas fue reconquistada al poder musulmán por el rey Fernando III, en el año 1.219 y, con ocasión de la guerra de la Independencia tres veces incendiada y casi destruida en su totalidad.
A catorce kilómetros de Huelva se encuentra Gibraleón. Su origen es fenicio. Conquistada por los moros y dado que en sus inmediaciones se encuentran numerosas fuentes de agua potable estos la bautizaron como Monte de las Fuentes. Fue reconquistada por Alfonso X el Santo quien la donó a doña Beatriz de Guzmán, viuda del rey Alfonso III de Portugal. En el año 1.306 pasó a don Alfonso de la Cerda y más tarde a don Alvar Pérez del Fumán por haberse declarado don Juan de la Cerda partidario del conde de Trastamara por cuyo motivo fue hecho prisionero cerca de Trigueros y posteriormente decapitado en Sevilla. Enrique II devolvió a doña Isabel de la Cerda la villa de Gibraleón y al casarse esta dama con don Bernal de Bearme, Gibraleón pasó a los condes de Medinaceli y, más tarde, a los duques de Béjar.
La Puebla de Guzmán, en el rincón más occidental de la provincia, se asoma a la frontera portuguesa. Cartaya, de origen fenicio, conserva restos pre-romanos y un antiguo castillo que quizás pueda datar del siglo IX. A seis kilómetros se encuentra Lepe antigua localidad romana, que perteneció, en el siglo XIII, a los Templarios, incorporada más tarde a don Alonso Pérez de Guzmán y con posterioridad al duque de Béjar.
Muy cerca, se encuentra Isla Cristina, población cuyo nombre originario fue el de La Higuerita cambiándolo en el año 1.834 por el actual. Y Ayamonte quien por su cercanía al vecino Portugal puede denominarse como la «Puerta de España». La villa perteneció a los Guzmanes hasta el año 1.368, que volvió a la corona real por haberse mostrado don Juan Alonso de Guzmán partidario del conde de Trastamara. Pero don Enrique, al ser proclamado rey, la devolvió a la familia Guzmán. Más tarde, fue señorío del duque de Béjar, componiendo, después, el marquesado de Ayamonte. Felipe IV, en el año 1.664 le concedió el título de ciudad. Aracena es la capital de la serranía onubense. Fundada posiblemente por los romanos, se dice que fue refugio de Viriato cuando este combatía a las legiones romanas. Lo cierto es que fue habitada por los visigodos, posteriormente por los árabes, que la llamaron Ar-ras-sened, hasta que fue conquistada por Sancho II de Portugal para que en 1.253 quedase incorporada la villa a la corona de Castilla. Almonte, famosa porque a pocos kilómentros se alza el santuario de la popularísima Virgen del Rocío y, para finalizar, Doñana, la primera reserva zoológica de Europa. Las tierras en la desembocadura del Guadalquivir sirven de lugar de descanso y cobijo a las aves que emigran desde el norte del continente europeo a Africa. Pero no sólo son las aves, aquí también conviven los gamos, los venados, los linces, los gatos monteses y los jabalíes.
Así es Huelva. Sol, mar y naturaleza viva.