Escudo de Granada
Escudo cortado y medio partido: parte superior de sinople con dos figuras afrontadas sentadas en sendos tronos de oro; parte inferior, primero de azur, una muralla de oro con una bandera de gules en su torre, segundo de plata con una granada de su color natural. Bordura componada con castillos y leones.
Heráldica Geográfica
Las Armas de Granada
Ya en la época romana existía, en el lugar que ocupa la actual Granada, un poblado llamado «Iliberis» del que se piensa debió estar ubicado en la parte alta de la población que hoy conocemos. No es mucho lo que se sabe de aquel tiempo ya que la historia propiamente dicha de Granada da comienzo con la invasión musulmana. Fueron precisamente los invasores sarracenos los que, al dominar aquella parte de Andalucía, fortificaron el antiguo poblado, al que dieron el nombre de «Garnata» del que se cree deriva el actual de Granada. Lo que sí se sabe es que ya, desde los primeros tiempos de esta ocupación, vivía en aquel lugar un importante núcleo judío que posteriormente fue elemento muy importante en el desarrollo y prosperidad de la ciudad. Con la desaparición del Califato de Córdoba en el siglo Xl, quedó fundado el reino taifa de Granada, gobernado por la familia berebere de los Banu Ziri. Los reyes granadinos de este linaje lucharon contra las taifas vecinas de Almería y Sevilla y después de incorporar a su reino la provincia de Málaga gobernaron sobre las tierras de Granada, Málaga, Ecija, Jaén, Baeza y Baza. El Estado así nacido se fue consolidando, apoyándose principalmente en los anteriormente citados elementos judíos. Por motivos que no se pueden concretar con exactitud entre los que posiblemente entraron los aspectos religiosos y económicos, en 1.066, se desencadenó una tremenda matanza de judíos que acabó con la inlluencia que estos habían venido manteniendo en el Reino. A pesar de las fortificaciones de la capital, los almorávides la ocuparon en 1090, enviando al destierro al último rey de la dinastía Ziri. Ante la intolerancia religiosa de los almorávides, los mozárabes granadinos solicitaron la ayuda del rey cristiano Alfonso «el Batallador», que realizó fuertes ataques contra la ciudad, pero le resultó imposible apoderarse de ella. Hacia el año 1.148, los almohades expulsaron a los almorávides, pero también ellos se fueron hundiendo en una decadencia que fue aprovechada por Muhammad I al-Amar, de la dinastía Nazarí, para apoderarse de la ciudad y territorios dependientes de Granada (Almería, Málaga, Granada, Jaén, Córdoba, Cádiz y Murcia).
Bajo el gobierno Nazarí, Granada fue creciendo debido a la llegada de los musulmanes que huían del avance de los castellanos, convirtiéndose en una ciudad muy próspera, tanto en la industria textil como en el comercio. A fines del siglo XV su población era estimada entre los 500.000 y los 750.000 habitantes con una gran riqueza económica.
El reino nazarí de Granada mantuvo prácticamente intacta su integridad territorial hasta la llegada de los Reyes Católicos. Su riqueza permitió la construcción de palacios y mezquitas que embellecieron la ciudad al tiempo que se desarrollaba un gran avance cultural.
Pero en el resto de Península ya reinaban los Reyes Católicos y Fernando e Isabel no estaban dispuestos a que se mantuviera ni un solo palmo de tierra en poder de musulmanes. Y así comenzó lo que en la historia se denomina como Guerra de Granada. En la primera fase del conflicto, los granadinos ocuparon la fortaleza de Zahara, a lo que respondieron los cristianos con la toma de Alhama. Las discordias internas de los musulmanes facilitaron, en no poca medida, la conquista de Granada por los cristianos. Contra el rey Abu Hasan Ali se sublevó su propio hijo Boabdil, mientras los partidarios de su padre admitían como su jefe ejecutivo a su tío Muhammad «el Zagal». Tras diversas vicisitudes, Boabdil, quedó como rey de Granada, en tanto que los partidarios de «El Zagal», se defendieron tenazmente, de los ataques cristianos, en Baza durante seis meses hasta que no tuvieron más remedio que capitular y de inmediato lo hicieron Almería y Guadix. La guerra terminó cuando Boabdil convencido de la inutilidad de la resistencia, capituló ante los Reyes Católicos, entregándoles Granada (2 de enero de 1.492) recibiendo como Señorío Las Alpujarras, única zona donde los cristianos no desarrollaron operaciones militares.
La capitulación mantenían el respeto a los bienes, costumbres y creencias religiosas de los granadinos, pero en 1.498, se procedió a dividir la ciudad quedando la población musulmana arrinconada en una morería que abarcaba los barrios del Albaicín y Antequeruela. La verdad es que los cristianos no respetaron las condiciones del tratado en absoluto. De inmediato se produjo la intolerancia religiosa, lo que produjo el levantamiento de los moriscos que ocupaban las Alpujarras. La justicia obliga a reconocer que, en los primeros momentos, tanto las autoridades castellanas, como el arzobispo Bernando de Talavera actuaron de un modo comprensivo y conciliador respecto a la población musulmana granadina, procurando su lenta asimilación. Pero la llegada a Granada de Cisneros, por entonces arzobispo de Toledo, significó un cambio completo de la situación. La tolerancia desplegada hasta aquel momento y que no era ninguna graciosa merced, sino ajustarse escrupulosamente a las obligaciones contraídas en el Acta de Capitulación granadina, fue substituida por una política de conversión forzosa y de intransigencia por las costumbres de la población vencida, en abierta contradicción con las capitulaciones firmadas y garantizadas por los Reyes Católicos, que se comprometieron a respetar el mantenimiento de sus costumbres y religión a los musulmanes granadinos. Actitud doblemente odiosa por parte del arzobispo Cisneros empujado por el fanatismo religioso que siempre le caracterizó. Resultado de ello fue la sublevación morisca de las Alpujarras que se inició con el levantamiento del Albaicín. Como era de esperar, los moriscos fueron vencidos. Carlos V fue bastante tolerante con ellos, no así su hijo y sucesor Felipe II que provocó la segunda sublevación morisca, en la que nombraron como su rey a don Hernando de Valor que tomó el nombre de Aben Humeya. Muerto asesinado por Aben Abo, un ejército al mando de don Juan de Austria terminó con la sublevación. Este episodio de la historia granadina se encuentra bellamente reflejado en la obra del poeta Francisco de Villaespesa, «El Alcázar de las Perlas».
La derrota de los moriscos hizo que todos fueran deportados a otras zonas del interior de la Península (Toledo, La Mancha y Extremadura) lo que hicieron en un número calculado en unos 50.000, en su mayoría artesanos y trabajadores. Familias de castellanos pasaron a Granada para ocupar las tierras que un día fueron de los que ahora eran expulsados.
Granada, privada de tantos brazos de hábiles artesanos y agricultores como eran los moriscos, entró en una fase de decadencia. Fue algo absolutamente inevitable.
Durante la guerra de la Independencia estuvo ocupada por los franceses desde enero de 1.810, hasta septiembre de 1.812. Con la paz, no llegó la prosperidad para Granada ya que durante todo el siglo XIX estuvo sujeta a los avatares de la política nacional muy fecunda en pronunciamientos militares. Una vez pasado el nefasto reinado de Fernando VII. El 20 de junio de 1.873, se proclamó el cantón de Granada que fue sometido al poco tiempo por el general Pavía. El episodio de la dama granadina doña Mariana Pineda, ejecutada en garrote vil por bordar un bandera liberal durante el despotismo del monarca Fernando VII, es demasiado conocido para volver a reflejarlo aquí. Es un hecho más de los que ensombrecieron aquella época.
De la Granada artística pensamos que está todo dicho. No existe en el mundo musulmán un palacio como la Alhambra granadina. Lástima que una vez más, la intransigencia religiosa hiciera destruir casi una cuarta parte de aquella maravilla arquitectónica para levantar el denominado Palacio de Carlos V.
Relatar aquí todas las demás bellezas que Granada encierra sería tarea larguísima. Sólo aquél que ha paseado en la noche granadina, bajo su cielo sereno por las estrechísimas calles de su Alcaicería comprenderá lo que queremos decir; que Granada entera es belleza y poesía, y que hasta el aire que allí se respira parece distinto al del resto de la Península. Quizás esto se deba a la cercanía de su Sierra Nevada. Acaso a su vega maravillosa… o al olor a mil flores distintas que emanan de sus Cármenes. De su provincia, la ciudad de Baza, llamada por los moros Batza, modificando su primitivo nombre compuesto de dos radicales célticas «bas» (bajo u hondo) y «ti» (vivienda o morada) lo que equivale a «morada en tierra honda o baja». Se dice que fue fundada por el rey Beto en 2.150 antes de J.C., lo cual, de ser cierto, indica que ya existía en el tiempo de los celtíberos. Alhama, al pie del cerro bañado por el río Alhama, ceñida por murallas torreadas, ciudad bien conocida por sus baños. Su primera fundación se atribuye a los túrdulos, muchos siglos antes del nacimiento de J.C., llamándose según Tolomeo, «Artiguis». Los musulmanes, al conquistarla, la llamaron Alhama, que significa «baño». Fue conquistada por don Rodrigo Ponce de León que guerreaba bajo el mando de los Reyes Católicos. Huescar, fundada por los tartesios en el año 470 antes de J.C., llamándola Axcua o Asqua. Guadix, de la cual se dice fue fundada por Pigmalión, capitán de fenicio, hermano de la celebrada Dido que vino a España 818 años antes de J.C., llamándola «Acei». Repoblada por los romanos y más tarde por los moros que la llamaron Guadux, que significa «río de la vida». Loja, que debe su nombre a sus conquistadores musulmanes, aunque aún quedan en ella vestigios de la dominación romana. Montefrío, situada entre dos cerros en una de cuyas cumbres los sarracenos construyeron un fuerte castillo. Sitiada por las huestes cristianas de Fernando V, estas no pudieron apoderarse del castillo ni de la población. Para rendir este castillo tuvo que intervenir el famoso caudillo militar don Gonzalo Fernández de Córdoba y, por último, Santafé, fundada por los Reyes Católicos.
En esta maravillosa talla, de Rodrigo Alemán, del siglo XV conservada en la catedral de Toledo, se representa la escena de la rendición de Granada a los Reyes Católicos.