Escudo de Córdoba
En campo de plata un león rampante de gules con una corona de oro. Bordura componada de castillos y leones.
Heráldica Geográfica
Las armas de Córdoba
La fundación de Córdoba es antiquísima. Según el conocido tratadista don Francisco Piferrer que así lo indica en su obra, «Reinos y Señoríos de España», Córdoba fue fundada por los almunides griegos, unos 1.050 años antes de la Era Cristiana. Cita después que fue engrandecida por los persas que trajo a España, Nabucodonosor, unos 590 años antes de J.C. dándole el nombre de Coronza, en memoria de una ciudad de este nombre que había en su país. Los romanos la erigieron en Municipio pretendiendo algunos que fue la primera de España y tuvo el privilegio de batir moneda.
Hasta aquí lo citado por el mencionado genealogista. En realidad, los primeros datos que consigna no hemos conseguido confirmarlos, por lo que nos limitamos a transcribirlos. La historia de Córdoba, en lo que a nosotros se refiere, la comenzamos con la dominación romana de la península. En el año 152 (antes de J.C.) fue conquistada por el cónsul romano Claudio Marcelo y elevada a capital de la Hispania Ulterior y, efectivamente, tuvo autorización para acuñar moneda propia en los tiempos de Augusto. Córdoba parecía estar destinada, ya desde aquel tiempo, a ser muy importante y lo fue durante todo el Imperio al tratarse de una región muy fértil al tiempo que rica en yacimientos minerales. Al encontrarse situada en la llamada vía Augusta que unía Gades (Cádiz) e Hispalis (Sevilla), con Cartago Nova (Cartagena), era un importantísimo centro comercial.
Con los romanos, Córdoba fue, pues, ciudad muy importante. Con la caída del lmperio, se produjo la llegada de los bizantinos, a los que el rey de los visigodos Leovigildo, en el año 572, expulsó de la ciudad.
Pero el reino visigodo también cayó ante el empuje de los musulmanes invasores y en el año 711, la ciudad fue ocupada por Mugit-al-Rumi, según se dice por la traición de los judíos que vivían en ella y que facilitaron la entrada de las huestes sarracenas.
Fue en el año 710, cuando el sexto de los veintitrés gobernadores omeyas, AlAmb-Malik trasladó definitivamente su residencia de Sevilla a Córdoba.
Con la caída del último gobernador, Yusuff-Adb-al-Rahman, y la subida al poder de Abd-al-Rahman I, que fue el único príncipe omeya que escapó de la matanza de su familia en Siria, Córdoba entró en un periodo de gran prosperidad que no se detuvo, por el contrario continuó progresando, durante todo el dominio de la dinastía omeya.
Era la ciudad más importante de España, la más poblada y adelantada y quizás de las más modernas, sino la que más, de las ciudades europeas en aquel tiempo. Sus escuelas y bibliotecas eran las más famosas y a ellas acudían hombres de cualquier punto de Europa, ávidos de saber. Fue, además, un reino muy tolerante donde convivían perfectamente cristianos, musulmanes y judíos. Nadie era perseguido por sus creencias religiosas. En medio de la oscuridad de una Edad Media lamentablemente bastante fanatizada, Córdoba, fue una antorcha de luz que iluminaba aquellas tinieblas.
Todo tiene fin: y este esplendor terminó con la caída del califato en el 1.031, cuando Córdoba se convirtió en una taifa gobernada por los yahwaries. En 1.070, la taifa pasó a poder de los abadies de Sevilla. En 1.091, a los almorávides y en 1.148, a la de los almohades.
Antes hemos indicado que la tolerancia se practicó en Córdoba en toda cuestión relacionada con las ideas religiosas: Esto es cierto, pero debe quedar constancia que fue a partir del califato de Hakam II, (961), antes sí que hubo persecución religiosa durante los reinados de Abd-al-Rahman II y Mahommad I (852-886). Esto debe quedar claro para no dar lugar a confusionismos ni falsas interpretaciones. En los periodos de intransigencia se produjeron algunos mártires, siendo el más famoso de ellos, San Eulogio.
El fin de la Córdoba musulmana se produjo bajo el reinado de Fernando III, de Castilla, «el Santo», que conquistó la ciudad en 1.236. Se produjo el lógico vacío demográfico que fue cubierto por inmigrantes procedentes del norte de la península, en especial santanderinos, leoneses, segovianos y navarros, lo que marcó un lento, pero progresivo desarrollo de la población sobre todo en el sector lanero.
El periodo de decadencia se inició con la peste que asoló la ciudad entre 1.649 y 1.652, dando lugar a miseria, paralización industrial y grandes hambres. Esta peste, según cálculos de la época, causo en sus dos primeros años más de catorce mil víctimas. La secuela de ésta fue una profunda crisis de subsistencias, motivo por el que estalló una revuelta popular (mayo de 1.652), en la que las masas, enloquecidas por el hambre, saquearon graneros y almacenes de víveres de la ciudad. El corregidor, por entonces el Vizconde de Peña Pereda fue destituido al ser acusado por el pueblo de acumular el grano, lográndose con esa medida la pacificación.
Pero eso sólo se consiguió después de haber asegurado el abastecimiento de la población y promulgar un indulto general. Con la llegada de tiempos más modernos, Córdoba, fue saqueada por las tropas del general Dupont, durante la guerra de la Independencia y permaneció en poder de los franceses desde 1.810 hasta 1.812.
En todo aquello que se refiere a cultura y arte, Córdoba, es un maravilloso escaparate de ambas cosas. De la época romana conserva restos muy abundantes (mosaicos, sarcófagos, etc. etc) incluyendo antecedentes ibéricos. Pero todo queda eclipsado ante la Gran Mezquita cuya construcción se inició bajo Abd-al-Rahman I (año 780) y ampliada y enriquecida por Abd-al-Rahman II, Al-Hakam III y Al-mas-Nurh, a finales del siglo X. Cuanto se puede decir de este monumento, es poco.
T rás la conquista de la ciudad por las huestes cristianas, esta mezquita, convertida en catedral sufrió modificaciones, que se acentuaron a partir del año 1.523, con la construcción de la capilla mayor y el coro por Hernán Ruiz, «el Viejo». El magnífico bosque de columnas de su interior fue así, lamentablemente, destruido en parte.
Pero, en fin, Córdoba, aparte de su monumental catedral-mezquita, conserva otros y muy valiosos tesoros artísticos. Muchos, para enumerarlos todos aquí. Iglesias con estilos góticos y mudéjares, palacios y museos.
Córdoba ha sido cuna de grandes y famosos personajes de la historia: Patria de Séneca, Lucano, Pompeyo, Sextilio, Avicena, Averroes, Abemzoar y, el gran médico judío, Maimónides. Caudillos militares como Gonzalo Fernández de Córdoba, «el Gran Capitán», y poetas como Luis de Góngora y pintores como Julio Romero de Torres.
De su provincia, Aguilar de la Frontera, de la que, a causa de un castillo moruno que hubo en tal lugar llamado Zur, algunos atribuyen la fundación de esta población a los moros.
El que la bautizó con su actual nombre de Aguilar fue don Gonzalo Yáñez Dovinal, ricohombre portugués, a quien el rey don Alfonso «el Sabio», en premio a sus señalados servicios, le hizo merced de esta villa por privilegio otorgado en Cartagena el 16 de abril de 1.257. Parece ser que lo hizo en memoria de su madre llamada doña María Méndez de Aguilar y se le añadió el calificativo de la Frontera porque hasta el siglo XVI lo fue de los estados musulmanes.
Baena, a la que se le atribuye su fundación a los túrdulos, 800 años antes de la Era Cristiana. Julio César la engrandeció llamándola Julia Regia. Los moros construyeron en sus inmediaciones una gran fortaleza a la que llamaron Almedina.
En el año 1.240, después de un largo asedio, la conquistó el rey Fernando «el Santo», poblándola de cristianos. Pero los moros volvieron contra ella, la tomaron al asalto y se llevaron cautivos a Granada a los cristianos. No tardó mucho en reconquistarla el rey Fernando.
Bujalance, de la que no consta la fecha de su fundación, pero por las antiguedades que en la villa se encuentran se cree que fue fundada en época de los romanos que le dieron el nombre de Vaigialos, lo cual a través de los siglos ha ido evolucionando hasta el actual Bujalance. Fueron los moros quienes contribuyeron a su nombre, dado que la llamaron sucesivamente Borjalibar, Burjalimar, Borjalance y Burjalance. Fue conquistada por el rey Fernando III, en 1.224, haciéndola merced del título de ciudad.Cabra, de la que se dice fue fundada por los túrdulos, aunque otros aseguran que lo fue por los griegos, llamándola Aix-Agrios, lo que equivale a cabra montés. Con el transcurso de los tiempos fue llamándose Algabro, Agabro, Egabro, Igabro, Ecabro hasta finalizar con su actual denominación.
Los moros la engrandecieron construyendo en ella un fuerte castillo. El rey don Alfonso la dio al Maestre de Calatrava, don Juan Núñez de Prado, con la obligación contraída por este de poblarla, lo que se hizo con presteza.
Fuente Ovejuna, célebre por la obra de Lope de Vega del mismo nombre donde se enaltece la independencia y sentido de la justicia de aquel pueblo.
Montilla, atribuyendose su fundación a los griegos, con el nombre de Ulía. No obstante hay quien le asigna un origen más remoto, aunque no precisa la época. Los romanos antepusieron al nombre de Ulía, Mons, llamándola Monsulía, o Montulía, de cuya variante se formó su actual nombre de Montilla.
Montoro, de la cual también se atribuye su fundación a los moros que la denominaron Epora. Los moros la fortificaron con altas murallas y castillos. El rey don Alfonso VIII los expulsó de esta villa en el año 1.150. La mandó reedificar y poblar, dándole el nombre de Monte de Toros, aludiendo a los muchos toros que por sus montes se criaban, lo que se transformó en Montoro.
Priego y Lucena, a las que los romanos llamaron Luceria, aludiendo a un templo que tenían edificado a la diosa Venus a la que adoraban. Los moros fortificaron fuertemente esta villa pero el rey Fernando «el Santo», la cercó con un poderoso ejército y después de varios asaltos, la tomó en el ano 1.264.
Basta con este rincón de la maravillosa mezquita de Córdoba conocido como frente del Muhrab para representar al esplendor de toda esa obra monumental y llena de sensibilidad arquitectónica.