Escudo de Valladolid
Partido encajado flameado de oro y gules, sostenido por una cruz de plata y sable ecotada y en torno dos ramos de laurel. Bordura de gules con ocho castillos de oro.
Heráldica Geográfica
Las Armas de Valladolid
El origen de Valladolid como núcleo urbano es ciertamente muy confuso. Otro tanto ocurre con su nombre: Nadie, que se sepa, ha logrado explicar el origen o etimología de la palabra Valladolid, con un total acierto, basándose en datos sólidos y de absoluta garantía.
Sí se sabe que es lugar muy antiguo. Que debió tratarse, en sus primitivos orígenes, por algún lugar poblado por los pueblos ibéricos. Que las primeras noticias fidelignas parten de la época romana, cuyo nombre por aquel entonces era «Pintia». Y de ahí, algunos autores han sugerido otros nombres que expliquen el actual, que establezcan la raíz primitiva. Pero los dados como «Vallis Olivarum», «Vatis Oleti», «Vallisoletum», «Valle de Lid», «Valle de Olid», etc. etc., no pueden tomarse como ciertos totalmente y se trata, de simples y meras conjeturas.
Piferrer estima que, este nombre, Valladolid, debiera buscarse en la lengua hebrea o en la céltica u otra lengua oriental. Pero, al igual que los otros autores, tampoco se atreve a afirmarlo con certeza, dejándolo en opinión y nada más.
De la época romana, musulmana y visigoda, poco se sabe en lo que se refiere a la historia de la ciudad. La primera noticia escrita sobre Valladolid pertenece a la época de Alfonso VI. Con anterioridad se habla del conde Ansurez como su fundador, coincidiendo con la repoblación de la cuenca del Duero.
Parece, pues, que el desarrollo de Valladolid se debe al conde, anteriormente citado (año 1.079), que creó la Municipalidad. A partir de esta época, Valladolid, fue recibiendo privilegios de los reyes de Castilla, en especial de Fernando III y Alfonso XI.
El desarrollo de Valladolid fue rápido convirtiéndose en sede frecuente de las Cortes y residencia real. En 1.469, Valladolid, fue escenario de un hecho trascendental: el matrimonio de los Reyes Católicos.
Durante el reinado de estos monarcas y durante la primera mitad del siglo XVI, la ciudad de Valladolid y su Universidad se convirtieron en el centro del Renacimiento español.
Carlos V hizo a Valladolid sede del Consejo Real y de hecho esta ciudad se convirtió en capital del reino. Y es que la ciudad mantenía un progreso creciente; el comercio y la industria textil continuaban su desarrollo.
Pero esta prosperidad se quebró con el alzamiento de los Comuneros. Derrotados estos, Valladolid fue sede de la Santa Junta.
Con todos los anteriores merecimientos, Valladolid, no tenía concedido el título de Ciudad. Tal cosa hizo Felipe II, pero, en realidad, Valladolid salió perjudicada porque hasta entonces era, casi en todo, la capital del Reino y Felipe II, decidió establecer ésta en Madrid, hurtándole a Valladolid, muchas de las ventajas comerciales y administrativas de que venía disfrutando.
Un hecho luctuoso se produjo en la ciudad durante el reinado de este rey. Un auto de fe, o sea que fueron quemados en la hoguera los luteranos españoles encabezados por Cazalla.
Aunque brevemente, convendría explicar quién fue este personaje: Agustín de Cazalla fue un eclesiástico, discípulo, en Valladolid, de fray Bartolomé Carranza, continuando luego sus estudios en Alcalá, donde obtuvo el título de Doctor en Artes. Fue el predicador favorito del emperador Carlos V al que acompañó durante nueve años en sus repetidos viajes por Europa.
En el año 1.552, fue nombrado Canónigo de la Catedral de Salamanca, pero su ideología había ido evolucionando hacia el protestantismo. Acusado de herejía por la Inquisición, fue condenado a muerte y ejecutado en el auto de fe celebrado en Valladolid, muriendo con sus principales compañeros.
Durante el reinado de Felipe III, Valladolid, recobró la capitalidad del Reino. Pero durante el siglo XVII la definitiva pérdida de esta capitalidad y el deterioro general de la economía castellana provocó la ruina y decadencia demográfica.
El transcurrir del tiempo llevó a Valladolid hasta la guerra de Sucesión, en la cual se puso de parte del pretendiente francés borbónico, que más tarde reinaría como Felipe V, quien precisamente se refugió, en esta ciudad, tras la derrota de Zaragoza.
Llegó la guerra de la Independencia y la ciudad fue ocupada por las tropas napoleónicas. Finalizada esta contienda y al desencadenarse la carlista, éstos ocuparon Valladolid, hasta que fueron expulsados por las tropas liberales.
En la actualidad, Valladolid ha experimentado un gran desarrollo, convirtiéndose en una de las principales ciudades españolas, tanto por la agricultura de su provincia, como por la industrialización de la capital.
Pero Valladolid es también un centro de arte: Basta con citar los siguientes nombres cuyas obras se encuentran en el Museo Nacional de la Escultura: Alonso Berruguete, Juan de Juni, Gregorio Fernández, Diego Siloe, Pedro de Mena, Martínez Montañés, Alonso Cano, Villabride y Ron, y Carmona.
El estilo románico no se halla ausente de Valladolid: la iglesia de Santa María la Mayor, correspondiente al siglo XII, la de Santa María la Antigua y la de San Martín (siglos XII al XIV), el convento de San Pablo, del siglo XII, cuya fachada es obra de Simón de Colonia, el Colegio de San Gregorio, fundado en 1.487, con su fachada de Gil de Siloe, la iglesia de San Benito, realizada por Juan de Aranda: la iglesia de Santiago que conserva en su interior un retablo de Alonso de Berruguete.
Construcciones góticas son también el Palacio de los Vivero, la casa de las Aldabas y el Palacio de los Marqueses de Astorga. De estilo plateresco son el convento de Santa Catalina, el Colegio Mayor de la Santa Cruz, que alberga al Cristo de la Luz, obra de Gregorio Fernández y en su biblioteca, el «Beato» mozárabe, del año 970. El Renacimiento se encuentra representado por la casa del Marqués de Villena, la del Sol y el palacio del Marqués de Valverde.
En lo que respecta a la catedral, su estilo austero propio de Juan de Herrera, contrastará con los anteriores, la iglesia de las Agustinas conserva la «Virgen de los Cuchillos», de Juan de Juni (1.597), «San Juan y la Magdalena», de Gregorio Fernández, en la iglesia de la Cruz, el «Descendimiento», también obra del anterior escultor, en la de San Miguel, hay también esculturas de Gregorio Fernández y en el convento de «Porta Coeli» hay dos cuadros de Borgiani y en su retablo mayor alberga esculturas de Gregorio Fernández. Al estilo barroco pertenece la fachada de la Universidad, obra de Narciso Tomé, realizada en el año 1.715. El convento de San Juan de Letrán es de fines del siglo XVII y en el de los Agustinos Filipinos (siglo XVIII) se encuentra el Museo Oriental con importantes piezas de la cultura china y filipina.
En resumen: en Valladolid se dan los dos contrastes: una ciudad monumental que conserva su esplendoroso pasado, y otra moderna, acorde con los tiempos.
Refiriéndose a su provincia habrá que decir que, al igual que en la capital, toda ella conserva un inmenso tesoro artístico, aparte de su historia.
Tordesillas, famosa ya en la Edad Media, dado que los reyes castellanos fijaron en ella su residencia en distintas ocasiones. Esta villa fue la elegida para la firma del denominado «Tratado de Tordesillas», que dividía las tierras descubiertas entre España y Portugal. En esta población se encuentra el convento de las Claras, donde se halla integrado el antiguo patio y fachada mudéjares del palacio del rey Alfonso XI, edificado en 1.340. Aquí, en esta villa, estuvo confinada la reina doña Juana, a la que se llamó «la Loca», y aquí también fue donde los Comuneros establecieron su primera Junta.
Medina del Campo, cuya historia se calcula en más de dos mil años. Iberos, romanos, visigodos, árabes… Por esta población pasaron todas las culturas que han poblado la Península. Su época de más esplendor tuvo lugar bajo el reinado de los Reyes Católicos. En estos años, sus ferias y mercados fueron los más importantes de Europa. Y, en lo que a historia se refiere, fue en esta ciudad donde tuvo lugar el fallecimiento de la reina doña Isabel «la Católica». Tiene diversos monumentos, entre los que destaca el castillo de la Mota, construido en 1.490. La Colegiata de San Antolín y las iglesias de Santiago y Santa María la Real corresponden al siglo XVI.
Simancas, la antigua «Septimanca» de los romanos en donde se encuentra el Archivo Histórico Nacional en el castillo que, el rey don Felipe II, destinara a Archivo General del Reino. Peñafiel que cuenta con su típica Plaza del Coso y su castillo de forma muy curiosa, que recuerda a un navío anclado en la llanura. La fundación de esta villa se atribuye a los condes de Castilla, allá por los años 900. Olmedo, cuyo nombre, de acuerdo a la leyenda, se corresponde con un olmo al pie del cual se levantó la población. Tenía tanta importancia en el pasado que se decía como refrán: «Quien de Castilla Señor pretenda ser, de Olmedo y Arévalo primero de su parte ha de de tener».
Medina de Ríoseco, población que ya existía en las épocas celta y romana, conserva una puerta de las ocho que existieron en el recinto amurallado de la villa. Villalón de Campos, una villa que no puede pasarse por alto, sin contemplar al muy antiguo «rollo» del siglo XV, en su plaza Mayor. Las iglesias de San Miguel, del siglo XIV, la de San Juan Bautista, siglo XV, y la de San Pedro, siglo XVII.
Para concluir, sólo se puede añadir aquello que ya quedó señalado en el comienzo, al referirnos a la provincia de Valladolid. Hay mucha y gran historia de España en ella.
Valladolid está lleno de bellas obras arquitectónicas cargadas de la historia de nuestro país, como en el caso del convento de San Pablo, escenario de las Cortes que convocó Carlos V, para su primer contacto con su reino, pero el rechazo a sus costumbres e influencias extranjeras las hicieron fracasar ante las pretensiones del monarca en cuanto a los cambios que pretendía introducir en la gobernación del reino.